miércoles, 18 de diciembre de 2024

Los chozos de la Pedriza. Pensar y sentir

 

Imagen original de Julio Gosan. Gracias, Julio.

El Chorrillo, 19 de diciembre de 2024

¿Perdemos, hemos perdido, la capacidad de mirar profundamente en el interior de las cosas? Leo un texto de Novalis, Enrique de Ofterdingen, una novela de tan subido tono romántico, ese que hace de las cosas de la Naturaleza una a veces empalagosa manifestación de sensaciones, y según leo recuerdo mi último paso por la Pedriza días atrás, ese entorno del bosque donde las moles de granito, los rincones recoletos, la luz  menguante hacen del lugar un inefable material de cuento de una belleza recóndita bajo la llegada de la noche; recuerdo, y aunque el texto de Novalis me parezca de todo impostado, en exceso poético, tengo que reconocer que leyendo tengo la impresión de que el otro día en Pedriza no fui capaz de penetrar la realidad del momento, la profunda inmersión en un mundo de rocas, de bosques, de noche; que sólo rocé la superficie del momento y del lugar, apenas nada de su misterio, su historia. Era una mirada distraída y carente de profundidad que estaba excesivamente absorbida por lo corriente y lo práctico.

Los románticos por mucho que nos parezcan en ocasiones excedidos en la ponderación poética de los paisajes, inmersos en las sensaciones que la noche o los paisajes suscita en ellos, de hecho, al menos en mi caso, lo que hacen es darme un toque sobre mi estado de atención, sobre lo que mis sentidos y la necesidad práctica de llegar a cierto punto concreto resta al estado contemplativo del momento. Pensar o sentir. Me mandaba ayer José Manuel un texto de Bukovsky en el que éste subrayaba la necesidad de ponderar mucho más el sentir que aquel otro ejercicio que es el pensar. Me quedé con la idea porque precisamente lo que venía a cuestionar, pensando en ese caminar en la semioscuridad de la Pedriza, ese deslizamiento hacia lo practico de la atención para seguir las trazas del sendero, el tener en el punto de mira la llegada al emplazamiento de un vivac que desconocía. En fin, que la preocupación estaba tan pendiente de estas cosas que acaso se me escapaba lo más importante, esa necesidad de abrir todos los poros de tu piel y entendimiento para atender a la extraordinaria belleza del instante, al misterio de la noche, a los ruidos del bosque, al rumor de un arroyo. Y es que es tan hermoso ese entorno que lleva a Los Cuatro Caminos y más arriba, cuando el sendero se enrisca y en la semioscuridad entre grandes masas de granito tienes que abrierte paso…

“Muchas veces he creído encontrarme en un jardín encantado”, exclama un personaje de Novalis. Fue aquí donde detuve mi lectura para hacer estas reflexiones. Creo que es justo considerar esto para intentar no perder lo que íntimamente nos lleva a la montaña. Es lógico que te pierdas absolutamente todo esto cuando caminas en medio de una nube de cincuenta personas, algo que asumes como otra cosa, que también puedes apreciar, claro, la compañía, los amigos, esas marchas de los martes que organiza Ezequiel Conde con la gente de su club, la nuestra del Navi. No faltaría más, pero hablo de otra cosa. Hablo de la necesidad de afilar nuestros sentidos, del mindfulness esa  práctica que consiste en prestar una atención extraordinaria al momento presente, de observar lo que ocurre dentro y fuera de nosotros, de escuchar lo que nos dice el bosque o el rumor del arroyo cercano, de sentir el misterio que se abre entre las sombras de los riscos, de percibir esas primeras estrellas que se abren paso entre las ramas de los pinos.

Cerca ya de donde debía de encontrarse mi destino, observo piedras apiladas formando un murete y me digo, por aquí debe de andar el vivac. Y de hecho trepo por aquí y por allá algún resalte y efectivamente, tras un bloque entreveo en la oscuridad la puerta. Inspecciono el interior, me admiro del suelo enlosada, del orden, de los utensilios que han quedado allí, de esa lata de cerveza que mencionaba el otro día. Me admiro de la gente que ha levantado esto. Y al poco salgo y ya estoy pensando en mi vivac y en donde instalarlo. Fue al día siguiente que leí un comentario a mi post de José Luis Moreno que mis sensaciones ahondaron en un aspecto que estuvo ausente en aquel instante. Recordaba allí en un comentario Pepe cómo en el centro de la cueva que yo había visitado minutos antes (conocida como vivac del Manantial o del Poeta) y que fue destruida posteriormente por los forestales, y que había construido él y otros amigos, había una inmensa roca que limitaba sobremanera el espacio. Intentaron sacarla pero apenas se movía. El fin de semana siguiente, pertrechados con un tractel, un cabrestante, cadenas y cables, abrazaron con ellos la roca y atando las cadenas al pino más próximo lograron sacar la roca, quedando la cueva con un espacio fenomenal. Este detalle que me regaló Pepe digamos que atendía a una breve emoción que me recorrió por dentro pensando en todos aquellos que han trabajado levantando esos hermosos entornos habitables de la Pedriza.

Cuando el otro día José Manuel me mandaba la cita de Bukovsky, le contestaba que  no era la primera vez que oía esa idea y que la línea que separa el pensar y el sentir es en ocasionas muy débil, al punto de que yo no sabría en muchos momentos delimitarla. En el caso del detalle de la cueva de Pepe el pensamiento, el recuerdo, precedía a las sensaciones. Una cosa es conocer las pinturas de Altamira y disfrutarlas y otra diferente o complementaria es visualizar el entorno histórico del momento en que fueron pintadas. Me han llegado en estos días, o lo he buscado, tantas muestras de vivacs, cuevas o cobijos de Pedriza que me han llevado a sentir, por una parte un agradecimiento muy especial por aquellos que lo construyeron, y por otra a sentir también la emoción de su propio trabajo. Cierro los ojos y visualizando a Pepe y sus amigos tratando de sacar aquella enorme piedra con el cablestante, me emociona; me emociona pensándoles cargando desde Canto Cochino una estufa de leña; me emociona pensar en el trabajo de los que solaron y levantaron los muros del vivac junto al que dormí. En otra foto que me llega de otro vivac la estufa subió a espaldas de otros admirados constructores por todo el Callejón de las Abejas y después hasta el collado de la Aguja del Sultán. En fin esas cosas.

Novalis poetiza sobre el mundo de los mineros. Los románticos se pasan de románticos, pero sí es cierto que nos viene bien leerlos, porque ello despierta la necesidad de atender y cuidar nuestras sensaciones.

* * *

Ah, y que se me disculpe por no dar aquí indicaciones de la ubicación de esos lugares tan especiales que voy conociendo o volviendo a visitar. La razones son obvias.

 


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