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Original de Antonio Montes |
El Chorrillo, 2 de diciembre de 2024
Es
curioso que escritos como los de Cioran, tan aparentemente pesimistas, primero,
que me atraigan, y después, que generen precisamente lo contrario, un cierto
rechazo. Un interrogante interesante que debería invitarme a reflexionar sobre
ello. Y la oportunidad me viene traída de la mano por un guasap de A que
implícitamente me invita a leer Breviario de podredumbre. Mis dos
lejanas lecturas de Cioran son En las cimas de la desesperación y
El libro de las quimeras. No mucho, más bien poco pensando en que son
lejanas lecturas semiperdidas en la memoria, pero que sin embargo han dejado en
mí un vago sentimiento de fuerza que no logro entender del todo. No entender
del todo es un asunto bastante frecuente en mí, tanto si se trata de un libro,
un párrafo o algunos hechos del presente o pasado; de ahí la necesidad tantas
veces de escribir para intentar aclararme. Hago una pausa para consultar en la
base de datos de nuestra biblioteca, y ahí está ese breviario que rescato de
momento para añadir a mis lecturas próximas.
De
primeras sin embargo me surge la necesidad de una especie de prólogo. Decir
primero que me ha sido grato recibir unas pocas líneas de A del que hace tiempo
no sabía nada. Él enfermó de un modo un tanto alarmante hace meses y por las
circunstancias que fueran no hemos tenido un contacto fluido en los últimos
tiempos. He pensado mucho en él, pero un cierto reparo, una especie de rubor que
me corre por el cuerpo de tanto en tanto, ha impedido que nos veamos. Ahora, a
raíz de los trabajos que me manda intuyo que su salud ha debido experimentar
una gran mejoría. Los trabajos: una notable colección de pinturas que esperan
encontrar ya mismo un lugar en dos exposiciones diferentes. De primeras, en la
imagen que me manda, lo que me pareció ver fue una pintura neorrealista. Así lo
vi yo al menos, pero no, se trataba de una fotografía de los cuadros que
surtirán sus dos próximas exposiciones, cuadros todos distribuidos en un
capacho, apilados en el suelo, sobre un mueble, en cajas de cartón. Probablemente
todos los trabajos que A ha ido haciendo en los últimos tiempos mientras su
enfermedad le iba dando tregua.
Fue
después que mi vista recayó sobre el mensaje y sobre la paradoja de que A, con
el que en nuestras conversaciones casi siempre salen a relucir las mierdas del
mundo en que vivimos, me recordara una vez más la necesidad de leer a Cioran,
que me quedé pensando por la razón que me puede llevar a mí y a A a desempolvar
a ese iluminado y gran pesimista que es E. M. Cioran.
Dado
que estos días ando de hospitales, imagino que algo tiene que ver ello en que
esté sensibilizado por un Cioran al que recuerdo siempre tan fatalista y
tan relacionado con la filosofía del dolor, pero en el que cuando abro alguno
de sus libros encuentro expresiones vitalizadoras como éstas: “Diluyamos
nuestra vida en la pureza de los entusiasmos, elevémosla hasta las últimas
vibraciones”. “Con un deseo bestia devoremos el tiempo para que, a cada
instante, la vida sea un principio, una cúspide y un crepúsculo”. “Amad y odiad
los sufrimientos, pero no huyáis nunca de ellos. Arrastraos en medio del dolor,
pero que no os arrastre él”. Curioso porque en Cioran la vida resuena como un
golpe de trompeta, como una celebración, como un festín. A no ser que sea
porque “En una gran existencia la contradicción es la unidad suprema” (El
libro de las quimeras). Mirad si no el título de alguno de sus libros: Breviario
de los vencidos, Breviario de podredumbre, De las cimas de la desesperación,
Silogismos de la amargura… vamos, para que se te quiten las ganas de abrir alguno
de ellos… y sin embargo…
En
ocasiones se me ocurre que pierdo mucho tiempo escribiendo. Esta misma tarde
que regreso a casa e inmediatamente me bajo a la cabaña para continuar con la
lectura de Argullol que había dejado a medias en el Cercanías. Pero enseguida
recapacito y constato que en realidad lo que hago muchas tardes es reescribir
sobre lo que estoy leyendo bajo la luz de mis propios pensamientos. La lectura
aguijonea mi curiosidad, suscita interrogantes, subraya mis certezas, leer se
convierte en algo vivo. La abeja que soy, mientras va de flor en flor recolectando
su néctar, ya piensa en la cercana colmena donde convertirá en miel el
laborioso ir y venir de una planta a otra, convertirá en reflexión y escritura
los intensos ratos de lectura.
Y ahora
me sonrío porque sin venir a cuento recuerdo aquella recriminación que Cioran
hacía a Dios diciendo que éste debería dar gracias explícitas a Bach por sus
magníficas Cantatas, por toda la música que escribió en torno a la
divinidad. Seguramente esto es un signo para atender enseguida a la sugerencia
de A que reclamaba la lectura de Breviario de podredumbre.
Me pregunto
de qué fondo de intuiciones me surgen a mí estas líneas. Indago y probablemente
estén relacionadas con el dolor y el sufrimiento de A, con el de mi hija, con
el de determinado anciano con el que me crucé esta tarde en el Hospital San
Francisco de Asís. “¿Habéis pensado alguna vez que el precio de la alegría es
el dolor?” Y es que recuerdo la imagen de un reciente guasap de mi hija Lucía
en su último día de radioterapia, una imagen entrañable que muestra felicidad,
alivio, solidaridad con otros enfermos, siempre sobre ese fondo de tristeza
superada que vive agazapada entre el dolor y la esperanza. En la sala de espera
de radioterapia del hospital han instalado una campanilla y cuando uno de los
pacientes sale de recibir la radiación, se acerca a la campanilla, toma el cordón
que acciona el badajo, y lo agita. En la sala surgen los aplausos del resto de
los pacientes que esperan su turno:
“¿Habéis pensado alguna vez que el precio de la alegría es el dolor?”.
Y así
paso la tarde, recordando a A y a Lucía, intentando detraer de las ideas de
Cioran esas gotas de esencia en las que la alegría y el dolor parecen formar
parte de la misma cosa; algo similar a lo que sucede con la percepción de
aquellos dos personajes de la otra orilla de un río que narra Khalil Gibran
donde un observador lejano trata de identificar a dos personajes que se confunden en su
retina. Al otro lado quienes pasean juntos no eran otros que la alegría y la
tristeza caminando de la mano. El dolor y la alegría, la alegría y la tristeza,
acaso las dos caras de la misma moneda.
¿Y mi
amigo A, de dónde saca la fuerza tras tantos días de impotencia y postración,
ese arsenal de cuadros, ese cariño con que hablaba con un niño en la sala del
hospital previo a la quimioterapia también?
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