martes, 1 de octubre de 2024

“La agonía del Eros”

 


El Chorrillo, 1 de octubre de 2024

Esta mañana mientras empezaba a despertarme en la cama me dije que hoy tenía que escribir sobre el erotismo. El amigo Keemiyo nos había regalado días atrás un libro de Byung-Chul Han titulado La agonía del Eros y quería hacer justicia a un concepto del erotismo que difiere bastante de este autor. Luego sucedió que recordé nuestra tertulia de ayer con Santiago Fernández, Miguel Ángel Gárate, Yolanda, Margarita, José Luis Ibarzábal y Juan Guerra y cambié de opinión. Esa tertulia tantas veces a voces a causa de la sordera de Santiago, bien merecía la atención de un post. Y más tarde, cuando encendí el ordenador tras la comida para ver de entretener un tanto mi coco con alguna reflexión a modo de estiramientos con los que comenzar mi tarde de lectura, lo que sucedió es que tropecé con una vieja entrevista a Picasso en un momento en que éste se encontraba bailando que empezaba así: 

“-¿Por qué estás bailando?
-No hay por qué, estoy bailando”.

Lo cual me puso en la tesitura de apuntarme a este nuevo asunto. Joder, si es que son tantos los temas sobre los que uno puede reflexionar… Incluso habría todavía otro. Me decía Victoria que esta mañana había estado oyendo en el programa de Javier Gallego, Carne Cruda, a Santiago Alba Rico, que periódicamente participa en él siguiendo el criterio de elegir cada vez una palabra del castellano. En esta ocasión tocaba la T y entre todas las palabras que empiezan por esta letra había elegido la palabra “tormenta”. Con ello llenaron Javier Gallego y él la media hora del programa. Me parece una buena idea. Quizás algún día lo pruebo. Dispuestos a jugar yo me apunto a lo que sea. 

Así que lo echo a los chinos y sale…

¿Por qué escribo? No hay por qué, estoy escribiendo. Picasso: “-Algunos, sólo algunos, hacen en esta tierra aquello para lo que fueron creados. Estos viven. Otros sobreviven. Quien baila vive” … “Bailas porque naciste para bailar, como pintas porque la pintura ya existe en ti, simplemente la liberas. Así ocurre con la danza, tú solo la liberas, ella se mueve dentro de ti”. 

¿Será así con todo?, me pregunto. “Una hormiga hace su trabajo sin cuestionar –responde Picasso–, los pájaros vuelan sin cuestionar, los peces nadan... los hombres, algunos matan, otros prefieren hacer aquello para lo que fueron creados… Yo bailo, pinto, amo.” También Serrat: “Harto ya de estar harto, ya me cansé / de preguntar al mundo por qué y por qué…”. 

Y es que dándole vueltas a esa manía de los porqués a todo, me temo que hay quien la lía (incluido un servidor)… barrunto… Barrunto que el exceso de racionalización nos pierde, de ahí la salida de Picasso: no hay por qué, estoy bailando. ¿Por qué subo montañas? No hay por qué, las subo. Cierto que el erotismo sufre del mal de la cosificación, de la melaza en donde esa pizca de misterio va desapareciendo poco a poco de mano de la pornografía y de la habitualidad, pero ¿cómo es posible hablar de la agonía del erotismo en términos generales como si fuera una pandemia de la que nadie en el planeta se libra? ¿Es que el análisis que hagamos de la realidad ha de centrarse siempre en la tendencia, esa que en el Twitter se refería como en los bestsellers de las librerías al interés generalizado de la audiencia?

Ayer tarde, cuando escuchaba en nuestra tertulia a Santiago hablar de lo mal que conduce “la gente” o comentar sobre la abundancia de lerdos que nos rodean por doquier, o… etcétera, quise intervenir en la conversación, pero me temo que me expresé muy mal, o no se me entendió, cuando quise poner todo mi empeño en desviar la conversación de lo que hagan o digan “los otros”, esa gran mayoría a la que tan a menudo nos referimos y en cuyas espaldas cargamos los males del mundo o las cosas torcidas. Es que la gente, es que los otros, es que… Y es que leyendo a Byung-Chul me sucede lo mismo. Tengo la sensación de que cuando hablamos de la gente y de los asuntos generales, tendríamos que matizar y expresar previamente a quiénes del abanico social nos referimos. Sería mucho más largo a la hora de entablar una conversación, pero es que si no aclaramos de quién hablamos o definimos los términos que usamos, estamos perdidos. Ayer concretamente alguien se refería al término cultura, no exactamente como acumulación de saberes o técnicas sino como algo relacionado con el poso que dejan las muchas lecturas, la experiencia de la vida, la capacidad de reflexión, etcétera. En este sentido decir que la falta de cultura es culpable de los desbarajustes del mundo, dado que el inculto se convierte en carne de cañón, en aspirante al rebaño universal de los votantes que no saben lo que votan, puede ser acertado, pero sólo en parte. La Alemania de Hitler era una Alemania muy culta y sin embargo…

Cuando me desperté con la idea de escribir sobre el erotismo tuve la sensación de que el señor Byung-Chun, amén de irse por los Cerros de Úbeda a través de ese lenguaje que usan los profesionales de la filosofía con el amontonamiento de escurridizos conceptos y términos y de hacer  nulo esfuerzo para traducir sus apreciaciones a un lenguaje asequible, cuando uno lo lee tiene la impresión de que en absoluto el erotismo del que habla tiene que ver con el erotismo que uno conoce y experimenta. “Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo”, escribe en el primer capítulo. El concepto consumo está tan presente en nuestros días que parece difícil  referirse a cuestiones humanas, deseos, necesidades sin que éste venga a ser la madre del borrego de tantos males que nos acosan. 

El prólogo del libro viene encabezado por el siguiente título: “Reinventar el amor”. Y sí, ya la tenemos liada del todo, liada de manera parecida a como nos enzarzamos días atrás tras la comida unos amigos en cuanto salió al ruedo esa palabreja: amor. Un asunto viejo que ya Sócrates y Diotima discutían en El Banquete, Platón, un concepto emparedado con el amor intelectual y espiritual que culminaba en la contemplación de la belleza en su forma más pura. Sin embargo cuando leo a este ensayista coreano hablar de amor difícilmente identifico la mayoría de sus palabras con esa idea expresada de Platón que en general compartimos, un concepto más cercano a nosotros acaso que ese otro discurso en donde refiriéndose al amor –consumo, cosificación, etcétera– más parece estar hablando de ese hispánico decir nuestro de “echar un polvo”, referirse a una relación precipitada, a una relación sexual desprovista de afecto o ternura. 

El rifirrafe que nos montamos días atrás en torno a palabras como “amor” tenía parecidas connotaciones; de un lado quienes indagaban en la esencia de eso que llamamos amor, que a su vez encierra un cuantioso bagaje biológico, apenas reconocido por algunos, como medio de la especie para cumplir sus propios fines, y de otro aquellos que citando al existencialismo, la época hippie o el amor libre pretendían hacer una clara diferenciación adjudicando a estos últimos un puesto de dudosa consistencia en la moral. Por una parte deshacer ese meloso pensar en el amor como un sentimiento de una pureza sin límites, y en el que tanto nos gusta pensar, y de otra entender que la sexualidad, ese bien universal tan hermoso, tiene muchísimas más posibilidades que ese estricto espacio en que la moral clásica pretende encerrarla. Espacio en el que tanto el placer, la diversión, la belleza o la ternura tienen su lugar de encuentro. 

Pretender que estamos a las puertas de la agonía del Eros, que podría ser para una población alienada por el consumo y el narcisismo, cuando uno encuentra en la edad madura en ello una de las más felices satisfacciones, no parece de recibo, al menos en tanto el discurso sea matizado y referido a quien corresponda.

Y todo esto a la altura de la mitad del libro. Quizás la otra mitad me dé para rectificar o añadir alguna aclaración posterior. El tema lo merece. 



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