El
Chorrillo, 28 de octubre de 2024
El
lenguaje traiciona con frecuencia muchas de nuestras bonitas creencias. “Mi”
coche, “mi” casa, “mi” mujer, incluso “mi” amor, son palabras que por expresar
pertenencia de algún modo revisten a lo que nombran de un aspecto de privada propiedad.
¿Y puede alguien que te pertenece, de manera parecida al que posee un terreno o
una casa, considerarse, pese al lenguaje, un objeto? Claro que no, sin embargo
el empeño de cierto feminismo en poner el punto sobre las haches sobre el
asunto de la cosificación lo que hace es crear, en un ejercicio de absurda
simplificación, una falsa percepción de la realidad al reducir ésta a una
imagen equívoca que nada añade a la comprensión de la relación de hombres y
mujeres, pero que sí contribuye a una confusión en las que ellas parecen querer
representar el papel de víctimas. Cosificación: tratar al otro como una cosa, deshumanizándole al quitarle la atribución de ser humano.
¡Qué
románticos y que idea tenemos, tienen algunos,
sobre sí mismos y su cuerpo! A muchas feministas se les hace la boca
agua suponiendo que sus cuerpos son materia angelical, un reducto al que
acceder solamente a través de “elevados” sentimientos. No es fácil hincarle el diente a
este asunto, pero bien merecería la pena saber qué encierra realmente esa idea
de tantas mujeres cuando despreciativamente aluden a hombres que parecen
preocuparse en su relación por el cariz sexual de la misma, eso que ellas
llaman cosificación. Ellas, seres nacidos de una subida espiritualidad, que
tienen un concepto sobre sí mismas en donde parecen primar los grandes
sentimientos y en donde “lo otro” parece constituir la parte soez de sus
relaciones, acunadas por los tiempos que corren en donde la hipocresía va
concretándose en una de las principales características de los sapiens y de la
sociedad de la que forman parte, están consiguiendo introducir en el modus
vivendi de los medios un concepto de mujer y de sí mismas que probablemente
esté en conflicto con sus íntimos deseos e incluso con su modo de vestir y querer
pasearse por las calles de la ciudad. Existe una contradicción íntima en ellas
entre su comportamiento, su modo de vestir y la ideas que expresan, una contradicción
que llegado el caso ellas explotan en uno u otro sentido según lo que el cuerpo
o su alma les pida.
Se
trata de un asunto sumamente resbaladizo en donde es difícil moverse sin quedar
expuesto a la simplicidad del que lee por encima.
Ser
objeto de deseo, que en eso parece parar lo que ha venido en llamarse cosificación,
que a la chica la vean guapa y atractiva, son aspectos que siempre han estado
latentes en una parte importante del mundo femenino. Esto, que es algo muy
general, obviamente tiene en el lenguaje de lo no dicho, pero sí expresado con
gestos y modos de vestir, una importancia que llegado el caso, traspasada
cierta línea, se puede convertir por sí mismo en un ambiguo guiño al otro, un
ofrecerse, un quiero pero… Sin embargo, sin llegar a esa línea roja, lo que nos
ofrece la calle, ese ponerse guapa, el modo en que se visten en fiestas y demás,
muchas, con querer ser todo lo neutro que quieran (ah, esa libertad de que cada
uno puede ir como le dé la gana y que no faltaría más; ah, esa insinuación…),
es un lenguaje activo que ciego deberá ser el que no lo entienda. Un lenguaje
tan real y que sin embargo de puertas adentro de un juzgado será imposible
reconocer porque la hipocresía manda y la sociedad necesita de esa hipocresía
para subsistir y esconder bajo la alfombra sus propias contradicciones.
Quien
no entienda que un “no” es con frecuencia un ardoroso “sí”, creo que está en
las nubes. Lo que no quita evidentemente para que un “no” sea realmente un “no”
sin paliativos en la mayoría de las situaciones. Ambas posibilidades entran en
el marco de la lógica. Lo que no entra en el marco de la lógica es querer hacer
un ejercicio de taxidermia con todos los comportamientos humanos metiéndolos en
cajones uno por uno y de ahí marchar al Parlamento para convertirlo en letra de
molde del BOE. No creo que haya manera justa y lógica de meter en el cuerpo de
la ley cada uno de nuestros comportamientos, porque sabido es que lo que aflora
de un iceberg no es propiamente el iceberg sino una mínima parte del mismo. La
sociedad, los medios, y por supuesto los jueces, sólo suelen tener en cuenta
esa parte del hielo que levanta sobre las aguas del mar. Algo así sucede con
los asuntos por los que muchas feministas claman.
Por
mucho que sea de dominio público el hablar de violencia de género, por ejemplo,
yo sigo entendiendo que la violencia de género no es tal, la violencia de
género es violencia sin más, violencia de un ser humano contra otro; por más
que la violencia de los hombres sobre las mujeres sea inmensamente mayor que la
de la mujer sobre el hombre, ello no justifica la especificidad con la que se
quiere bautizar la palabra violencia que tantas veces surge en el ámbito de la
convivencia.
El
victimismo al que se acoge una gran parte del feminismo como arma reivindicadora
creo que enturbia la imagen de esa mujer libre y decididora que al margen de
las presiones sociales y su condición de género es ante todo un ser humano en
igualdad de condiciones que cualquier otro ser humano. Querer “hacerles el
favor” a las mujeres (o ellas a sí mismas) de considerarlas con un estatus
especial me parece que es tenerlas en menos. La gran diferencia que pueda
existir todavía hoy entre hombres y mujeres en el trato laboral o social,
probablemente tenga más que ver con ellas mismas que con aspectos externos.
Cierto que todavía pueden quedar residuos de ese mundo patriarcal del pasado,
pero también es cierto que hoy la merma de la presencia de mujeres en
comparación con los hombres en actividades corrientes, el deporte, por ejemplo,
no puede imputarse a la sociedad sino a ellas mismas. Se ven montones de
ciclistas por las carreteras, gente que escala, personas que viajan solas por
el mundo. Bien, ¿a qué se debe que las mujeres sean con mucho minoría en estas
actividades? ¿Quién les prohíbe viajar, escalar,
pedalear o incluso jugar al fútbol?
Todos
en muchos sentidos somos “cosa” para otros. Quien comercia con los compradores,
quienes ofrecen un servicio, quien te hace un favor, quien por su físico y sus
gestos estimulan nuestra libido… Querer bautizar con excesivo énfasis actos de
relación entre personas como acto de cosificación quizás tenga más que ver,
creo, con alguna frustración personal relacionada con la fábula del zorro y las
uvas verdes que otra cosa. Tampoco se puede negar que, efectivamente, existe
cierto grado de trato entre personas que acaso por su grado de deshumanización
podrían considerarse a la parte pasiva de ellas como cosas, el caso de la
esclavitud sin más, pero no es el caso de tantas situaciones que tantas feministas
tratan de caracterizar como si las mujeres pertenecieran a la categoría de los
objetos. Incluso la relación con prostitutas considero que es una relación muy
humana que tiene que ver con profundas aspiraciones no satisfechas de hombres y
mujeres. Fuera de esto existen, claro, obviamente, los brutos, la gente
depravada, los bestias; existen tanto como los que asesinan y como aquellos que
proporcionan armas a los asesinos, todos esos personajes sin más que rigen los
destinos de
Resumiendo,
que vamos, que no es para rasgarse las vestiduras si unos y otros nos
divertimos, disfrutamos, gozamos viendo, soñando, acariciando a los otros…
obviamente en un clima de consentimiento y mejor si es de correspondencia
mutua.
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