viernes, 20 de septiembre de 2024

Perder el tiempo

 



Para mi amigo Santiago Pino con afecto.

El Chorrillo, 20 de septiembre de 2024 

Ayer el amigo Santiago Pino en un comentario a mi post Historia de una escalera, viene a decir que a “nuestra” edad cuanto menos perdamos el tiempo, mejor. Y perder el tiempo en el contexto del artículo es hacerlo subiendo y bajando una escalera a modo de entrenamiento. El asunto merece algunas puntualizaciones en que me voy a entretener esta mañana con la certeza de estar perdiendo el tiempo, ya que lo que escriba no va servir pa na y acaso lo debería sustituir por algo más productivo. Lo cual ya merece una aclaración sobre lo que podamos hacer al cabo del día, o mejor dejamos de hacer, que es una forma de hacer igualmente, porque si dejo de hacer lo que hago es hacer nada, eso que llaman el dulce far niente. Lo que me lleva a considerar ya de entrada que eso de perder el tiempo es sólo la envoltura de un pensamiento imposible. El tiempo no se puede perder más que en la mente de quien ha categorizado sus actos en función de una productividad determinada. Me explico. Para mí ver la tele, que nunca existió en nuestra casa más que cuando nuestros hijos eran pequeños y sólo para ver, ellos, algún que otro programa infantil como Barrio Sésamo o La Bola de Cristal, según lo que presumo que Santiago entiende por perder el tiempo, fue siempre una soberana pérdida de tiempo. Si sumamos el promedio de horas que la gente pasa frente al televisor o cotilleando en las redes sociales, las estadísticas dicen que ello representa un promedio de entre 4 y 6 horas diarias. Es decir que la mayoría de los sapiens de este planeta, según mi criterio, pierde 6 horas diarias de su preciosa vida. Si estás viendo la tele o en las redes 6 horas diarias, duermes 8 horas, trabajas otras 8, empleas en comidas desayuno e higiene personal 2 horas, ya tienes un total de 24; no te queda ni un minuto para ti, para pensarte, quererte, acariciarte el pito, leer, oír música, crear algo hermoso, atender a tus hijos o escribir una romántica carta a tu novia. Es decir, que estos sapiens, que son la generalidad en el mundo,  viviendo como viven no viven para sí porque todo su tiempo libre lo emplean en perder el tiempo; aclaremos: lo que pare mí es perder el tiempo. 

Así que de entrada la conclusión inmediata es que eso de perder el tiempo es una cuestión totalmente subjetiva. Y como se trata de una cuestión subjetiva digamos que eso de perder el tiempo puede referirse en cierto modo a la manera en que cada uno concebimos la realidad. Parecidas estadísticas a las que nos muestran las horas que la gente ve la tele, nos dicen que el porcentaje de tiempo que la gente lee está entre los 10 y 30 minutos al día. 

¿Quiénes pierden más el tiempo en el mundo, los que leen o los que ven constantemente la tele? 

Por supuesto, sólo un ejemplo para acercarse a esa cosa que llamamos perder el tiempo. Creo que lo he citado más de una vez en mis posts, se trata de una sugestiva idea de Pascal que escribió que todos los males de este mundo provienen de la incapacidad de los hombres de permanecer solos en una habitación sin hacer nada en silencio, lo que es lo mismo que decir estar totalmente consigo mismos. Lo que es afirmar con toda la fuerza que todos los males de este mundo provienen de la incapacidad de las personas de perder el tiempo, porque perder el tiempo llama la mayoría de la gente al hecho de hacer nada. 

Bonita conclusión que regalo al amigo Santiago como quien atendiendo al día de cumpleaños se presenta en casa del amigo con algún presente. Ojo, lo que digo tantas veces, que esto de escribir y reflexionar acaso no pasa de ser un divertimento, que ya ayer en el mismo post otro amigo tocayo de Santiago Pino me decía que no acertaba a comprender que una mente abierta como la mía (sic) se planteara semejantes elucubraciones, y se refería, claro, al hecho de los hipotéticos cálculos que yo hacía comparando los metros que yo pudiera “escalar” subiendo y bajando numerosas veces por cierta escalera con aquellos otros de subir y bajar una montaña. Por mucho que fuera hiperbólica mi sugerencia y dejando a un lado la obviedad de que entrenar para estar en mejores condiciones físicas y mentales es un bien aceptado por todo el mundo, al amigo Santiago se le escapaba el tono un tanto irónico de mi escritura como si yo pretendiera sustituir a partir de ahora mis ascensiones a las montañas por la escalera que he instalado en nuestra parcela como un elemento más de entrenamiento, que sería como decir que echas pestes de la bicicleta estática porque a ti lo que te gusta es pedalear al aire libre por senderos y pistas. 

Divertimento porque no se trata de alumbrar ningún tipo de verdad como tantos que en las redes desde “su verdad” nos dicen que las verdades de los otros son pura fantasía. No, entendamos que esto es un divertimento, como lo es en realidad la vida que no tiene finalidad, un divertimento inocente con el que ejercitar los pocos rastros de inteligencia que pueda albergar mi coco. Esto y todo lo que pueda escribir. 

Ahora, es mediodía y todavía no me he levantado de la cama, como estoy a gusto dándole a estas teclas, voy a añadir un asunto más a esto de perder el tiempo con un ejemplo. Lo siguiente. Anteayer, era la una de la madrugada, me iba a ir a la cama cuando se me ocurrió que lo mismo podía coleccionar unas cuantas sensaciones más antes de dormir. Total, me puse los deportivos, encendí las luces de la parcela donde he instalado mi escalera apoyada a las ramas de un árbol, cargué mi mochila en la que previamente había metido 11 kilos de arena y que uso ahora para mis entrenamientos “de altura”, y allá que me fui con la idea de escalar 200 metros de desnivel antes de acostarme. El entorno: la noche, el silencio, el firmamento que veo cada vez que llego al final de la escalera apoyada en la horqueta del árbol allá donde éste abre sus brazos al cielo dejando un hueco para que yo, cada vez que piso el extremo de la escalera, pueda contemplar en lo alto a través de las ramas la constelación de Águila y el Triángulo del Verano. En el principio de la escalera a la altura del pecho, el teléfono con una app que me sirve de contador. Cada vez que bajo de las alturas una voz cantarina de mujer decía: 1… 5…. 15… 28… 40… 50… 60… y así hasta 66 veces, el equivalente a 200 metros de desnivel.

Sin parar, a buena marcha, disfrutando, disfrutando, sí, de la fuerza recuperada de mis piernas, mi cuerpo bañado en sudor, satisfecho, feliz. Recojo el teléfono, dejo la mochila junto a la fachada, me voy a la cama pero todavía dudo de si darme o no un baño en la piscina. Sin embargo, no quiero perder por el camino esa pequeña sensación de plenitud que me he ganado en los últimos minutos del día. Me seco, pero mi cuerpo rezuma un delicioso sudor que sigue empapando las sábanas. Rememoro con satisfacción el hecho de que mis piernas no hace mucho fueran incapaces de subir unos pocos peldaños sin experimentar un agudo dolor. La satisfacción de la recuperación, del esfuerzo. Me dormí contento como unas castañuelas.

Al amigo Santiago le aburren las escaleras. ¡Ay, amigo, lo que te pierdes!


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