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2015/2016 Cumbre de un volcán en Nueva Zelanda del que no recuerdo su nombre. Y a la derecha de marcha por los montes Tauro, en Turquía |
El Chorrillo, 2 de julio de 2024
Mientras
miro a las musarañas distraídamente echo mano a un libro que me pilla cerca en
la estantería. Uno de aquellos de Colección
Austral. Pasos de un peregrino. Lo abro, me salto la introducción, que casi
nunca suelo leer, y éstas son las primeras líneas: “El viajero va a los sitios
y deja en ellos un pedazo de su alma. Pero se lleva el encanto adormecido […].
El viajero escribe lo que siente. Lo que ve, no. Para ello están las guías
turísticas”. En una ocasión en que andaba yo erróneamente participando en
algunos grupos de FB de montaña, los administradores del grupo retiraron mi
post argumentando que su grupo no estaba para yoes ni opiniones personales, era
el relato de una noche de invierno en
Rousseau
decía que viajar por viajar es un error, es ser un vagabundo. Qué cojones,
siempre buscando la productividad a todo, mirando a los vagabundos desde la superioridad
de la razón. Hace años, mientras yo vagabundeaba por los Alpes, leí Los vagabundos, de Máximo Gorki. Una
delicia de libro que estaba en plena consonancia con el oficio que ejerzo
durante los veranos, es decir, el de vagabundo. Rousseau nunca me cayó bien, un
intelectual que como padre era un cretino que abandonaba a sus hijos a la
caridad del hospicio; por muy brillantes ideas que pueda tener, se llegaba a la
conclusión de que había un disonancia en su persona que chirriaba. Si no existe
una coherencia entre tus ideas (El Emilio
o De la educación) y la vida personal mejor apaga y vámonos. Ya Emerson,
para mí mucho más interesante que Rousseau, reía de los que gustan viajar
diciendo que: “Viajar es el paraíso de los tontos”. Así que bueno, sólo nos
queda que allá cada uno con lo que le baila en la cabeza.
Lo que
sientes frente a un cuadro, frente a una iglesia románica, una catedral, una
escultura, un cielo azul cuajado de vencejos y nubes barrigonas; la relación
que se produce entre tu persona y el entorno que visitas. Todo eso alimenta el
alma del viajero. Ayer José Manuel dejaba en mi buzón un corto mensaje: “Como
dice la canción: yo no hice el viaje, el viaje me hizo a mí…”. La cita
corresponde a la letra de una canción que escribió Javier Reverte para el madrileño
grupo de música fusión, El Combo Linga:
“un viaje no es algo que hagamos, sino más bien algo que nos hace”.
Me
agrada haberme encontrado inesperadamente con este libro de Manuel Alvar que
adquirí en un viaje por América Central y que ha permanecido ahí durante más de
una década esperando la mano de nieve. En
la mesita de los libros que me esperan tenía también otro volumen de viaje, un
libro que me recomendó Luis Bernardo Durán, La
sombra de
Cuando
Victoria y yo emprendimos un largo viaje de un año por tierra hasta las
cercanas costas de Japón y más tarde hasta el Sudeste Asiático y Nueva Zelanda
y Australia, atravesando antes Asia Central y China, quizás fuimos más
conscientes que nunca de ese supuesto de que el viaje nos estaba haciendo. No
se puede vivir un entero año conviviendo con las más dispares culturas, con
gentes de todo tipo, teniendo experiencias significativas, subiendo montañas o
volcanes o atravesando desiertos y llegar a casa como si nada hubiera sucedido
en ti. Somos nosotros y nuestras circunstancias, pero somos lo que el tránsito
por el mundo ha hecho de nosotros. “Como
dice la canción: yo no hice el viaje, el viaje me hizo a mí…”
Gracias, Jose, por servirme en bandeja la idea.
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