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Noche en la cumbre del Moncayo |
El Chorrillo, 4 de julio de 2024
De
repente he levantado la vista del libro que estoy leyendo, de algún pintor
flamenco hablaba, y he sentido la necesidad de volver a contemplar alguno de
esos cuadros, cuadros mínimos, cuadros detallistas, esas pequeñas joyas que
muestran el interior de hogares burgueses donde la vida cotidiana, los
atuendos, los detalles, los útiles, o las paredes de las habitaciones, dan
cuenta de una vida acomodada y tranquila. He seguido el impulso y, después de
consultar a Victoria, he sacado un par de entradas para el próximo viernes en
el Museo del Prado. Me ha venido, sí, repentinamente cierto aire de nostalgia
de cuando algunas décadas atrás recorríamos Europa siguiendo en los museos las
huellas de nuestros pintores favoritos.
Esta
tarde le decía a Victoria que no tendríamos que perder el calor de esa brisa
que nos deja a las puertas de una tarde una motivación o un deseo. Esos
pequeños deseos que no sabes de dónde vienen pero que llaman livianamente a tu puerta.
Deseos que tanto pueden llamar a las puertas de tu libido y que entonces
deberíamos atender, dejando lo que estemos haciendo, como quien acoge la
dulzura de ese ligero viento que aligera los calores del verano; deseos que
hacer crecer poco a poco en la soledad. Deseos que tanto te pueden llevar a
escuchar determinada música, a recrear lejanas visitas a viejos y herrumbrosos
cuadros que acaso duermen en apartados rincones de la memoria pidiendo ser
rescatados con una nueva visita.
La
motivaciones están hechas de un material sutil que no permite almacenarlas para
usarlo cuando se tercie. Las motivaciones son apremiantes y antes de que se
esfumen conviene darles cumplido. Si en tu cabeza ha surgido entre la niebla
las bondades de una insinuación erótica, por ejemplo, atiéndela, mímala,
recógete en oración y reza en tu interior para que el céfiro de la bien venida
aparición vaya cobrando fuerza en tu imaginación. Si estás leyendo sobre Durero
y cómo éste contempló las cosas que le rodeaban y cómo nos las dejó llenas de
emoción y belleza, corre cuanto puedas al Museo del Prado a constatar esa
belleza antes de que la emoción se esfume. Si has recordado al San Juan
compungido hasta las lágrimas del Descenso de la cruz, de Van der Weyden
y notas que cierta emoción recorre tu cuerpo, no dudes en visitar mañana mismo
el cuadro. Las emociones son autónomas y si no te abandonas a ellas cuando
vienen a comer de tu mano como un pajarito, adiós santas pascuas, corres el
peligro de quedarte a dos velas. Días atrás, ya lo conté, un amigo paseaba a la
orilla de un río con su perro mientras oía música cuando, de repente, irrumpió
en el dispositivo el Aleluya de Haendel. Una imprevista emoción se
apoderó de él. Emoción hasta las lágrimas oyendo aquella música.
El
cuerpo y nuestros sentidos tienen sus propios ritmos y si no nos entregamos de
lleno cuando ellos llaman a tu puerta, ya tendremos en nuestro haber un nuevo
tren perdido. La música, los juegos eróticos con uno mismo, la pintura, la
poesía, incluso nuestra disposición cuando contemplamos un paisaje hermoso, un
atardecer o
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