miércoles, 3 de julio de 2024

Cuidando las motivaciones

 

Noche en la cumbre del Moncayo

El Chorrillo, 4 de julio de 2024

De repente he levantado la vista del libro que estoy leyendo, de algún pintor flamenco hablaba, y he sentido la necesidad de volver a contemplar alguno de esos cuadros, cuadros mínimos, cuadros detallistas, esas pequeñas joyas que muestran el interior de hogares burgueses donde la vida cotidiana, los atuendos, los detalles, los útiles, o las paredes de las habitaciones, dan cuenta de una vida acomodada y tranquila. He seguido el impulso y, después de consultar a Victoria, he sacado un par de entradas para el próximo viernes en el Museo del Prado. Me ha venido, sí, repentinamente cierto aire de nostalgia de cuando algunas décadas atrás recorríamos Europa siguiendo en los museos las huellas de nuestros pintores favoritos.

Esta tarde le decía a Victoria que no tendríamos que perder el calor de esa brisa que nos deja a las puertas de una tarde una motivación o un deseo. Esos pequeños deseos que no sabes de dónde vienen pero que llaman livianamente a tu puerta. Deseos que tanto pueden llamar a las puertas de tu libido y que entonces deberíamos atender, dejando lo que estemos haciendo, como quien acoge la dulzura de ese ligero viento que aligera los calores del verano; deseos que hacer crecer poco a poco en la soledad. Deseos que tanto te pueden llevar a escuchar determinada música, a recrear lejanas visitas a viejos y herrumbrosos cuadros que acaso duermen en apartados rincones de la memoria pidiendo ser rescatados con una nueva visita.

La motivaciones están hechas de un material sutil que no permite almacenarlas para usarlo cuando se tercie. Las motivaciones son apremiantes y antes de que se esfumen conviene darles cumplido. Si en tu cabeza ha surgido entre la niebla las bondades de una insinuación erótica, por ejemplo, atiéndela, mímala, recógete en oración y reza en tu interior para que el céfiro de la bien venida aparición vaya cobrando fuerza en tu imaginación. Si estás leyendo sobre Durero y cómo éste contempló las cosas que le rodeaban y cómo nos las dejó llenas de emoción y belleza, corre cuanto puedas al Museo del Prado a constatar esa belleza antes de que la emoción se esfume. Si has recordado al San Juan compungido hasta las lágrimas del Descenso de la cruz, de Van der Weyden y notas que cierta emoción recorre tu cuerpo, no dudes en visitar mañana mismo el cuadro. Las emociones son autónomas y si no te abandonas a ellas cuando vienen a comer de tu mano como un pajarito, adiós santas pascuas, corres el peligro de quedarte a dos velas. Días atrás, ya lo conté, un amigo paseaba a la orilla de un río con su perro mientras oía música cuando, de repente, irrumpió en el dispositivo el Aleluya de Haendel. Una imprevista emoción se apoderó de él. Emoción hasta las lágrimas oyendo aquella música.

El cuerpo y nuestros sentidos tienen sus propios ritmos y si no nos entregamos de lleno cuando ellos llaman a tu puerta, ya tendremos en nuestro haber un nuevo tren perdido. La música, los juegos eróticos con uno mismo, la pintura, la poesía, incluso nuestra disposición cuando contemplamos un paisaje hermoso, un atardecer o la Vía Láctea ocupando lo alto de nuestro vivac, necesitan de nuestra disponibilidad y atención, nuestra dedicación para que se produzca ese milagro del que surgen nuestro placer y nuestras emociones más genuinas.

 

 

 

 

 


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