jueves, 20 de junio de 2024

Esos nervios…

 

Isla de Borneo 2006 / En El Chorrillo haciendo el ganso
Seguro que nos parecemos más de lo que pensamos...

El Chorrillo, 20 de junio de 2024

Ayer mientras trepaba por las presas del Sputnik, a mi derecha me encontré a casi veinte metros sobre el suelo con X que, mucho más rápido que yo me daba alcance. X, en los días próximos entrará en los laberintos que para mí es “un fregao”, de abrir una vía en una pared que de sólo pensarlo me sucede lo mismo que cuando contemplo a Alex Hannold escalar sin cuerda a cuatrocientos metros de altura sobre la pared del Gran Capitán; me pone el sistema nervioso a cien. Estábamos ya cerca del final del top rope cuando se me ocurrió comentarle que esta mañana me había levantado nervioso y que la razón probablemente era pensar en mi próxima partida veraniega a Alpes. El día anterior había consultado el tiempo en Eisernerz, la localidad de destino en donde interrumpí el pasado año mi travesía de los Alpes Austriacos, y me había encontrado con el feo panorama de un tiempo pésimo sembrado de tormentas. Vamos, que ya me vi de repente metido yo mismo en otro fregao, fregao a mi medida, que empezó a ponerme nervioso. Las expectativas de pasar muchas semanas a merced de la meteorología y especialmente de las tormentas con el plus de la soledad y los muchos desniveles por acumular, ya estaban actuando sobre mi sistema nervioso unos cuantos días antes de mi partida. Como uno entiende que lo que le sucede a uno, a su sistema nervioso o a su ánimo, eso suponía yo de X, se lo pregunté; pero no, no, no me pone nervioso, contestó mientras alcanzaba la última presa y se disponía a soltarse de manos para iniciar el descenso.

Y la verdad es que admiro a las personas que asumen con tanta entereza riesgos que a mí me ponen los pelos de punta. Esta mañana sin más, mientras paseábamos Victoria y yo por la sala de exposiciones en la Casa Museo Julio Escobar con el amigo José Zalabardo, que exponía allí sus acuarelas (dejo más abajo la referencia de la exposición por si algún aficionado a la pintura se anima, que la muestra realmente bien merece un paseo hasta Los Molinos), le comentaba hablando de navegación, él un aficionado a la vela, de Julio Villar y de Silvia Vidal, de cuando estos parecían haber encontrado en el punto álgido de la incertidumbre un estado de perfecta armonía consigo mismo, con la naturaleza y con su sentido de la vida. Vivir en la incertidumbre de una noche en el mar, en medio del oleaje, a mí se me parece como una fantasía totalmente fuera de mi alcance. Navegué en una ocasión por el mar de Java, como simple viajero a bordo, una noche de oleaje no muy fuerte y desde entonces mi idilio y admiración por los navegantes o por aquellos que emprenden empresas desproporcionadas para mi mentalidad, es total… ¡quién pudiera!


Así que lo de hoy va de nervios, de quiero y no puedo, o de cuando quiero pero un enanito por dentro, el más reticente, te pide que dejes lo que te propones para otro momento. Un ejemplo clásico se daba en Galayos tiempo ha cuando me había propuesto el siguiente fin de semana escalar algo que estaba mucho más allá de mi zona de confort y cuando, ya metido en el saco, pensaba en la mañana siguiente, dos sentimientos contrapuestos me llegaban en la hora del sueño; mientras uno pedía buen tiempo para el día siguiente el otro, que luchaba todavía con la incertidumbre, deseaba en el fondo que la mañana siguiente amaneciera lloviendo.

Allá en el plano tierra, bajo la bóveda catedralicia del Sputnik, mientras descansaba de una de las trepadas, vi un rostro conocido que después de mirarlo dos veces no acaba de localizar en mi memoria, así que cuando éste se despidió de una moza con la que estaba charlando, me acerqué a él. Te conozco, pero ahora mismo no caigo, le dije. Será de viejo, contestó él bromeando. Justo entonces caí, ¿te llamas Fernando, verdad? Sí, contestó. Caí definitivamente, era Fernando Cobo. Ya nos habíamos tomado hacía semanas unas cervezas junto a Pedro Mateo en la cafetería del Sputnik, pero mi “excelente” memoria ya se sabe. Pues también conversando con Fernando la cosa se fue por los senderos de la incertidumbre más adelante cuando se incorporó a la charla José Manuel (Vinches), que por allí andaba él imitando a nuestros ancestros arriba y abajo, no en este caso en los árboles, pero como si lo fuera, porque seguro estoy de que nuestra afición a escalar proviene directamente de nuestros ancestros, de cuando ellos andaban por los árboles, que era nuestro estado natural en aquellos remotos tiempos.

El caso es que puesto a preguntarme por qué coño yo me pongo nervioso ante acontecimientos que lindan con mi zona de confort –dejando aparte esos casos especiales de los que se pasean por el Cerro Torre o la Oeste del Naranjo o navegan sin excesivos remilgos por esos mares de Dios– mientras que otros van por la vida, las montañas o los mares con la paz y el sosiego de quien cumple un hábito o da alas a su pasión sin por ello perder el sueño. Y lo que se me ocurre es que apañados estarían los chimpancés si cada vez que tuvieran que desplazarse de un árbol a otro experimentaran un subidón de adrenalina. Cuando vives en tu medio natural no puedes someter a tu organismo constantemente a estos chutes adrenalínicos, así que de hecho a la conclusión que llegaba es que tanto a Fernando Cobo como a Vinches la tranquilidad les debe venir de vivir constantemente en los árboles, que a mí gustándome los árboles, no es mi medio por naturaleza. Cojonudo. Se ve que tanto empacho de palabras ayuda a llegar a conclusiones, aunque estas no fueran otra cosa que palabras J.

No sé qué tienen tus ojitos que me vuelven loco, que me vuelven loco… cuando me miran muy poquito muy poquito a poco… días atrás escribía sobre cierto estado mental, ponerse en estado de disposición, de hacer, de disponer el espíritu para “algo” por venir, preámbulo ello para un proceso de creatividad; en el caso de hoy, esos leves nervios que llegan a mi organismo, vibran en una frecuencia que, siendo un pelín desagradable, lo que hace es ponerme también en estado de buena esperanza; y sabido es que cuando algo “te pone”, no quedan más cáscaras que tirar palante. Yo no me atrevería a decir que bienaventurados los que no se ponen nerviosos, que también tiene su gracia ponerse nervioso, dudar o no tener todas consigo. No sé qué tienen tus ojitos, esos montes, esas noches, esa incertidumbre… que me vuelven loco, que me vuelven loco…


2 comentarios: