El Chorrillo, 15 de abril de 2024
Terminé con Arrugas,
el cómic de Paco Roca, mientras pedaleaba sobre la bici estática. El sol
declinaba allá por Gredos aludiendo a tantos atardeceres contemplados desde sus
cumbres, una promesa más para los años por venir. Pero la novela gráfica, como
prefieren decir mis hijos porque así parece tener más empaque la cosa, puso inesperadamente en suspense el flujo de las
posibilidades de un futuro más lejano. Su temática, un director de una sucursal
bancaria que se hace mayor al que sus hijos ingresan en una residencia, una
panorámica sobre la vida en ese centro, el alzheimer, la degradación
subsiguiente y al final del relato, la nada.
Le comentaba esta noche a Victoria que cuando éramos más
jóvenes apenas nos enterábamos de que existía el cáncer, el alzheimer, tantas
enfermedades que dan al traste con la vida. Sucede diferente cuando te vas
haciendo mayor. Siempre hay uno, dos, tres amigos que han pasado un cáncer o
que incluso han fallecido; siempre sabes de alguien, vecino, amigo que ha
perdido el control de sí, la memoria, de alguien cuya conciencia navega
definitivamente en una espesa niebla. Hace años el documental de Maragall Bicicleta, cuchara, manzana, dedicado a
dar cobertura al proceso de la enfermedad en el antiguo alcalde de Barcelona,
ya me dejó algo tocado. ¿Quién muy avanzados ya los setenta no tiene lapsus,
pérdidas de memoria, esos síntomas que siendo corrientes en la edad madura a
uno le hacen pensar inevitablemente en la posibilidad de estar engendrando la
fatídica enfermedad, esa en la que uno poco a poco sin apenas darse cuenta va
perdiendo la conciencia de sí, la capacidad de orientación, va perdiendo el
sentido de la propia identidad, deja de reconocer a sus hijos, a su esposa, se
hace extremadamente violento…?
Escribí en muchas ocasiones sobre la muerte, aquello que
tanto cité de vive con un león, bebe tu
sake y cuando llegue la hora muere también como un león. Con los años uno
termina asimilando la muerte, cada vez con más certeza, como un proceso
natural. Nada nuevo bajo el sol. Y como tal no mucho que decir, las ganas de
llegar al último momento, si es posible, con la sonrisa en los labios y las
lágrimas en los ojos de puro agradecimiento a la vida que nos dio tanto. Lo que queda por medio, entre el hoy y ese instante,
es un tiempo que de ser coherentes con nuestros deseos de vivir cierto grado de
plenitud, nos debe obligar primero de todo a poner los medios habidos y por
haber para conservar la salud a todo trance. Es obvio, sin salud eres una puta
mierda, así que más vale ponerse las pilas, dejar a un lado determinados
alimentos, determinadas bebidas, determinados hábitos de comodidad y abrazar
consecuentemente el sano ejemplo de aquellos
sabios que en el mundo han sido, y siguen siendo, y no cito más a Carlos porque
ya está bien, qué coño, que todos sabemos lo que tenemos que hacer para estar
sanos, ejercicios, caminar, el yoga y la meditación a algunos les va muy bien,
tener al lado a alguien como mi chica que vigila y selecciona cuidadosamente todo
lo que comemos, mantener la curiosidad a tope, no perder ningún tren que se
ponga a tiro, en fin, andar despierto, muy despierto por la vida. Cosas que me
digo a mí mismo todos los días y que me obligan a pedalear, hacer ejercicios y
últimamente a subirme todas las tardes un rato por la fachada de mi casa.
Pues bien. Pues pese a todo, no hay manera de quitarse esa
espada de Damocles del alzheimer de encima. Hace algunos años estaba convencido
de que si un momento así llegaba, lo mejor era marcharse de este mundo, pero
ahora no lo tengo tan claro, porque tratándose de un proceso muy lento que
puede llevar muchos años antes de atravesar esa puerta que lleva a la nada y a
la pérdida de la conciencia y la memoria, uno quisiera consumir lo poco que le
quede de vida, esa cosa tan hermosa que nos hace temblar de emoción, de gozo,
de tristeza, de plenitud, de amor por los otros… uno quisiera consumirla hasta el
mismísimo último instante.
Y sin embargo ¿qué sucede en la mentalidad de las personas
diagnosticadas cuando saben que poco a poco se va a ir apagando la llama de su
conciencia? Saber que mañana te vas a despertar sin conocer quien eres, quién
es tu esposa, quién es tu mejor amigo, quiénes son tus hijos… ¡qué zozobra! En
un mundo honesto, realista y nada mojigato debería ser posible marcharse, sin
aspavientos, sin falsos sentimentalismos, con cariño, con amor por ellos, los que
se quedan, y por nosotros; debería ser posible marcharse cuando uno deja de ser
yo, un día que notas que definitivamente estás a punto de atravesar esa puerta. Yo, dueño de mi vida –el
Estado jamás debe arrogarse lo que yo deseo o no hacer con mi vida–, en pleno
uso de mis facultades etcétera, etcétera, etcétera…
Y pese a todo, ¡qué incertidumbre!
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