domingo, 31 de marzo de 2024

A las puertas del sueño

 

Sri Lanka, junio de 2007

El Chorrillo, 31 de marzo de 2024

Tengo una idea general de mis sensaciones de cientos de noches en mi tienda de campaña o en vivacs de altura, sin embargo siempre hay unas pocas que dominan con su presencia en mi memoria, incluso hay algunas específicas que me sirven para dormirme cuando tardo en sumergirme en el sueño. Cuando esto sucede me imagino concretamente ciertas noches de invierno pasadas en alguna cumbre de Gredos. Adopto entonces la posición usual en el saco de dormir, de lado, algo encogido, confortablemente acostado sobre el colchón de aire, la escarcha cubriendo el saco, por el agujero algunas estrellas, y recordando entonces cierro los ojos saboreando mi bienestar y mi soledad invernal y, como si estuviera en la calidez del útero materno, disfruto de mi bienestar recordando hasta quedar profundamente dormido.

Esta mañana me encontraba tendido en la alfombra haciendo mis ejercicios cuando vinieron a mí un par de recuerdos de este tipo, uno de ellos en la costa de Menorca que en aquella primavera circuncaminaba. Un circunstancia que me obligó a permanecer en la tienda durante día y medio soportando un fortísimo temporal que me hizo salir varias veces fuera para asegurar los tiros con grandes bloques de piedras. Fuera, el mar, a pocos metros, rugía con toda su fuerza. Tumbado en la alfombra, y mientras mis piernas levantaban una y otra vez los sacos de arena, pensaba en aquellas tantas horas tumbado en medio del temporal y dejaba a mi ánimo rescatar un poco de aquella felicidad lejana visualizándome en ella envuelto en los truenos, en el fragor de las olas, y sentía llegar a mí un pedacito de felicidad. Luego recordé otro día y medio del pasado verano en los Alpes Austriacos, allí era primero una prolongada tormenta y después sólo lluvia interminable en medio de una espesa niebla. Mirar el techo de la tienda, comprobar que no había ninguna vía de agua, y estar allí en la calidez del saco haciendo nada, simplemente dejando atravesar los poros de mis sentidos a los hechos de la mañana y de la noche en medio de esa nada que eran una hora tras otra hasta día y medio. Las sensaciones candentes, suavísimas en ocasiones, penetrando la piel por ósmosis e inundando mi cuerpo como si éste fuera una esponja.

Las experiencias y los recuerdos son múltiples a lo largo de la vida, sin embargo la reiteración con la que algunos se presentan en la memoria acaso hablen indirectamente de esa parte del yo que consideramos más nuestra y cercana a nuestro sentir. A veces el recuerdo nace de situaciones no agradables sino del estímulo que proviene de haber estado allí, una noche de invierno, por ejemplo, en una cima de los Montes Carpetanos en que la ventisca zarandeó mi tienda hasta casi llevársela por los aires. En este caso mi placer proviene simplemente de verme allí en un pequeño acto de supervivencia, las ráfagas de viento, el frío, la incertidumbre de si mi tienda volaría o no.

Cuando era niño y no me podía dormir, contaba corderitos, ahora, cuando esto sucede, me arrebujo en mis recuerdos, casi siempre recuerdos en un saco de dormir, y allí encuentro el calor de las sensaciones que me adentran poco a poco en los brazos del sueño. Por las mañanas, obligado a hacer unos ejercicios rutinarios que no requieren mi atención, sucede algo parecido. Hoy, tumbado sobre la alfombra de la cabaña, mis pensamientos me llegaban del otro lado de las montañas en una posición similar bajo el techo de una pequeña tienda donde tantas veces fui dichoso. Cabría dar la vuelta a aquel dicho de “de aquellos polvos estos lodos” para encontrar en muchos de los hechos del pasado las bondades del presente, incluso el hecho de poder dormirte con la sonrisa en los labios como bebé en el regazo de su madre acunado por el recuerdo de la placidez de una noche de vivac.

Dormirte envuelto en agradables recuerdos del pasado es entrar en los dominios del sueño como quien entra por aquella puerta encantada del relato de H. G. Wells. Es un momento sumamente interesante ese que precede inmediatamente al sueño, y cuando éste se hace esperar no existe mejor manera que mimarlo con instantes preciados de la memoria. Me he referido más arriba a esos tantos momentos de agraciadas vivencias bajo las estrellas o cobijado en la estrechez de una pequeña tienda en alta montaña, pero imagino que cada cual tendrá sus pequeños recursos para llenar el pensamiento en esos instantes previos al sueño. O incluso para intentar romper en algún momento la dura coraza de una esporádica noche de insomnio. El recuerdo de las amigas con las que compartiste lecho y caricias, que probablemente te lleve a la intimidad de una pausa antes de cerrar los ojos definitivamente, la memoria de algunos días de la niñez, el recuerdo de mamá, el de aquella novia perversa que tanto quisiste; o es probable que tu pensamiento vuele a la lejana Lombardía donde estudiaste y compartiste la vida y juventud con un primer amor.

Qué maravilla la memoria y qué grato encontrar en la orilla del sueño el brazo amigo de tu propio yo, los otros yos, la vida palpitante de instantes que son tú, tu yo de brazos abiertos abarcando aquí y allá pequeños retazos de la propia existencia.

 

 

 


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