miércoles, 16 de noviembre de 2022

Entre la contemplación y la necesidad de negar las carreras multitudinarias en la sierra

 

Esta imagen ha aparecido varias veces en mis escritos. La tengo clavada en el alma. El abrigo fue destruido por la estúpida decisión del gestor del Parque de la Pedriza. Por sus hechos los conoceréis.


El Chorrillo, 17 de noviembre de 2022

 

Me pregunto si la contemplación no será el estado natural por excelencia. Termino de comer, me bajo a la cabaña, miro por la ventana: llueve, el viento bambolea las ramas de los árboles. ¿Debería ponerme a leer, entretenerme en alguna tarea casera, cualquier otra cosa…? ¿Por qué llenar el momento con otros mundos, una novela, música, alguna tarea, si contemplar, mirar lo que hay más allá de mi ventana es tan atractivo? Contemplar lo que sucede a mi alrededor, lo que se mueve dentro de mí, seguir con la mirada esas gotas de agua sobre el cristal donde se refleja el mundo al revés y verlas resbalar sobre el vidrio.

Tiempo de lluvias. Y pensar en la vida de más arriba el país, allá por el norte de donde acabo de regresar, en esas pequeñas aldeas donde el humo de las chimeneas se paseaba perezoso por encima de los tejados de pizarra, recordar ese tétrico lugar rodeado de viento y niebla en que pernocté hace un par de días. O no pensar y dejarse llevar por el caprichoso derrotero de la memoria. Nothing, rien, nada, mirar tras los cristales, acaso dejarse llevar cuando una cierta indolencia se apodere de mis párpados.

No voy a bodas ni asisto a acontecimientos especiales que me obligasen a vestir de cierto modo, así que la ropa que utilizo me dura siglos; pero hace poco me cansé de llevar siempre lo mismo y me he comprado para estar en casa una camisa de franela a cuadros amarillos y negros, de esas que llaman de leñador, y un pantalón de chándal rojo burdeos. Y tan poco acostumbrado a vestir ropa nueva estoy que me siento de estreno, a gusto con lo puesto. Total, que sumido en la placidez de después de la comida, especulando si debo o no subirme los bajos de los pantalones del chándal termino durmiéndome.

Y mal hecho, porque a las redes debo acceder sólo de higos a brevas y sólo cuando tengo algo que decir, cuando me desperté se me ocurrió mirar a ver si había algo que comentar en FB. Lo había, dos largos textos relacionados con mi última entrada en que aplaudía la decisión de los tribunales de anular un artículo de la regulación del PN de Guadarrama que permitía las actividades deportivas multitudinarias. Total, que tuve que salir de ese hacer nada en que me había sumido mientras la lluvia repiqueteaba en los cristales, un dolce far niente, justo, por demás, después de dos semanas de andar subiendo y bajando montes y luchando en sus cumbres con un viento a veces escalofriante toda la noche. Los comentarios pertenecían a Pedro Nicolás y a José Luis Ibarzábal. Al que esté interesado en los comentarios de Pedro y José Luis le remito a mi entrada de ayer (link). Mi animadversión con los gestores de la sierra de Guadarrama, eso que llaman el PN y Parque Regional de la Pedriza, ya la he volcado en mis post suficientemente; no es cosa de repetirse. El hecho más sangrante lo tengo tan dentro que estoy en la tentación de volver a denunciarlo; a saber, la destrucción por los responsables del parque del abrigo más lindo y encantador de todo el Sistema Central; ello después de medio siglo de existencia en que la vegetación, las enredaderas y toda la naturaleza circundante se habían puesto de acuerdo para conjuntamente hacer de ese lugar un milagro de belleza y paz. Pues bien, llegó el gestor del parque de la Pedriza y sus bomberos del Fahrenheit 451 y lo destruyeron todo. Un acto que da cuenta de la inteligencia y la estupidez de alguno de los gestores que tenemos. No siguieron con la destrucción del chozo de la Kindelan de milagro.

Resumiendo, a instancia de un grupo ecologista el  Tribunal Superior de Justicia de Madrid anula a partir de ahora la celebración de estas pruebas; de lo cual me alegro. Reitero aquí las razones y mi respuesta a los comentarios de José Luis y Pedro sobre el asunto:

Hay varios asuntos que aparecen en vuestra argumentación. Voy por partes.

Sobre la conveniencia o no de celebrar carreras multitudinarias en Guadarrama: Con o sin ecologistas por medio, esos fundamentalistas que a mí tampoco me gustan, entiendo que ese tipo de eventos, las carreras multitudinarias, no deben darse en la montaña. A ello me referí en algún lejano texto mío, que sería incapaz de encontrar, y que escribí a raíz, creo, de la última carrera organizada por Peñalara. En aquel texto me dirigía a los responsables de Peñalara para que reconsideraran la conveniencia de dejar de convocar tales actividades. Allí hablaba algo poéticamente de la Naturaleza como un ser vivo que no merece trato semejante. La Naturaleza no es un estadio, es la fuente del silencio interior, de nuestro gozo, nuestro encuentro con la belleza, es nuestro encuentro personal con lo mejor que pueda darnos este planeta que habitamos los sapiens. Por tanto, con toda claridad: No a las actividades deportivas multitudinarias. Noes que igualmente deberían gritarse ante todo tipo de instancias para detener la Hipocresía Generalizada del Sistema que, teniendo la sartén por el mango, con su anuencia degrada salvajemente valles, glaciares y entornos en Alpes, Pirineos y allá donde la influencia mediática del dinero haga su presencia, y que después se anda con tiquismiquis porque alguien en invierno a 2000 metros de altura ponga una tienda para protegerse del frío o las inclemencias del tiempo. Protegerse del frío o las inclemencias del tiempo, un derecho inalienable que nadie puede negar a un ser humano aquí ni en China.

Otro asunto. El que Peñalara proceda, haya procedido, de manera inadecuada, según mi parecer, no va en absoluto en desdoro de su buen ganado prestigio en el ámbito de las actividades de montaña a lo largo de tantos años. Entiendo simplemente que se equivocan en este caso concreto al convocar actividades deportivas multitudinarias en Guadarrama, porque de un modo u otro perturban el entorno y contraviene ese clima necesario de paz y silencio que todos buscamos cuando nos arrullamos al calor de la Naturaleza.

Sobre los vivacs. Pedro se refiere al esfuerzo que ha hecho Peñalara para hacer posible el vivac en nuestra sierra a partir de 2000 metros y que también anula la decisión del Tribunal, lo que remite a una normativa anterior más restrictiva que sitúa esta altura mínima en los 2100 metros (así funciona el cerebro de esta gente de despacho que en su vida ha hecho un vivac… de pena). Le escribía a Pedro que agradecido estoy en todo caso por el esfuerzo que haya podido hacer Peñalara ante las instancias de la Hipocresía Generalizada, sobre el asunto. Algo, lo de que en un principio quisieran prohibir sin más en nuestra sierra el vivac, que lo único que demuestra es que los responsables del P.N. tienen sobre sí un índice de ineptitud y falta de respeto por las minorías que les imposibilita para comprender cuestiones de índole muy elemental.

Le comentaba también que después de más de medio siglo de relación amorosa con la montaña, ahora mi vida encarrilada ya hacia el final, tenía que comprender que me pase por el forro cualquier tipo de prohibición relacionado con esa relación que mantenemos yo y la montaña. Algo así como si el Sistema quisiera meter las narices en la intimidad de mi relación amorosa, sí ;-). La vida y los años terminan por enseñarte que la hipocresía y el dislate impregnan con excesiva frecuencia las instituciones, por lo que es necesario hacer un ejercicio de racionalidad, un respetuoso ejercicio de racionalidad, para sopesar lo que uno puede o no hacer en relación con cualquier tipo de normativa, asumiendo, por supuesto, la responsabilidad que se pueda derivar de ello.

No voy a referirme a las obviedades que se derivan de un planteamiento en el que cada uno hiciera lo que le da la gana, que sería harina de otro costal, que es claro que media humanidad deseosa de ver la Gioconda no cabe en el Louvre y que algo habrá que hacer llegado el caso. Comentaba a Pedro que he visitado parques nacionales de todo el mundo, desde el de Denali al norte de Alaska hasta los de las antípodas en la lejana Nueva Zelanda y puedo asegurar que cuando observo el comportamiento de algunos gestores de nuestros parques tengo la impresión de que son unos completos catetos al servicio de un dudoso bien público en cuyas agendas no existen los derechos de las minorías.

Es cuanto menos preocupante que se tenga que llegar a los tribunales para mediar entre el derecho al libre y tradicional disfrute de la montaña, escribía José Luis, al que no le gusta este tipo de ecologistas de nueva corte que más pueden parecen fanáticos de procedencia islámica que otra cosa. Bueno, digo yo, como decía el estadista chino, lo importante no es el color del gato sino si caza o no caza ratones. Ahora necesitamos otro gato que devuelva la cordura a su sitio y enseñe a los gestores de todo tipo a respetarnos.

La suave ironía de parte de mi texto es tan solo un guiño ante aquellos que de sobra saben qué se cuece en tanto despacho enmoquetado.


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