sábado, 11 de diciembre de 2021

La ternura, las montañas, asuntos con que comenzar el día.

 



El Chorrillo, 12 de diciembre de 2021

 

Me había despertado sobre las once de la mañana, ese tributo que pago a mi afición a trasnochar, y remoloneaba en la cama al calor del sol que ya entraba por mi ventana y, antes de levantarme, había tomado el teléfono a ver qué novedades me ofrecía el aparatito. Lo primero que me encontré fue un guasap con un vídeo de Daniel Orte Menchero que hablaba de ellas, las montañas. Yo había escrito hace  tiempo un post que llevaba ese título: Ellas. Ellas entonces era las féminas, ese capricho de Yahvé que llenó de lozanía y de pasiones el mundo. Belleza, expectativas, amor, ternura, fuerza; aquellas con las que compartimos nuestras vidas. Y no sé bien por qué ese “ellas” tan familiar con que hoy el vídeo de Daniel comenzaba: “Ellas siempre estuvieron allí”, hablando de las montañas, me sugirió la idea de que ambas constituyen el principio y el fin de muchos de nuestros esenciales anhelos.

Lo segundo que encontré fue un post de mi nuerísima Malela que hablaba de besos y abrazos, esos besos y abrazos que todos guardamos en esperanzados cajones y que bullen en el interior de nuestra intimidad inquietos por salir a estrechar el cuerpo de seres queridos y amigos después de dos años. Pero es que a Malela, de lo que verdaderamente le apetecía hablar, decía, era de ternura, que a través de un comentario de una de sus amigas terminó llevándome al discurso de aceptación de la premio Nóbel Olga Tokarczuk cuyo contenido estaba plenamente impregnado de esa ternura que Malela había dejado en puntos suspensivos. Ternura, esa herramienta milagrosa, diría la escritora, que es el medio más sofisticado de comunicación humana.

Recuerdo una vez viajando en el Transiberiano que me enamoré de una chinita (jajaja… ¿otra vez?, me dice Victoria cuando mira estas líneas. Pero si ya lo has contado un millón de veces… En fin, qué le vamos a hacer. Es que hoy va de ternura, ¿sabes?, le respondo. Además, no voy a contar la historia, leñe…). Anduve un par de días haciéndole la corte y me hubiera encantado en aquella ocasión que me acompañara toda una noche en mi litera; se lo propuse, pero declinó mi oferta; la litera de un tren atravesando Siberia no debió de parecerle el lugar más adecuado para pasar la noche, ello sin contar la estrechez de la misma :-). Pero más tarde, poco después de abandonar la frontera rusa, cuando ella al final se bajó en Harbin y nos despedimos, ese día y los posteriores, mientras viajábamos por Manchuria viví profundamente una sensación de ternura que me desbordaba por dentro; apareció en mí como una visita totalmente inesperada que me inundaba a lo largo de todo el día. La ternura siempre me ha parecido uno de los sentimientos más, ¿cómo decir?, que muestran esa parte de nuestro ser que, ajena a la razón, delata uno de los aspectos más candentes y sensibles de nuestra humanidad, una hondura que acaso ni siquiera sospechamos y que delata en nosotros un inmenso caudal de empatía con los otros, con algunos otros. En aquella ocasión descubrí que la ternura es algo mucho más profundo y se extiende a mucha más gente de la que yo imaginaba. Resultó que mi cuerpo sabía mucho más que yo mismo.

La ternura es un profundo sentimiento que nos relaciona con otro ser por razones muy diferentes; la fragilidad, el cariño espontáneo o cualquier otro factor que nos hermana con los demás tiene el carácter indefinible de las preguntas sin respuesta. De repente sientes que los ojos se te humedecen, que algo entre el otro, los otros, y tú ha sucedido y enseguida sientes esa necesidad inaplazable del abrazo de oso que acaso sea la manifestación más genuina de nuestra recíproca ternura.

En fin, que pintaba bien el día, que me levanté un poco tocado por la gracia de esas dos ideas, la ternura por un lado, que se me antojaba una preciada planta necesitada de todos los cuidados, y ella, la montaña, esas mismas benditas cumbres, valles, bosques que habrán de alimentar tantos años de la vida. Durante el día reenvié el vídeo de Daniel a unos pocos amigos y así tuvimos una buena disculpa para decirnos: ¡Hola!, ¿estás ahí? Recibe un fuerte abrazo, nos vemos. Desde Jaca me llegó una bonita trepada del amigo Toti; de Alicante, José Manuel, que celebraba el día de la montaña con un amigo en una pared llena de sol, me mandó también unas fotos; me llegó un saludo del Valle de Arán del amigo Ignacio y con algunos más intercambié cordiales felicitaciones de cumpleaños, esos años en que recorriendo y escalando montañas forjamos nuestra amistad. Me hace cierta gracia eso de que cada día del año esté dedicado a algún tipo de efeméride; ni idea que existiera un día dedicado a la montaña, pero bienvenido sea si sirvió para saludarnos de una a otra parte del país.

El día se acaba y la luna vuelve a rular sobre el cielo de nuestra casa. Hace bueno, incluso algún mosquito anda zumbando por mi cabaña, señal fiable de que mañana, hoy en realidad, tendremos buena temperatura, cielo despejado y será posible volver a tocar la nieve y dedicar un rato a contar estrellas en alguna cumbre de Guadarrama.

 


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