El Chorrillo, 12 de diciembre de 2021
Me había despertado sobre las once de la mañana, ese
tributo que pago a mi afición a trasnochar, y remoloneaba en la cama al calor
del sol que ya entraba por mi ventana y, antes de levantarme, había tomado el
teléfono a ver qué novedades me ofrecía el aparatito. Lo primero que me
encontré fue un guasap con un vídeo de Daniel Orte Menchero que hablaba de
ellas, las montañas. Yo había escrito hace
tiempo un post que llevaba ese título: Ellas. Ellas entonces era las féminas, ese capricho de Yahvé que
llenó de lozanía y de pasiones el mundo. Belleza, expectativas, amor, ternura,
fuerza; aquellas con las que compartimos nuestras vidas. Y no sé bien por qué
ese “ellas” tan familiar con que hoy el vídeo de Daniel comenzaba: “Ellas
siempre estuvieron allí”, hablando de las montañas, me sugirió la idea de que
ambas constituyen el principio y el fin de muchos de nuestros esenciales
anhelos.
Lo segundo que encontré fue un post de mi nuerísima Malela
que hablaba de besos y abrazos, esos besos y abrazos que todos guardamos en
esperanzados cajones y que bullen en el interior de nuestra intimidad inquietos
por salir a estrechar el cuerpo de seres queridos y amigos después de dos años.
Pero es que a Malela, de lo que verdaderamente le apetecía hablar, decía, era
de ternura, que a través de un comentario de una de sus amigas terminó
llevándome al discurso de aceptación de la premio Nóbel Olga Tokarczuk cuyo
contenido estaba plenamente impregnado de esa ternura que Malela había dejado
en puntos suspensivos. Ternura, esa herramienta milagrosa, diría la escritora,
que es el medio más sofisticado de comunicación humana.
Recuerdo una vez viajando en el Transiberiano que me
enamoré de una chinita (jajaja… ¿otra vez?, me dice Victoria cuando mira estas
líneas. Pero si ya lo has contado un millón de veces… En fin, qué le vamos a
hacer. Es que hoy va de ternura, ¿sabes?, le respondo. Además, no voy a contar
la historia, leñe…). Anduve un par de días haciéndole la corte y me hubiera
encantado en aquella ocasión que me acompañara toda una noche en mi litera; se
lo propuse, pero declinó mi oferta; la litera de un tren atravesando Siberia no
debió de parecerle el lugar más adecuado para pasar la noche, ello sin contar
la estrechez de la misma :-). Pero más tarde, poco después de abandonar la
frontera rusa, cuando ella al final se bajó en Harbin y nos despedimos, ese día
y los posteriores, mientras viajábamos por Manchuria viví profundamente una
sensación de ternura que me desbordaba por dentro; apareció en mí como una
visita totalmente inesperada que me inundaba a lo largo de todo el día. La
ternura siempre me ha parecido uno de los sentimientos más, ¿cómo decir?, que
muestran esa parte de nuestro ser que, ajena a la razón, delata uno de los
aspectos más candentes y sensibles de nuestra humanidad, una hondura que acaso
ni siquiera sospechamos y que delata en nosotros un inmenso caudal de empatía
con los otros, con algunos otros. En aquella ocasión descubrí que la ternura es
algo mucho más profundo y se extiende a mucha más gente de la que yo imaginaba.
Resultó que mi cuerpo sabía mucho más que yo mismo.
La ternura es un profundo sentimiento que nos relaciona
con otro ser por razones muy diferentes; la fragilidad, el cariño espontáneo o
cualquier otro factor que nos hermana con los demás tiene el carácter
indefinible de las preguntas sin respuesta. De repente sientes que los ojos se
te humedecen, que algo entre el otro, los otros, y tú ha sucedido y enseguida
sientes esa necesidad inaplazable del abrazo de oso que acaso sea la
manifestación más genuina de nuestra recíproca ternura.
En fin, que pintaba bien el día, que me levanté un poco tocado
por la gracia de esas dos ideas, la ternura por un lado, que se me antojaba una
preciada planta necesitada de todos los cuidados, y ella, la montaña, esas
mismas benditas cumbres, valles, bosques que habrán de alimentar tantos años de
la vida. Durante el día reenvié el vídeo de Daniel a unos
pocos amigos y así tuvimos una buena disculpa para decirnos: ¡Hola!, ¿estás
ahí? Recibe un fuerte abrazo, nos vemos. Desde Jaca me llegó una bonita trepada
del amigo Toti; de Alicante, José Manuel, que celebraba el día de la montaña
con un amigo en una pared llena de sol, me mandó también unas fotos; me llegó
un saludo del Valle de Arán del amigo Ignacio y con algunos más intercambié
cordiales felicitaciones de cumpleaños, esos años en que recorriendo y
escalando montañas forjamos nuestra amistad. Me hace cierta gracia eso de que
cada día del año esté dedicado a algún tipo de efeméride; ni idea que existiera
un día dedicado a la montaña, pero bienvenido sea si sirvió para saludarnos de
una a otra parte del país.
El día
se acaba y la luna vuelve a rular sobre el cielo de nuestra casa. Hace bueno,
incluso algún mosquito anda zumbando por mi cabaña, señal fiable de que mañana,
hoy en realidad, tendremos buena temperatura, cielo despejado y será posible
volver a tocar la nieve y dedicar un rato a contar estrellas en alguna cumbre
de Guadarrama.
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