El
Chorrillo, 21 de septiembre de 2020
En
pasados días tropecé con una entrada en FB sobre la que acaso merezca la pena
reflexionar. La entrada, que en realidad es un pie de foto a la imagen de más
arriba, decía lo siguiente: “Angela Merkel vuelve del mercado con su marido
después de comprar ella misma. Vive en un apartamento entre vecinos normales. Merkel
no recibe ningún servicio gratuito del Estado y no toma nada gratis. Sin
alojamiento, sin electricidad, sin gas, ni agua, ni siquiera llamadas
telefónicas gratuitas del presupuesto alemán. Esta mujer tiene los mismos
derechos y obligaciones que cualquier simple ciudadano alemán. Compra ella
misma, conduce su auto, paga sus impuestos. Y si comete una multa, paga su
valor de su bolsillo. Un fotógrafo de prensa de Angela Merkel dijo: Recuerdo
que una vez le tomé una foto con el mismo vestido hace diez años. Ella le dijo:
soy un servidor público para el pueblo alemán, no una modelo.”
No
sé si son ciertas todas las afirmacies que se hacen aquí de Angela Merkel en la
cita anterior pero el simple hecho de que un comportamiento así llame la
atención de cualquiera ya es un indicación de que vivimos en un mundo en el que
se han pervertido muchas cosas. No han habituado desde siglos atrás a pensar que
los políticos de alto nivel, y no sólo los políticos, tienen por el hecho de
ocupar cargos de relevancia en la administración de un país, el derecho a un
puñado de prerrogativas sobre el resto de los mortales que de examinarse de
cerca y con toda objetividad especialmente cuando vemos una fotografía del
presidente de Portugal en Bermudas a la cola de las cajas de un supermercado o
leemos la cita de más arriba sobre Ángela Merkel, nos hacen caer en que la incidencia
que tiene sobre el ciudadano corriente esta especie de deferencia de clase es
abrumadora. Reyes, aristócratas, clases sociales altas se han revestido a lo
largo de la historia de un rango tan por encima de los simples mortales de a
pie, que cuando vemos eso, al presidente de Portugal en Bermudas a la cola de
un supermercado, la cosa corre por las redes sociales como la pólvora, como si
lo que hubiéramos descubierto frente a la caja del súper hubiera sido un
extraterrestre.
Las
diferencias de clase, enquistadas en la mentalidad colectiva como un lavado de
cerebro, como sucedió con el franquismo que sigue prolongando sus creencias
entre muchas capas populares que indefectiblemente siguen votando un franquismo
a ultranzas, como sucedió en
Los
brahmanes, los aspirantes a ser la clase dominante, inventaron las castas en
Recuerdo
un largo viaje en tren en India entre Ahmedabad y Calcuta en que Victoria y yo
compartimos asientos próximos con un viajero dalit, la clase de los intocables.
Fueron dos días de viaje y en muchas ocasiones volvimos una y otra vez al mismo
asunto, la ciega creencia de aquel hombre en su condición de casta basura y la
aceptación de su condición nos soliviantaba a Victoria y a mí. Inútil el trabajo
que empleamos en intentar convencer a aquel hombre de que su condición de paria
era una mera fantasía que habitaba en su cerebro y nada más. La historia de las
castas consolidadas durante tantos siglos hacía inocuo cualquier intento de
hacer comprender a aquel hombre de la igualdad de todos los seres humanos.
Obviamente
no voy a comparar ni intentar deducir nada de esto, pero ahí está ese aire que
corre por los vientos de la historia y por la realidad social y política de la
modernidad en donde hábitos de formas de vestir, condición social, prestigio,
fama, poder económico o político, invisten aún hoy a determinadas personas de
cierto halo de exclusividad, de derechos, de intocabilidad tal que hace que de
alguna manera podamos hablar, sí, todavía hoy, de castas. Una exalcaldesa,
esposa de un señor que casa a su hija en palacio de El Escoria con un millar de
invitados (no se dice quién paga eso), que se va a arreglar el pelo en un coche
oficial, un señor Sánchez que vive en un palacio, un rey que no es rey que
tendría que estar en la cárcel pero que como etc., montones de cargos políticos
que usan los coches oficiales para asuntos privados, un rey que vive en otro
palacio y cobra un montón de pasta y que no tiene que justificar en absoluto, políticos
a gogo, tres veces más numerosos que en Alemania y diez veces más que en EEUU,
que parecen haber inventado un sistema para dar “trabajo” al mayor número
posible de socios de su partido político. Vamos, una desvergüenza nacional pero
a la que parece que nos hemos habituado con el tiempo y que hoy, a la vista del
comportamiento de la señora Merkel y el señor Rebelo de Sousa en la cola del
supermercado, aparece descaradamente como una estafa al sentido común y a los
presupuestos del Estado.
A
veces tengo la sensación de que España es un país totalmente subdesarrollado
cultural y políticamente. Y mucha, mucha culpa de ello la tienen los políticos
interesados en cebar bien sus bolsillos y en rodearse de una cantidad de
prerrogativas, incluidas las de inmunidad, que cualquier persona medianamente
honesta detestaría. También están los otros, los ciudadanos bestias y analfabetos, claro.
¿Se imagina alguien a un numeroso grupo de alemanes bajo las ventanas del
vicepresidente del gobierno alemán dando la murga por turnos durante meses?
Primero por los subnormales que tal hacen y después por los jueces que lo
permiten. País, sí, donde las castas, incluidos los que años atrás tenían esta
palabra continuamente en los labios, no sólo siguen vigentes, sino donde además
parece que sigamos considerando lógicos los tantos privilegios que los políticos
se arrogan.
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