domingo, 20 de septiembre de 2020

Ángela Merkel, un ejemplo para nuestra clase política

 



El Chorrillo, 21 de septiembre de 2020

 

En pasados días tropecé con una entrada en FB sobre la que acaso merezca la pena reflexionar. La entrada, que en realidad es un pie de foto a la imagen de más arriba, decía lo siguiente: “Angela Merkel vuelve del mercado con su marido después de comprar ella misma. Vive en un apartamento entre vecinos normales. Merkel no recibe ningún servicio gratuito del Estado y no toma nada gratis. Sin alojamiento, sin electricidad, sin gas, ni agua, ni siquiera llamadas telefónicas gratuitas del presupuesto alemán. Esta mujer tiene los mismos derechos y obligaciones que cualquier simple ciudadano alemán. Compra ella misma, conduce su auto, paga sus impuestos. Y si comete una multa, paga su valor de su bolsillo. Un fotógrafo de prensa de Angela Merkel dijo: Recuerdo que una vez le tomé una foto con el mismo vestido hace diez años. Ella le dijo: soy un servidor público para el pueblo alemán, no una modelo.”

No sé si son ciertas todas las afirmacies que se hacen aquí de Angela Merkel en la cita anterior pero el simple hecho de que un comportamiento así llame la atención de cualquiera ya es un indicación de que vivimos en un mundo en el que se han pervertido muchas cosas. No han habituado desde siglos atrás a pensar que los políticos de alto nivel, y no sólo los políticos, tienen por el hecho de ocupar cargos de relevancia en la administración de un país, el derecho a un puñado de prerrogativas sobre el resto de los mortales que de examinarse de cerca y con toda objetividad especialmente cuando vemos una fotografía del presidente de Portugal en Bermudas a la cola de las cajas de un supermercado o leemos la cita de más arriba sobre Ángela Merkel, nos hacen caer en que la incidencia que tiene sobre el ciudadano corriente esta especie de deferencia de clase es abrumadora. Reyes, aristócratas, clases sociales altas se han revestido a lo largo de la historia de un rango tan por encima de los simples mortales de a pie, que cuando vemos eso, al presidente de Portugal en Bermudas a la cola de un supermercado, la cosa corre por las redes sociales como la pólvora, como si lo que hubiéramos descubierto frente a la caja del súper hubiera sido un extraterrestre.

Las diferencias de clase, enquistadas en la mentalidad colectiva como un lavado de cerebro, como sucedió con el franquismo que sigue prolongando sus creencias entre muchas capas populares que indefectiblemente siguen votando un franquismo a ultranzas, como sucedió en la India cuando la clase privilegiada de los brahmanes diseñaron un sistema de castas, como sucede en nuestra historia más o menos reciente en donde la aristocracia o la burguesía reproducen en cierto modo un sistema de castas, sigue en nuestros días esa vieja tradición en donde reyes y políticos se arrogan unas prerrogativas sobre el resto de los ciudadanos que, vistos en la objetividad de un sistema democrático en donde en teoría todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, parecen totalmente desfasados y arbitrarios.

Los brahmanes, los aspirantes a ser la clase dominante, inventaron las castas en la India, tejieron y tejieron historias que respaldaran su invento; los de a pie, los de siempre, les creyeron y aún hoy en día esta clase social, los dalits o parias, no sólo son los que limpian las letrinas de sus amos sino que además es la única clase social que jamás tendrá acceso al nirvana, punto último en la rueda de las reencarnaciones a la que aspiran los hindúe. La rueda de la vida o “samsara”, conectada al concepto de karma (la consecuencia de nuestras acciones), señalan un camino tan tortuoso a esta clase social que prácticamente es condenada durante toda su existencia y sucesivas reencarnaciones a vivir bajo la tutela de las clases superiores que relegan a aquellos a los trabajos más marginales; los granjeros pobres, los jornaleros sin tierra, los artesanos callejeros, los lavanderos de ropa, etc.

Recuerdo un largo viaje en tren en India entre Ahmedabad y Calcuta en que Victoria y yo compartimos asientos próximos con un viajero dalit, la clase de los intocables. Fueron dos días de viaje y en muchas ocasiones volvimos una y otra vez al mismo asunto, la ciega creencia de aquel hombre en su condición de casta basura y la aceptación de su condición nos soliviantaba a Victoria y a mí. Inútil el trabajo que empleamos en intentar convencer a aquel hombre de que su condición de paria era una mera fantasía que habitaba en su cerebro y nada más. La historia de las castas consolidadas durante tantos siglos hacía inocuo cualquier intento de hacer comprender a aquel hombre de la igualdad de todos los seres humanos.

Obviamente no voy a comparar ni intentar deducir nada de esto, pero ahí está ese aire que corre por los vientos de la historia y por la realidad social y política de la modernidad en donde hábitos de formas de vestir, condición social, prestigio, fama, poder económico o político, invisten aún hoy a determinadas personas de cierto halo de exclusividad, de derechos, de intocabilidad tal que hace que de alguna manera podamos hablar, sí, todavía hoy, de castas. Una exalcaldesa, esposa de un señor que casa a su hija en palacio de El Escoria con un millar de invitados (no se dice quién paga eso), que se va a arreglar el pelo en un coche oficial, un señor Sánchez que vive en un palacio, un rey que no es rey que tendría que estar en la cárcel pero que como etc., montones de cargos políticos que usan los coches oficiales para asuntos privados, un rey que vive en otro palacio y cobra un montón de pasta y que no tiene que justificar en absoluto, políticos a gogo, tres veces más numerosos que en Alemania y diez veces más que en EEUU, que parecen haber inventado un sistema para dar “trabajo” al mayor número posible de socios de su partido político. Vamos, una desvergüenza nacional pero a la que parece que nos hemos habituado con el tiempo y que hoy, a la vista del comportamiento de la señora Merkel y el señor Rebelo de Sousa en la cola del supermercado, aparece descaradamente como una estafa al sentido común y a los presupuestos del Estado.

A veces tengo la sensación de que España es un país totalmente subdesarrollado cultural y políticamente. Y mucha, mucha culpa de ello la tienen los políticos interesados en cebar bien sus bolsillos y en rodearse de una cantidad de prerrogativas, incluidas las de inmunidad, que cualquier persona medianamente honesta detestaría. También están los otros, los ciudadanos bestias y analfabetos, claro. ¿Se imagina alguien a un numeroso grupo de alemanes bajo las ventanas del vicepresidente del gobierno alemán dando la murga por turnos durante meses? Primero por los subnormales que tal hacen y después por los jueces que lo permiten. País, sí, donde las castas, incluidos los que años atrás tenían esta palabra continuamente en los labios, no sólo siguen vigentes, sino donde además parece que sigamos considerando lógicos los tantos privilegios que los políticos se arrogan.




 

 

 

 

 


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