lunes, 13 de abril de 2020

¡¡Gordaaaa!!: ¡Os quiero!



El Chorrillo, 13 de abril de 2020

Esta mañana mirar la prensa y su eterna y acaso necesaria reiteración, me invitaban a guardar silencio, pero cuando ya iba a apagar el ordenador di con una entrada de mi amigo Antonio Montes que él replicaba con un “¡¡¡ Que no tengo tiempo ¡¡¡ ¿Qué quieres?” y después de compartirla cambié de opinión. Ese no tengo tiempo, no quieras entretenerme con gilipolleces, fue la invitación a que volviera dócilmente al teclado del ordenador para escribir sobre la parte superior de la pantalla ese “no tengo tiempo”. Me ronda…
(Un momento. Vuelvo; escribiendo ese “Me ronda…” del párrafo anterior había levantado la vista y me encontré con un mirlo que andaba bañándose estrepitosamente al pie de las camelias que florecen estos días frente a mi ventana. Tuve que salir disparado a por la cámara. Pese a la tela mosquitera creo que la toma salió; luego veré. Hacía tiempo que no venían los gorriones o los mirlos a bañarse frente al miradero de mi mesa de trabajo. Siempre son un espectáculo. Lo son también los gorriones cuando en el calor de la siesta del verano vienen todos a uno a chapuzarse en los aspersores que tengo enfrente y debo dejar lo que estoy haciendo para contemplar su algarabía que siempre era como un día de piscina cuando de niños pasábamos horas haciendo aguadillas en el río.)



No me vengas con tonterías, estoy ocupado, me llenan otras cosas, por ejemplo, el primer guasap que me entró esta mañana en el teléfono y que ya levantó un hilo de emoción en mí. Era una foto de mi hija tres pisos más abajo en la calle Mesón de Paredes dando los buenos días a mi hijo, su chica y mi nieta cuando volvía de la compra. Mi hijo Guille tomó la instantánea desde el balcón. Sólo eso. Nos guasapeamos, cada pocos días hablamos por videoconferencia, estamos bastante cerca toda la familia, pero verla esta mañana con la mascarilla tirando del carro de la compra, la calle desierta y la mirada puesta en el balcón donde asomarían Guille, Rosa y Ainara para responder a su buenos días, me emocionó. Le pedí a mi hijo que me enviara el original. Cuando esto pase haré una copia en 50x60 de ella y la colgaré en las paredes de nuestra casa en un lugar que me recuerde a cada momento ese pedazo de emoción que me provocó esta mañana contemplarla sobre la pantalla del teléfono.




La epidemia, la separación, ese confinamiento que en caso de que alguno de nosotros caiga enfermo nos impedirá la compañía de los otros, su calor cercano, crean un clímax en mi interior que me hace propenso a las emociones (Hoy el mirlo parece querer hacerme compañía durante toda la tarde. Ayer corté el césped con la desbrozadora, el cortacésped se chingó, y el suelo está cubierto por la hierba cortada entre la cual el mirlo parece estar encontrando un suculento manjar. Por cierto, las rosas junto a las camelias, un poco más acá del césped, están a punto de reventar ya, dentro de unos días toda la parcela estará inundada por la fragancia de los rosales que trepan por la fachada de nuestra casa o que crecen dispersos por acá o por allá monopolizando la engalanadura de nuestro entorno). La propensión a ver en los actos del prójimo un hecho de conmovida humanidad parece como si estuviera ahí a la que salta.
Por ejemplo ese individuo que sale en un vídeo a tirar la basura a los contenedores más próximos, pero antes deja la bolsa en el suelo, y hace una puesta en escena con un ballet que los vecinos aplauden con vivas desde sus balcones; por ejemplo, esa generosidad que desbordan los balcones con su agradecimiento. Bueno, y todo lo demás que ya sabemos y que venimos repitiendo cada día, todos los que están ayudándonos a a salir de este fregado; pero también, y mucho más, el modo en cómo nos llega adentro el recuerdo de los que nos dejan y que ayer homenajeaba en un vídeo una patrulla de la policía local de Zaragoza.
Y no ese otro ruido estúpido de una tal Ayuso que no acude a una reunión de los gobiernos de las comunidades porque prefiere ir a Barajas a hacerse una foto junto a un avión –ruido estúpido igualmente el de los medios para los que esta noticia merece  un puesto en los titulares de la portada–; ruido estúpido el de las palabras de otro tal Casado, rey de los másters, soltando alguna sandez; ruido estúpido el de la guerra de los bulos, de los capitanes a posteriori, de todos aquellos que saben siempre mucho más que los epidemiólogos, más que cualquier otro especialista. Pero igualmente… ¡bah!, dejémoslo.
Decía el otro día que de ésta salimos con una salud mental de ángeles. Hoy creo que también de ésta salimos mucho más sensibles a las cosas sencillas de la vida; la emoción, como cantaba Sabina de Serrat que, “cuando canta,/ le tiembla el corazón en la garganta”, se arrebola en estos días alrededor de paisajes humanos tan entrañables que uno no tiene más remedio que preguntarse, ¿pero qué le está pasando a mi sistema nervioso? ¿Será algo de eso que escribía ayer de que mi cuerpo sabe más que yo? Nuestra Gorda tirando del carro de la compra y dando los buenos días a mi hijo en las vacías calles de Lavapiés, me ha tocado el ala. ¡Gordaaa!: ¡Cuánto os quiero!


Tras subir este post me ha llegado un vídeo que deseo colocar aquí. Un granito de arena más para contribuir al trabajo de reconstrucción que necesitamos en nuestras mentes para sacar el país adelante.














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