domingo, 30 de septiembre de 2018

La pianista, Haneke-Jelinex.






El Chorrillo, 30 de septiembre de 2018

El mundo del Elfriede Jelinex, en el que recientemente he entrado a través de su novela Obsesión, es tan inquietante que cuesta conciliar el sueño cuando uno ha dedicado las últimas horas del día a su lectura. Lo que el acto de leer deja en ocasiones en el flujo arbitrario de los pensamientos es un batiburrillo de sensaciones tales de hacerte sentirte desorientado ante las realidades que evoca la lectura. Recomponer éstas en un tablero como quien intentara casar las piezas de un puzzle para poder llegar a una imagen coherente del conjunto es casi siempre una tarea imposible. Me sucedió anoche cuando después de terminar de ver La pianista trataba de ordenar las ideas para darles una visión de conjunto que se atuviera a las reglas de la coherencia.

Erika (Isabelle Huppert en la película), una profesora de música experta en Schubert y Schumann, esconde tras su brillante sensibilidad musical un oscuro mundo de “perversidades” sexuales que entreveradas con un tratamiento de la música que sitúa al espectador en el privilegiado papel de un melómano para el que todo lo que escribiera Schubert o Schumann constituyera la esencia de la vida, nos pone con su brillante actuación ante una mezcla explosiva de pasiones que constituirán el eje esencial del film. Su pasión, desprovista en su caso de los atavíos del amor y centrada en la fuerza irreprimible del sexo, termina por recaer en uno de sus estudiantes con el que primero se establece un clásico juego femenino de aparentar rechazo e indiferencia ante la atracción del otro para convertirse a continuación en un despiadado ejercicio de sumisión y de deseos sadomasoquistas que el estudiante rechaza con repugnancia.

Lo que en primer lugar aprecié fue el esfuerzo de Jelinex por intentar expresar en su novela, después trasvasada al film, esa suerte de tensiones que corren por dentro del ser humano, en este caso una mujer, y que tienen la fuerza interna suficiente como para catapultar toda nuestra acción y nuestros sentidos hacia objetivos concretos que en este caso, un sadomasoquismo capaz de desquiciar a cualquiera, al no estar sancionados por los hábitos sociales del momento, se nos pueden presentar como producto de una locura, hecho lo cual, la conciencia quiere buscar el reposo que aleja la inquietud y el miedo que provocan el abismo. Las pulsiones sexuales  se muestran tan descarnadas y tan cercanas al enajenamiento a lo largo del film, que es fácil, desde nuestro confort de espectadores cómodamente repantigados en el sofá teniendo a mano unos dedos de whisky y unos cubitos de hielo tintineando en el fondo de un vaso, dejar pasar secuencia tras secuencia como si de unos hechos de simple ficción se tratara, cuando lo que las secuencias que Haneke y Jelinex nos proponen en ocasiones son un terrible abanico de verdades que yacen adormiladas en las fibras más íntimas del ser humano y que, como en el grabado de Goya El sueño de la razón produce monstruos, acaso el miedo nos impide despertar.

La paridad con que la música y el sexo fluyen a lo largo del film como si este dueto constituyera la esencia de la vida de Erika, pone sobre aviso una vez más sobre la fuerza explosiva de éste, tan frecuentemente reprimido y almacenado en nuestro interior, así como del papel esencial que puede desempeñar en la vida alguna pasión puntual, sea ésta la música, la montaña, el arte o cualquier relevante actividad que tienda a ocuparnos por completo al punto de empujarnos a dejar a un lado todo aquello que no esté relacionado con el objeto de esa pasión.

Bueno, es el caso que como estos días estoy metido de lleno en la historias de alpinistas que hicieron de las grandes ascensiones del Himalaya su pasión vital, pensé que algo tendría que tener esa pasión sexual-musical de Erika con aquella otra de los alpinistas. Y como también leía a Shopenhauer recientemente me preguntaba si esa voluntad de vivir que éste coloca como fuerza arrasadora de la existencia, en cuyo extremo opuesto se encuentra el tedio y el aburrimiento, sería algo propio del hombre de parecida manera a como le son propios los pulmones y la necesidad de respirar. Y me parecía que sí, que la oportunidad que da la vida a los hombres de vivir apasionadamente una aventura en las heladas cumbres del Himalaya, un deseo que nace como otros deseos en las profundidades de la conciencia, era una genuina manifestación de la voluntad de vivir. ¿Por qué subir montañas?, se preguntan algunos. Y otros contestan: porque están ahí, simplemente porque están ahí. ¿Por qué explorar esa disparatada sexualidad que ocupa el cuerpo en algunos momentos de la vida? La respuesta sería la misma.

El hombre, la mujer, como exploradores de su propio mundo, su cuerpo, sus pulsiones, sus pasiones, su sexo, su deseo de maternidad y ternura, la pasión de sondear sus capacidades y sus límites. Libres de tabúes, haciendo frente al miedo y a lo desconocido. “A menudo, a la tarde, escribe Renato Casarotto en Una vita tra le montagne, me he reencontrado espectador de una atmósfera mágica y jubilosa que no he llegado a revivir en otros periodos fuera del invierno ni en ascensiones menos peligrosas.” Y Renato habla de la situación extrema de alguien que lleva dos semanas escalando en solitario una pared helada de los Alpes de extrema dificultad.

Quizás no sea muy propio poner una junto a otra dos pasiones tan diferentes, sexo y montaña, pero sin embargo ambas son tributarias de la misma voluntad de vivir siempre exigente que llena y mueve sin descanso a la consciencia.

Las posibilidades de análisis de La pianista ofrecen una multiplicidad de frentes, entre ellos el fresco y particular feminismo de la autora que se aleja de un concepto de feminismo clásico para dirigirse a la mujer y espetarle en la cara un desabrido reproche por no salirse de los cánones de la reivindicación corriente y no asumir públicamente una sexualidad que en la sociedad sólo parece ser patrimonio de los hombres. Alivia ver a Erika visitar sin escrúpulos, por ejemplo, un chiringuito dedicado al sexo abarrotado de hombres que esperan su turno para ocupar una cabina o ya en la cabina recogiendo de la papelera un clínex, donde el anterior visitante ha dejado su semen, para llevárselo a la nariz y aspirar profundamente mientras contempla muy seria algunos vídeos. Una exasperante lucha por proteger su independencia frente a una madre dominante que termina en bofetones, abrazos de reconciliación y “te quieros”. La relación de Erika con la música, expresada de manera tal de predisponer al espectador a escuchar con mucha más atención las partituras de Schubert y Schumann. La todavía pacata relación con el sexo que se explicita en la manera en que los estudiantes de piano se sienten sorprendidos cuando se encuentran con la profesora en el sex-shop. Las relaciones de dominación sumisión, esos papeles que de una manera u otra asumen uno u otro en la pareja y que tan provechoso sería estudiar… En fin, un mundo para pasarse muchas horas de interesante conversación.









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