sábado, 9 de diciembre de 2017

El milano real

 
Original de http://hidesnavarra.es/hidelapradera/

El Chorrillo, 9 de diciembre de 2017

Estaba en ese momento del día en que las sensaciones empiezan a despertar del sopor del sueño, lentamente como esa música de Grieg que parece reproducir el despacioso ascenso del sol en la madrugada de los abetales en las tierras del norte. Empezaba a abrir los ojos al día, la mañana ya con el sol en las copas de los árboles, ese perfecto momento en que el día se atusa y prepara su ánimo para emprender el nuevo día, cuando mi mente empieza a ir de un lado a otro del mundo y del tiempo recreándose en amables recuerdos o elaborando el plan para el día; cuando también con cierta frecuencia en alguna parte de mi cuerpo despierta una música lejana de suaves caderas y amables bondades que me atrapa y termina llenando mis enteras células de gozos y encantos de mujer; empezaba, decía, a abrirme a ese universo de ensoñación y recreo del que tanto me cuesta desprenderme cada mañana, yo acurrucado bajo el calor del edredón, esta mañana precisamente despertado con una mansa pieza de piano de Grieg, después sería un cuarteto de cuerda de Haydn, y que a veces se prolonga hasta muy entrada la mañana.
Empezaba una mañana de invierno de tantas en que de tanto en tanto nuestra perra Gaza asoma por la puerta de la cabaña para reclamar sus breves lametazos de buenos días matinales y que yo facilito alzando el brazo por encima de mi cabeza y alcanzándole mi mano que ella lame de parecida manera a como los caballeros de pasados siglos depositaban ceremoniosamente un beso en el dorso de la mano de la dama de turno, hecho lo cual se da media vuelta y se sienta junto a la puerta de la cabaña a pensar en sus cosas; mañana de invierno con los árboles todavía con las hojas en las ramas, otoño frustrado de sequía en que mi cuerpo no parece dispuesto a levantarse envuelto como está en un agradable manojo de sensaciones.
Y así, andaba paseando mi vista más allá de la ventana por las copas de los árboles y el cielo azul y frío, cuando la solemne presencia de un milano real apareció en el cielo por el ángulo superior de mi ventana, grande, quieto, un tanto solemne apenas rozando el tejado de la casa, sus alas extendidas como quien pasea distraído por el cielo dejando que las corrientes de aire llenen sus alas de la caricia de su fuerza y lo arrastren de aquí a allá del cielo mientras abajo los olivos, los almendros y los rastrojales amarillentos y llenos de frío pasan a sus pies anclados a la tierra y a sus dueños indiferentes a este señor del aire. Voló junto a la chimenea, atravesó el espacio azul del cielo y después se perdió tras la lacia pelambrera del sauce llorón, un viejo sauce que tras sufrir veinte años el acoso de las escobas de brujas, acaso un muérdago, ha empezado a reponerse y alza ahora sus grandes brazos sobre la piscina y el tejado de nuestra casa y que se ha convertido, junto a las grandes masas de hiedra que trepan por su tronco, en hogar de muchas de las aves que pueblan nuestra parcela. Ya no lo volví a ver, pero me quedó la agradable sensación de su presencia, su vuelo sosegado, su impasibilidad ante los males del mundo. Desde que he dejado de leer cada mañana los periódicos mucho de lo que veo tras mi ventana, el milano real de esta mañana entre ellos, me hablan de un mundo mucho más real y sólido que aquel de la prensa, me siento mejor lejos de unos medios de comunicación que parece que inducían a mi ánimo a pensar que España era toda esa gentuza que nos gobierna y sus tejemanejes. Ahora es distinto, mi España es el milano real, el cielo, sus tierras, las gentes que lo habitan; nada que ver con la basura que rige este país.
Me encantan estos seres solitarios que ajenos al mundo danzan en la olas del viento buscando por los caminos una liebre o un ave que les dé de comer. En los campos donde vivo rastrean por las mañanas los senderos a la espera de encontrar alguna liebre atropellada durante la noche por algún automóvil. Se les ve frecuentemente volando sobre los rastrojales y almendros con parecida actitud a la de recolectores de setas que vagan por el bosque a la busca de níscalos o alguna especie de boletus. 
Como al águila también al milano real le hace el aire. Cuando terminó el cuarteto de cuerda siguió ininterrumpidamente un concierto para oboe. Haydn es perfecto para estas mañana de tozuda vagancia contemplativa. Naturalmente me acuerdo del amigo Paco y su Milano Real volando apacible y tranquilo sobre las tierras de Hoyos del Espino ante la presencia siempre amigable al sur de las cumbres del Circo de Gredos. Algún día le preguntaré por la razón que le impulso a bautizar su hotel con el nombre de esta familiar ave de nuestros suelos hispanos.
Me contaba después Victoria de una entrevista a un informático que había escuchado en un podcast en su habitual paseo matinal. Un hombre con una buena posición en una gran empresa que después de trabajar varios años en ella había llegado a la conclusión de que aquella vida no era la suya y había sustituido el ordenador por una bicicleta. En el momento de la entrevista había pedaleado cuarenta mil kilómetros alrededor del mundo. Había trabajado aquí o allá con lo que le había salido al paso, había convivido con indígenas en algunas regiones de Nueva Guinea y Borneo, pero sobre todo había "volado" pausada y libremente sin prisa a lo largo y ancho de todos los continentes. De una situación en que le era difícil encontrar tiempo para leer o escribir, había pasado a otra en que era dueño absoluto de su tiempo. Iba a donde le llevaba el viento de cada circunstancias, paraba en un bosque, se recreaba en largas horas de lectura bajo la sombra de un árbol, sacaba su infernillo, se hacía un arroz, comía algo que había comprado en la aldea vecina, se echaba la siesta; cuando el sol dejaba de apretar montaba de nuevo su bici y se echaba de nuevo al camino.

Así imaginaba yo al milano real de esta mañana.  

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