El Chorrillo, 19 de noviembre de 2017
Hay películas que te dejan el alma al borde de un boom
emocional. Fue el caso anoche de La
profesora de historia. Una no infrecuente clase de instituto donde es
imposible dar clase y que de la mano de una competente profesora termina paso a
paso introduciendo a los alumnos en la terrible realidad de los crímenes nazis.
Me veo mirar las primeras secuencias con escepticismo, soportando a esa clase
de adolescentes para los que la vida es un circo, un panorama ante el cual yo
hubiera fracasado sin ninguna duda, pero que sé que, de la mano de algunos
profesionales, muy pocos, acaso puedan reconducirse. Me intriga cómo se puede
llegar a superar una barrera tan asentada y tan corriente en ambientes de
institutos, al menos de los que tengo
noticias. Y sin embargo la película sigue adelante, se van abriendo cauces. La
profesora propone a la clase participar en un concurso cuyo tema es “Los niños
y adolescentes en los campos de concentración nazis”. El choteo, toda clase de
bromas y cachondeo, poco a poco se van desvaneciendo ante los materiales que
van cayendo en las manos de los alumnos. Hasta el gamberro más empecinado
termina sucumbiendo ante los cuerpos esqueléticos y desnutridos de otros niños,
otros adolescentes como ellos. Una realidad que les ha estado vedada por la
banalidad de un entorno pobre y fútil se va abriendo camino, acaparando la
atención hasta eclosionar en la aparente alma dura de los adolescentes y
expandirse en forma de perplejidad, compasión, emoción, solidaridad. En el
fondo de todo cabrón siempre hay una buena persona, escribía Ferdinand Celine
en Viaje al fin de la noche.
Querríamos pensar que sí, sobre todo si éste es joven y no está pervertido por
una larga vida de mierda.
La educación es a veces tan desesperanzadora que alivia ver
una película como ésta que advierte estar basada en un hecho real. Es
desesperanzador el panorama educativo que tenemos delante si nos atenemos a esa
mayoría estadística que marca los contornos predominantes del comportamiento
social a nivel del país. Esos grandes números que nos cuenta el Instituto
Nacional de Estadísticas cómo emplean su tiempo los españoles, lo que la
mayoría ve, lo que lee, lo que vota, lo que consume; esa oferta
"cultural" que ofrece la televisión y que tantos usuarios siguen día
tras día, tanta basura, apuntan a un clima en donde la educación tiene por
fuerza que ser una tarea muy ardua. Si a ello añadimos el papanatismo con que
tantos padres “educan” a sus hijos en nuestros días sometiéndose a la tiranía
de sus infantes, el cuadro viene a ser desolador. También cuenta, además, claro
está, la profesionalidad de los enseñantes que se puede poner en cuestión en un
alto porcentaje (mi experiencia de algo más de tres décadas en la enseñanza da
fe de ello) y, por supuesto, la estulticia de una administración poco
interesada en promover una educación integral de las personas, una
administración embarcada en la burocracia, que con los años ha ido deteriorando
la capacidad de autonomía de los centros y empobreciendo sistemáticamente con
su actuación ese deber pedagógico esencial de enseñar a pensar al alumnado.
Si junto a todos estos males añadimos lo que la perversión
de los asuntos políticos, sociales y económica y el trato que dan los medios a
éstos, aportan a la "cultura" del momento y cómo revierte ello en el
plano social, y por ósmosis en jóvenes y niños, creando un retrato robot de lo
que son los comportamientos típicos de la sociedad, los educandos realmente
tienen un lamentable panorama ante sí que imitar. Añadamos a los golfos,
mangantes, ladrones, corruptos, todo ello encabezado y alimentado por el
gobierno de la nación y sus adláteres, más la inexistencia de la división de
poderes, todo de un modo u otro dependiente de unos mafiosos, lo que resulta es
un país en permanente estado de zozobra donde cada vez va a ser más difícil una
educación racional.
Un país con brutos como aquellos onubenses del “a por ellos,
oé”, como los de la Manada de Pamplona y su defensa, un país donde se produce
una quiebra social a nivel nacional tan importante sobre el asunto catalán
alimentada por intereses espurios, donde los ladrones andan sueltos y la gente
honrada en la cárcel, donde el partido en el poder amaña de continuo a los
jueces impunemente… ¿Cómo un república bananera como ésta en la que estamos convirtiendo
el país puede por otra parte servir de ejemplo para una educación de calidad?
El cinismo, bandera y estandarte de nuestra clase política más votada, ¿a que
puede servir sino a fomentar la idea del dinero fácil, la chulería, la
insolidaridad, la impunidad, la sinvergonzonería?
¡Cuán terriblemente difícil puede ser en esta situación educar
con un mínimo de coherencia! De ahí que estos anónimos profesores, como la de
la película de anoche, nos parezcan héroes en una sociedad tan perdida y tan
ausente de valores esenciales. A Dios gracias que todo no sean males y que haya,
cómo no, unas minorías responsables y amantes de su trabajo, padres conscientes
que más allá de proteger a sus hijos y maleducarles existe el trabajo hermoso y
responsable de contribuir al crecimiento personal de sus hijos.
La subversión de valores que sufrimos desde décadas atrás en
donde lo que prima es el cinismo, la pasta, la mentira, la incultura, el
despotismo del poder, la perversión de la justicia o la insolidaridad no son el
mejor clima para que se desarrolle una educación de calidad donde los valores
éticos, el respeto a los otros y la capacidad de pensar por uno mismo sean
prioritarios. Estamos jodidos y cada vez nos vamos quedando más sin esperanza.
Hace un año o dos ésta pareció asomar por algún sitio, pero ha vuelto la
oscuridad. El tiempo de la luz se esfumó y volvemos a estar en medio de las
tinieblas.
Triste país este al que difícilmente ya en mucho tiempo la
posibilidad de una educación desde la base se le va esfumado porque los
partidos en el poder nos prefieren ignorantes, fieles borregos apacentados con
los hilos eléctricos de la ley Mordaza. El país escora alarmantemente a la
derecha y la incultura. Todo ello con la inestimable ayuda de un partido
político llamado obrero dedicado plenamente a especular sobre el sexo de los
ángeles. Ahí estamos.
Sólo nos queda apuntalar el ánimo, que es lo que hace Marie-Castille
Mention-Schaar con su magnífico trabajo como directora y guionista en La profesora de historia.
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