lunes, 6 de noviembre de 2017

Me compraré una parcela en Marte



Área recreativa de La Pesanca, en el Parque Natural de Redes, 4 de noviembre de 2017



“En mi cuarto, el mundo está
más allá de mi comprensión;
pero cuando camino veo que
consiste en tres o cuatro colinas
 y una nube.”
 (Wallace Stevens)


Días atrás nos contaban en Gijón  unos amigos  que se dedican a trabajos sociales, de una mujer holandesa de ochenta y dos años que se había presentado hacía poco en su centro cargada con un macuto con la intención de recibir orientación sobre un asunto personal. El asunto en breve era que tras largas reflexiones había llegado a la conclusión de que tenía que reconducir su vida. Había abandonado su casa en Ámsterdam con una mochila a la espalda a la espera de recibir alguna luz por el camino y en eze camino se habían encontrado con Míriam y Miguel a cuya experiencia se remitía en busca de alguna pista.

Replantearse la vida dejando la casa atrás a los ochenta y dos años, da idea de la fuerza que esta mujer, no me atrevo a llamarla anciana, debía de tener dentro de su menudo cuerpo.

Cuando miro los periódicos después de haber estado ausente de ellos muchos meses, después de haber corrido mundo y vivido circunstancias diferentes, y me encuentro con las mismas caras, los mismos políticos, los mismos periodistas, parecidos discursos, semejantes actitudes frente a la realidad, se produce en mí una sensación de extrañamiento. El tiempo no pasa por ello, se repiten como loros, m digo. Me asalta la duda de si esa mismidad que podemos llevar adherida a nuestra persona durante muchas décadas no será un lastre que nos maniate a lo largo de la vida impidiéndonos hacer otra cosa que no sea seguir un día sí y otro también representando un papel que quizás con la mente más clara acaso no aprobaríamos del todo. Así, de golpe se me ocurre pensar en ese tal Casado del PP, o en su primo hermano, el tal Hernando, carroña de primera ambos, o Rajoy; pero también podría incluir a Iglesias ejerciendo el reiterativo rol pertinente, o Guerra o Felipe González, o Sánchez jugando al juego de la oca; todos ellos tan iguales a sí mismos; o al señor Ortega que no podrá llevarse sus millones a la tumba, pero que seguirá malpagando al personal hasta que la palme. A estos se podrían añadir periodistas o escritores, a Vargas Llosa con ese entrecejo arrugado con que dogmatiza a diestro y siniestro, a los listos de turno como Pérez Reverte o a su amigo Javier Marías, otro que tal canta; banqueros, presidentes de empresas del IBEX, de tan ideas tan fijas que no parecen saber pensar en otra cosa que no sea convertir en oro todo lo que tocan.

El caso me resulta de lo más chocante porque teniendo como tenemos una sola vida con la que divertirnos y siendo inherente al ser humano una desmedida curiosidad lo normal sería aspirar a vivir una gran variedad de situaciones y no quedar encerrado en el estrecho traje de unas pocas actividades machaconamente repetidas hasta la saciedad.

Escribo esto en el Parque Natural de Redes, al sur de Espinaredo. Fuera llueve con ahínco sobre el precioso bosque de castaños y hayas que nos rodea. Somos los únicos visitantes del bosque. Me acordé de esa mujer de que hablaba más arriba, y por ahí empecé a hilar este post, pero tenía también presente otro asunto, me refiero a la hartura que me producen a veces las redes sociales; hartura, quiero decir, la que me produce que en un momento determinado me vea abriendo la aplicación para cotillear aquí o allí alguna cosa, esa pequeña curiosidad que hace que dejes lo que estás haciendo para… ¿para qué? Hartura porque me distraen  de mala manera de otros asuntos más interesantes y en algún momento caigo en la trampa de mirar o comentar lo que no debo ni mirar ni comentar. La cansina sensación de pérdida de tiempo que me asalta después es lo que propicia la segunda parte de este post. Y es entonces cuando me entran unas ganas locas de no volver a meter las narices en el Facebook, ganas que se hacen extensibles a mi voluntad de dejar de leer los periódicos por una larga temporada.

Por aquí apunta algo ese impulso de dejar de ser uno en parte para ser de otro modo. Me estoy planteando seriamente cambiar de vida, decía la anciana de más arriba. Joder, qué envidia, me digo. Encontrar una vida más divertida que la que tienes, o al menos encontrar variantes que puedan ser más gratificantes: me apunto.

¿Cómo? ¿Lejos de las redes, lejos de la prensa y la actualidad? Pues sí, ¿por qué no? Un país que se ha convertido en un régimen autoritario cercano al fascismo (… y decíamos nosotros de Turquía) y donde los ciudadanos siguen votando cerrilmente a los que les explotan, donde el resto de los partidos hacen agua, donde los medios nos atiborran… uff, etcétera; donde en las redes se ha perdido tanto la cabeza con el asunto de Cataluña, donde…

Vamos, que si junto a la hartura de ti mismo uno pone la hartura de (es imposible comer en un restaurante sin que la palabra Puigdemont y otras similares se te cuelen entre las fabes o las patatas del entrecot), que sí junto a la hartura de los medios, medios vendidos a sus dueños de siempre, junto a los afanes dictatoriales del partido del gobierno y sus afines, le añades esa parte de nefando caldo de cultivo de las redes crucificado a unos y otros, mejor si son catalanes, pues eso, mejor marcharse a Marte a confraternizar con alguno de los personajes de las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Eso o elegir otro modo de vida, no leer el periódico, ignorar las redes sociales, y sobre todo jugar a ser un ignorante para intentar que la mierda que se está concienzudamente fabricando a nuestro alrededor no te salpique en exceso.

Conclusión. Fabricarse una vida nueva a la medida de las circunstancias propias y ajenas. Tener la valentía de convertirte en otro y asumir que como la cosa no tiene remedio mejor comprarse un terrenito en Marte, construir una choza y cavar una huerta. Lejos, lejos, a donde no tengamos que decir como el Tenorio aquello de cuan gritan esos malditos. Un lugar en donde puedas comerte unas fabes y echarte la siesta sin miedo a ser martirizado por la televisión.

Y llueve y llueve en este precioso rincón de Asturias. Esperemos que mañana podamos dar al menos un paseo por este bosque encantado.














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