jueves, 5 de octubre de 2017

El desastre a la vuelta de la esquina




La radicalización de la sociedad. Quizás hace tiempo todos éramos españoles a secas, con mayores o menores diferencias entre nosotros, pero al fin y al cabo vecinos del mismo país; ahora, después de los acontecimientos relacionados con Cataluña, no, ahora somos dos o más bandos enconados todos en nuestros inamovibles puntos de vista.

Si hoy tuviéramos una guerra civil nos volveríamos a matar unos a otros, un vecino al de al lado, un compañero de trabajo a otro, amigos contra amigos, tendríamos familias fraccionadas y rotas por todos los lado. La radicalización de uno y otro lado a costa del problema de Cataluña ha conseguido hacer germinar en toda España, a juzgar por lo que dicen los medios y se respira en las redes y en la calle, un clima tal de violencia entre los partidarios de uno y otro signo, los defensores de los policías, los de la libertad de expresión, los partidarios de la independencia, los seguidores de la cazurronería del gobierno central; han conseguido exacerbar hasta tal punto los ánimos que uno empieza a temer que si la cuerda se tensa un poco más todo puede llegar a saltar por los aires.

Esas verdades absolutas y encontradas con las que unos y otros discutimos, nos gritamos en las redes, todos totalmente seguros de nuestras respectivas verdades, es algo que a estas alturas da miedo. De hecho no estaríamos lejos de que, metafóricamente o no, el gobierno saque los tanques a la calle; una vuelta de tuerca más a lo que sucedió en Cataluña el uno de octubre desencadenarían con su efecto dominó una de las peores desgracias que pueden darse en una sociedad.

En un momento en que destapar la caja de los truenos parece estar en la agenda inmediata tanto del gobierno central como del catalán, ¿quién piensa que la población, manipulada por unas y otras facciones, caliente por las vergonzosas cargas policiales, exacerbada por la prensa y los medios afines a los gobiernos, el de aquí y el de de allá, asumida cada vez más por su propias verdades, no puede llegar a desbordar todas la previsiones y convertir Cataluña, e incluso el país entero, en un hervidero que propicie toda clase de desenfrenos?

Da miedo asomarse a las redes sociales y al Twitter y comprobar cómo tantos locos de atar, que no dejan de vociferar como energúmenos, salvapatrias de todos los colores, reaccionarios de toda la vida, asumiendo la barbaridad de la violencia, echan leña al fuego sin enterarse del daño irreparable que estamos causando a la convivencia general del país. Estamos quebrando de arriba abajo ese mínimo respeto que nos debemos unos a otros otros, andaluces a catalanes, catalanes a madrileños, etc., estamos convirtiendo a “los otros” en enemigos de facto. El desprecio con que se oye hablar de los catalanes, el trato que da la prensa del PP, encabezada por El Mundo y El País, a los acontecimientos de estos días es un ejemplo del inenarrable desprecio con que se salta por encima del sentido común para hacer causa con la reacción más putrefacta del país. Si a esto le añadimos a ese individuo que muchos llaman rey, leyendo un discurso estúpido y fuera de lugar en un momento en el que lo que se necesita es diálogo y una gran capacidad para analizar y colaborar a un entendimiento común, tenemos un cuadro completo para que en unos pocos días se puedan desatar todo los truenos.

¿Cómo es posible que teniendo en nuestro país personas tan brillantes y ecuánimes, se me ocurre pensar en Manuela Carmena, pero puede haber cientos más, tengamos que soportar a estos besugos ineptos, de aquí y de allá al norte del Ebro, incapaces todos ellos de resolver problemas en el ámbito de sus competencias?

Y el problema está ahí, no sólo no han solucionado nada, lo más grave es que han ahondando el desencuentro, esas dos España que acaso habían disminuido sus distancias desde la posguerra, han vuelto a distanciarse, a insultarse, a despreciarse. España se está convirtiendo en un circo donde la inteligencia y el sentido común miran perplejas a la afición de ese campo de fútbol en forma de piel de toro que es el país dispuesta a partirse la crisma por su equipo favorito y en donde lo catalanes son abucheados como bestias a apalear. La turba, convertida una vez más en la bestia que saca sus instintos más bajos de los tiempos atávico de su primaria animalidad, está ahí, como en la novela de Hemingway, Por quién doblan las campanas o Réquiem por un campesino, de Ramón J. Sénder, donde vecinos contra vecinos se masacran, esperando su oportunidad para lanzarse sobre esos vecino de los alrededores de Montserrat a los que los medios de comunicación de nuestro país han enseñado a odiar. Cataluña delenda est, gritaba la turba en alguna parte del sur, días atrás.

¡Dios santo! ¿En qué están convirtiendo el país esta banda de imbéciles? Si son incapaces de contribuir a la concordia de toda la comunidad, que se marchen. ¡Estáis rompiendo España, largaos!


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