La radicalización de la
sociedad. Quizás hace tiempo todos éramos españoles a secas, con mayores o
menores diferencias entre nosotros, pero al fin y al cabo vecinos del mismo país;
ahora, después de los acontecimientos relacionados con Cataluña, no, ahora
somos dos o más bandos enconados todos en nuestros inamovibles puntos de vista.
Si hoy tuviéramos una guerra
civil nos volveríamos a matar unos a otros, un vecino al de al lado, un
compañero de trabajo a otro, amigos contra amigos, tendríamos familias
fraccionadas y rotas por todos los lado. La radicalización de uno y otro lado a
costa del problema de Cataluña ha conseguido hacer germinar en toda España, a
juzgar por lo que dicen los medios y se respira en las redes y en la calle, un
clima tal de violencia entre los partidarios de uno y otro signo, los
defensores de los policías, los de la libertad de expresión, los partidarios de
la independencia, los seguidores de la cazurronería del gobierno central; han
conseguido exacerbar hasta tal punto los ánimos que uno empieza a temer que si
la cuerda se tensa un poco más todo puede llegar a saltar por los aires.
Esas verdades absolutas y
encontradas con las que unos y otros discutimos, nos gritamos en las redes,
todos totalmente seguros de nuestras respectivas verdades, es algo que a estas
alturas da miedo. De hecho no estaríamos lejos de que, metafóricamente o no, el
gobierno saque los tanques a la calle; una vuelta de tuerca más a lo que
sucedió en Cataluña el uno de octubre desencadenarían con su efecto dominó una
de las peores desgracias que pueden darse en una sociedad.
En un momento en que destapar
la caja de los truenos parece estar en la agenda inmediata tanto del gobierno
central como del catalán, ¿quién piensa que la población, manipulada por unas y
otras facciones, caliente por las vergonzosas cargas policiales, exacerbada por
la prensa y los medios afines a los gobiernos, el de aquí y el de de allá,
asumida cada vez más por su propias verdades, no puede llegar a desbordar todas
la previsiones y convertir Cataluña, e incluso el país entero, en un hervidero
que propicie toda clase de desenfrenos?
Da miedo asomarse a las redes
sociales y al Twitter y comprobar cómo tantos locos de atar, que no dejan de
vociferar como energúmenos, salvapatrias de todos los colores, reaccionarios de
toda la vida, asumiendo la barbaridad de la violencia, echan leña al fuego sin
enterarse del daño irreparable que estamos causando a la convivencia general
del país. Estamos quebrando de arriba abajo ese mínimo respeto que nos debemos
unos a otros otros, andaluces a catalanes, catalanes a madrileños, etc., estamos
convirtiendo a “los otros” en enemigos de
facto. El desprecio con que se oye
hablar de los catalanes, el trato que da la prensa del PP, encabezada por El Mundo y El País, a los acontecimientos de estos días es un ejemplo del
inenarrable desprecio con que se salta por encima del sentido común para hacer
causa con la reacción más putrefacta del país. Si a esto le añadimos a ese
individuo que muchos llaman rey, leyendo un discurso estúpido y fuera de lugar
en un momento en el que lo que se necesita es diálogo y una gran capacidad para
analizar y colaborar a un entendimiento común, tenemos un cuadro completo para
que en unos pocos días se puedan desatar todo los truenos.
¿Cómo es posible que teniendo
en nuestro país personas tan brillantes y ecuánimes, se me ocurre pensar en Manuela
Carmena, pero puede haber cientos más, tengamos que soportar a estos besugos
ineptos, de aquí y de allá al norte del Ebro, incapaces todos ellos de resolver
problemas en el ámbito de sus competencias?
Y el problema está ahí, no
sólo no han solucionado nada, lo más grave es que han ahondando el
desencuentro, esas dos España que acaso habían disminuido sus distancias desde
la posguerra, han vuelto a distanciarse, a insultarse, a despreciarse. España
se está convirtiendo en un circo donde la inteligencia y el sentido común miran
perplejas a la afición de ese campo de fútbol en forma de piel de toro que es
el país dispuesta a partirse la crisma por su equipo favorito y en donde lo
catalanes son abucheados como bestias a apalear. La turba, convertida una vez
más en la bestia que saca sus instintos más bajos de los tiempos atávico de su
primaria animalidad, está ahí, como en la novela de Hemingway, Por quién doblan las campanas o Réquiem por un campesino, de Ramón J.
Sénder, donde vecinos contra vecinos se masacran, esperando su oportunidad para
lanzarse sobre esos vecino de los alrededores de Montserrat a los que los medios
de comunicación de nuestro país han enseñado a odiar. Cataluña delenda est, gritaba la turba en alguna parte del sur, días
atrás.
¡Dios santo! ¿En qué están
convirtiendo el país esta banda de imbéciles? Si son incapaces de contribuir a
la concordia de toda la comunidad, que se marchen. ¡Estáis rompiendo España, largaos!
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