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Foto original: Juan Muñoz Moreno |
Volvíamos por la autovía después de habernos despedido de
toda la troupe del Navi (veteranos todos del monte de allá por el final de los
años sesenta) frente al restaurante Colorín y estaba pensando que tendría que
pedir a Fernando la foto original de grupo a ver si con ella volvía a
aprenderme los nombres de todos, ¡ah, mi memoria!, cuando de repente, sobre
nuestras cabezas sobrepasó un cartel de tráfico que decía: "Muérete de
forma inteligente". Hosti, me dije, un buen título para mi próximo post;
sí, y ello sin que me parase a relacionar la función de semejante mensaje en un
panel destinado al tráfico que circulaba por la autopista de La Coruña.
Sí, sí, ya sé que minutos después mi chica me daría un
golpecito con el codo llamándome al orden y a la manera un tanto despistada de
mi forma de leer que, acaso mediatizada por la confusión que ese verbo, morir, que
aparece con cierta frecuencia en los cuentos de Clarice Linspector que leo en
la actualidad, había transformado por arte de bóbilis bóbilis un "muévete
con inteligencia" en un "muérete con inteligencia". No importa
el lapsus. El asunto estaba en que después de una de esas excursiones
vigorizantes con los veteranos del Navi, en donde aparte de hacer una bonita y
agradable ascensión a peña Águila, uno
termina, parodiando a Julio Cortázar, dando la vuelta al día en ochenta mundos,
en un manojo de conversaciones con las que se suele acompañar todo paseo a la
sierra en esos beatíficos días que ellos
bautizan como San Miércoles, uno viene tan cargado de asuntos en la cabeza,
chascarrillos incluidos, amén del amigo Laure cascando como un descosido en la
subida, en el descenso, en la comida, en los postres y tras el obligado brindis
oficiado por el lidereso Fernando, copa de cava en alto, que cualquier palabra
puede actuar de catalizador para suscitar nuevos encuentros y reflexiones.
En mi caso, en el momento de pasar bajo el cartel de trafico
que incitaba a morirse de manera inteligente, lo que tenía en mente era el
volumen de experiencia de la vida que sumábamos entre todos los componentes del
grupo que habíamos pasado el día juntos. Así, en el caso del Navi en la excursión
de ayer, una treintena de personas con un promedio de edad de setenta años o
más, resulta que la experiencia de vida total es de, 30 por 70, 2100
años. Como se da por sentado que la vida que todos hemos llevado parece que ha
sido bastante, digamos, interesante, puestos a contemplar esos 2100 años con
todo lo que pueden tener dentro, a uno le puede producir mareos sólo la idea de
tener ante sí tal cantidad de años. Si hacemos una analogía entre el concepto de masa biológica o biomasa, que hace referencia a la cantidad de materia viva producida por plantas, animales, hongos o bacterias, en un área determinada, y el de masa experiencial o conjunto de años de vida de un grupo de personas, la
experienmasa :-), nos resulta un volumen energético de experiencia de vida
equivalente a dos milenios. En esos cálculos un tanto paródicos me entretenía al mismo tiempo que
andaba vigilando por el retrovisor de la derecha a un Suzuki de color ceniza
claro que andaba dando bandazos mientras el conductor mantenía una fogosa
conversación a través del móvil, cuando en una pequeña fracción de segundo
atisbé sobre mi cabeza ese "múerete"...
Después de todo asistir un miércoles a una de estas salidas
donde se reúnen tantas experiencias y donde el humor, la afición al monte y las
conversaciones dan para que se recuerde ese día como el más agradable de la
semana, dice mucho en favor de esa inteligencia con que a veces compartimos
nuestra amistad y nuestras aficiones. Inteligencia que a fin de cuentas algo
tendrá que ver, digo yo, con la manera en que nos "moveremos".
A la altura de la desviación de la M-50 mis pensamientos cambiaron
de rumbo, entonces me acordé de una mirada que tengo guardada en un rincón de
la retina, la mirada de una moza de cuerpo pequeño y bonito, que se ganó, de
tan tímida y coqueta como era cuando me crucé con ella camino de un collado en
los Alpes, un bonito espacio en el mundo mágico de mis fantasías. Pero esto ya
es asunto de otro cuento. Pasábamos junto a Majadahonda; mis pensamientos
volvieron entonces al Guadarrama, a la calidez de la temperatura, a una
conversación sobre la Patagonia con Margarita, a una charla con Jacinto sobre
vaya usted a saber qué, a los pinares y su alfombra de hojas pardas, a Machado:
Por tus barrancos
hondos
y por tus cumbres
agrias,
mil Guadarramas y mil
sones vienen
cabalgando conmigo, a
tus entrañas.
al Machado enamorado de su joven esposa de quince años,
Leonor.
No hay que engañarse, no hay nada que merezca menos la vida personal
que esos aparentes grandes asuntos que pueblan las portadas de los periódicos. Otra
cosa son el joven amor de Machado, una salida a la sierra con los amigos, una
conversación compartida con unas cervezas, las ineludibles batallitas de otros
tiempos al calor de una distendida charla. Las admirables y siempre pequeñas
cosas...
A mí.....:-)
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