Y cada noche se repetían los mismos
tejemanejes, cuyas víctimas y testigo sin
nombre éramos nosotros. Opté por la oscuridad
y la reclusión. (René Char, Poesía esencial)
Cuando después de tres meses de no acercarme a las páginas
de un solo periódico, de no abrir el Twitter, una de estas mañanas, al fin, me
animo a saber qué pasa por el mundo y me decido, reacio a ello porque quiero
alejar a mi sistema nervioso de los inconvenientes que el conocimiento a veces
trae consigo, me encuentro que todo sigue igual, más de lo mismo, los despropósitos
siguen poblando las páginas de los diarios; me rindo a la evidencia de que sólo
yo y mis circunstancias siguen siendo el hecho cambiante y renovado de un
tiempo en donde la política parece ser una momia petrificada en un círculo
vicioso en que el poder y sus aledaños, el deseo de alcanzarlo o de ejercerlo,
son el único acicate.
Es el desenlace de un largo periodo de ausencia de los
medios de comunicación, medios de los que uno quisiera estar lejos, lejos
porque no gusta de la realidad política en que vive ni el zafio mangoneo que
hacen los medios de ella. Lo quieras o no un día u otro uno termina por abrir
la ventana de su casa y asomarse al exterior. Sí, uno vive en el mundo, no es
un extraterrestre, y por tanto no es difícil que alguien llame a tu puerta para
recordártelo. Así días atrás el amigo Francisco Sánchez venía a alertarme en un
comentario a uno de mis posts sobre las negras tormentas que se aproximaban. Me
decía: “Odiseo, vuelve a Itaca y encuentra todo como lo dejó. ¿Todo? ¡¡Nooo!!
Negras tormentas agitan los aires... Como dice el himno de la CNT”. Sí, todo
sigue igual, Paco, le contestaba, dentro de mi casa el rumor de la fuente del
estanque, la música de la brisa en las ramas de los árboles, fuera la parecida
matraca, la decepción de Podemos, la lucha por el poder, los gilipollas
coleccionistas de dinero, los intereses de una y otra parte, las mentiras consensuadas.
Palabra, todas esas tormentas me parecen parte de la misma historia, incluido
ese 1-0 que, al encontrármelo el primer día de abrir los periódicos, no
entendía porque creí que se trataba del resultado de algún partido de fútbol.
En mi casa todo sigue como lo dejé, mi cabaña en su sitio, los carboneros y
gorriones viniendo al comedero frente a mi ventana; mi chica, mis hijos; el
color del cielo sigue siendo azul; nada ha cambiado. Cuando caminando por los
Alpes en los refugios me achuchaban con el cuento de las prohibiciones de
acampar, se reían mucho cuando yo les contestaba con aquel remedo del dicho
inglés de que mi tienda era mi casa; lo que venía a significar que las
prohibiciones de no vivaquear me la traían floja y que las montañas, mis amantes
de siempre, no se iban a enfadar porque durmiera en su compañía. Siempre habrá
un rincón en el mundo donde guarecerse de las prohibiciones y de esa realidad
que Paco definía como al borde del abismo en un comentario anterior cuando
definitivamente bajé de las montañas de Alpes y Córcega para regresar al hogar.
Escribía: “A tu vuelta a Itaca, encontrarás, como Ulises, un país ocupado por
ladrones y fanáticos del poder, y ruido y más ruido que ensordecen cualquier
atisbo de raciocinio. ¡Huye, Alberto¡ Huye y no vuelvas, las montañas son mucho
más gratificantes que el desierto intelectual en que han convertido este país”.
En ese punto ando, ¿me refugio en mi casa con Penélope,
Telémaco, mi perro, nuestros gatos, nuestro bosquecillo de álamos y acacias, de
esa banda de ladrones y fanáticos del poder, de su estúpida falta de lógica y
justicia? ¿Me refugio como el Cándido de la novela de Voltaire en el cuidado de
mi huerto y me olvido de que vivo en un planeta de locos? De hecho me daba
cierta temblaera pensar en abrir el periódico, algo que al final tendría que
pasar aunque no me gustara. El problema me vendrá cuando quiera asomarme con
excesivo empeño fuera de esa mi casa es mi castillo. De momento no he
encontrado pretendientes en casa que puedan molestarme; de hecho ni siquiera
hay rastro de ellos y Telémaco y Penélope duermen apaciblemente la siesta.
Sin embargo, como un viajero que añorara aquellos tiempos en
que Odiseo fuera capaz de medir sus fuerzas con Polifemo, como quien echara en
falta aquella ilusión por los tiempos en que Podemos, ese del que Alba Rico
decía que había sido la cosa más bonita del mundo para convertirse más tarde en
algo realmente feo, hoy, sentado a las puertas de un otoño más, a uno no le
queda más remedio que seguir pensando que acaso a fin de cuentas algún día,
tras el otoño y el invierno, llegue otra primavera. Ahora, mientras Polifemo sigue
devorando en su cueva de la isla de los Cíclopes a todos sus oponentes, a la
oposición le toca seguir indagando si será galgo o será podenco lo que se
acerca.
Difícil tarea en estos tiempos la del ciudadano medio en que
la mayor parte de nuestra labor queda constreñida a contemplar impasible esa
degradación que convierte día a día nuestro país, como decía Paco, en un
desierto intelectual. De momento queda por ver en qué queda ese 1-0 que luce en
todos los marcadores de la actualidad. En cualquier modo, con goles o sin
ellos, no va a ser difícil saber quiénes van a ser los perdedores; los de
siempre, naturalmente.
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