viernes, 7 de noviembre de 2025

De la conveniencia de usar el coco


 

6/11/2025

Acababa de encender el fuego de la chimenea y, con el libro entre las manos me disponía a iniciar mi lectura, El crepúsculo del deber, Gilles Lipovetsky, cuando caí en que no había contestado el guasap que había recibido esta mañana del amigo X sobre mi post de ayer. X había publicado en un grupo de guasap un extenso e interesante texto sobre la vejez, y decía que no había tenido ni un solo comentario, megusta o similar, a su extenso escrito, que por demás caía en un contexto muy propio, tanto como para afectar a TODOS los integrantes del grupo, septuagenarios y octogenarios todos ellos. Que alguien se interese por la salud mental y física de personas en esa edad, tan propensas a hándicaps y problemas de fontanería :-) e incluso de coco :-), y que en un grupo de medio centenar de personas nadie abra la boca que no sea para felicitar cumpleaños o para hablar del tiempo, me temo que dice bastante sobre el grupo. Le ha sucedido muchas veces, me dice. Comenta que en las últimas tres semanas ha publicado en el chat del grupo cinco extensos textos sobre diversos temas de actualidad que superan el millar de palabras. Todos ellos han encontrado como respuesta “una estricta disciplina de monástico silencio”, nadie que comentara o diera señales de vida.

Creo haber escrito anteriormente sobre esta circunstancia tan frecuente en grupos de guasaps. Tres consideraciones: 1. Que los grupos suelen crearse con ciertas finalidades y que la mayoría de las veces cumplen un papel de simple intercambio informal de noticias, chascarrillos, etcétera. Nada que objetar. 2. Que siendo así, y pensando que los grupos están formados por personas inteligentes, que se presume deseosas de divertirse, aprender y compartir ideas y sucesos, lo más normal sería que esa finalidad primera derivara, como quien inicia una conversación hablando del tiempo para poder pasar a algo más interesante a continuación, a algo de más entidad o peso. Lo contrario, pasar días y días hablando del tiempo o felicitándose mutuamente los cumpleaños, es desmerecer de la inteligencia y de nuestra capacidad de pensar. 3. Ésta relacionada con la urbanidad. Pongo un ejemplo. Imaginemos una tertulia en la que participa medio centenar de personas. Alguien en esa tertulia propone un tema, hace un largo comentario sobre un asunto de actualidad y… absolutamente nadie contesta. Al rato vuelve con otro asunto, lo expone, pide opiniones y… todos convidados de piedra. ¿Qué podría decir o pensar una persona que con un mínimo sentido de la urbanidad, de la consideración por los otros, observara este espectáculo?

Cómo privar a nadie de decir o no decir, de hacer lo que le dé la real gana en un grupo de guasap o donde sea. Ah, la libertad. Pero… ah, también los peros. El asunto se parece mucho a algo que sucede con frecuencia en las redes sociales. Pocos son los que argumentan, piensan, intentan aclarar una parcela de la realidad, analizar, etcétera, y muchos, la mayoría, los que etcétera... Son tantos los espectadores de la vida… He hecho muchos miles de kilómetros caminando por las tierras de España, muchos, y en ese caminar he parado centenares de veces en bares y restaurantes de todo tipo de pueblos. Pocas, en pocas ocasiones he escuchado alguna conversación medianamente inteligente. Ramón y Cajal decía que la mayoría de la gente tiene dificultades para pensar, pero que a él le sucedía lo contrario, le era imposible dejar de pensar en todo momento.

Repito, nadie tiene obligación de participar en una conversación. Ello lo podemos interpretar de varias maneras. 1: no me da la gana participar y punto pelota. 2: Si me pongo a pensar la cabeza me puede echar humo, y eso es peligroso para la salud; se te puede quemar el pelo. 3: La pereza manda. Es más liviano y menos costoso hablar del tiempo o del fútbol, que intentar razonar sobre una propuesta que alguien ha puesto en el tablero. 4: No tengo capacidad o no quiero quedar en evidencia ante los demás. ¡Ay, los demás! Tan pendientes nosotros de qué dirán o no dirán. 5: No quiero manifestar públicamente lo que pienso sobre esto o lo de más allá.

Más allá de esta negación a pensar o a querer participar en una tertulia, está, digamos, por una parte las ganas de divertirte, pensar es divertido y gratificante, te obliga a analizar y a tener criterio propio; contrastar lo que tú piensas con lo que piensan los otros te enriquece; si te escayolan un brazo y no lo mueves durante meses, pierdes la capacidad de movimiento; ergo, si inmovilizas tus circuitos neurales o no los usas, con toda probabilidad lo mismo podemos regresar al estado embrionario de los hombres de Cromagnon. Ergo…

Paparruchas, sí; todas las que se quieran, pero dejando aparte la pereza o el respetable parecer de que uno no desee intervenir, dar su opinión en determinado grupo, tertulia o lo que sea, es de cajón que no podemos constantemente dejar a la deriva de “siempre los otros” lo que sucede en el mundo, no podemos limitarnos a ser sempiternamente convidados de piedra, y eso es así cuando sentados frente al televisor, frente a lo que se dice en tales o cuales grupos, nos limitamos a ser simples espectadores. La conciencia de un mundo perfectible que debería ser objeto de todo ciudadano no puede prescindir del debate, de contrastar ideas con los demás, de analizar la realidad global o particular. Y, por supuesto, tampoco es de recibo dejar plantados sin respuesta alguna a aquellos que sí hacen ese trabajo de analizar y servir al bien común con sus opiniones y comentarios.


2 comentarios:

  1. He leído con detenimiento tu reivindicativo post, con el cual no puedo sino manifestar mi plena adhesión. Al hacerlo, he sentido una sincera empatía hacia el infortunado X, cuya situación resulta tan humana como comprensible: tras un prolongado esfuerzo de reflexión y elaboración, la ausencia de respuesta deja en el autor la incómoda sensación de vacío que acompaña al silencio de los interlocutores. No hay experiencia más desalentadora para quien escribe que la duda de si su palabra ha hallado eco o, por el contrario, se ha perdido en la indiferencia.
    No obstante, conviene disuadirle de caer en el desaliento. El fin último de su ejercicio creativo no reside en la aprobación ajena, sino en la propia expansión del pensamiento. Ha logrado ya, por tanto, el propósito esencial: activar y fortalecer su sistema cognitivo mediante el acto mismo de escribir. Y si, en ese proceso, consigue además suscitar la reflexión o despertar la conciencia intelectual de otros, su obra trasciende el ámbito personal para convertirse en un gesto de auténtica generosidad, una especie de filantropía del pensamiento,
    aun cuando el entorno guarde silencio tanto para elogiar como para criticar.

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    1. La necesidad simple de expresarse creo que debe de tener sus raíces allá en la tiempos de las cavernas cuando después de un día de caza o de recolección la gente se reunía junto al fuego, ese elemento primigenio tan propicio para la meditación y los encuentros. Ese hacer ancestral cumplimos tú y yo. Me expreso, luego existo :-), o mejor me expreso luego vivo, si valorarnos la diferencia entre el mero existir, tantos convidados de piedra, y el vivir. Séneca: “Muchos hombres viven para comer y beber, otros para dormir; solo los sabios viven.” Aunque suene un poco a pedante, es la pura verdad.

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