26/10/25
La
llegada esta tarde de un guasap del amigo Paco, un vídeo, trae a mi memoria
diversos asuntos. El vídeo, que podéis ver más abajo, una puerta que se abre a
un jardín y la cámara recorriendo un sendero enlosado, un perro que ladra a lo
lejos y leve, pero audible, la respiración forzada de alguien próximo, que
inspira cierta suerte de inquietud y que acaso ha entrado en escena sin que el
sujeto que filma sea consciente de ello. Detengo por un momento la grabación
mientras la cámara se acerca al objeto razón de ser del vídeo, una escultura, Lemniscata.
Sí, el hilo de una respiración confundida acaso con el sonido del agua de un
regato o de una fuente produce cierto grado de inquietud. Vuelvo a activar el
vídeo. Lentamente a lo lejos aparece iluminada girando sobre sí misma Lemniscata;
en su interior el infinito recrea a su vez, como en una sucesión de espejos
enfrentados, la sugerencia de otros mundos.
No es
difícil que contemplando la escena, esa puerta que se abre pausadamente a un
jardín para llevarnos a un misterioso rincón nocturno, recordar el relato de H.
G. Wells La puerta en el muro. En él se
narra la historia de un hombre que desde niño vive obsesionado con el recuerdo
de una puerta verde en un muro blanco. Siendo niño perdido en Londres, había
accedido a un jardín maravilloso, lleno de luz y calma, un lugar que parecía
fuera del tiempo. Fue sólo una vez. Después durante toda su vida volvió a ver aquella puerta en distintos
momentos, pero nunca volvió a entrar, el miedo se lo impedía. Una alegoría del
anhelo de lo perdido, de la infancia como paraíso inaccesible y de cómo la vida
práctica nos separa de ese jardín interior donde alguna vez fuimos plenamente
dichosos. He recordado esta historia muchas veces; el olvido se llevó consigo
una parte importante de nuestros recuerdos, sin embargo, tras ese velo existe
el anhelo de volver a encontrar la puerta que nos lleve a alguno de esos
lugares preciosos que visitamos o vivimos de niños.
La
puerta del jardín de Paco es una puerta abocada a llevarnos al escenario de una
de sus creaciones que, creo, más estima entre sus trabajos. Ignoro qué
representa para él la lemniscata del infinito (∞), esa curva en forma de ocho tumbado, acaso la
idea del eterno retorno, el pensamiento de que la existencia no tiene principio
ni fin, el ciclo de la vida y la muerte del que todos formamos parte en una
infinita concatenación en que la muerte sirve a la vida que se transforma a su
vez en muerte, etcétera. El ocho tumbado, dos bucles que se equilibran, podría sugerir
la unidad de los contrarios, día y noche, materia y espíritu, lleno y vacío. El
equilibrio de los opuestos, el yin y el yang, ya que ambos representan la
unidad dinámica de los contrarios.
Luego está el movimiento de Lemniscata que
lo que hace quizás es reproducir precisamente ese bucle que simboliza el
infinito.
De
todos modos, y al margen de los significados que puedan recaer sobre la
escultura por parte del espectador, e intentando desconocer el título de la
obra, ya que su título condiciona o induce lo que podamos pensar de ella, es
relevante el hecho artístico que nos habla de la belleza neta y de la pureza de
las formas mediante el lenguaje universal de la geometría.
Una
sensación adicional, puesta ahí la escultura en “un rincón de la noche” y
desposeída de posibles significados culturales, podría decirse que lo que transmite
es serenidad.

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