10/10/2025
Un nuevo premio Nóbel siempre atrae la
curiosidad del que hojea un periódico. El pasado año me llevó a leer a Han Kang
en La vegetariana, que bien, pero no mucho más, ningún
entusiasmo; sin embargo este año descubrir que László Krasznahorkai trabajó
íntimamente con Béla Tarr, un especialísimo director de cine del que vi todo lo
que estaba a mi alcance con gran interés, ha suscitado de inmediato mi interés
por este autor. Indago, leo, y así a primera vista creo que Krasznahorkai me va
a ocupar muchas horas de lectura en los próximos días. De momento he elegido Al
norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río. Aunque
tenía dudas entre éste y Seiobo ha bajado a
Ayer, repasando uno de mis libros, una travesía
del Pirineo del 2020, Pirineos en tiempo de pandemia, me encontré a la
altura del puerto de Bujaruelo leyendo Una ética de
En esta relación con la tierra que vengo
teniendo últimamente hoy le tocó a un pequeño roedor. Fue un ratoncillo al que
no tuve más remedio que matar (si fuera una mascota tendría que haber dicho
sacrificar… cosas del lenguaje y sus sutilezas). Estaba tranquilamente
acurrucado, como quien se echa una agradable siesta, sobre un cojín dentro de
un arcón donde guardamos cosas de poco uso. Al abrir la tapa no salió
disparado, qué va, se levantó tranquilamente y huyó hacia el otro lado del
arcón sin prisas. Quizás estuviera tocado por el veneno que dejamos por
algunos rincones. El caso es que me resultó simpático, tanto o más que la
avispa Felipa que éstos días a la hora de comer se invita, ella y Pepa, sin más
a compartir nuestra comida. El caso es que saqué del arcón unos cables que
necesitaba y cuando volví lo encontré de nuevo corriendo por el arcón; se paró
un momento indeciso de no saber por donde trepar fuera del arcón y terminó
dirigiéndose a un rincón. Allí, mientras miraba como trepar hacia arriba, logré
atraparle por el rabo. Sí, creo que debía de estar malito. Me lo llevé colgando
del rabo para enseñárselo a Victoria, pero no había dado más que unos pasos,
cuando colgando como estaba se revolvió y pretendió morderme. De verdad que lo
sentí, pero eso sí que no. Me daba pena, tan chiquilín, tan simpático, pero… si
los dejamos a su aire dentro de unos meses tenemos por aquí una legión. Adiós
nuestros libros. Ya sucedió hace muchos años que fuéramos a coger un Quijote
y nos encontráramos que faltaba la cuarta parte del libro. Se lo habían
zampado los ratones. Ese y algún tomo más, creo que fueron los poemas de
Cernuda. Le hice la eutanasia y después lo mandé volando al otro lado de la
valla de la parcela. No, no era cosa de convivir con ellos como lo hicimos un
tiempo en un hotel de Nueva Delhi. Nuestra habitación tenía una amplia terraza
y allí nos reuníamos con algunos amigos del lugar a la tarde cuando el sol
desaparecía. El espectáculo se repetía cada noche. Salían tres o cuatro ratones
de sus rincones y allí se quedaban contemplándonos; acaso interesado en nuestra
conversación alguno trepaba por mis botas de montaña y arriba, como quien no
quiere perderse palabra, se sentaba sobre sus cuartos traseros a escuchar. No
pasaba noche ni tertulia en que los ratones no aparecieran.
Krasznahorkai, Byung-Chul-Han, ratones, peces,
ranas y pájaros están pasando a formar parte de mi universo estos días.
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