viernes, 10 de octubre de 2025

László Krasznahorkai. La ética de la Tierra

 


10/10/2025

Un nuevo premio Nóbel siempre atrae la curiosidad del que hojea un periódico. El pasado año me llevó a leer a Han Kang en La vegetariana, que bien, pero no mucho más, ningún entusiasmo; sin embargo este año descubrir que László Krasznahorkai trabajó íntimamente con Béla Tarr, un especialísimo director de cine del que vi todo lo que estaba a mi alcance con gran interés, ha suscitado de inmediato mi interés por este autor. Indago, leo, y así a primera vista creo que Krasznahorkai me va a ocupar muchas horas de lectura en los próximos días. De momento he elegido Al norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río. Aunque tenía dudas entre éste y Seiobo ha bajado a la Tierra que leo por ahí que es la gran obra espiritual de Krasznahorkai. Me encuentro algo desganado con la lectura y creo que tiene que ver con la sensación de que estoy todavía desubicado. Ando algo despistado, como buscando mi lugar, mi espacio relacional. Escucho la tierra durante toda la mañana mientras por arriba la voy cubriendo de una capa de estiércol, y mientras tanto pienso en Krasznahorkai y en los temas que sugiere el libro en el que voy a comenzar a leerle: la contemplación entendida como un mirar sin juzgar, la belleza como forma de conocimiento, la fugacidad de la existencia, la espiritualidad zen o el silencio como forma de pensamiento.

Ayer, repasando uno de mis libros, una travesía del Pirineo del 2020, Pirineos en tiempo de pandemia, me encontré a la altura del puerto de Bujaruelo leyendo Una ética de la Tierra, de Aldo Leopold, con una cita que en estos días me concierne especialmente: “Abusamos de la Tierra porque la vemos como una mercancía que nos pertenece. Cuando pensemos en la Tierra como en una comunidad a la que pertenecemos, podremos empezar a usarla con amor y respeto”. Entender la tierra, ésta en la que vivo, no como una propiedad, sino como una comunidad de animales y plantas en la que nosotros somos un elemento más, es una idea sugerente que me está ayudando estos días a establecer una peculiar relación con este entorno. Días atrás contaba de nuestras vecinas, la avispa Felipa y su hermana, Pepa. Hoy fue un ratoncillo. Lo cuento más abajo. Hace unos días una rana. Y más, el estanque de los peces, limpio y con la cascada funcionando, ya está preparado para recibir la próxima semana a los nuevos inquilinos, esas carpas doradas que entretienen con su elegante ir y venir nuestro tiempo. Leía más debajo de la cita de Leopold, que lograr ser musgo con la montaña (Matthiessen, El leopardo de las nieves), ser parte de ella, requiere largos momentos de soledad y silencio: una idea que aprecio.

En esta relación con la tierra que vengo teniendo últimamente hoy le tocó a un pequeño roedor. Fue un ratoncillo al que no tuve más remedio que matar (si fuera una mascota tendría que haber dicho sacrificar… cosas del lenguaje y sus sutilezas). Estaba tranquilamente acurrucado, como quien se echa una agradable siesta, sobre un cojín dentro de un arcón donde guardamos cosas de poco uso. Al abrir la tapa no salió disparado, qué va, se levantó tranquilamente y huyó hacia el otro lado del arcón sin prisas. Quizás estuviera tocado por el veneno que dejamos por algunos rincones. El caso es que me resultó simpático, tanto o más que la avispa Felipa que éstos días a la hora de comer se invita, ella y Pepa, sin más a compartir nuestra comida. El caso es que saqué del arcón unos cables que necesitaba y cuando volví lo encontré de nuevo corriendo por el arcón; se paró un momento indeciso de no saber por donde trepar fuera del arcón y terminó dirigiéndose a un rincón. Allí, mientras miraba como trepar hacia arriba, logré atraparle por el rabo. Sí, creo que debía de estar malito. Me lo llevé colgando del rabo para enseñárselo a Victoria, pero no había dado más que unos pasos, cuando colgando como estaba se revolvió y pretendió morderme. De verdad que lo sentí, pero eso sí que no. Me daba pena, tan chiquilín, tan simpático, pero… si los dejamos a su aire dentro de unos meses tenemos por aquí una legión. Adiós nuestros libros. Ya sucedió hace muchos años que fuéramos a coger un Quijote y nos encontráramos que faltaba la cuarta parte del libro. Se lo habían zampado los ratones. Ese y algún tomo más, creo que fueron los poemas de Cernuda. Le hice la eutanasia y después lo mandé volando al otro lado de la valla de la parcela. No, no era cosa de convivir con ellos como lo hicimos un tiempo en un hotel de Nueva Delhi. Nuestra habitación tenía una amplia terraza y allí nos reuníamos con algunos amigos del lugar a la tarde cuando el sol desaparecía. El espectáculo se repetía cada noche. Salían tres o cuatro ratones de sus rincones y allí se quedaban contemplándonos; acaso interesado en nuestra conversación alguno trepaba por mis botas de montaña y arriba, como quien no quiere perderse palabra, se sentaba sobre sus cuartos traseros a escuchar. No pasaba noche ni tertulia en que los ratones no aparecieran.

Krasznahorkai, Byung-Chul-Han, ratones, peces, ranas y pájaros están pasando a formar parte de mi universo estos días.

 

 


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