
Gaza y Thalos, los últimos habitantes perrunos de El Chorrillo
20/10/2025
¿Por qué te pones la mascarilla?, me pregunta Victoria
cuando entra en la cabaña. Ya he dicho por aquí que estoy tejiendo una nueva
relación con los seres vivos que habitan en nuestro entorno, lo que sabiéndolo,
no sé cómo, algunos animalillos del lugar, parece que se están confabulando
para hacerme compañía en exceso. Es el caso de un mosquito que cada noche,
siempre a la misma hora, viene a hacer vuelos de recreo alrededor de mi cabeza.
No, mi amor animalero no llega a tanto. Ayer tuve la gentileza de recoger un
enorme ciempiés que se paseaba inquieto a la hora de comer en nuestro porche y
tomarlo delicadamente con mi sombrero y depositarlo entre la hiedra; simpatiquísimo,
por cierto, ver caminar a estos animalejos, siempre moviéndose como locos de un
lado para otro. Recuerdo que una vez me encontré uno de ellos entre las sábanas
cuando me fui a meter en la cama. Un pequeño susto nada más. Sin embargo tener
un mosquito planeando sobre mi coco, de eso nada, así que ponte primero la
mascarilla y a continuación rocía la cabaña con el insecticida. Sólo que pese
al incordio de las picaduras ahora ya incluso me da un poco cosa cuando agarro
el insecticida. Mosquito bonito, lo siento… y zas, un chorrazo mortífero y se
acabó el peligro de una picadura. Recuerdo que cuando supe de los jainistas, aquello
me hizo cuestionar algunos aspectos de la realidad relacionados con los otros
seres vivos. La no violencia absoluta hacia cualquier ser vivo de muchos
practicantes de esta religión recuerdo que les lleva a usar una gasa o velo
sobre la boca para evitar tragar accidentalmente algún insecto, e incluso
barren el suelo antes de caminar para no pisar ningún ser vivo. Dudo, luego
existo.
Felipa, nuestra avispa, que venía a comer de nuestros platos
estos días, anteayer se hizo daño en un ala y no podía volar. No la hemos
vuelto a ver. Cuando pienso en ella, me da pena; ¿qué puede hacer una pobre
avispa si no vuela? Lo de llevar una avispa al veterinario todavía no ha
llegado (… que con tanto animalista suelto seguro que llegará), así que si se
rompe un ala es que te vas a morir ya mismo. Una avispa y un mosquito
pertenecen a esa clase de animales que molestan, sin embargo… También nos
molestamos unos a otros, y el sentido común hace que la sangre no llegue al
río; bueno, en ocasiones, que sólo es necesario abrir las páginas de los
periódicos para comprobar lo contrario.
Entre animales vivimos, y esta vez utilizando ese
sustantivo en su acepción cercana a la bestialidad y la barbarie. Tantos
animales que andan sueltos por el mundo. Así que conviene matizar y expresar
claramente a qué nos referimos cuando hablamos de animales. Por ejemplo Ángel González,
el poeta, para referirse a la mujer utiliza muchas veces en sus poemas la
palabra animala, que, claro, se entiende, con una intención amorosa, doméstica.
Expresa con ello cierto grado de ternura carnal y cercanía. “Te llamaré mi
animala, / por no decirte mi amor, / que es palabra ya gastada”. Gerald Durrell,
naturalista y amante de los animales, escribió un libro titulado Mi familia y otros animales, un título
que evoca una cercanía en donde se emparenta a estos últimos en el ámbito
humano cercano.
Estas cosas me sugieren que acaso mi inconsciente está
tratando de rescatar toda clase de fauna, pequeña o grande, para llevarlo a
nivel de conciencia, querencias que acaso hasta ahora vivían en estado latente
y que en estos días, sensibilizado con la cosa esta que me ha dado de mi
sintonía con la tierra viene a llamar mi atención. La ética de la tierra. Creo que citaba días atrás por aquí el
título de este libro de Aldo Leopold, esa idea de pensar en
Victoria, que gusta de leer estos textos antes de que los
publique, me dice que todas las noches pide perdón a una babosa que suele
encontrarse antes de hacer con ella caput. Y es que, claro, uf… hay animales
que… uf… es que hay animalas que…
Los que siempre hemos pensado que no somos más que un ciclo biológico, compañeros de viaje de plantas y animales familia a la que verdaderamente pertenecemos, jamás olvidamos el escenario en el que se desarrolla nuestra existencia: la Tierra.
ResponderEliminarLiberados de las motivaciones religiosas, contemplamos con nitidez nuestra posición en el conjunto de los seres vivos y procuramos vivir esa convivencia con el respeto que merece.
Esa lucidez resulta esencial para que el pensamiento ecológico nos permita comprender cómo las posiciones partidistas, a uno y otro lado del espectro político, son incapaces de poner freno a los intereses económicos que destruyen nuestro hábitat, común.
Como decía aquella canción, “malos tiempos para la lírica”.
"Los que siempre hemos pensado...". Sí, probablemente siempre lo tuvimos en mente. Sin embargo parece que sea necesario de tanto en tanto "sentirlo", o mejor, dar de nuevo la bienvenida a esta realidad que en ocasiones se nos impone por las circunstancias que sean, especial relación con la naturaleza, "revelación", o un angelito que nos lo sopla en el oído, como si realmente nuestra intimidad conectara a su vez con la otra intimidad, la de los seres entre los que vivimos.
EliminarY precisamente porque son malos tiempos para la lírica quizás la necesidad de hacer un esfuerzo suplementario para no sucumbir a los males de los tiempos que corren.