lunes, 15 de septiembre de 2025

Ancianos al frente de la manifestación por Palestina

 



El Chorrillo, 15 de septiembre de 2025

Hoy me desperté con el recuerdo de la imagen de un anciano, llamémosle así si contamos por años, arrastrando violentamente en la plaza de Neptuno vallas para interponerlas frente al avance de los antidisturbios y las lecheras. Hay que pararlos, gritaba tirando fuertemente de una de ellas. Le seguían varios jóvenes en actitud parecida. Más allá, las vallas que rodeaban la fuente de Neptuno eran arrancadas por numerosos grupos para formar con ellas una barricada de contención. Los antidisturbios estaban a unos metros, pero el anciano no cejaba de arrastrar vallas e increpar a la policía.

Yo, que tantas veces pienso que la vida no tiene ningún sentido, cuando veo escenas como éstas quedo siempre un poco “tocado”; frente a circunstancias así, en medio de aquel follón de Neptuno, mientras presto atención a la nube de gases lacrimógenos que se aproxima, y miro no ser arrasado por las vallas que cruzan arrastradas la plaza, siento que la actitud de aquel anciano me está diciendo algo. Cuando la vida empieza a recorrer su último tramo no es raro oír a nuestro alrededor cierta clase de susurros, un ruido de fondo, que hace que te sientas inquieto. Ignoro si el imperativo categórico kantiano que se basa en la razón pura, tiene parte en esto, pero me temo que no.

En estas circunstancias entiendo que existen dos factores en juego, por una parte la conciencia personal que se nutre a través de la interacción con el entorno y las experiencias personales. Desde la infancia el individuo desarrolla una conciencia de sí y del mundo que le rodea y en base a ello va configurando su personalidad. Distintas experiencias, distintas reflexiones, diferentes libros leídos durante toda la vida, amigos, profesores, familia, y acaso algo la genética, conforman un modo de ver el mundo, la moral, la religión, la historia. En cierto modo la conciencia podríamos decir que constituiría la estructura ósea del yo, el sostén de nuestra personalidad, yo soy el resultado de todas la anteriores interacciones pasadas por el alambique de mi yo consciente e inconsciente, y mi conciencia sería la expresión de ese yo conformado en la multiplicidad de las interacciones. La conciencia actúa como un juez interno que, pudiendo generar sentimientos de obligación o responsabilidad, puede o no pasar a la acción, acción que puede tener distintos grados de implicación.

El anciano que arrastra vallas para interceptar el paso de la policía, aparte de la relación que pueda tener con Palestina, el sentido de la justicia, etcétera, no sólo ha desarrollado una conciencia solidaria y una moral que repugna los crímenes de Israel sobre el pueblo palestino. Hay algo más en él. ¿Qué diferencia a este anciano de otro que con parecida conciencia no desarrolla esa necesidad de asistir a la manifestación, o del otro que asistiendo permanece resignadamente silencioso en medio de la multitud? Las emociones probablemente juegan aquí un papel esencial. Ver cómo día a día en Gaza los crímenes más repugnantes se producen unos tras otro, la indignación que ello produce, la compasión, pueden “encender” algo dentro de nosotros que la mera razón no es capaz de conseguir. La razón y la conciencia no son suficientes para suscitar acciones como las de aquel anciano de Neptuno, se necesita un determinado grado de emoción y de conexión personal con los sufrimientos del Pueblo Palestino.

Actuar de acuerdo con nuestras convicciones profundas nos predispone para definirnos socialmente ante la injusticia; sin embargo cuando la quemazón interior por una injusticia sangrante desborda nuestro entendimiento, las emociones pueden hacer de nosotros fogosos ejemplos de solidaridad.

De todos modos, y pensando en aquel a los que ni por asomo se les ve un ápice de empatía, es grave que ni la conciencia ni la emoción quepan en las mentes de esa España de la barbarie y la insolidaridad. Lo comentaba esta mañana en el periódico el juez Joaquim Bosch: "Hay gente insensible ante el exterminio de miles de menores en Gaza que, a la vez, se escandaliza de las protestas contra ese genocidio en una carrera ciclista. Como sabía Hannah Arendt, la muerte de la empatía humana es un signo claro de que una cultura va camino de la barbarie".

 

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