El
Chorrillo, 3 de mayo de 2025
Casi
desde niños ya aprendimos que eso del Juicio Final era una de tantas
paparruchas que inventaban los curas, sin embargo, ¿serían los hombres capaces
de meterse en sus cabezotas realmente esta idea, la de un juicio final que si
no lo pasas, como si fuera una oposición, si no demuestras tus buenas acciones
en vida, te vas toda la puñetera eternidad al infierno? Creo que ni los mejores
creyentes son capaces de creer esta tontería. ¿Imagina alguien a esos arzobispos
del cónclave teniendo en cuenta que si no actúan según el mandato de Jesús
irían derechitos a hacer compañía al diablo?, ¿imaginando eso en lugar de lo
que que corre por su cabezas, poder, influencia, dinero? Porque la propuesta,
fuera de su cándida infantilidad, es buena. No te has portado bien con el
prójimo, has sido un perfecto canalla con él, un usurero, un cegado por la
codicia o la soberbia, un asesino, pues hala, a hacer puñetas, cuécete por toda
la eternidad en el fuego. Hay que decir aparte que sádica hasta lo inconcebible
sí era esa gentecilla que se inventó el infierno. Pero es obvio que eran cosas
que ni los niños pequeños creyeron en los mejores tiempos de las escuelas
franquistas. Era algo parecido a aquello con que se pretendía asustar a los
infantes que acababan de dejar la teta: ¡que viene el coco!
Se ve que a los humanos nos han tenido que tratar desde nuestro nacimiento como niños de preescolar. Bueno, en realidad se les sigue tratando así, eso dicen las encuestas, que recogen que el 84 por ciento de la población mundial se identifica con alguna religión. En unas tienes que ser bueno porque si no te reencarnas en otro ser que deberá penar una y otra vez en sucesivas vidas para al fin fundirse con la realidad suprema, con el Todo; en otras, como en el islam o el cristianismo todos tienen que pasar por el aro de un juicio final. Que se lo crean o no es otra cosa, pero con ello viven aunque de punta a punta todo sea una ficción para ellos. El caso es tener “algo” a lo que agarrarse, así, como de paso, en la cabeza. Probablemente en ese 84 % haya pocos que se crean realmente ese invento del juicio final, pero aguantan porque en definitiva en algo hay que creer, algo que te una al grupo, a la tribu, que quizás sea la poderosa razón que mantiene y da entidad a una extensa población. Porque creer, creer que te puedes encontrar después de la muerte con tu tatarabuelo, con Asurbanipal, Tutankamon, Napoleón o con cierto rey godo cuando te mueras, pues eso, claro, que ni de coña. Así que si la cosa cuaja, todos a creer en lo que sea, en lo que la imaginación de unos pocos pueda echarte encima, sólo que todo tiene un límite porque incluso el pato Donald puede convencer a sus adeptos de la cuadratura del círculo, eso hasta que se den de narices con China y con una recesión económica que haga imposible encontrar en el supermercado de al lado de su casa los productos más imprescindibles.
¿Realmente
los humanos seríamos capaces de atender a cualquier tipo de llamado que no sean
nuestros propios instintos innatos, adquiridos o venidos de Marte si se quiere?
Nuestro instinto, nuestras tendencias, nuestro egoísmo o nuestra empatía,
porque todo anda revuelto en el huerto del Señor, como dado, como recibido por
ciencia infusa. Unos nacen canallas y canallas se quedan, ególatras,
codiciosos, bondadosos, mala y buena gente pareciera que diera
Excepciones,
claro, haylas, pero para el resto lo propio es que tanto el juicio final como
otras muchas creencias sólo sirvan de fachada para seguir haciendo lo que el
instinto, la soberbia, la humildad, la bonhomía, la crueldad, la maldad o las
buenas disposiciones que cada cual acarrea, quieran hacer de nosotros.
¿Puro
determinismo? Pues sí, bastante cercano a eso. Un peral no puede dar más que
peras, una pareja como la de Aznar no puede dar más que un codicioso gestor de un fondo
buitre, una familia como los padres de la tal Ayuso no puede dar otra cosa que
un huevo podrido o una cabeza vacía. Que después haya que inventarse algo para
mantener unida a la tribu, para no sentirnos solitos en el mundo y hacer
llevadera la vida, pues claro, para eso están los equipos de fútbol y la
religión, loables instituciones que nos salvan del vacío existencial.
Otro
asunto distinto sería salir del bucle de las reiteraciones en que la humanidad
anda metida, el bucle de la hipocresía generalizada, el de todos esos vicios
que se esconden tras el salvaje neoliberalismo, el de la demencia sistemática
que envuelve al mundo y a tantos de sus líderes. Salir del bucle para seguir
los pasos de hombres y mujeres, los pocos sabios / que en el mundo han sido.
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