lunes, 19 de mayo de 2025

Del temor de llegar a ser lo que no somos

 



El Chorrillo, 19 de mayo de 2025

El tiempo está como una cabra. Hace un momento lucía el sol. Me estaba cambiando de calzado para trabajar en la parcela y del golpe ya está el diluvio aquí. Así que bienvenido sea, que esta mañana ya un pajarito anidó en mi cabeza una idea y cuanto antes me la quite de encima, mejor.

Charlabamos días atrás Paco y yo sobre las transformaciones que sufren tantas personas cuando partiendo de una situación corriente, e incluso humilde, éstas, una vez en el poder, se transforman radicalmente en seres lunáticos, ansiosos de poder, ególatras, sanguinarios e incluso asesinos. Comentaba Paco el miedo que tenía a que esto le hubiera podido suceder si en algún momento hubiera accedido a un cargo relevante en la política. “Me da miedo pensar que soy de otra forma que pienso que soy”, me decía, respondiendo a unas palabras de Pepe Mujica que yo le había mandado, “El poder no cambia a las personas, sólo revela quienes son”. Metido estos día en mi blog en el laberinto del yo donde no es fácil encontrar el núcleo de lo que realmente es eso que llamamos yo, este comentario de Paco venía a poner un destello de inquietud en mi ánimo pensando en la posibilidad de que nuestro yo, ese que creemos que somos, pueda, bajo determinadas circunstancias, convertirse en un esperpento de lo que creemos ser.

Pienso en este momento en Daniel Ortega que, emergiendo como figura clave en la Revolución Sandinista que derrocó a la dictadura de Somoza en 1979, y que habiendo sufrido presión por actividades revolucionarias, con el paso del tiempo se transformó en un dictador culpable de innumerables crímenes y del exilio de miles de ciudadanos. Pienso en esa viñeta de Riki Blanco que aparecía esta mañana en El País en donde el pueblo reprimido y masacrado de Israel por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pasados unos años se convierte a su vez en un execrable pueblo criminal; los nietos de sus abuelos y padres masacrados invierten sus papeles y se trasforman décadas después en repugnantes criminales primos hermanos de los nazis. Luego está toda esa trasformación que sufren ciudadanos corrientes, padres de familia, que llegado el momento, con Videla o Pinochet, por ejemplo, se convierten en torturadores sin escrúpulos; en nuestra guerra civil vecinos que tenían una excelente convivencia entre ellos y que saltada la chispa de la rebelión franquista, se convierten en delatores de sus vecinos, en asesinos o ladrones.

¿Somos lo que creemos ser o en potencia somos “algo” a la entera disposición de las circunstancias, de pasiones desconocidas, un “algo” que dentro de sí puede albergar a un criminal, a un ególatra, a un codicioso sin conciencia, un “algo” en definitiva sin unas sólidas raíces al que los vientos de la política o de una favorable economía puede transformar en un yo en manos de pasiones incontrolables?

Esta mañana en El País Diego S. Garrocho escribía un artículo titulado La edad definitiva. Me interesó el título y lo abrí. Lo primero que percibí era que el autor era bastante más joven que yo, lo que me puso sobre aviso de la posible competencia que pudiera tener para hablar de estas cosas. Pero bueno, lo leí. Para el autor la edad definitiva sería ese momento que mejor nos representa. Para algunos, será la infancia; para otros, un instante de la vejez o de la vida adulta. Se trata de un momento que casi podría servir para poder explicarlo todo. “Hay un momento en que nuestra existencia se expresa de forma completa”. Es la edad definitiva, escribe.

No estoy de acuerdo con el autor, pero su idea sí apunta a encontrar en nuestra vida lo que realmente constituye la médula de lo que consideramos nuestro ser. Esos instantes que pensamos síntesis de nuestro existir como personas, van desarrollando con el tiempo, si obramos en consecuencia, las raíces sólidas con que nuestra conciencia va creciendo en la tierra fértil de la vida. Si las raíces no son sólidas, el temor del que hablaba Paco de pensar que es de otra manera que piensa que es, creo que se desvanece. Raíces sólidas, las que alimentamos y fertilizamos a lo largo de una existencia dedicada a nuestra persona (somos nosotros mismos el objeto esencial de nuestro trabajo y esfuerzo a lo largo de la vida). Si las raíces son endebles y nuestra conciencia una veleta sometida a las fluctuaciones del viento, de las bajas pasiones, lo más probable es que éstas, las más bajas y execrables, se hagan dueñas de nuestra vida. No seremos nosotros ya los que conduzcamos la vida por donde queramos, sino que serán las pasiones las dueñas de nuestra persona.

La exposición al peligro de las pasiones elementales es lo que nos puede convertir en miserables acumuladores de dinero, de poder, todo ese mundo de miseria que recorre el mundo. Asomémonos a las portadas de los periódicos… de eso es de lo que hablamos, de la miseria que generan personas sin raíces sometidas a las pasiones del momento. Las sólidas raíces que la vida de Pepe Mujica alimentó a lo largo de su vida, son la garantía de una resistencia formidable imposible de ser doblegada con los falaces engaños de la posesión o el poder.

Lo dicho, el tiempo está como una cabra. En el transcurso de la escritura ha diluviado, ha despejado y ahora luce de nuevo un sol primavera sobre la tierra de El Chorrillo.

 

Janus, el dios dela doble cara. 


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