domingo, 11 de mayo de 2025

¿Con quién de los cuatro hablo?

 



El Chorrillo, 12 de mayo de 2025

Alguien, Y, llama a determinado número de teléfono perteneciente a X. X levanta el teléfono y dice: dígame. A su vez desde el otro lado oye la siguiente pregunta: ¿con quien hablo?, X, que se encuentra con el ánimo en puro estado metafísico, o que quizás acaba de leer de refilón a Freud, de primeras no sabe qué contestar…

A veces se me ocurre que uno no es uno, sino al menos dos, o incluso tres o cuatro. El uno, X1, el que está consigo mismo en silencio, en soledad suele diferir en algo del que está con otros o en sociedad. Los otros de alguna manera modifican nuestra mismidad. No es que el termino persona, como se entendía en la Grecia Clásica en su equivalente de máscara relacionado con el rol que alguien desempeñaba, sino simplemente que existe un yo profundo, sensitivo, pensante y otro menos reflexivo, más espontáneo, más hecho a la respuesta automática. Hablo de esa sensación de ser dos. La percepción del yo como dos, X2, uno que se vierte en lo social, en el trato con la gente, ese campechano que habla el lenguaje de la calle, de la precipitación y la espontaneidad, comunicativo, de colega a colega en donde hay un entendimiento, sobrentendimiento común, parecida forma de pensar, connivencia a la hora de hablar de personas y asuntos, lenguaje común y comportamiento que usamos con personas de nuestro ámbito de pensamiento; otro, el yo propiamente que percibimos en soledad, cuando meditamos o reflexionamos en silencio, un yo más objetivo y reflexivo, más que mira en el fondo de las cosas de uno mismo.

Este último, X1, probablemente el más yo, el que percibimos sin la tutela de los otros, sin la presión social, aislado en su mismidad y percibido como nuestro yo más preciado, porque no sufre la presión de la consideración de los otros, y que en su continuidad a través de los años identificamos como yo, como nuestra persona real, acaso moldeada por lo social, la experiencia, las circunstancias, pero que seguimos concibiendo, cuando cerramos los ojos en soledad, como nuestra persona.

El yo, la persona que duerme, come, piensa, pasea, etcétera, no ese yo del que se habla en algunas culturas de Oriente y que éstas tratan de anular, con ser aparentemente algo evidente, es claro que cuando tratamos de meterlo en el corsé de nuestra razón o ponerlo en palabras, esa evidencia se hace paradójica porque lo que nos entrega es algo realmente difícil de aprehender. Como el esfuerzo de traducirlo a palabras parece vano, recurrimos a entender que ese yo es lo que nos pensamos y que vive bajo la apariencia de nuestro cuerpo. Ese yo, que hace que nos diferenciemos de los otros, el que somos desde que tuvimos uso de razón, y que sentimos cuando decimos yo a lo largo de la vida, el tímido o extrovertido, el sociable o no, el… un largo etcétera, al que tratamos de comprender y definir.

Junto a ese yo esencial del que algo se proyecta en el yo social cabría hablar de un tercer yo, X3, el yo al que aspiramos, el yo que quisiéramos ser, e incluso un cuarto, X4, el yo que pretendemos representar ante los demás. Creer ser lo que no somos, parece que es un hecho que se puede repetir sin que nos apercibamos de ello, algo que sí pueden percibir otras personas, y que el autoengaño se encarga de camuflar; aquel yo que pretendemos que los demás vean en nosotros, una pretensión que a un buen observador no se le escapará. Cuando un buen libro cumple con nuestras expectativas y lo disfrutamos, corrientemente es porque el ojo avizor del autor y su conocimiento de la naturaleza humana nos lo hacen visible. Ese gozo que nos proporcionan, por ejemplo, las novelas del Balzac.

Volviendo a la conversación telefónica que proponía al principio, según este anecdótico esquema, X podría responder como X1, X2, X3 o X4. X podría hablar exclusivamente como X1 con un amigo íntimo, con un amante. Contestaría como X2 si al otro lado del teléfono quien habla es un colega con quien la intimidad queda a buen recaudo, con quien se comparten aficiones y se pueden contar chascarrillos de los otros o bromas comunes. Hablaría como X3 (el yo al que aspiramos, el yo que quisiéramos ser) si aspirara a un empleo o a enamorar a una moza. Y lo haría como X4 (el yo que pretendemos representar ante los demás) si quisiera escalar posiciones en determinado grupo social.

Sólo un ejercicio de introspección para amenizar las horas de la madrugada :-).

 


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