jueves, 6 de febrero de 2025

A cuestas de nuevo con la inteligencia

 



El Chorrillo, 6 de febrero de 2025

Dado que no tengo enfrente al autor del libro que leo, Tino Bosquet, Una aportación sobre la inteligencia, no me queda más remedio que seguir de charla con mi buen amigo, mi diario de jubilado, amigo escuchador solamente pero en definitiva buen amigo porque me permite lubricar los conductos de mis circuitos neurales con los materiales que me llegan y hacer de ello entretenimiento para mi neocortex.

Dice uno de los autores citados por Tino, H. Gardner, que detesta las discusiones centradas en cuestiones terminológicas porque casi nunca son concluyentes, pero claro, por muy enojosas que sean si no sabemos exactamente de lo que hablamos, pues apaga y vámonos. Ya anteriormente subí aquí un post con el título de La persona inteligente no existe, que hablando de estas cosas llegaba a parecida conclusión, si no sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de la inteligencia, es difícil argumentar. Ahora, a la altura de la página 60, sí sé lo que entienden por inteligencia un puñado de autores que van desde los tiempos de Cicerón hasta nuestros días. Lo sé y después de haber leído un buen pico y haber echado una ojeada a lo que pensaban tantos autores que era la inteligencia, capacidad superior de la mente para comprender la realidad y el orden del cosmos, la parte del alma que puede captar los principios universales, la capacidad para tomar buenas decisiones en la vida, la habilidad de actuar correctamente en cada situación, me suena que los psicólogos de nuestros días no han avanzado mucho en la definición después de más de dos mil años. Sí, que le ha sucedido como a la Hidra de Lerna, que cada vez que le cortaban una cabeza le crecían otras en su lugar. Algo así le sucede a la definición de inteligencia, un concepto que para cualquier transeúnte está más claro que el agua, bien que haya que hacer distinción entre lo que dicen los test y la capacidad del individuo de responder a cuestiones de todo orden, pero que leyendo a los especialistas pareciera algo expresamente no sencillo de comprender. Y es que hasta el mismísimo Evangelio, que es anterior a los griegos, lo hace suponer con una evidencia que no necesita explicación ninguna.

A la altura de la página 57 del libro de Tino me encuentro con una cita de H. Gardner en que éste, al hablar de la inteligencia, dice que “no tengo inconveniente en que se hable de ocho o nueve talentos…” referido a distintos enfoques de la inteligencia. Lo cual enseguida me ha recordado aquel fragmento de Los Evangelios en que al que le dieron muchos talentos, le devuelven otros tantos, mientras que al que le obsequiaron con uno y no lo utilizó le dejaron a la luna de Valencia. Talentos en el Evangelio que no son otra cosa que esas capacidades que menciono más arriba en torno a los griegos, es decir, la inteligencia. Algo derivado de esa mención del Evangelio, y al margen del asunto que trato, pero interesante, es que al Señor de los Evangelios se le pasó por alto que precisamente el hecho de carecer de talentos, de inteligencia, fue la causa de que no usara el talento que tenía. Dios reparte talentos (la lotería de la genética) y no sé yo si otras cosas más, y así unos nacen Ortega, otros nacen Trump y otros Pepe Mujica (otra cosa adicional será lo que cada uno hace de sí, o le hacen por el camino). Esta mañana escribí precisamente un post sobre la entrevista de Mujica con Évole, y llegué a la conclusión que ese puñado de grandes hombres que da cada siglo (Mujica entre ellos) tienen mucho de esos talentos que gratuitamente reparte el Evangelio, la especie para los agnósticos y ateos. Una vez se me ocurrió decir a un amigo que la tal Ayuso era mema perdida, y su respuesta fue aleccionadora, que no, que no era torpe ni mucho menos, que incluso con MAR en el pinganillo se trataba de alguien inteligente; por eso estaba ahí. No estoy de acuerdo con el amigo, pero quizás esto pueda servir de ejemplo para conocer qué es ser inteligente y qué no. No creo que la moral tenga nada que ver con la inteligencia.

Es cierto que desde que empecé a leer a Tino estoy estancado en eso que escribía Gardner, estancado en una simple discusión terminólogica, esa de qué sea la inteligencia. No obstante aunque ya llevaba un rato de lectura estancado, el caso es que con lo último que he tropezado, el concepto de inteligencia emocional, ya me pareció salir de ese mini maelström de Alan Poe del que no había modo de librarse. Inteligencia emocional, en breve la habilidad para manejar las emociones en la vida cotidiana. Este tema me interesa mucho más, pero sucede que yo entiendo que eso que llamamos inteligencia emocional no es tal inteligencia, sino el resultado evolutivo de las especies animales que siguiendo los dictados de su línea evolutiva se desarrollan según ese criterio universal de facilitar la optimización. Sin la “inteligencia” emocional habríamos quedado estancados en el desafecto o indiferencia de los reptiles por sus crías. Tino aclara que “además del neocórtex, seguimos teniendo un cerebro reptiliano y un cerebro mamífero”. Hasta lo que yo leí, esos conocimientos que rulan por el cerebro de aquí para allá después de lecturas que se van perdiendo en los recovecos de la memoria, si los lagartos y las tortugas no desarrollaban vínculos con sus crías, de modo que éstas nada más nacer quedaban al albur de las circunstancias, era porque no habían desarrollado un sistema límbico (lo que Tino llama cerebro mamífero). El sistema límbico se asocia principalmente con la regulación emocional, la memoria y la motivación mientras que la inteligencia está vinculada a las regiones del neocórtex y se encarga de tareas cognitivas como el razonamiento y la planificación. El sistema límbico  está relacionado con la inteligencia pero son dos cosas distintas (ojo a lo que vengo diciendo, que ni idea del asunto, que sólo intento aclararme con lo poco que soy capaz de recordar y atisbar).

A partir de aquí en el texto de Tino se produce una interrupción, quizás habría que llamarlo una elipsis, y el lector no encuentra modo de agarrarse a esa irrupción de la llamada inteligencia emocional en el contexto general de inteligencia, cuyo desarrollo acaso hubiera dado pie a alguna interesante consideración de la relación que pueda haber entre el sistema límbico (la llamada inteligencia emocional) y la inteligencia que asignamos al neocortex (quizás lo encuentre más adelante).

“Hablar de inteligencia, cita el autor a José Antonio Marina, es una convención lingüística. Deberíamos utilizar un adjetivo, porque la inteligencia es un modo nuevo de usar las facultades que compartimos con los animales superiores. No hay inteligencia. Hay un mirar inteligente, un recordar inteligente, un imaginar inteligente, y así todo lo demás…”. Bueno, pues llamémoslo X si queremos rizar el rizo. Si no hubiera convenciones la existencia sería imposible, necesitamos de las convenciones como del aire y del pan para comunicarnos y convivir. Llamar al pan, pan, es una convención, o al dinero, o a la mayoría de las cosas que nombramos en la superficie de este planeta.


2 comentarios:

  1. Leer tus comentarios, Alberto, me sitúa como lector de textos por entregas, como cuando era jovencito. Ahora será lo mismo que sienten los telespectadores de series. Es una curiosidad para mí, pero me resulta muy interesante ir viendo tu avanzar por un territorio que yo ya conozco, y sorprenderme con las cosas que a ti te sorprenden. Me intriga qué reflexiones seguirá evocándote el ensayo. Un verdadero lujo para cualquier autor, tener un feedback en caliente de un lector con tanta curiosidad y conocimiento como tú. Muchas gracias y hasta el próximo

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    1. Soy consciente de mi atrevimiento cuando en mi blog entro en este u otro tema, asuntos cuyo conocimiento por mi parte puede ir no más alla de cualquier lector no especializado, pero estimo que el hombre de la calle tiene el derecho a opinar aunque no posea los elementos necesarios, por lo menos allí donde la propia lógica tiene algo que decir. Hay otro asunto interesante en estas cosas que consiste, en cierto modo, en ejercer de abogado del diablo. Las posibilidades de análisis y conversación se amplia en este caso notablemente y dan más juego al asunto que si todos estuviéramos de acuerdo en aquello que tratamos.
      Un abrazo

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