jueves, 2 de mayo de 2024

La edad madura, ¡esa maravilla!



El Chorrillo, 2 de mayo de 2024

Esta mañana mientras bailaba para deshacerme del sueño que llevaba pegado a los ojos, sonó la entrada de un guasap. Era del amigo Paco con dos mensajes diferentes, uno que había nevado en los alrededores de su casa, en Hoyos del Espino, y por supuesto en el Circo, y el segundo que incluía unas imágenes de sus últimas obras pictóricas. La verdad es que me dejó algo impactado, especialmente la pintura de su autorretrato, se me escapó un “¡¡¡Joder...!!! Me encanta... Has descubierto la pasión de tu vida”. Él me contestaba que siempre había tenido esa vocación, que el problema había sido no haber sabido explotarla cuando era joven. Le contestaba yo que nunca podremos saber del todo la riqueza que encierra nuestro yo y sus posibilidades.

Este breve intercambio de mensajes desencadenó en mí una serie de pensamientos dispares que bien merecían una reflexión. Paco, amén de escalador, tuvo siempre una prolífica vida profesional, desempeñó un cargo de alto nivel en una multinacional, se hizo cocinero, levantó un hotel y un spa en Hoyos del Espino con su mujer Teresa, el Milano Real, es sumiller, se hizo astrónomo y pocos años después de su jubilación, a los setenta y dos o setenta y tres ingresó en la universidad de Salamanca para cursar Bellas Artes. Más cosas no pueden hacerse en la vida. Y ahora, cuando le oigo o me manda alguno de sus trabajos, tengo la impresión de que necesitaría todavía un siglo más para seguir explorando lo que lleva dentro.


"Autorretrato". Pintura original de Francisco Sánchez

Lo que llevamos dentro. Ese es el asunto que llama mi atención esta mañana. Pero antes hablemos un poco de arte. Sabido es que aprendiz de mucho, maestro de nada. Y me refiero a mí mismo cuando escribo de tantas cosas que, por supuesto, asumo desde mis limitados conocimientos y como aquel que careciendo de saberes especiales, tiene necesidad no obstante de expresar su parecer sobre aquello que le llega a los sentidos. El arte es uno de esos asuntos sobre los que me gusta dar mi opinión, que tanto pasa por considerar las obras de Duchamps como algo que nada tiene que ver con el arte, como  quedar en blanco ante tantas pinturas de las últimas generaciones que en absoluto me dicen nada, como aparecer profundamente enamorado de los claroscuros de Rembrandt o la explosión de la luz y los colores de Van Gogh o Cézanne o Chagall o tantos otros. Esta mañana sin más, y no sé por qué, cuando vi las pinturas de P me acordé de algunos pintores que estuve conociendo hace unos años en Reikiavik. Había ido a Islandia a hacer una larga travesía clásica y completé el recorrido del país con una visita al museo local. Fue un acierto. Aparte de lo que pone en relieve el mercado y las tendencias pictóricas, existen multitud de museos a lo largo y ancho del mundo en donde se hacen trabajos notables que no van más allá de las fronteras del país y que tienen el sabor y la templanza del lugar. Cada paisaje y circunstancias históricas destilan una clase de pintura específica. La del museo de Reikiavik recogía lo que aquella tierra proporciona, el paisaje nórdico, los glaciares; la sensación de soledad en muchos cuadros era el sujeto esencial. Pero algo parecido sucede en Ho Chi Minh, donde la pintura del Museo de Bellas Artes de la ciudad destilaba los sufrimientos del  pueblo vietnamita por parte de los norteamericanos. En Bali las pinturas eran risueñas, festivas, de motivos tradicionales. En Moscú recuerdo cuadros, esas pinturas que busco en los viajes que muestran la historia o la vida de la gente, cuadros del mundo rural que me hacían recordar los cuentos de Gogol, los personajes de Dostoievski, la aristocracia de San Petersburgo. Los artistas expresan su propio mundo interior y el del entorno que les rodea.

Probablemente mi recuerdo de las pinturas de Reikiavik tenía que ver con la tendencia de P a reflejar también parte de ese entorno que él conoce tan bien, el universo de las galaxias y las estrellas, un prodigioso mundo que pinta y que él mismo fotografía desde la bóveda sobre el Milano Real, donde instaló en tiempos un telescopio. 


Pintura original de Francisco Sánchez

Bueno, a poco que me descuide ya no me da tiempo a escribir sobre el asunto que motivó estas líneas. Quien me lea de vez en cuando habrá comprobado que tengo una especial debilidad por los temas y las personas que van alumbrando mi edad madura en una u otra dirección, pero siempre con la vista puesta en lo que pueda hacer de mi propia vida algo sumamente interesante. Y para ello nada más hay que abrir los ojos, mirar alrededor y no perder ni un minuto en libar de allí donde uno tiene asegurada la miel del futuro. Me admiraran los hombres y las mujeres, y no hago lenguaje inclusivo, que no me gusta, sino que subrayo pensando en una mujer que días atrás, una mujer de noventa y cuatro años, veía escalar en algún lugar de los Alpes; me admiran aquellos que hacen de su vida, sí, un arte o como lo quieras llamar.

No hace mucho Carlos me mandaba un texto que había escrito; llevaba el título de Cho Oyu 8.201 m., en el que daba cuenta cómo él había puesto pie en esa edad que parece estar convirtiéndose en un fertilísimo tiempo, la puerta a otra vida, para mí sin lugar a dudas la más interesante de mi existencia. Carlos cumplía entonces los sesenta años y se le ocurrió celebrar su cumpleaños (manda cojones…) intentando la ascensión al Cho Oyu y al Shisha Pangma (si le daba tiempo, escribía). “Era para comprobar que, a esa edad tan especial de los 60, podría seguir haciendo lo que más me gustaba”. Comprobar, ver que uno todavía puede, o simplemente, como añadía más adelante, si aquella podría ser una huida hacia delante. Días atrás en el rocódromo me encontré con otra figura, Fernando Cobo, que también con los sesenta hablaba de esta fiesta que es la vida y que había que seguir celebrando por lo alto.

Huir hacia delante, decía Carlos. Y tanto que huía hacia delante. El otro día contaba Pedro Mateo que entrenando en Pedriza el reloj de entrenamiento de Carlos se volvía loco, porque después de recoger su edad, los tiempos, la altitud superada y la dificultad del recorrido, el reloj le decía que ahora tendría que descansar un mes para recuperarse J. Me partía escuchando a Pedro… Y mientras, Carlos enfrente dejaba salir de sus labios una de esas sonrisas picarronas frecuentes en él, algo así como si sonriera a alguien que le está proponiendo meterle en una residencia de ancianos. Qué bueno.

"El Cosmos", grabado original de Francisco Sánchez

Yo no sé si se puede decir más, sacar un corolario, esas cosas que no me gusta hacer, pero sí, hay que decir que dentro de cada uno existe una mina y que el curro consiste en ir olfateando las posibles betas que esconden las profundidades de cada uno. A mí me desahuciaron en el 2003, el traumatólogo me dijo que con esas rodillas ni se me ocurriera subir montañas y menos todavía cargado con un macuto. Me faltaban dos años para la jubilación. Aquel mismo verano cogí un avión a Niza y dos meses después llegaba a Venecia tras atravesar la espina dorsal de los Alpes.

Lo dicho, que no hay que perder de vista ni a la señora esa de los 93, Kletterin Klettern, que escalaba en Alpes días atrás, ni a Carlos que prácticamente hizo casi todos sus ochomiles después de los sesenta, ni a Paco que comenzó la universidad a los 73 y que a punto está de convertirse en un artista puntero, ni a Eduardo (Martínez de Pisón) que en otro plano no para de escribir o dar conferencias a lo largo y ancho del país. Ejemplos no más, que a montones andan por el mundo septuagenarios y octogenarios (y nonagenarios) que no se cortan un pelo con eso de que vayan cumpliendo muchos años.

Link al vídeo


 


No hay comentarios:

Publicar un comentario