La Marmolada |
El Chorrillo, 10 de marzo de
2024
Una noche del mes de agosto
bajo la pared sur de
Las tormentas bajo el techo
de mi tienda los veranos de caminar por los Alpes son siempre un leitmotiv que
aflora en mis recuerdos con mucha fuerza. En aquella ocasión bajo
Apenas transcurrida media
hora el fragor de los truenos volvía a tomar fuerza, era el momento en que la
película que estoy terminando de ver, Hijos
y amantes, empieza a llegar a su final. Tengo el volumen al máximo y a
veces me cuesta escuchar lo que dicen los personajes.
Una idea al final del film
que hace coherente el comportamiento del protagonista a lo largo del relato.
Son palabras de Paul Morel, una respuesta al padre, que tras la muerte de la
madre le aconseja que busque a un mujer con la que pueda ser feliz. La
respuesta de él: “Maldita felicidad. Que la vida sea plena, eso es lo que he
deseado siempre”.
La idea que me perseguía
cuando oí pronunciar a Paul estas últimas palabras es que aspirar a la
felicidad como objetivo de la vida siempre me pareció una idea errónea. Tuve
una amiga con la que discutí mucho sobre esto porque ella, de igual modo que no
quería oír pronunciar la palabra “muerte”, hablaba con excesiva frecuencia de
que ella lo que quería en la vida por encima de todo era ser feliz.
Tendría que ser capaz de dar
razón de esta idea. Es tarde y la lluvia cae intensa sobre mi tienda, un
momento propicio quizás para intentarlo, pero mis ojos están tan cansados de
mirar la pantalla del teléfono en la oscuridad que soy incapaz.
Recuerdo algunas situaciones
expuestas por las que he pasado días atrás, circunstancias que han necesitado de
esfuerzo algo extraordinario, esa sintonía con la lluvia o las tormentas,
quizás la espléndida soledad de algún instante en los bosques llenos de niebla
o agua, y en ellos, en los que yo tampoco buscaba la felicidad, sí que encontré
eso que buscaba Paul, que la vida había sido plena. Cuando alguien aspira sin
más a ser feliz en abstracto, sin más, pareciera que ese alguien que desea
ardientemente la felicidad, tuviera en
mente como objetivo último el hecho de estar allí, en la cumbre, cuando lo que
da sentido a la pasión de escalarla no es estar allí arriba sino el camino que
te lleva a ella. Desear que la vida sea plena significa algo muy distinto a
aspirar a la felicidad. La plenitud deriva de situaciones anímicas y
espirituales, de confrontaciones con la
realidad en las que el individuo ha puesto a prueba sus mejores capacidades, se
ha superado, ha conseguido con su esfuerzo y tesón un estado de superación, de
penetración extraordinaria de la realidad que hace posible que de su organismo,
de su alma broten instantes de íntimo placer y felicidad. Nada que ver esto con
la aspiración así, a palo seco, de ser feliz.
Convertir la vida en un acto
de plenitud en lugar de aspirar a una fofa felicidad convierte a Paul en un
personaje interesante y atractivo del que cabe esperar una fuerza vital fuera
de lo común. Esto es hablar muy en general y cada cual podrá encontrar el
particular camino que acerca a cada individuo a un estado de plenitud, pero ya
que estoy entre montañas y en su ámbito son innumerables las personas que han
encontrado en la escalada su mayor grado de realización, quizás estos ejemplos
sirvan para aclarar la profundidad que encierran algunas aspiraciones humanas,
acaso siendo el individuo ajeno a lo que en el fondo busca con sus escaladas de
grado extremo.
Si junto a la afirmación de
Mallory, “escalo montañas porque están ahí”, colocáramos el “que la vida sea
plena es lo que he buscado siempre”, de Paul Morel, me temo que estas dos ideas
dejadas solas a la tarde sin la concurrencia de quienes las han expresado, con
toda seguridad, la primera, escaló montañas porque… etc., terminaría confesando
a la segunda, que la vida sea plena, que estaba equivocada, que en realidad lo
que en las montañas hemos descubierto es que nos proporciona un grado de
plenitud que no encontramos en otras experiencias de la vida.
Presiento que con este tipo
de reflexiones uno se acerca a alguna verdad esencial. Hoy se me aparece con
más claridad que nunca la certeza de esa afirmación de Morel. Faltaría definir
qué sea eso de la plenitud, pero mi ánimo no llega a tanto. Creo que se
entiende sin más explicaciones.
Tras el final de la película
se hizo la calma. Aquel día mi itinerario, que partía de las cercanías del lago
Fedaia, tendría que haber atravesado una horcada al este de la cumbre de
Pared sur de la Marmolada |
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