El Chorrillo, 11 de marzo de 2024
Esta mañana mientras bailaba nada
más levantarme al ritmo de un tema que llevaba el título de A fuego lento, alcancé
el teléfono para recordar la idea. Algo tiene que salir de él, me dije. Y después
lo olvidé. Volví a recordarlo esta noche viendo
A fuego lento nos van robando la
libertad. Leí el otro día que parece que desde el gobierno pretenden prohibir
la prostitución. A fuego lento nos quitan la libertad de morir cuando y como
queramos, a fuego lento las restricciones, a fuego lento la estupidez se adueña
del país. Estoy tan interesado por este fenómeno, la estupidez, que llevo unos
días que leo dos libros a la vez sobre el asunto; uno Las leyes
fundamentales de la estupidez, de Carlo M. Cipolla, y el otro, Breve
tratado sobre la estupidez humana, de Ricardo Moreno. Confieso que me
fascina el tema. “El motor de la historia es la estupidez y sus derivadas, la
hipocresía, la intolerancia, el fanatismo, la ambición desmedida”.
De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa
Machado, naturalmente. Si los cimientos de la felicidad de cualquier ser humano están dentro de él mismo y para ello se necesita cierto hábito de reflexión, ¿qué decir cuando mirando a nuestro alrededor comprobamos el grado de estupidez en que andamos metidos?, y ello sin tener en cuenta asuntos tan serios como el de Israel o Ucrania, o cuando vemos al tal Biden haciendo declaraciones sobre Palestina mientras se come un helado.
Leo que al estúpido no le preocupa
la libertad, en primer lugar porque no sabe qué hacer con ella y se convierte
para él en un estorbo, y en segundo lugar porque hace patente su inferioridad
frente a quienes sí saben emplearla beneficiosamente. La pretendida igualdad
que quiere tratarnos a todos por el mismo rasero, o bajo determinadas disculpas
elaborar leyes o normativas de índole general, mete en el mismo saco a gentes
muy distintas, mezcla a los estúpidos y a los malvados con la generalidad de la
población.
Quien me recomendó la película que
hemos visto esta noche,
Cuando uno ve una película o lee un
libro es inevitable que por la mente pasen retazos de otras historias. En el
caso de hoy fue un entrañable relato de Maupassant en el que las prostitutas de
un burdel parisino se toman un día de asueto para asistir todas ellas a una fiesta
en el campo. Un relato risueño, cándido, que me recordaba el ambiente festivo
que mantienen en algún momento las prostitutas en la película de hoy.
Lo que me preguntaba esta noche
viendo el film era si seríamos capaces alguna vez como sociedad de desterrar
medianamente la estupidez de nuestra convivencia. Ricardo Moreno aplica el
principio de Hanlon al mundo de hoy y concluye que hace más daño la estupidez
que la maldad. Al malvado se le puede convencer con argumentos, al estúpido no.
La estupidez se desarrolla alimentándose de su propia sustancia. La tendencia
tan poco imaginativa de querer meter a todo el mundo en el mismo cajón, ese
igualitarismo tan en boga, que satisface a una mayoría, esa que pone en verso
Machado, que viene lastrada por cierto tufo de mojigatería y escasísimo respeto
por la libertad del prójimo, meapilas y sus derivados, terminará, Dios mediante
–sí, ese Dios que parece proporcionar todavía hipócritamente votos a la
derecha y a los del Moco Verde–; terminará por hacer de la estupidez su bandera
y su santo y seña.
¿Habré de decir más claramente que
prohibir la prostitución, como tantas otras cosas, atenta contra las libertades
fundamentales de las personas (prohibir, que no regular)?
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