jueves, 25 de mayo de 2023

Sito, una película, personas que empujan el mundo

 

Imagen original, Desnivel


El Chorrillo, 25 de mayo de 2023

 Cada cual tiene, imagino, sus motivos para agradecer al final del día algo, algo que te ha traído la vida sin más, que has experimentado en relación con alguien o algún acontecimiento que has sentido como tuyo, que te ha ayudado a poner un poco de claridad en tus pensamientos, en tus sensaciones; y entre todos estos “algos”, en general se encuentran las personas que han pasado por tu pensamiento a lo largo de la jornada. Me parece, por ejemplo, una soberana estupidez perder un segundo de tu tiempo mental leyendo, recreando, polemizando o anatomizando con alguien como esa señora que preside la Comunidad de Madrid. Por el contrario, cuando a lo largo del día has tropezado con historias veraces e intensas, el caso de Sito relatando el penoso rescate de Carlos en el Dhaulagiri, con una lectura estimulante, te has visto envuelto en una conversación interesante –sentí ayer no poder asistir a la conversación de Martínez de Pisón y Julio Llamazares con motivo de la presentación del último libro del primero–, has visto una buena película, has leído largamente una historia que te atrapa o te enseña, entonces creo que uno tiene que estar agradecido, y no agradecido a las páginas de un libro, a la película, a los hechos sucedidos en una montaña, agradecido a las personas que empujan el mundo, que crean, que nos transmiten con lo que hacen o lo que dicen las bondades que tiene el hecho de vivir.   

Fue anoche. Estaba a mitad de película y sentí ganas de dejarla ahí para continuarla al día siguiente. El árbol de los zuecos (1978, Ermanno Olmi. Palma de Oro en el Festival de Cannes). Una historia del mundo rural en donde apenas sucedía nada pero que era como un paseo por la vida de un puñado de campesinos. Deseo de parar para dejar que las sensaciones y los pensamientos siguieran fluyendo bajo el influjo de esas vidas ajenas que aparecían en la pantalla. Las vidas de los otros, sean estos campesinos, reyes o ciudadanos de a pie, siempre incidiendo sobre nosotros desde sus particulares condiciones de vida, desde sus preocupaciones, su dolor o sus alegrías. Tres horas de buen cine pueden ser capaces de empaparte por dentro al punto de que sientas una fuerte necesidad de darte un respiro para poner en orden tus sensaciones. Ese sentir el presente que tantos deseamos y que quisiéramos agarrar para que no se nos escapara ni una brizna de su calor, de las sugerencias que suscitan a nuestro ánimo, se esfuma en ocasiones con tanta facilidad que es necesario parar, aislarte un tiempo para poder darte la oportunidad de sentir con toda la intensidad la esencia que se desprende tanto de los grandes como de los pequeños asuntos. Lo efímero, que no lo es pero que adquiere este carácter en el trasiego de un exceso de estímulos, nos desposee de la posibilidad de vivir con calma los hechos que contemplamos o vivimos. Unas impresiones se suceden a otras a una velocidad que hace imposible que vivamos con entera conciencia nuestra propia historia personal. El desfile de las entrevistas, las lecturas, los intercambios con otros, las fluctuaciones de la situación política, las películas que vemos a la noche, forman al final del día una tan densa red de realidades que no hay manera de priorizar unas sobre otras.

Si al cabo del día, digamos por caso, la mente se ha entretenido en exceso en torno a personajes absurdos de la política, en la barbaridad de cómo asumimos los problemas del clima, los mil asuntos que trae la prensa, los comentarios de la redes, las preocupaciones propias del trabajo, etcétera, el resultado es que el final de la jornada, cuando te marchas a la cama, con ser tan importantes los problemas del mundo tu propia persona puede quedar apenas perceptible en la barahúnda de los estímulos.

Cierto que hay unas personas más dadas a la introspección que otras y que hay personas que tienen más necesidad de pensarse o reflexionar, mientras que otras son más propensas a llenar sus cabezas con otra clase de grillos. Grillos acaso todos si consideramos nuestra insignificancia.

Me sucede con frecuencia llegar al final del día, y ello sin saber en absoluto lo que está sucediendo en el mundo desde hace mucho tiempo, con la sensación de haber pasado por un densísimo cúmulo de realidades. Un balance somero de unas pocas horas esta tarde: Algunas horas de lectura del libro de Krakauer Mal de altura, una ojeada a su otro libro, Hacia rutas salvajes, la historia de un joven de 24 años que había regalado todo su dinero y abandonado su coche y que se internó solo y apenas equipado por tierras de Alaska. Cuatro meses después unos cazadores encontraron su cuerpo sin vida. Más tarde una larga conversación con Victoria tras la merienda en donde tratábamos de poner orden a algunas cosas de la vida y la edad. A esto, un poco antes de la cena, siguió una larga entrevista a Sito. Este hombre, que visto de lejos aquí y allá me había parecido un hombre tímido, como en un estar casi siempre en segundo plano, hoy, con una importante carga de experiencia reciente de la vida –y pienso que las experiencias importantes adensan nuestra personalidad, nos hacen mejores personas, instilan en nosotros una fuerza interior importante–, con su hablar sosegado, minuciosa y ordenadamente narrativo, su naturalidad, hablando desde la cercanía casi dolorosa de quien ha podido perder a su mejor amigo en una alta montaña, esta tarde escuchándole pensaba que estaba viviendo un momento importante, ese que nos viene de quien apostando levemente alto en la vida en un 8000 de repente se ha encontrado en una situación penosa ante la que es necesario poner en juego hasta la más mínima célula de tu cuerpo para salvar al amigo y acaso tu propia vida. Su mente tan clara y resuelta, su  estar, su decir, esa sólida personalidad que se respiraba a través de sus palabras y su expresión. La amistad, la capacidad para enfrentarse a una situación compleja extremadamente difícil, la conciencia de que a 7700 metros una pierna rota podía significar la muerte para Carlos. Pero especialmente esa extraordinaria y sentida amistad que se desprendía de sus palabras. ¡Cómo será posible terminar la entrevista y ponerse a otra cosa sin más…! ¡Cómo no revivir en su medida después de escuchar a Sito esos tres días que Carlos dice han sido los tres peores días de su vida…!

Y con estas cosas en la cabeza todavía intercambiar algunos guasaps con amigos que vuelven a dar cuenta de la entrevista, y tras la cena sumergirte durante tres horas en el mundo rural de  El árbol de los zuecos. Y de nuevo ¡cómo irme a la cama sin haber digerido, recreado algo de esta historia, su notable reparto y actuación de aquellos campesinos de la zona bergamasca del Piamonte!

Y son pasadas las tres de la madrugada y todavía tintinea un mensaje del Messenger procedente de una lejana parte del mundo. Y hablamos unos minutos de libros. Y yo le comento de mi decepción de Obermann a la altura de un tercio del libro y él todavía me sugiere un par de libros más. Y es tan tarde ya que seguro no caben más cosas en esta jornada que termina.

 

 

 

 

 

 

 

 


2 comentarios:

  1. El relato de Sito es estremecedor y te das cuenta de la calidad humana que destila este hombre.
    Como se que te gusta el buen cine te recomiendo una película que se ha presentado en una sala de Bilbao a la que han asistido unos cuantos montañeros como son Juanjo San Sebastián, Alberto Iñurrategui, etc y que nos ha deleitado, se trata de Las Ocho Montañas diría por Félix Van Groeningen y rodada en Nepal y los Alpes italianos.

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  2. He visto que tiene buena crítica y que la ponen estos días en Madrid. Quizás vayamos a verla. Gracias por la referencia.

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