El Chorrillo, 25 de enero de 2021
Me inspiran estas líneas unas declaraciones de Manuela
Carmena, de quien soy ferviente admirador pero con la que esta mañana, por
ayer, estaba en total desacuerdo. El asunto estaba relacionado con ese hombre
que, al decir de mi amigo Cive, tiene un nombre en exceso redundante, un puig
que es monte y un mont, que vuelve a ser monte, sí, parece como elegido por
unos ancestros obsesionados por las grandes protuberancias rocosas de su tierra,
de parecida manera a la que debieron de sufrir aquellos que bautizaron a
Montserrat, que además de ser una isla del Caribe, es una bella formación
rocosa al noroeste de Barcelona, con la reiteración de su alusión ortográfica
que parecía así asentar la excelencia de su presencia desde cualquier punto de
los alrededores de Manresa y Barcelona hasta las estribaciones del Pirineo.
Decía Manuela, un nombre que cada vez me suena más bonito desde que tengo una
nieta más, ésta tan simpática y más bonita que todas las cosas, refiriéndose a
Puigdemont, que en una democracia alguien que no se presenta ante un tribunal
es un prófugo y no un exiliado. Se sabe desde los pasos más rudimentarios de la
lógica, allá por los primeros filósofos griegos, que la leyes de la lógica
deben limitar sus conclusiones a unas premisas bien asentadas y comprobadas.
Presumir que esto que vivimos es una democracia o que, como sugería un amigo
con el que conversaba esta tarde por teléfono, que aquí ya estamos confinados
otra vez, en la primera persona del plural del imperativo con un aceptemos un
marco conceptual común, suponiendo que ese marco conceptual es algo que
podríamos fijar de parecida manera a como definimos el metro o el litro, es a
mi entender cuanto menos una falta de rigor, porque primero, en el asunto que
nos trae, se hace un uso espurio de la ley, lo que invalida la alusión a la
democracia o al marco conceptual común como referencia para hacer acatar la
ley. Primero tendríamos que constatar que la ley se atiene a la justicia, algo
que para Henry Thoreau era preliminar a la ley misma, después tener la
convicción de que esa ley es aplicada sin partidismo y con ecuanimidad y sin
rastros de esa venganza tan evidente que destila un poder judicial totalmente
corrupto y partidista, convicción que obviamente falta y que da sobrados
motivos para que el Tribunal Supremo y todas sus ramificaciones en pleno deban
ser juzgados algún día por prevaricación.
Las posibilidades de credibilidad que tienen tanto el
poder judicial, los abonados a las filas del PSOE y todos sus correligionarios
a su derecha de guiarse por criterios de justicia es prácticamente nula. Ahí
les tenemos no más arropando a ese infecto rey emérito acumulando millones y
millones de euros a costa de los españolitos de a pie. Vivimos en un país donde
la justicia ha dado sobradas pruebas de parcialidad y conchabismo (y como ni sé
si ese conchabismo existe en castellano, me voy al Google y me encuentro un
tuit que dice lo siguiente: “El Tribunal Europeo evidencia repugnante
conchabismo de PP-PSOE-Instituciones del Estado con la banca que rescataron con
billones”. Más madera, que diría Buster Keaton mientras cebaba la caldera de la
locomotora en El maquinista de la general).
En un país donde el verbo conchabar está a la orden del día y donde todos somos
iguales ante la ley –una carcajada, por favor–, donde no es posible juzgar a
los ladrones porque el PSOE y todos los partidos de derechas como él están
conchabados para protegerlos, venir hablando de la vaina de la ley como si ésta
estuviera hecha para todos y no sólo para los robagallinas, puede llegar a ser
una falta de respeto para todos aquellos que sufren las consecuencias de la
arbitrariedad y el uso espurio de la ley.
Todo lo anterior en relación a las premisas con que se
quiere hacer de Puigdemont –que por cierto en absoluto es santo de mi devoción,
que en todo caso sería lo contrario– un prófugo en lugar de un exiliado en
función de unos criterios absolutamente antidemocráticos que prohíben al pueblo
catalán expresar su opinión respecto a lo que sea. Quienes intentan prohibir a
los ciudadanos expresarse pública y libremente dando su opinión sobre un asunto
que les concierne, están fuera de lo que hoy consideramos una democracia. Así
que usando el esquema de la argumentación de Carmena: si en una democracia
alguien prohíbe a algunos ciudadanos decir lo que piensan, ésta no es una
democracia, esto es un conchabismo donde partes interesadas imponen a otros con
el uso de la fuerza su jarabe de palo. Y los presos políticos que tenemos
todavía en la cárcel no son otra cosa que el producto de esa zafia banda de
antidemócratas que arrastra el franquismo y que el PSOE santifica con el hisopo
de su, eso, conchabismo.
Puigdemont no es un prófugo porque de quien huye no es de
la justicia sino de la injusticia y de una falta de imparcialidad sobradamente
demostrada. Aquí está la definición de exiliado: “Persona que se ha visto
obligada a abandonar su país y refugiarse en otro, generalmente por razones
políticas”. O Manuela Carmena anda mal de comprensión lectora o se le ha metido
entre ceja y ceja el señor de los dos montes, o, y es lo más probable, sus
desencuentros con Pablo Iglesias, que vienen de lejos, y que probablemente tuvieron
una buena parte de culpa en el descalabro de Más Madrid en las últimas
elecciones municipales, y que hace días comparó a lo exiliados catalanes con
los de
Comparto absolutamente tú visión del problema y sobre todo tú forma de exponer los hechos. Que pena no tener tú inteligencia y facilidad de expresión para explicarlo
ResponderEliminarNo es fácil a veces resistirse a las ideas de gente competente a quien además admiras. Quizás es ese esfuerzo el que obliga a aclararnos a nosotros mismos intentando aclararte en medio de la confusión.
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