lunes, 8 de junio de 2020

Caminar cuando la luz se hace de terciopelo







El Chorrillo, 2 de junio de 2020

La tormenta de ayer tarde ha dejado los caminos embarrados pero todo está bonito a rabiar. El sol se ha alzado suavemente sobre el horizonte y ha vestido las cebadas y los trigos con la delicada paleta de los colores de un pintor impresionista adicto a las caricias de la luz. Cuando me desvío del arroyo de Valdespino y giro a la derecha por el Camino del Monte pensando que en el otro el barro me va a impedir el paso en cierto lugar, me sorprende enseguida una vegetación exuberante que se cierne sobre la pista como intentando formar un arco de bienvenida para que el paseante admire más de cerca la belleza de sus flores. 
Las flores, los echiums y la Silene colorata o la espléndida  Cañaheja (Thapsia villosa). han perdido la viveza de sus colores camino del verano, pero la tibieza de la luz matinal rozando los pétalos y el paisaje con la caricia de su mano de nieve, Bécquer evidentemente, ha estampado para mi retina un cuadro ante el que detenerse para contemplar la belleza de este rincón del mundo. Cosas que tiene el madrugar para intentar atrapar el primer aliento del día que comienza.
Cuando el sendero constelado de flores alcanza el altillo que se cruza con el camino que lleva a la izquierda al cementerio de Batres, una pareja de conejos, la madre y su cría, miran expectantes al caminante que se acerca, y enseguida, como descubriendo en él a un potencial depredador que en un plis plas puede convertir sus cuerpos en un plato de conejo al ajillo, salen disparados dando saltos como si estuvieran escenificado una película de dibujos animados de Walt Disney; trocotrón, trocotón, píes para qué os quiero.



Vamos, que la mañana está para hacer un poema con ella, esa clase de mañanas que deberían servir para entender que la belleza es un bien esencial a disposición de todos los ojos que quieran ver, cosa no corriente en este mundo en donde la telebasura y un cacho de cuero lleno de aire pateado por los sapiens ocupan la mitad del universo de los intereses de los bípedos del planeta; no corriente porque la belleza, bien gratuito por excelencia, ay, mamma mia, no está de moda, que la belleza, sofocada por… Eh, eh, tú para, oigo a mi acostumbrada amiga Marichu darme golpecitos en el hombro como siempre que quiere echarme la bronca. Y naturalmente me veo obligado a contestarla.
¿Qué pasa tía? Por cierto que sí, que algo sí me paso, aquí y en otros momentos, que hasta ayer me salió llamar tío al alcalde de mi pueblo en un arranque de espontaneidad; que uno es así, que no hay que tratar a la autoridad municipal como si fuera el colega con el que te marchas de jarana, que hay que guardar las formas, leñe.
Y es que mi amiga, que se ha convertido en mi interlocutora desde eso del confinamiento, no para de meter palitos en las ruedas de mi bicicleta cada vez que me levanto contra el orden establecido. No es que mi amiga sea de Vox, que si eso fuera ni mirarla a la cara, es que esta chica es capaz hasta de meterse en mis fantasías eróticas si me descuido un pelo.
Y una vez en el altillo, dejando la línea de casas de Serranillos a mi espalda que aparecen somnolientas despertando de la noche todavía, me voy hundiendo por una estrecha pista barreada, embarrada diría la RAE, pero que a mí se me antoja barreada, que me va a llevar al arroyo Tochuelo, uno de mis paseos favoritos por el municipio. Y según voy bajando me acuerdo del amigo Iván, el alcalde, que vaya curro les espera a él y a su trouppe  cuando emprendan la tarea de arreglar algunos caminos, que este invierno han sufrido una devastación tal por las lluvias de dejarlos en su mayoría inútiles para el tránsito. Se da incluso el caso de algunos que ni siquiera un tractor pueda transitarlos.


Por cierto, que se me ocurre que por qué coño en la escuela se enseña donde nace el río Miño y cosas tan lejanas dejando en la ignorancia de los pupilos el nombre de los topónimos de la geografía local. Saben del río Tajo pero desconocen el nombre del arroyo que corre a cien metros de su casa. Cosas veredes, amigo Sancho. Y lo mismo con las flores y los animales. Sus libros de texto recorren las selvas y los desiertos pero en su pueblo aparte del gorrión no conocen ningún otro nombre de las aves que pueblan el cielo y las alamedas del pueblo. Bueno, pues pasando junto a Los Carboneros y Olivas Altas, vayamos poniendo nombre a lo lugares por donde paseamos, me tropiezo con un inhiesto ejemplar de papaver dormidera, y por cierto, que desde que me he empeñado en conocer a mis vecinos las plantas y los animales veo lo que nunca antes había visto porque era potencialmente ciego a muchos de sus encantos; pues pasando, decía, por aquí o por allí, con las adormideras que me voy encontrando se me ocurre que lo mismo en un momento que me dé la depre, esos en que el alma se hace obtusa, lo mismo podía probar a extraer esa mítica sustancia que forma las delicias de los fumadores orientales de opio. Uno no fuma en absoluto, pero… ¡Eh, eh, tío, no seas pringao, que ya estás otra vez liao! Joder, ya estamos, pero Marichu, me quieres dejar en paz, por favor. Que ya, que me ves en la trena, dices. Anda, anda ya y déjame seguir con la escritura que es lo que me priva esta mañana.
Pero la hora de la luz acariciadora pasa y entonces el sol ya, a cuatro dedos sobre el horizonte, ha empezado a aplanar con el rigor de su fuerza proteica el oro de los trigales. Es la hora de alimentar a las plantas y proveerlas de la energía que convertirá la espiga en pan candeal y a las hojas de los árboles en motores que limpien de dióxido de carbono nuestra atmósfera. Más adelante, el arroyo Tochuelo, que seguro que me va a meter en un barrizal, así que mejor me doy la vuelta. Me paro frente a una gran concavidad que han formado las riadas del invierno y busco inútilmente la belleza inesperada que surgía ayer de su fondo. La arcilla de la superficie se había secado y, al resquebrajarse, había convertido el barro en finas láminas bellamente distribuidas por el fondo de la cárcava. Echad un vistazo a la imagen de abajo y ya me diréis si no es bello el cuadro que se había formado allí.

El mismo trozo de suelo ayer y hoy. La Naturaleza también destruye y rehace su propia belleza

A ambos lados del camino, las retamas, ahora ya a pleno sol, y adormecidas poco antes como a quien se les han pegado las sábanas tras su letargo invernal, empiezan a despuntar con sus flores amarillas en las puntas de sus tallos de suave verde alcachofa. Empieza a hacer calor, el entorno se ha llevado toda mi atención y ahora es el momento de cambiar de registro, le ha llegado el tiempo a mi lectura. Así que cuando el calor ya empezaba a hacer correr el sudor por mi rostro, antes de pasar la AP-41, entonces ya fue el momento del grande, del magnífico Julio Cortazar con quien convivo ya desde hace semanas cada vez que me echo a caminar de madrugada. Pura magia la de su prosa a la que dedico siempre la mitad de mi caminata, a él y a esa agradable voz de mujer que me lee sus relatos, Miles Davis hoy con su extraordinario saxo en uno de sus relatos. Terminado el relato no me resisto a oír a Miles; subo la cuesta de mi casa escuchando So What. Fin de mi caminata matinal.






















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