Dedico estas líneas, un divertimento no más,
a Diego e Iván, dos ángeles de la guarda
que me despertaron hoy de un profundo sueño
para entregarme un par de mascarillas.
El Chorrillo, 24 de abril de
2020
Eran la dos de la madrugada y
la partida de ajedrez parecía estar perdida, mi rey andaba arrinconado en A1 y
dos alfiles negros ocupaban las dos grandes diagonales a punto de darle la
extremaución en la esquina izquierda mientras la torre, también de mi oponente,
enquistada en A3, pugnaba por comerme hasta los higadillos, cuando de repente, a
mi torre, posicionada en G7 en la fila del rey negro, se le ocurrió una gran
idea. A partir de ese momento todo cambió. Eran las dos de la madrugada.
Estaba
exultante, un hilo de luz empezaba a abrirse paso ante la inminencia de un
jaque mate que me dejaría fuera de juego. Lo que siguió fue una apasionante partida
que hacia el final dejó con vida sobre el tablero a los reyes y a cinco solitarios
peones. Creo que nunca un jaque mate similar me había producido tanto gusto. Después
de este triunfo memorable me costó horrores dormirme. Tenía la sensación de quien
ha superado una espléndida pared de granito de mucha dificultad. Yo me
encontraba en la cumbre y saboreaba, todavía con la excitación en el pecho, el
acre sudor que me habían producido los últimos instantes de la partida.
Pero, ¡ah!,
cuando al fin quedé dormido fue como caer muerto, eso hasta que un timbrazo, el
timbre en nuestra casa para que llegue hasta mi cabaña suena como un terremoto,
me resucitó como a Lázaro. Dormido todavía profundamente me incorporé, busqué
los pantalones desperdigados por el suelo, atiné a introducir una pernera. Buscaba
las pantuflas que andaban escondidas en algún lugar bajo la cama y de pronto
otro timbrazo, esté no ya para despertar a Lázaro, este habría despertado a un
ejército de elefantes sordos. Me dio un brinco el corazon: ¿Amazon?. ¿las
trompetas de Jericó tronando para hacer caer los muros de la ciudad en asedio? ¡Voy,
voy!, iba diciendo saliendo de la cabaña precipitadamente y arrastrando la otra
pernera del pantalón en donde el pie todavía pugnaba por abrirse paso tras el
dobladillo. Crucé entre los rosales y los lirios y volví a soltar un “¡ya, ya
va!” confiando en ese momento en que no fueran los alrededores que estuvieran
en llamas. Di la vuelta apresuradamente a la esquina de la piscina y enseguida,
por encima de la cancela, lo que vi no era a los bomberos, sino dos cabezas que
asomaban escrutando la llegada del durmiente sobrevenido en vivo después de un
agotador y exultante jaque mate que le había dejado más feliz que si le hubiera
tocado la lotería, un decir, claro, porque el resucitado ni juega a la lotería
ni cree que vaya a jugar en todos los años de su vida.
Bueno,
estaba en que había torcido por donde los rosales y a atravesaba por el pasillo
entre la furgoneta y el chiringuito de las herramientas cuando emití el último ¡va,
va! Las puertas de la cancela se abrieron con un runrún de motores, asomé el
gaznate por la abertura pero no veía
nada, mís ojos todavía sumidos en los brazos de Morfeo y castigados por el sol
matinal solo acertaban a percibir la siluetas de dos formas oscuras, dos
siluetas con mascarillas, una de la cual me tendía amigablemente un paquete con
la mano. ¡Hola, hola!, dije guiñando los ojos y haciendo visera con la mano
hasta al fin dar con lo que se trataba, aunque todavía sus rostros en contraluz
trataban de abrirse paso entre mis legañas. Ya, ya. Al fin cai, ni incendios,
ni elefantes, ni el mensajero de Amazon, eran Iván y Diego, alcalde y concejal
del lugar, en persona haciendo su ronda de entrega de mascarillas. ¡Carajo! ¿Se
imaginan ustedes al alcalde de Madrid repartiendo puerta a puerta mascarillas?
Pues más que eso, como la visita de los reyes majos en plena mañana de
primavera, más todavía, ahí estaban como dos ángeles de la guarda cruzando las
cebadas y los trigales al norte del pueblo como quien llega en su carrito de
Papá Noé. Yo estaba azorado y bastante dormido todavía pero casi me entraron
ganas de darles un beso. Coño, que uno no es de piedra, y de la misma manera
que durante todos estos días he descubierto que mi cuerpo es muy sensible y se
le humedecen los ojos viendo como una médico es aplaudida por todos los vecinos
en pleno festejándola mientras sube la escalera hacia su piso, pues eso, que la
cosa de ver a la gente que trabaja estos días por la comunidad se me sube un
tanto a los ojos. Yo le digo a mi cuerpo, venga tonto, que no es pa tanto, pero
este erre que erre, que recuerda a la policía municipal con su megafonía y la rodilla
en tierra con el Ave Maria de fondo en
mitad de la calle rindiendo homenaje a los fallecidos al final del cual los
aplausos de los vecinos salen de balcones y ventanas como un torrente de agua
y, uno, claro, se emociona.
Seguro
estoy, y ya fuera de bromas con los ángeles de la guarda que nos visitaron esta
mañana, seguro de que en todos lo años de nuestra vida no habrá muchas
ocasiones en que con tanta frecuencia por lo ojos no nos salga un caudal de
agradecimiento por gente anónima o por vecinos, o en ocasiones por
profesionales de la salud que en estos días han tenido que sustituir con su
ternura nuestra ausencia al lado del anciano padre, la anciana madre, que
fallecía en la tremenda soledad de un hospital sin ninguna posibilidad de tener
a los suyos al lado.
Bueno, que
esta historia se me va de las manos. Si, a estas alturas ya me había despertado
y podía disculparme ante Diego e Iván por mi atolondramiento matinal. La culpa
la tiene una partida de ajedrez que me había tenido despierto hasta las cuatro
de la mañana, esbocé a modo de disculpa por haberme demorado tanto en abrir. Hablamos
un poco, les di las gracias, que tengamos la suerte de seguir teniéndoos en la
gestión del ayuntamiento durante muchos años, les dije. A lo que Iván respondió
diciéndome: “y que tú sigas escribiendo”. Pues eso, que sigo escribiendo.
Gracias de nuevo a los dos y a todos los que desde el ayuntamiento estáis en el
ajo de sacar las castañas del fuego en esta complicada situación en que el
bichito nos ha metido.

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