miércoles, 8 de octubre de 2025

AQUÍ NO TENEMOS MÉDICOS PARA ANIMALES


8/10/2025

Mi diario cumple con frecuencia una suerte de referencia para el futuro, algo a lo que poder echar mano algún día para el caso de que la memoria flojee. Hoy la entrada no es mía, pero se trata de un asunto que quisiera no olvidar nunca, el hecho de hasta qué profundidad del ser humano puede llegar la abyección de los hombres, en este caso los israelitas. Se trata de la última entrada que recibo de un amigo del diario de Manuel, uno de los miembros de la flotilla secuestrada por Israel recientemente. 

“Diario final, nº37. 8 de octubre de 2025
AQUÍ NO TENEMOS MÉDICOS PARA ANIMALES
El pasado día 1 de octubre, sobre las 20:30h cerré bruscamente el diario. Había sonado la señal de alarma y todo el pasaje y tripulación acudimos a nuestro puesto, asignado previamente en la parte de proa de la cubierta. Como habíamos sospechado, y dado lo avanzado que estábamos en la dirección a Gaza, la marina de guerra sionista, enseguida que oscureció, inició el operativo de asalto a nuestros pequeños y frágiles barcos.
El Sirius fue el segundo barco que abordaron después del Alma. Sería algo más tarde de las 21:00h. Una cañonera, similar a la que nos había visitado de madrugada, ese mismo día 1, se acercó a nuestra nave y viendo que estábamos tod@s a la vista en cubierta y en una posición de rendición, nos comunicaron por megafonía que si hacíamos algún tipo de movimiento entenderían que estábamos oponiendo resistencia al asalto. Poco después empezaron a subir al barco. Previamente ya habían inhibido todas nuestras señales de comunicación. No obstante, lo primero que hicieron al subir el barco fue cortar el cable desde donde recibíamos la señal de wifi, vía satélite. Contaron a todas las personas que estábamos en posición de rendición con las manos en alto, registraron todo el barco, y a partir de ahí se hicieron cargo de la marcha de éste, modificando la dirección hacia el noreste, buscando el puerto de Asdod, a unos 40 km al norte de la frontera de Gaza. Era una dotación de unos 15 soldados, la mayoría muy jóvenes y varias mujeres entre ellos.
Desde esa hora, hasta las 12 de la mañana aproximadamente, o sea algo más de 14 horas, estuvimos en cubierta del barco, sin movernos, con el salvavidas puesto y dando cabezadas de sueño. Es cierto que después de amanecer nos ofrecieron botellas de agua, incluso galletas de la que almacenábamos en nuestra despensa. Nadie quiso aceptar comida, y solo algunas compañer@s aceptaron agua cuando empezó a apretar el sol. Cuando vieron que el agua se usaba para mojar la cabeza y combatir el sol nos propusieron bajar a la bodega, lugar que usábamos de dormitorio habitualmente, para evitar el calor. A la cubierta habíamos subido, cuando sonó la alarma, solo con nuestros móviles, pasaporte, ropa para combatir el frio de la noche y los salvavidas. Todos los equipajes, guardado en mochilas, los habíamos dejado en la bodega. Nos sorprendimos bastante, cuando al bajar, todas las mochilas habían desaparecido y nunca más las vimos. Al menos, en la bodega, nos permitieron tendernos, y pudimos dormir y descansar aproximadamente hasta las 16:00h. A esa hora nos ordenaron que subiéramos otra vez a cubierta y descubrimos que ya estábamos en el exterior del puerto de Asdod. A pesar de ello no quisieron entrar en puerto y atracar, por lo menos hasta una hora después.  
Una vez desembarcados nos llevaron a una zona del muelle, que estaba compartimentada por contenedores, situados en perpendicular a la estación portuaria, y la línea paralela a la estación la cubrían con unas vallas altas con una especie de malla de rafia negra, que impedía la visión de nuestra detención allí dentro. Era como una especie de celda enorme, a cielo abierto, y había varias de ellas. La que estaba cerca de la entrada a la estación era la primera “celda” y continuaban varias más.
Nada más desembarcar en el muelle, notamos la diferencia entre los soldados que nos habían custodiados y los policías que se hacían cargo de nosotr@s. Al poner el pie en el muelle, nos llevaban a empujones a la zona donde continuábamos la fila de personas detenidas y desembarcadas antes, y éramos obligadas a ponernos en cuclillas con la cabeza bajada hacia el suelo. Las personas que no bajaban suficientemente la cabeza eran agredidas, obligándolas a golpes a que la posición de sumisión fuera la correcta. Una vez me ví en el suelo, en esa posición sentí cierto pánico. Me imaginaba que nos fueran a tener así toda la noche, y mis condiciones físicas me lo impedían. Ni podía doblar bien las piernas, ni podía tener la espalda sin apoyo. Pensé que llegaría un momento que me vencería el cansancio y me obligarían a palos a guardar la posición correcta.
Tampoco era que todos los soldados que tomaron los barcos fueran más amables que los policías. Llevaban instrucciones precisas y como ejemplo significativo el que ocurrió con Miguelón, un compañero vasco, pacifista de toda la vida, promotor de tejido cooperativo y defensor de colectivos de inmigrantes en Euskadi; también con una trayectoria larga de apoyo a las distintas flotillas que han intentado romper el bloqueo a Gaza desde su imposición en 2007. El mando de los soldados que tomaron su barco entró preguntado por él, y cuando se identificó, le doblaron el brazo hacia atrás, lo tiraron al suelo, y le estuvieron golpeando contra él.
Tuve la suerte, y respiré aliviado, cuando entré con los primeros grupos en la estación portuaria. Esta la habían convertido en una gran comisaría, donde primero nos cacheaban y examinaban las cosas que llevábamos, porque en algunos barcos si permitieron que la gente se llevara su equipaje. Luego pasábamos a la zona de fichaje, donde nos tomaban las huellas dactilares y nos hacían las fotos de presos y por último pasábamos por una de las 25 mesas, donde un juez, nos informaba a través de un intérprete, que estábamos detenid@s por haber infringido la prohibición de entrar en aguas internacionales que el régimen de Israel, de manera unilateral, y sin ninguna autorización de NNUU, había decidido que no se podía entrar. La vulneración de esa prohibición, la consideraban entrada ilegal en Israel con la consecuencia de que las personas que lo habían hecho estarían 72 horas detenidas en una cárcel y luego serían expulsadas del país.
Mientras tanto, en el exterior, nuestra gente que seguía en cuclillas, recibieron la visita del ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, que, con guardaespaldas, aunque había más policías que presos, fue gritando entre las filas de gente arrodillada en el suelo, que eran terroristas y que iban a ser tratadas como terroristas. Se acercó donde había dos presos que eran judíos estadounidenses, participantes en la flotilla, y personas notorias en su país por condenar el sionismo y defender al pueblo palestino, y pretendió hacerse una foto con los “judíos malos” humillados en el suelo, y él, como el judío bueno, defensor del estado sionista de Israel. Sin embargo, los malos, desde el suelo, le escupieron en los pies y toda la gente humillada, en todo el puerto, empezó a gritar “Free Palestine”. El resultado es que, el ministro se fue con el rabo entre las piernas, pero la policía empeoró la situación de los presos. Maniataron con bridas a todo el mundo, con las manos en la espalda, empeorando su equilibrio en el suelo, y golpearon a las personas que caían rendidas al suelo, obligándolas a mantener la posición.
Por suerte, yo ya había pasado el paripé del control judicial, y junto a otras personas fuimos conducidas a la cárcel de Ktziot, ubicada a algo más de 120 km al sur del puerto, en pleno desierto del Neguev. Esta es la cárcel más grande del mundo, que abarca 400.000 metros cuadrados; por allí han pasado el 75% de los palestinos detenidos por el ejército durante la primera intifada, y siguió acogiendo a miles de presos palestinos detenidos en todas las grandes movilizaciones posteriores. En la cárcel, no me olvidé de l@s compañer@s, que llevarían horas y horas arrodillad@s en el puerto, mientras le llegaba el turno de pasar al control judicial.
La estancia en la cárcel fue una copia de lo vivido en el puerto. Celdas abarrotadas por encima de su capacidad, en mi celda por ejemplo 13 personas en una de 8, falta de colchonetas para dormir, falta de papel higiénico, y lo peor, falta de atención médica y suministro de medicinas a personas que las necesitaban obligatoriamente (y las llevaban consigo, pero no le permitieron que las tuvieran en las celdas) tales como insulina, pastillas para problemas cardiacos, u otro tipo de dolencia con medicación obligatoria. Hay dos ejemplos que representan otros muchos. A un compañero diabético, le niegan la insulina y antes las protestas de los compañeros de su celda, gritando y golpeando las puertas, cuando la policía acude a sofocar el alboroto, y le explican en inglés que el compañero necesita su medicación y atención médica, el policía con más mando contestó, también en inglés, “aquí no tenemos médicos para animales”. Otra compañera, con problemas de corazón, y que, por las protestas de la celda, también acudió la policía, frente al argumento de que la falta de medicación le producía un riesgo de parada cardiaca y muerte, le respondieron que, el riesgo de muerte lo tendría cuando tuviera la parada cardiaca, y hasta que no sufriera esa parada no había riesgo. Solo, después de tres días de protestas, fueron suministrados los medicamentos solicitados, pero esto no salió gratis. En más de una ocasión paras reprimir las protestas, la policía, equipada como antidisturbios, y llevando perros, entraban en las celdas, encañonaban a la gente, y las sacaban con las manos maniatadas con bridas a la espalda, grilletes en los pies y ojos vendados, y era llevada a jaulas, donde las tenían en esa posición durante 4 o 5 horas. Sin entrar en más detalles de los que hay abundancia, para denunciar el trato vejatorio, inhumano y contrario a los derechos de cualquier detenido, obviando que éramos no detenidos, sino personas secuestradas que estaban cumpliendo una misión humanitaria, podemos decir que la situación no fue mucho peor, gracias a la movilización popular y la condena mundial del régimen genocida de Israel, convertido en un estado paria cada vez más despreciado por la mayoría de la población mundial, incluidos millones de población judía no sionista, que vive mayoritariamente fuera de Israel.
Es necesario mencionar antes de acabar el diario, el caso de la compañera de la flotilla, Reyes Rigo, única española retenida aún en la cárcel, acusada de "haber mordido" a una sanitaria israelí. La compañera Ale, que compartía celda con ella y que ya llegó a Madrid, cuenta la verdad, como testigo directo del bulo sionista, en un vídeo de 3'5 minutos donde no deja ninguna duda de lo que realmente pasó. El vídeo, emitido en la “Base TV” y podéis verlo en https://x.com/LaBase_TV/status/1975607804565352494?t=YLJTJGNv36NrdQT6DD0e1A&s=09
Tod@s los miembros de la flotilla, liberados del secuestro del ejército sionista, seguimos nuestra lucha desde nuestra ciudad, desde nuestro pueblo, desde nuestro barrio, desde nuestro centro de trabajo, desde todos nuestros círculos de convivencia. Seguiremos impulsando flotillas y misiones que de una u otra forma llegarán a las entrañas de la bestia, para gritarles asesinos genocidas y Viva Palestina Libre. Ahora mismo la Freedom Flotilla Coalition y Thousand Madleens, se encuentran navegando en estos momentos cerca de la costa de Gaza. Son 9 embarcaciones: El barco CONSCIENCE de la Flotilla de la Libertad y 8 veleros de la Thousand Madleens. Ya están en riesgo de ser secuestrados y podemos seguir su situación, pulsando el enlace https://freedomflotilla.org/ffc-tmtg-conscience-tracker/ donde podremos ver la posición del buque Conscience. 
Nuestra infinita gratitud, a millones de personas que nos han acompañado con su aliento, y su movilización, para exigir el fin del genocidio. Todas íbamos en el mismo barco, y seguiremos navegando contra el colonialismo en todas sus formas y la libertad de los pueblos. Acabamos con un lema del pueblo cubano, uno de los más firmes defensores de Palestina, ¡¡Hasta la victoria siempre!!“

sábado, 4 de octubre de 2025

Sentirte entre iguales: Palestina

 



4/10/2025

Esta tarde hice un alto en mis labores de jardinero para acercarnos a Atocha a la manifestación por Palestina. En el Cercanías charlamos con una mujer que había confeccionado una bandera palestina para la ocasión. La otra, nos dice, que estaba tendida sobre el balcón, se la destrozaron algunos vándalos de la extrema derecha. Charlamos, lo de siempre, lo difícil que resulta aceptar que haya personas que no sólo defienden a los criminales y sus asesinatos, sino que además acechen y hostiguen a aquellos que muestran su solidaridad con el pueblo palestino. Lo difícil que resulta comprender que los nietos y los tataranietos de los antiguos masacrados en los campos de concentración nazis estén haciendo ahora lo mismo con los palestinos sustituyendo los hornos crematorios por asesinatos a sangre fría de niños, mujeres, hombres, ancianos. Lo del Holocausto es imposible comprenderlo; los asesinatos de Israel, tampoco. Llegamos a Atocha, nos despedimos.

En los andenes se oye ya el vocerío de los manifestantes. La multitud ocupa la plaza de Atocha y las calles adyacentes. Paramos en la esquina de Moyano con el Paseo del Prado. Un inmenso gentío corea los eslóganes habituales. A mi izquierda una señora mayor que probablemente ha dejado atrás los ochenta años hace tiempo y que viste la camiseta de perroflautas, se desgañita gritando una tras otra las consignas que corean los manifestantes: “Israel asesina y Europa patrocina”, “Palestina libre”, “Dónde están, no se ven, las sanciones a Israel”, “Esto no es una guerra, es un genocidio”… Un puñado de consignas que se repetirán durante toda la tarde a lo largo del trayecto. Charlo con ella. Me sorprende el calor con que vive este momento. Le comento que toda esta gente son la única esperanza que tenemos de cara a un mundo mejor. Sí, dice ella, y especialmente que haya tanta gente joven. A unos metros de nosotros, engullidos por la masa hay dos chiquilines metidos en una especie de cajón con ruedas que hacen su vida en mitad del gentío. El carrito enarbola una pancarta que dice: “Todos somos hijos de Gaza”.

Estoy emocionado, sin embargo una delgada tristeza me sube por dentro. Hoy soy incapaz de gritar nada, no encuentro mi voz, lo intento pero me sale un “Netanyahu, asesino…” que sólo oye el cuello de mi camisa. No sé, tristeza por el mundo en que vivimos, que con toda seguridad sería otra cosa si ese mundo estuviera compuesto por gente como la que me rodea. Pienso en personas que conozco, que conocía de las redes sociales, y con las que hoy me daría grima relacionarme sabiendo de su afección por Israel, de la justificación de sus crímenes. Me dan grima todos aquellos que de un modo u otro avalan los asesinatos del pueblo judío, que avalan que se les suministren armas. Me dan grima.

A mi derecha escucho a Victoria intentando unirse al coro de las consignas, pero apenas se la oye. Los dos somos unos tímidos. Miro enfrente, un buen puñado de gente joven, chicos y chicas se desgañitan frente a un altoparlante dirigiendo la fiesta y las consignas. Mi incapacidad para unirme a la gritería general facilita la  toma de conciencia de lo que está ocurriendo a mi alrededor. Las pancartas, la vehemencia de las voces, hombres, mujeres, jóvenes, e incluso niños, el calor de la multitud unida en un único empeño. Un buen número de pancartas muestran retratos pintados de gazatíes asesinados con una brevísima referencia de su oficio o hechos. Los asesinados tienen nombres y apellidos, no son seres anónimos, eran personas que tenían un trabajo, unos proyectos de vida, una larga existencia por delante y que vieron cortadas sus vidas por otros hombres, también con nombres y apellidos, y cuyo oficio en este conflicto es asesinar.

La sensación de sentirme entre iguales me llena por dentro. Se enfrenta a mi pesimismo que me dice que este mundo es una mierda, lo matiza. Quiero creer que toda esta gente joven que sale a la calle en solidaridad por el pueblo palestino es nuestra única posibilidad de salvación futura. Ayer utilizaba la palabra romantizar refiriéndome a la tierra. ¡Cuánto me gustaría hacer lo mismo con el futuro que nos espera, cuánto! Pero se me añuga la esperanza, lo siento como quien desea creerse algo en lo que no cree, la esperanza no termina de colar en mi ánimo. Si esta tarde en medio de la multitud que ocupaba desde Atocha hasta Callao las calles, me preguntaran, mi afirmación quizás fuera positiva, dejaría paso a la esperanza. Acaso desistiría del pesimismo que me llena por dentro, pero llegado a casa, visto después desde los medios internacionales, visto quienes gobiernan el mundo, el Payaso Donald y todos sus correligionarios, comprobando las fuerzas económicas que rigen este mundo y la estupidez que nutre a la mayoría de la clase dirigente y a gran parte de la no dirigente, me temo que a la esperanza le queda tan exigua posibilidad que…

El clavo ardiendo al que nos agarramos es esta gente a la que hoy sentía como mis iguales, todos unidos, no sólo en Madrid, también en toda España, en Europa; las multitudes llenaban hoy las calles de Roma, Londres, París, Lisboa y otras ciudades clamando por el fin de una guerra y una Palestina libre.




viernes, 3 de octubre de 2025

El olor de la tierra

 


25/10/2025

Cuando metes la pala bajo la superficie del montón de estiércol, una intensa vaharada de campo, de establo, de naturaleza rural llega al olfato; olor a la madre tierra. El estiércol está fermentado y en sus entrañas duerme todavía el último calor que viene de la transformación de la materia muerta en nutrientes que alimentarán la tierra de nuestra parcela. Su olor esta mañana me sugería la conexión que existe entre la muerte y la vida; lo que muere alimenta lo que vive. En el montón de compost, la alternativa al estiércol que usamos hoy, palpita la vida. Basta meter la mano en él; su calor, su intenso olor, delata la presencia de la vida que vibra en su interior.

Tánta vida vibra a nuestro alrededor que se nos pasa desapercibida. La microbiota intestinal de la vaca, las bacterias del suelo, un complejo mundo trabajando a marchas forzadas cuya finalidad no es otra que coadyuvar a la continuidad de la vida. Esta mañana mientras andaba paleando el estiércol sobre la carretilla, me surgió una pregunta relacionada con los olores, el porqué de ese olor tan característico de tierra mojada cuando empieza a llover, algo que no sucede cuando simplemente desparramamos agua con la manguera sobre la tierra. Investigué. Resultó que ese olor tan especial de la lluvia sobre la tierra seca recibe el nombre de petricor. Averigüé que en la tierra viven unas bacterias que producen una sustancia llamada geosmina, que es la que olemos cuando la lluvia cae repentinamente sobre el suelo. Cuando la lluvia golpea el suelo, forma microburbujas que estallan y lanzan al aire esas moléculas aromáticas que nosotros percibimos como olor a tierra mojada. Una curiosidad te lleva a otra y sin comerlo ni beberlo de repente te sientes inmerso en un mundo microscópico a través del cual pasa la explicación de fenómenos bacterianos complejos sin cuya intervención sería imposible la vida. Y en esto el tránsito de la descomposición de la materia orgánica a compost o estiércol listo para usar, un fenómeno que conocemos desde la escuela primaria, se revela pala en mano como el pilar esencial que sostiene la fertilidad del suelo, la riqueza biológica y por tanto la continuidad de la vida, una deducción que respirando la “fragancia” del estiércol me hacía cavilar sobre estos pequeños procesos de la vida que, en el marco de una relación personal con la tierra como la que vengo teniendo estos días, venían a inspirarme de nuevo la posibilidad de volver a crear una huerta en nuestra parcela. Tuvimos muchos años huerta en casa, pero sucedía que con nuestros hábitos de pasar los veranos viajando o caminando por las montañas, los productos de la huerta no los aprovechábamos. Terminamos por abandonarla definitivamente cuando emprendimos un viaje de un año alrededor del mundo. Ahora la idea volvía a rondarme por la cabeza. Un asunto bastante complicado porque en la parcela han crecido tantos árboles, que es difícil encontrar un lugar que reciba el suficiente sol que necesitaría una huerta. No obstante, por ahí queda la idea… ¡quién sabe!

Esto escribió una vez Novalis: “Romantizo lo vulgar dándole un sentido sublime, lo habitual dándole un misterioso prestigio, lo conocido dándole la dignidad de los ignoto, lo finito dándole apariencia de infinito”. No me importaría romantizar nuestra parcela. También romantizo con frecuencia la montaña y pienso que romantizar no es irte por peteneras, sino reencontrar significado profundo en lo cotidiano. Novalis habla de la Naturaleza como un ser vivo con voz, energía, misterio, esa clase de relación que yo en ocasiones hago explícita en mis posts cuando durmiendo en la montaña hablo con las cumbres (recuerdo aquí de nuevo aquellas cartas que Fernando Garrido escribía a la montaña sobre la que permaneció más de 60 días, el Aconcagua). En un mundo como el nuestro parece que sólo el romanticismo tendría viso de sacarnos del atolladero en que estamos metidos. Esta misma tarde mis hijos me mandaban un vídeo de la calle en donde viven, en Lavapiés, toda ella a rebosar de gente manifestándose a favor de Palestina. Puro romanticismo en un mundo en que el individualismo, el consumo y la insolidaridad mandan. Algo así con la Naturaleza, la Tierra sobre la que vivimos, tan maltratada y expoliada; volver a relacionarte con la Tierra como algo latente que respira, que vibra, que contiene la historia de lo que ha vivido: lluvia, sol, raíces, gusanos, hojas que caen, humus.

Esta tarde tras dedicar un buen rato a esto y a lo otro, salí a darme una vuelta por la parcela. Me fui directamente a ver el trabajo de la mañana, unos cien metros cuadrados airados, limpiados, estercolados, peinados con la escoba metálica. Era el placer el trabajo bien hecho, pero sobre todo el inicio de esa relación que poco a poco se está profundizando entre nosotros dos, la tierra y su jardinero. Ahora la tierra huele levemente a estiércol.

 


jueves, 2 de octubre de 2025

La avispa Felipa

 


02/10/2025

Últimamente tengo la sensación de que pensar en el tiempo que me queda por vivir puede convertirse en una buena manera de asumir el día a día con cierta suerte de lucidez, e incluso de satisfacción, esa que se produce cuando encuentras que estás en el sendero correcto hacia la comprensión de algo que te inquieta. 

Desde que he regresado de las montañas, leí en algún lugar que cuando regresamos de un largo viaje el que regresa en cierto modo es otro, hay algo que me corre por dentro que no sé definir y que apunta a ello. Eso y la muerte de Antonio Montes, y añadiría el contacto con la tierra que estoy teniendo últimamente, la tierra, el estiércol, las plantas en general, los animales de la parcela, incluida esa avispa que anuncia el título del post. No es corriente encontrarse con circunstancias diferentes que en un momento determinado, como cuando ríos y grandes afluentes se encuentran, coadyuven, como lo hacen en este momento estas circunstancias, para encontrar cierta clase de comprensión de la realidad. En este caso comprensión e integración de lo que uno hace y espera del tiempo futuro en ese aproximarse lentamente a la nada. 

Qué a mí me dé por hablar de megaidiotas cuando me refiero al Payaso Donald, o incluso a muchos representantes de la UE, o aquí en Madrid de esa esperpéntica señora del gobierno madrileño, tiene que ver obviamente con el concepto que uno tiene de la realidad global y del significado que da a la existencia.  

Es el caso que estos días estoy a las puertas de una nueva manera de relacionarme con el entorno físico en que vivo. Y por añadidura haciendo equilibrios con el otro entorno, el social, los otros, el mundo. Se han pausado en mí los ánimos para salir de momento al monte y esto ha sido sustituido por una relación con la tierra y las plantas que está empezando a llenar de pajaritos mi cabeza. Hoy durante la comida hablando de estas cosas con Victoria recordé que Byung-Chul Han había escrito un libro en un tiempo que se dedicó a la jardinería. Indagué y lo encontré, Loa a la tierra, es su título. Mañana lo tendré en casa. Creo que su lectura puede ser una buena manera de seguir en contacto con estas pulsiones que se me han despertado en torno al arrimo del hábitat donde vivimos.

Me preocupa el hecho de emplear el tiempo que me queda de vida en algo que me venga al ánimo con fuerza, y la sintonía con la tierra, con los animales o las plantas parecen estar despertando en mí una muy buena disposición. Una posibilidad al alcance de mi mano que sólo necesita atravesar el umbral de mis expectativas para convertirse en realidad. Hablaba de estas cosas con Victoria mientras a nuestro alrededor Felipa y una de sus compañeras sobrevolaban nuestros platos de la comida. Felipa lleva una semana viviendo en nuestro porche desde que descubrió dos cestillos llenos de uvas maduras. Las vimos el primer día y lo primero que hicimos fue cubrir los cestillos con dos paños, pero enseguida descubrieron que los cestillos tenían dos aberturas laterales por donde se podían colar. Nos cayeron tan simpáticas que le pusimos nombre y a partir de entonces dejamos el cestillo al descubierto. Ahora a la hora de la comida Felipa y Pepa, su compañera, aparecen de no se sabe dónde y sobrevuelan constantemente nuestros platos. Victoria ya ni siquiera las espanta. Las contemplamos cómo van y vienen y cómo vuelan con su tajada a un lado del plato para dar cuenta de ella. Son inquietísimas, no paran un momento, parece que tuvieran la pulga Benito dentro, ahora sobre las uvas, después sobre el queso, a continuación sobre las lentejas; pero lo que más les gusta son las uvas. No me extraña, tienen parecido gusto al mío. Me encantan esas uvas de final de temporada que dan las parras del amigo Pedro, maduras, dulcísimas, tanto que te dejan un pegajoso pringue sobre los dedos. No intentes buscar a Felipa y a Pepa en horas que no son de la comida, porque no están. Ellas tienen ajustado el reloj a los hábitos de la gente de El Chorrillo.

Me digo, quién pudiera compaginar la sana preocupación por los males del Mundo, esa herida abierta que es Palestina, sin más, con una sana distancia, Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Siempre el mismo dilema. ¿A qué te dedicas?, me preguntaba ayer un amigo. Y la verdad es que no sabía muy bien qué decirle. No leo, apenas oigo música, los únicos trabajos reales son los de la parcela y acaso ese rato de escritura cuando me da la vena. Pero sobre todo pienso en cómo reconducir este tiempo por delante. Carlos el otro día decía en una entrevista a los de Antena 3 que al fin se había dado cuenta de que tenía 86 años. La conciencia de los muchos años que uno va teniendo por fuerza tiene que transmitir algo a nuestro yo deseoso siempre de aclararse en medio de la complejidad del vivir. Y en ello estamos.

Veremos lo que escribe Byung-Chul Han a partir de mañana. Probablemente su lectura dé para más reflexiones. Ese loa a la tierra es la exacta expresión que llevo yo estos días en mi ánimo cuando paso la mañana cubriendo de estiércol nuestra parcela.

Termino y  pienso en Felipa. ¿Qué estará haciendo a estas horas de la noche? ¿Dormirá, soñará con algún especial manjar? También me acuerdo de la rana que rescaté el otro día limpiando el estanque de los peces y que por la noche se escapó del cubo en que la tenía encerrada hasta poner en orden el estanque. ¿Dónde se habrá ido? Una pena, porque le habíamos preparado buena compañía con las nuevas carpas que vamos a traer. Las otras que teníamos murieron con aquel estrepitoso granizo que cayó en primavera, y ahora queremos restituir nuevos ejemplares al estanque. Las carpas y su deslizarse por el agua son siempre un bonito espectáculo. Voy a tener que ir como cuando era niño a buscar una junto a las aguas del río Alberche para hacerles compañía.


martes, 30 de septiembre de 2025

Un señor de 86 años

Original de Mar Durán

 

30/09/2025

No, no voy a hablar de Carlos y su ascensión al Manaslú ni de nada parecido. Hoy arranca mi escritura de una fotografía que subió Mar Durán al WhatsApp. Escribí tantas veces sobre Carlos como para llenar casi un libro, así que no deseo abundar una vez más en la obviedad de etcétera etcétera.

Después de mi ajetreada mañana trabajando con el estiércol, cuarenta metros cúbicos de este material esparciéndolo por la parcela es mucha tela, cuando al final me siento tras la comida para tomarme un respiro, lo primero que me encuentro es la llegada de Carlos a Barajas, un hombre de 86 años animoso y con cara de pillo empujando un carrito que contiene un voluminoso equipaje. ¿Qué traerá este hombre en la cabeza para mostrar esa disposición y esa cara de satisfacción que desborda su rostro?, me pregunto. Es fácil imaginar que rebosa la complacencia que siente después de columbrar tantos esfuerzos, tanto entrenamiento, pisando al fin una cumbre que se coló en uno de sus sueños hace unos meses y que poco a poco fue engordando hasta convertirse en un firme proyecto.

De Carlos me interesan muchas cosas, la más importante de todas el ejemplo que nos pone delante de las narices a todos los que vamos cumpliendo muchos años, ese cartelón grande como una pancarta que ocupara el paseo del Prado de parte a parte, que dice una vez más que sí se puede, que todavía se puede. Pero bueno, de eso ya he hablado muchas veces en mi diario de jubilado. El otro día en un guasap de un grupo de montaña, tras saber que Carlos había alcanzado la cumbre del Manaslú, un compañero escribía que la noticia le había hecho llorar a moco tendido. No pariente de Carlos, ni compañero cercano, imagino, simplemente la emoción, pienso, de encontrar en ese hecho, esa cumbre a los 86 años, la viva expresión de que la vida, pese a los inconvenientes de la edad, puede rebosar tanta frescura, tanta fuerza de voluntad, tanto infinito deseo de vida como para hacer de la vejez, ese sustantivo que apunta tantas veces a  la decrepitud, impotencia y cancelación de los sueños, un nuevo y apasionante reducto de fuerza y satisfacción de uno mismo. 

Satisfacción de uno mismo. Quizás sea esa la expresión que muestra ese señor de 86 años que empujaba esta mañana el carrito de su equipaje en las salas del aeropuerto de Barajas. Y ya en este punto ¿por qué no generalizar y decir que si personalmente existe un objetivo deseable sobre todas las cosas en la vida, ese sería conseguir estar satisfecho de uno mismo, de lo que haces o has hecho, del modo de vivir, de la manera en que uno encarrila su existencia? 

Otra cosa que me interesa de Carlos es su extrema tozudez :-), ser terco como una mula como es él a la hora de proponerse algo y a continuación poner todos los medios posibles a su alcance para hacer efectivo “eso” que se le ha metido en la cabeza, es la materia prima que hace, y ha hecho, posible todos esos logros que son el correlativo de su vida como alpinista. Mi admirada Silvia Vidal dice que ella no entrena, que el entrenamiento viene solo cuando emprende alguna de sus expediciones, las largas aproximaciones, los porteos cuando llega a pie de pared ya han dejado su cuerpo a punto de caramelo. También Silvia es muchísimo más joven. Lo de Carlos es otra cosa, sus entrenamientos son la garantía y la base de los objetivos que se propone. Un día coincides con él y con Pedro Mateo en el Sputnik, para mí entre otras cosas un buen lugar para tras las trepadas tener un buen rato de conversación. Pues bien, si le comentas a Carlos que si se queda un rato de charla con nosotros, seguro que te dirá que nanáis, que tiene sesión con el físio, que tiene que entrenar, que ha quedado con un periodista, lo que sea. Sonriendo me ha contado alguna vez Pedro Mateo cómo cuando Carlos inicia la marcha, sea subir a Cabezas de Hierro en el mejor tiempo posible o alguna larga caminata por la Pedriza, entonces Carlos es Carlos Chitón, ni una palabra, toda su alma se le va en la carrera. Vamos, como aquel budista que decía que cuando comía no hacía otra cosa que comer. 

Tozudez, pero mejor llamarlo disciplina. Recuerdo que hace tiempo, yo cumplía 70 años por entonces, leyendo a Renato Casarotto, Una vita tra le montagne, me impresionó de tal manera la ascensión que hizo en solitario y en invierno por la cresta, Ridge of No Return, 12 días en pared con temperaturas de treinta y cuarenta grados bajo cero, incluida una caída de treinta metros a esa temperatura, que a partir de entonces, puesto a ser disciplinado, no tuve ningún problema para ducharme invierno y verano todos los días con agua fría. Poca cosa, pero que indica hasta dónde ciertas personas pueden influirnos a la hora de tomar decisiones, y por consiguiente a mejorar nuestra filosofía de la vida, la voluntad o sugiriéndonos una disciplina que Dios y ayuda cuesta incorporar a nuestros hábitos. Pensar entonces en Casarotto cada mañana escalando a cuarenta grados bajo cero en absoluta soledad, hizo posible que incorporara para siempre ese hábito. Algo parecido me sucede cuando la pereza para entrenar me llega y recuerdo a Carlos.

Son fantásticas las posibilidades que te puede dar una disciplina ordenada a un fin. Esa es mi admiración esencial cuando pienso en él. Carlos se ha hecho a sí mismo a la medida de su propia voluntad, a la medida de sus sueños, y sin esa voluntad de hierro que ha puesto a disposición de de sus anhelos jamás podríamos imaginar a nadie poniendo el pie sobre las cumbres de tantos ochomiles después de la jubilación.  


lunes, 29 de septiembre de 2025

La tierra que nos acoge

 


28/09/2025

Tengo una palabra en la cabeza, casi un hallazgo, y en el acto de cambiar de gafas, date, la palabra ha volado. ¿Cuál sería esa palabra que tan ajustada y contundente venía a lo que quería decir? Hace un rato, mientras comíamos, a Victoria y a mí nos ha costado un buen rato encontrar esa palabra que nombra a un tipo de entremés en las comidas orientales, el rollito de primavera. Cuando la hemos encontrado hemos soltado los dos un ¡eureka!, algo que se repite constantemente en la vida cotidiana y que tiene que ver con ese camino hacia la nada del que hablaba ayer. Ya, ya la tengo mientras tanto: derrengado era.

Derrengado estoy. ¿La razón? Poéticamente podría decir que derrengado a causa de mi relación con la tierra, ¿o habré mejor de escribir Tierra con mayúscula? Dentro de ese ciclo de la vida del que hablaba ayer, la tierra/Tierra sería el intermediario clave sin cuya presencia la continuidad de la vida en otros seres sería imposible. Deslomado estaba esta mañana transportando estiércol y distribuyéndolo por la parcela cuando en un pequeño respiro, rastrillo en mano bajo la barbilla, tuve el presentimiento de que esta mañana lo que estaba haciendo era alimentar a un ser vivo, un ser vivo, la tierra. Recuerdo que en alguna ocasión circuncaminando la isla de Fuerteventura, en una playa solitaria, me sentí impelido a fornicar con la Tierra/la arena de la playa. En aquella ocasión recuerdo haber escrito algo muy poético. Tuve en mente entonces a la Pachamama. “Pacha” significa mundo, tierra, universo, en quechua, y “mama” , madre; es decir, “Madre Tierra”. La Pachamama hacía alusión entonces a una conexión profunda entre los seres humanos y la tierra; madre y fuente de vida a la vez, en aquella ocasión mi inspiración me llevó a tener una relación con ella que poco se podía diferenciar con la que pudiera haber tenido con una mujer.

Así que allí estaba yo con el rastrillo en las manos intentando dar un sentido más profundo al trabajo que estaba haciendo de alimentar la tierra con el estiércol. Llevamos más de un tercio de siglo viviendo en esta casa y en este tiempo hemos desarrollado poco a poco una buena relación con los animales que viven entre nosotros, pájaros, culebras, erizos, peces, una rana que rescaté ayer del estanque que estaba limpiando, incluso un par de avispas que hoy durante la comida sobrevolaban el cestillo de las uvas, o el seguimiento que hacemos de hormigas solitarias cuando trajinan por aquí o por allí llamando nuestra atención sobre su trabajo y destino; una relación que se extiende a las plantas, esos abrazos a los árboles con los que inaugura su día Victoria; hemos desarrollado una relación, decía, que linda bastante con la fraternidad que sentimos en ocasiones por otra gente. Así que la atención que despertaba en mí esta mañana la tierra no era exactamente nueva, más bien se trataba de un reencuentro afectivo que despertaba al contacto íntimo con ella, despejarla de palitos, hojas, plantas muertas, pasar el escarificador para airearla, y finalmente extender el estiércol y peinar su superficie con la escoba metálica para retirar trozos de estiércol sin fermentar.

Puedes hacer este trabajo pensando en las musarañas, mecánicamente, pero cuando entras en la órbita de los significados profundos que tienen las cosas, sí, significado profundo, tu contacto con la Pachamama en persona, se produce una pequeña mutación en tu ánimo y aquello que era simplemente “tierra” adquiere una relevancia afectiva y una significación que coloca a esa tierra que pisaste durante años con indiferencia, en un ser vivo a través del cual la vida se reproduce. Un ser vivo que te puede proporcionar alimento, leña para la chimenea de invierno, lugar de descanso, sombra, hábitat para los animales de los que vives rodeado, el placer de la contemplación. La obviedad de munificencia es tan grande que de puro evidente puede pasarnos totalmente desapercibida. La parcela en que vivimos cuando llegamos acá era un entero erial. Hoy es un entorno lleno de vida, árboles, plantas, animales. Cuando la miramos con tanto placer pareciera que todo nos lo debiéramos a nosotros mismos que la regamos y cuidamos, sin embargo olvidamos la generosidad extraordinaria con la que la tierra se ha ceñido a nuestros deseos. De hecho la tierra que habitamos y nosotros mismos formamos en cierto modo un conjunto, un cuerpo que sentimos indisoluble. Desde esta perspectiva la tierra y nosotros somos parte de la misma cosa. Cuando veo a Victoria caminar temprano por la mañana por la parcela, cuando contemplo cómo se abraza a los árboles, o cuando yo mismo paso horas contemplando la brisa en las ramas de los árboles o la lluvia o me tumbo como esta mañana para descansar sobre uno de los taludes y contemplar el paso de las nubes, es imposible no sentirte parte de este mundo que habitamos día y noche, un mundo que se levanta y palpita todo él sobre la tierra.


domingo, 28 de septiembre de 2025

Reflexiones desde lo alto de una montaña de estiércol



28/09/2025

Esta mañana me despertó el motor de un tractor que operaba junto a nuestra casa. El estiércol que habíamos encargado estaba ahí dispuesto a ser descargado sobre la parcela, cuarenta metros cúbicos de materia orgánica con que nutrir el empobrecido suelo de nuestra tierra. Estuve toda la mañana trabajando esparciendo el estiércol, un trabajo laborioso que me va a llevar semanas. Daba lluvia para después del mediodía, así que antes de comer nos dedicamos a tapar con plásticos esos dos voluminosos montones. Trepé arriba el montón más voluminoso, unos dos metros de altura. Curioso que un acto tan simple, subirse sobre una pirámide de excrementos de vaca fermentados, me retrotrajera al tema sobre el que escribiera ayer. En realidad ese montón de estiércol era la continuación argumental de esa nada a la que poco a poco nos acercamos. En realidad no es la nada en donde terminan nuestras vidas sino en un montón más o menos pequeño de estiércol, de cenizas, ceniza eres y en ceniza te convertirás; eso tan obvio, pero que de tanto saberlo ignoramos en la práctica. La montaña de estiércol sobre la que estaba subido igual podría haber sido una montaña de cenizas de restos humanos. También ello me habría servido para abonar nuestra parcela, un montón de potasio con el que nutrir el suelo.

La ley del eterno retorno, alguna de sus variantes, apunta a la idea de que la realidad no progresa linealmente hacia un fin definitivo, sino que se repite en ciclos infinitos de creación, destrucción y renacimiento. Así de filosófico me encontraba yo considerando estas cosas desde la cúspide del montón de estiércol, lo suficiente como para pensar que el ciclo de la vida sigue parecido recorrido. La vida retorna a la tierra en forma de desecho orgánico, éste nutre la tierra y la capacita para crear nuevas vidas, vidas vegetales, que a la vez servirán al sustento de otras vidas, vegetales o animales, que tras su periodo vital volverán a convertirse en compóst, ceniza o estiércol. Nacer – vivir –descomponerse – nutrir la tierra – nueva vida. ¡Bravo!, nuestra vida no habrá sido inútil, al menos seríamos un elemento más en esa carrera loca de la especie por reproducir la vida, sea la que sea, a toda costa. No hay porqués, sólo la infinita capacidad de reproducción que la vida ha adquirido a partir del momento en que se hizo efectiva sobre la Tierra. El eterno retorno sería el mecanismo que mantendría vivo el ciclo de la vida.

El estiércol que nos han traído procede de una granja cercana a nuestra casa. Allí las vacas apenas tienen espacio para moverse. Su vida ha sido congelada en dos, tres metros cuadrados. Nacen y mueren en ese pequeño espacio y son sus deyecciones y sus propios cadáveres la contribución al ciclo general, un ciclo que puede estar sustentado desde millones de años atrás y del que nosotros nos aprovechamos en forma de petróleo, gas o carbón, que son reservorios fósiles del ciclo vital del que hablamos.

Mostrar así en unas pocas líneas el entorno en el cual nuestra vida personal se desarrolla, nos coloca en un contexto similar al de quien para ver el bosque se aleja de él para percibirlo en su conjunto. Y percibirlo en su conjunto es asomarse a la nada con la saludable disposición de ver medianamente claro en qué consiste eso que llamamos vida. El amigo Enrique comenta mi post de ayer diciendo que aprecia leer en mis líneas la asunción de nuestro ciclo biológico expresada sin ambages. El hecho de ir teniendo muchos años inevitablemente trae consigo el que estos asuntos aparezcan constantemente en el umbral de los aleatorios pensamientos que le asaltan a uno y, parece de cajón, que de un modo u otro queramos aclararnos y contextualizarlos en el ámbito general que es la vida. A estas alturas ya no nos sirven los cuentos de hadas en que los católicos, haciendo uso de un vulgar autoengaño, se refugian para eludir la realidad de la muerte, y por tanto dado que no queremos vivir la vida como si ésta fuera un cuento, sino algo mucho más consistente y apasionante, aunque destinada a la nada, no nos queda otra que ir tanteando en la oscuridad con la punta del bastón de ciego esas pequeñas verdades con las que comprender un poco mejor la vida.

La disposición de esa gente que no se pregunta por estas cosas y que vive a piñón fijo de las creencias religiosas que asumió de niño, me recuerda a esas vacas que han producido esa montaña de estiércol sobre la que me subí esta mañana y que me inspiraron estas líneas. Más allá del establo y del corto espacio que se ve desde él existen otras realidades y evidencias que asumir. No basta decirnos polvo eres y en polvo te convertirás, es necesario hacerlo carne de nuestra carne, evidencia vital que nos ayude en un ejercicio de coherencia personal a vivir acorde con la realidad y no abducidos por criterios e ideas que la religión, el Mercado, las modas o cualséase su origen fabrican para consumo de la calle.