6/11/2025
Acababa de encender el
fuego de la chimenea y, con el libro entre las manos me disponía a iniciar mi
lectura, El crepúsculo del deber, Gilles
Lipovetsky, cuando caí en que no había contestado el guasap que había recibido esta
mañana del amigo X sobre mi post de ayer. X había publicado en un grupo de
guasap un extenso e interesante texto sobre la vejez, y decía que no había
tenido ni un solo comentario, megusta o similar, a su extenso escrito, que por
demás caía en un contexto muy propio, tanto como para afectar a TODOS los integrantes
del grupo, septuagenarios y octogenarios todos ellos. Que alguien se interese
por la salud mental y física de personas en esa edad, tan propensas a hándicaps
y problemas de fontanería :-) e incluso de coco :-), y que en un grupo de medio
centenar de personas nadie abra la boca que no sea para felicitar cumpleaños o
para hablar del tiempo, me temo que dice bastante sobre el grupo. Le ha
sucedido muchas veces, me dice. Comenta que en las últimas tres semanas ha
publicado en el chat del grupo cinco extensos textos sobre diversos temas de actualidad
que superan el millar de palabras. Todos ellos han encontrado como respuesta “una
estricta disciplina de monástico silencio”, nadie que comentara o diera señales
de vida.
Creo haber escrito
anteriormente sobre esta circunstancia tan frecuente en grupos de guasaps. Tres
consideraciones: 1. Que los grupos suelen crearse con ciertas finalidades y que
la mayoría de las veces cumplen un papel de simple intercambio informal de
noticias, chascarrillos, etcétera. Nada que objetar. 2. Que siendo así, y
pensando que los grupos están formados por personas inteligentes, que se
presume deseosas de divertirse, aprender y compartir ideas y sucesos, lo más
normal sería que esa finalidad primera derivara, como quien inicia una
conversación hablando del tiempo para poder pasar a algo más interesante a
continuación, a algo de más entidad o peso. Lo contrario, pasar días y días
hablando del tiempo o felicitándose mutuamente los cumpleaños, es desmerecer de
la inteligencia y de nuestra capacidad de pensar. 3. Ésta relacionada con la
urbanidad. Pongo un ejemplo. Imaginemos una tertulia en la que participa medio
centenar de personas. Alguien en esa tertulia propone un tema, hace un largo
comentario sobre un asunto de actualidad y… absolutamente nadie contesta. Al
rato vuelve con otro asunto, lo expone, pide opiniones y… todos convidados de
piedra. ¿Qué podría decir o pensar una persona que con un mínimo sentido de la
urbanidad, de la consideración por los otros, observara este espectáculo?
Cómo privar a nadie de
decir o no decir, de hacer lo que le dé la real gana en un grupo de guasap o
donde sea. Ah, la libertad. Pero… ah, también los peros. El asunto se parece
mucho a algo que sucede con frecuencia en las redes sociales. Pocos son los que
argumentan, piensan, intentan aclarar una parcela de la realidad, analizar,
etcétera, y muchos, la mayoría, los que etcétera... Son tantos los espectadores
de la vida… He hecho muchos miles de kilómetros caminando por las tierras de
España, muchos, y en ese caminar he parado centenares de veces en bares y
restaurantes de todo tipo de pueblos. Pocas, en pocas ocasiones he escuchado
alguna conversación medianamente inteligente. Ramón y Cajal decía que la
mayoría de la gente tiene dificultades para pensar, pero que a él le sucedía lo
contrario, le era imposible dejar de pensar en todo momento.
Repito, nadie tiene
obligación de participar en una conversación. Ello lo podemos interpretar de varias
maneras. 1: no me da la gana participar y punto pelota. 2: Si me pongo a pensar
la cabeza me puede echar humo, y eso es peligroso para la salud; se te puede
quemar el pelo. 3: La pereza manda. Es más liviano y menos costoso hablar del
tiempo o del fútbol, que intentar razonar sobre una propuesta que alguien ha
puesto en el tablero. 4: No tengo capacidad o no quiero quedar en evidencia
ante los demás. ¡Ay, los demás! Tan pendientes nosotros de qué dirán o no dirán.
5: No quiero manifestar públicamente lo que pienso sobre esto o lo de más allá.
Más allá de esta negación a
pensar o a querer participar en una tertulia, está, digamos, por una parte las
ganas de divertirte, pensar es divertido y gratificante, te obliga a analizar y
a tener criterio propio; contrastar lo que tú piensas con lo que piensan los
otros te enriquece; si te escayolan un brazo y no lo mueves durante meses,
pierdes la capacidad de movimiento; ergo, si inmovilizas tus circuitos neurales
o no los usas, con toda probabilidad lo mismo podemos regresar al estado
embrionario de los hombres de Cromagnon. Ergo…
Paparruchas, sí; todas las
que se quieran, pero dejando aparte la pereza o el respetable parecer de que
uno no desee intervenir, dar su opinión en determinado grupo, tertulia o lo que
sea, es de cajón que no podemos constantemente dejar a la deriva de “siempre los
otros” lo que sucede en el mundo, no podemos limitarnos a ser sempiternamente
convidados de piedra, y eso es así cuando sentados frente al televisor, frente
a lo que se dice en tales o cuales grupos, nos limitamos a ser simples espectadores.
La conciencia de un mundo perfectible que debería ser objeto de todo ciudadano no
puede prescindir del debate, de contrastar ideas con los demás, de analizar la
realidad global o particular. Y, por supuesto, tampoco es de recibo dejar
plantados sin respuesta alguna a aquellos que sí hacen ese trabajo de analizar
y servir al bien común con sus opiniones y comentarios.






