miércoles, 8 de octubre de 2025
AQUÍ NO TENEMOS MÉDICOS PARA ANIMALES
sábado, 4 de octubre de 2025
Sentirte entre iguales: Palestina
4/10/2025
Esta
tarde hice un alto en mis labores de jardinero para acercarnos a Atocha a la
manifestación por Palestina. En el Cercanías charlamos con una mujer que había
confeccionado una bandera palestina para la ocasión. La otra, nos dice, que
estaba tendida sobre el balcón, se la destrozaron algunos vándalos de la
extrema derecha. Charlamos, lo de siempre, lo difícil que resulta aceptar que
haya personas que no sólo defienden a los criminales y sus asesinatos, sino que
además acechen y hostiguen a aquellos que muestran su solidaridad con el pueblo
palestino. Lo difícil que resulta comprender que los nietos y los tataranietos de
los antiguos masacrados en los campos de concentración nazis estén haciendo
ahora lo mismo con los palestinos sustituyendo los hornos crematorios por
asesinatos a sangre fría de niños, mujeres, hombres, ancianos. Lo del Holocausto
es imposible comprenderlo; los asesinatos de Israel, tampoco. Llegamos a
Atocha, nos despedimos.
En los
andenes se oye ya el vocerío de los manifestantes. La multitud ocupa la plaza
de Atocha y las calles adyacentes. Paramos en la esquina de Moyano con el Paseo
del Prado. Un inmenso gentío corea los eslóganes habituales. A mi izquierda una
señora mayor que probablemente ha dejado atrás los ochenta años hace tiempo y
que viste la camiseta de perroflautas, se desgañita gritando una tras otra las
consignas que corean los manifestantes: “Israel asesina y Europa patrocina”, “Palestina
libre”, “Dónde están, no se ven, las sanciones a Israel”, “Esto no es una
guerra, es un genocidio”… Un puñado de consignas que se repetirán durante toda
la tarde a lo largo del trayecto. Charlo con ella. Me sorprende el calor con
que vive este momento. Le comento que toda esta gente son la única esperanza
que tenemos de cara a un mundo mejor. Sí, dice ella, y especialmente que haya
tanta gente joven. A unos metros de nosotros, engullidos por la masa hay dos
chiquilines metidos en una especie de cajón con ruedas que hacen su vida en
mitad del gentío. El carrito enarbola una pancarta que dice: “Todos somos hijos
de Gaza”.
Estoy
emocionado, sin embargo una delgada tristeza me sube por dentro. Hoy soy
incapaz de gritar nada, no encuentro mi voz, lo intento pero me sale un “Netanyahu,
asesino…” que sólo oye el cuello de mi camisa. No sé, tristeza por el mundo en
que vivimos, que con toda seguridad sería otra cosa si ese mundo estuviera
compuesto por gente como la que me rodea. Pienso en personas que conozco, que
conocía de las redes sociales, y con las que hoy me daría grima relacionarme
sabiendo de su afección por Israel, de la justificación de sus crímenes. Me dan
grima todos aquellos que de un modo u otro avalan los asesinatos del pueblo judío,
que avalan que se les suministren armas. Me dan grima.
A mi
derecha escucho a Victoria intentando unirse al coro de las consignas, pero
apenas se la oye. Los dos somos unos tímidos. Miro enfrente, un buen puñado de
gente joven, chicos y chicas se desgañitan frente a un altoparlante dirigiendo
la fiesta y las consignas. Mi incapacidad para unirme a la gritería general
facilita la toma de conciencia de lo que
está ocurriendo a mi alrededor. Las pancartas, la vehemencia de las voces,
hombres, mujeres, jóvenes, e incluso niños, el calor de la multitud unida en un
único empeño. Un buen número de pancartas muestran retratos pintados de gazatíes
asesinados con una brevísima referencia de su oficio o hechos. Los asesinados
tienen nombres y apellidos, no son seres anónimos, eran personas que tenían un
trabajo, unos proyectos de vida, una larga existencia por delante y que vieron
cortadas sus vidas por otros hombres, también con nombres y apellidos, y cuyo
oficio en este conflicto es asesinar.
La
sensación de sentirme entre iguales me llena por dentro. Se enfrenta a mi
pesimismo que me dice que este mundo es una mierda, lo matiza. Quiero creer que
toda esta gente joven que sale a la calle en solidaridad por el pueblo
palestino es nuestra única posibilidad de salvación futura. Ayer utilizaba la
palabra romantizar refiriéndome a la tierra. ¡Cuánto me gustaría hacer lo mismo
con el futuro que nos espera, cuánto! Pero se me añuga la esperanza, lo siento
como quien desea creerse algo en lo que no cree, la esperanza no termina de
colar en mi ánimo. Si esta tarde en medio de la multitud que ocupaba desde
Atocha hasta Callao las calles, me preguntaran, mi afirmación quizás fuera
positiva, dejaría paso a la esperanza. Acaso desistiría del pesimismo que me
llena por dentro, pero llegado a casa, visto después desde los medios
internacionales, visto quienes gobiernan el mundo, el Payaso Donald y todos sus
correligionarios, comprobando las fuerzas económicas que rigen este mundo y la
estupidez que nutre a la mayoría de la clase dirigente y a gran parte de la no
dirigente, me temo que a la esperanza le queda tan exigua posibilidad que…
El
clavo ardiendo al que nos agarramos es esta gente a la que hoy sentía como mis
iguales, todos unidos, no sólo en Madrid, también en toda España, en Europa; las
multitudes llenaban hoy las calles de Roma, Londres, París, Lisboa y otras
ciudades clamando por el fin de una guerra y una Palestina libre.
viernes, 3 de octubre de 2025
El olor de la tierra
25/10/2025
Cuando
metes la pala bajo la superficie del montón de estiércol, una intensa vaharada
de campo, de establo, de naturaleza rural llega al olfato; olor a la madre
tierra. El estiércol está fermentado y en sus entrañas duerme todavía el último
calor que viene de la transformación de la materia muerta en nutrientes que
alimentarán la tierra de nuestra parcela. Su olor esta mañana me sugería la
conexión que existe entre la muerte y la vida; lo que muere alimenta lo que
vive. En el montón de compost, la alternativa al estiércol que usamos hoy,
palpita la vida. Basta meter la mano en él; su calor, su intenso olor, delata la
presencia de la vida que vibra en su interior.
Tánta
vida vibra a nuestro alrededor que se nos pasa desapercibida. La microbiota
intestinal de la vaca, las bacterias del suelo, un complejo mundo trabajando a
marchas forzadas cuya finalidad no es otra que coadyuvar a la continuidad de la
vida. Esta mañana mientras andaba paleando el estiércol sobre la carretilla, me
surgió una pregunta relacionada con los olores, el porqué de ese olor tan
característico de tierra mojada cuando empieza a llover, algo que no sucede
cuando simplemente desparramamos agua con la manguera sobre la tierra.
Investigué. Resultó que ese olor tan especial de la lluvia sobre la tierra seca
recibe el nombre de petricor. Averigüé que en la tierra viven unas bacterias
que producen una sustancia llamada geosmina, que es la que olemos cuando la
lluvia cae repentinamente sobre el suelo. Cuando la lluvia golpea el suelo,
forma microburbujas que estallan y lanzan al aire esas moléculas aromáticas que
nosotros percibimos como olor a tierra mojada. Una curiosidad te lleva a otra y
sin comerlo ni beberlo de repente te sientes inmerso en un mundo microscópico a
través del cual pasa la explicación de fenómenos bacterianos complejos sin cuya
intervención sería imposible la vida. Y en esto el tránsito de la
descomposición de la materia orgánica a compost o estiércol listo para usar, un fenómeno que conocemos desde la
escuela primaria, se revela pala en mano como el pilar esencial que sostiene la
fertilidad del suelo, la riqueza biológica y por tanto la continuidad de la
vida, una deducción que respirando la “fragancia” del estiércol me hacía
cavilar sobre estos pequeños procesos de la vida que, en el marco de una
relación personal con la tierra como la que vengo teniendo estos días, venían a
inspirarme de nuevo la posibilidad de volver a crear una huerta en nuestra
parcela. Tuvimos muchos años huerta en casa, pero sucedía que con nuestros
hábitos de pasar los veranos viajando o caminando por las montañas, los
productos de la huerta no los aprovechábamos. Terminamos por abandonarla
definitivamente cuando emprendimos un viaje de un año alrededor del mundo. Ahora
la idea volvía a rondarme por la cabeza. Un asunto bastante complicado porque
en la parcela han crecido tantos árboles, que es difícil encontrar un lugar que
reciba el suficiente sol que necesitaría una huerta. No obstante, por ahí queda
la idea… ¡quién sabe!
Esto escribió una vez Novalis: “Romantizo lo vulgar
dándole un sentido sublime, lo habitual dándole un misterioso prestigio, lo
conocido dándole la dignidad de los ignoto, lo finito dándole apariencia de
infinito”. No me importaría romantizar nuestra
parcela. También romantizo con
frecuencia la montaña y pienso que romantizar no es irte por peteneras, sino
reencontrar significado profundo en lo cotidiano. Novalis habla de
Esta
tarde tras dedicar un buen rato a esto y a lo otro, salí a darme una vuelta por
la parcela. Me fui directamente a ver el trabajo de la mañana, unos cien metros
cuadrados airados, limpiados, estercolados, peinados con la escoba metálica.
Era el placer el trabajo bien hecho, pero sobre todo el inicio de esa relación
que poco a poco se está profundizando entre nosotros dos, la tierra y su
jardinero. Ahora la tierra huele levemente a estiércol.
jueves, 2 de octubre de 2025
La avispa Felipa
02/10/2025
Últimamente tengo la sensación de que pensar en el tiempo que me queda por vivir puede convertirse en una buena manera de asumir el día a día con cierta suerte de lucidez, e incluso de satisfacción, esa que se produce cuando encuentras que estás en el sendero correcto hacia la comprensión de algo que te inquieta.
Desde que he regresado de las montañas, leí en algún lugar que cuando regresamos de un largo viaje el que regresa en cierto modo es otro, hay algo que me corre por dentro que no sé definir y que apunta a ello. Eso y la muerte de Antonio Montes, y añadiría el contacto con la tierra que estoy teniendo últimamente, la tierra, el estiércol, las plantas en general, los animales de la parcela, incluida esa avispa que anuncia el título del post. No es corriente encontrarse con circunstancias diferentes que en un momento determinado, como cuando ríos y grandes afluentes se encuentran, coadyuven, como lo hacen en este momento estas circunstancias, para encontrar cierta clase de comprensión de la realidad. En este caso comprensión e integración de lo que uno hace y espera del tiempo futuro en ese aproximarse lentamente a la nada.
Qué a mí me dé por hablar de
megaidiotas cuando me refiero al Payaso Donald, o incluso a muchos representantes
de
Es el caso que estos días estoy a las puertas de una nueva manera de relacionarme con el entorno físico en que vivo. Y por añadidura haciendo equilibrios con el otro entorno, el social, los otros, el mundo. Se han pausado en mí los ánimos para salir de momento al monte y esto ha sido sustituido por una relación con la tierra y las plantas que está empezando a llenar de pajaritos mi cabeza. Hoy durante la comida hablando de estas cosas con Victoria recordé que Byung-Chul Han había escrito un libro en un tiempo que se dedicó a la jardinería. Indagué y lo encontré, Loa a la tierra, es su título. Mañana lo tendré en casa. Creo que su lectura puede ser una buena manera de seguir en contacto con estas pulsiones que se me han despertado en torno al arrimo del hábitat donde vivimos.
Me preocupa el hecho de emplear el tiempo que me queda de vida en algo que me venga al ánimo con fuerza, y la sintonía con la tierra, con los animales o las plantas parecen estar despertando en mí una muy buena disposición. Una posibilidad al alcance de mi mano que sólo necesita atravesar el umbral de mis expectativas para convertirse en realidad. Hablaba de estas cosas con Victoria mientras a nuestro alrededor Felipa y una de sus compañeras sobrevolaban nuestros platos de la comida. Felipa lleva una semana viviendo en nuestro porche desde que descubrió dos cestillos llenos de uvas maduras. Las vimos el primer día y lo primero que hicimos fue cubrir los cestillos con dos paños, pero enseguida descubrieron que los cestillos tenían dos aberturas laterales por donde se podían colar. Nos cayeron tan simpáticas que le pusimos nombre y a partir de entonces dejamos el cestillo al descubierto. Ahora a la hora de la comida Felipa y Pepa, su compañera, aparecen de no se sabe dónde y sobrevuelan constantemente nuestros platos. Victoria ya ni siquiera las espanta. Las contemplamos cómo van y vienen y cómo vuelan con su tajada a un lado del plato para dar cuenta de ella. Son inquietísimas, no paran un momento, parece que tuvieran la pulga Benito dentro, ahora sobre las uvas, después sobre el queso, a continuación sobre las lentejas; pero lo que más les gusta son las uvas. No me extraña, tienen parecido gusto al mío. Me encantan esas uvas de final de temporada que dan las parras del amigo Pedro, maduras, dulcísimas, tanto que te dejan un pegajoso pringue sobre los dedos. No intentes buscar a Felipa y a Pepa en horas que no son de la comida, porque no están. Ellas tienen ajustado el reloj a los hábitos de la gente de El Chorrillo.
Me digo, quién pudiera compaginar la sana preocupación por los males del Mundo, esa herida abierta que es Palestina, sin más, con una sana distancia, Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Siempre el mismo dilema. ¿A qué te dedicas?, me preguntaba ayer un amigo. Y la verdad es que no sabía muy bien qué decirle. No leo, apenas oigo música, los únicos trabajos reales son los de la parcela y acaso ese rato de escritura cuando me da la vena. Pero sobre todo pienso en cómo reconducir este tiempo por delante. Carlos el otro día decía en una entrevista a los de Antena 3 que al fin se había dado cuenta de que tenía 86 años. La conciencia de los muchos años que uno va teniendo por fuerza tiene que transmitir algo a nuestro yo deseoso siempre de aclararse en medio de la complejidad del vivir. Y en ello estamos.
Veremos lo que escribe Byung-Chul Han a partir de mañana. Probablemente su lectura dé para más reflexiones. Ese loa a la tierra es la exacta expresión que llevo yo estos días en mi ánimo cuando paso la mañana cubriendo de estiércol nuestra parcela.
Termino y pienso en Felipa. ¿Qué estará haciendo a estas horas de la noche? ¿Dormirá, soñará con algún especial manjar? También me acuerdo de la rana que rescaté el otro día limpiando el estanque de los peces y que por la noche se escapó del cubo en que la tenía encerrada hasta poner en orden el estanque. ¿Dónde se habrá ido? Una pena, porque le habíamos preparado buena compañía con las nuevas carpas que vamos a traer. Las otras que teníamos murieron con aquel estrepitoso granizo que cayó en primavera, y ahora queremos restituir nuevos ejemplares al estanque. Las carpas y su deslizarse por el agua son siempre un bonito espectáculo. Voy a tener que ir como cuando era niño a buscar una junto a las aguas del río Alberche para hacerles compañía.
martes, 30 de septiembre de 2025
Un señor de 86 años
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Original de Mar Durán |
30/09/2025
No, no voy a hablar de Carlos y su ascensión al Manaslú ni de nada
parecido. Hoy arranca mi escritura de una fotografía que subió Mar Durán al
WhatsApp. Escribí tantas veces sobre Carlos como para llenar casi un libro, así
que no deseo abundar una vez más en la obviedad de etcétera etcétera.
Después de mi ajetreada mañana trabajando con el estiércol, cuarenta
metros cúbicos de este material esparciéndolo por la parcela es mucha tela, cuando
al final me siento tras la comida para tomarme un respiro, lo primero que me
encuentro es la llegada de Carlos a Barajas, un hombre de 86 años animoso y con
cara de pillo empujando un carrito que contiene un voluminoso equipaje. ¿Qué
traerá este hombre en la cabeza para mostrar esa disposición y esa cara de
satisfacción que desborda su rostro?, me pregunto. Es fácil imaginar que rebosa
la complacencia que siente después de columbrar tantos esfuerzos, tanto
entrenamiento, pisando al fin una cumbre que se coló en uno de sus sueños hace
unos meses y que poco a poco fue engordando hasta convertirse en un firme
proyecto.
De Carlos me interesan muchas cosas, la más importante de todas el
ejemplo que nos pone delante de las narices a todos los que vamos cumpliendo
muchos años, ese cartelón grande como una pancarta que ocupara el paseo del
Prado de parte a parte, que dice una vez más que sí se puede, que todavía se
puede. Pero bueno, de eso ya he hablado muchas veces en mi diario de jubilado.
El otro día en un guasap de un grupo de montaña, tras saber que Carlos había
alcanzado la cumbre del Manaslú, un compañero escribía que la noticia le había
hecho llorar a moco tendido. No pariente de Carlos, ni compañero cercano,
imagino, simplemente la emoción, pienso, de encontrar en ese hecho, esa cumbre
a los 86 años, la viva expresión de que la vida, pese a los inconvenientes de
la edad, puede rebosar tanta frescura, tanta fuerza de voluntad, tanto infinito
deseo de vida como para hacer de la vejez, ese sustantivo que apunta tantas
veces a la decrepitud, impotencia y
cancelación de los sueños, un nuevo y apasionante reducto de fuerza y
satisfacción de uno mismo.
Satisfacción de uno mismo. Quizás sea esa la expresión que muestra ese
señor de 86 años que empujaba esta mañana el carrito de su equipaje en las
salas del aeropuerto de Barajas. Y ya en este punto ¿por qué no generalizar y
decir que si personalmente existe un objetivo deseable sobre todas las cosas en
la vida, ese sería conseguir estar satisfecho de uno mismo, de lo que haces o
has hecho, del modo de vivir, de la manera en que uno encarrila su existencia?
Otra cosa que me interesa de Carlos es su extrema tozudez :-), ser terco
como una mula como es él a la hora de proponerse algo y a continuación poner
todos los medios posibles a su alcance para hacer efectivo “eso” que se le ha metido
en la cabeza, es la materia prima que hace, y ha hecho, posible todos esos
logros que son el correlativo de su vida como alpinista. Mi admirada Silvia
Vidal dice que ella no entrena, que el entrenamiento viene solo cuando emprende
alguna de sus expediciones, las largas aproximaciones, los porteos cuando llega
a pie de pared ya han dejado su cuerpo a punto de caramelo. También Silvia es
muchísimo más joven. Lo de Carlos es otra cosa, sus entrenamientos son la
garantía y la base de los objetivos que se propone. Un día coincides con él y
con Pedro Mateo en el Sputnik, para mí entre otras cosas un buen lugar para
tras las trepadas tener un buen rato de conversación. Pues bien, si le comentas
a Carlos que si se queda un rato de charla con nosotros, seguro que te dirá que
nanáis, que tiene sesión con el físio, que tiene que entrenar, que ha quedado
con un periodista, lo que sea. Sonriendo me ha contado alguna vez Pedro Mateo
cómo cuando Carlos inicia la marcha, sea subir a Cabezas de Hierro en el mejor
tiempo posible o alguna larga caminata por
Tozudez, pero mejor llamarlo disciplina. Recuerdo que hace tiempo, yo
cumplía 70 años por entonces, leyendo a Renato Casarotto, Una vita tra le
montagne, me impresionó de tal manera la ascensión que hizo en solitario y
en invierno por la cresta, Ridge of No Return, 12 días en pared con
temperaturas de treinta y cuarenta grados bajo cero, incluida una caída de
treinta metros a esa temperatura, que a partir de entonces, puesto a ser
disciplinado, no tuve ningún problema para ducharme invierno y verano todos los
días con agua fría. Poca cosa, pero que indica hasta dónde ciertas personas
pueden influirnos a la hora de tomar decisiones, y por consiguiente a mejorar
nuestra filosofía de la vida, la voluntad o sugiriéndonos una disciplina que
Dios y ayuda cuesta incorporar a nuestros hábitos. Pensar entonces en Casarotto
cada mañana escalando a cuarenta grados bajo cero en absoluta soledad, hizo
posible que incorporara para siempre ese hábito. Algo parecido me sucede cuando
la pereza para entrenar me llega y recuerdo a Carlos.
Son fantásticas las posibilidades que te puede dar una disciplina
ordenada a un fin. Esa es mi admiración esencial cuando pienso en él. Carlos se
ha hecho a sí mismo a la medida de su propia voluntad, a la medida de sus
sueños, y sin esa voluntad de hierro que ha puesto a disposición de de sus
anhelos jamás podríamos imaginar a nadie poniendo el pie sobre las cumbres de
tantos ochomiles después de la jubilación.
lunes, 29 de septiembre de 2025
La tierra que nos acoge
28/09/2025
Tengo una palabra en la cabeza, casi un hallazgo, y en el
acto de cambiar de gafas, date, la palabra ha volado. ¿Cuál sería esa palabra
que tan ajustada y contundente venía a lo que quería decir? Hace un rato,
mientras comíamos, a Victoria y a mí nos ha costado un buen rato encontrar esa
palabra que nombra a un tipo de entremés en las comidas orientales, el rollito
de primavera. Cuando la hemos encontrado hemos soltado los dos un ¡eureka!,
algo que se repite constantemente en la vida cotidiana y que tiene que ver con
ese camino hacia la nada del que hablaba ayer. Ya, ya la tengo mientras tanto: derrengado era.
Derrengado estoy. ¿La razón? Poéticamente podría decir que
derrengado a causa de mi relación con la tierra, ¿o habré mejor de escribir
Tierra con mayúscula? Dentro de ese ciclo de la vida del que hablaba ayer, la
tierra/Tierra sería el intermediario clave sin cuya presencia la continuidad de
la vida en otros seres sería imposible. Deslomado estaba esta mañana transportando
estiércol y distribuyéndolo por la parcela cuando en un pequeño respiro,
rastrillo en mano bajo la barbilla, tuve el presentimiento de que esta mañana
lo que estaba haciendo era alimentar a un ser vivo, un ser vivo, la tierra.
Recuerdo que en alguna ocasión circuncaminando la isla de Fuerteventura, en una
playa solitaria, me sentí impelido a fornicar con
Así que allí estaba yo con el rastrillo en las manos
intentando dar un sentido más profundo al trabajo que estaba haciendo de
alimentar la tierra con el estiércol. Llevamos más de un tercio de siglo
viviendo en esta casa y en este tiempo hemos desarrollado poco a poco una buena
relación con los animales que viven entre nosotros, pájaros, culebras, erizos,
peces, una rana que rescaté ayer del estanque que estaba limpiando, incluso un
par de avispas que hoy durante la comida sobrevolaban el cestillo de las uvas,
o el seguimiento que hacemos de hormigas solitarias cuando trajinan por aquí o
por allí llamando nuestra atención sobre su trabajo y destino; una relación que
se extiende a las plantas, esos abrazos a los árboles con los que inaugura su día
Victoria; hemos desarrollado una relación, decía, que linda bastante con la
fraternidad que sentimos en ocasiones por otra gente. Así que la atención que despertaba
en mí esta mañana la tierra no era exactamente nueva, más bien se trataba de un
reencuentro afectivo que despertaba al contacto íntimo con ella, despejarla de
palitos, hojas, plantas muertas, pasar el escarificador para airearla, y
finalmente extender el estiércol y peinar su superficie con la escoba metálica
para retirar trozos de estiércol sin fermentar.
Puedes hacer este trabajo pensando en las musarañas,
mecánicamente, pero cuando entras en la órbita de los significados profundos
que tienen las cosas, sí, significado profundo, tu contacto con
domingo, 28 de septiembre de 2025
Reflexiones desde lo alto de una montaña de estiércol
28/09/2025
Esta mañana me despertó el motor de un tractor que operaba junto a nuestra casa. El estiércol que habíamos encargado estaba ahí dispuesto a ser descargado sobre la parcela, cuarenta metros cúbicos de materia orgánica con que nutrir el empobrecido suelo de nuestra tierra. Estuve toda la mañana trabajando esparciendo el estiércol, un trabajo laborioso que me va a llevar semanas. Daba lluvia para después del mediodía, así que antes de comer nos dedicamos a tapar con plásticos esos dos voluminosos montones. Trepé arriba el montón más voluminoso, unos dos metros de altura. Curioso que un acto tan simple, subirse sobre una pirámide de excrementos de vaca fermentados, me retrotrajera al tema sobre el que escribiera ayer. En realidad ese montón de estiércol era la continuación argumental de esa nada a la que poco a poco nos acercamos. En realidad no es la nada en donde terminan nuestras vidas sino en un montón más o menos pequeño de estiércol, de cenizas, ceniza eres y en ceniza te convertirás; eso tan obvio, pero que de tanto saberlo ignoramos en la práctica. La montaña de estiércol sobre la que estaba subido igual podría haber sido una montaña de cenizas de restos humanos. También ello me habría servido para abonar nuestra parcela, un montón de potasio con el que nutrir el suelo.
La ley del eterno retorno,
alguna de sus variantes, apunta a la idea de que la realidad no progresa
linealmente hacia un fin definitivo, sino que se repite en ciclos infinitos de
creación, destrucción y renacimiento. Así de filosófico me encontraba yo
considerando estas cosas desde la cúspide del montón de estiércol, lo
suficiente como para pensar que el ciclo de la vida sigue parecido recorrido. La
vida retorna a la tierra en forma de desecho orgánico, éste nutre la tierra y
la capacita para crear nuevas vidas, vidas vegetales, que a la vez servirán al
sustento de otras vidas, vegetales o animales, que tras su periodo vital volverán
a convertirse en compóst, ceniza o estiércol. Nacer – vivir –descomponerse –
nutrir la tierra – nueva vida. ¡Bravo!, nuestra vida no habrá sido inútil, al
menos seríamos un elemento más en esa carrera loca de la especie por reproducir
la vida, sea la que sea, a toda costa. No hay porqués, sólo la infinita
capacidad de reproducción que la vida ha adquirido a partir del momento en que
se hizo efectiva sobre
El estiércol que nos han traído procede de una granja cercana a nuestra casa. Allí las vacas apenas tienen espacio para moverse. Su vida ha sido congelada en dos, tres metros cuadrados. Nacen y mueren en ese pequeño espacio y son sus deyecciones y sus propios cadáveres la contribución al ciclo general, un ciclo que puede estar sustentado desde millones de años atrás y del que nosotros nos aprovechamos en forma de petróleo, gas o carbón, que son reservorios fósiles del ciclo vital del que hablamos.
Mostrar así en unas pocas líneas el entorno en el cual nuestra vida personal se desarrolla, nos coloca en un contexto similar al de quien para ver el bosque se aleja de él para percibirlo en su conjunto. Y percibirlo en su conjunto es asomarse a la nada con la saludable disposición de ver medianamente claro en qué consiste eso que llamamos vida. El amigo Enrique comenta mi post de ayer diciendo que aprecia leer en mis líneas la asunción de nuestro ciclo biológico expresada sin ambages. El hecho de ir teniendo muchos años inevitablemente trae consigo el que estos asuntos aparezcan constantemente en el umbral de los aleatorios pensamientos que le asaltan a uno y, parece de cajón, que de un modo u otro queramos aclararnos y contextualizarlos en el ámbito general que es la vida. A estas alturas ya no nos sirven los cuentos de hadas en que los católicos, haciendo uso de un vulgar autoengaño, se refugian para eludir la realidad de la muerte, y por tanto dado que no queremos vivir la vida como si ésta fuera un cuento, sino algo mucho más consistente y apasionante, aunque destinada a la nada, no nos queda otra que ir tanteando en la oscuridad con la punta del bastón de ciego esas pequeñas verdades con las que comprender un poco mejor la vida.
La disposición de esa gente que no se pregunta por estas cosas y que vive a piñón fijo de las creencias religiosas que asumió de niño, me recuerda a esas vacas que han producido esa montaña de estiércol sobre la que me subí esta mañana y que me inspiraron estas líneas. Más allá del establo y del corto espacio que se ve desde él existen otras realidades y evidencias que asumir. No basta decirnos polvo eres y en polvo te convertirás, es necesario hacerlo carne de nuestra carne, evidencia vital que nos ayude en un ejercicio de coherencia personal a vivir acorde con la realidad y no abducidos por criterios e ideas que la religión, el Mercado, las modas o cualséase su origen fabrican para consumo de la calle.