domingo, 19 de octubre de 2025

Animales y animalas

 

Gaza y Thalos, los últimos habitantes perrunos de El Chorrillo 

20/10/2025

¿Por qué te pones la mascarilla?, me pregunta Victoria cuando entra en la cabaña. Ya he dicho por aquí que estoy tejiendo una nueva relación con los seres vivos que habitan en nuestro entorno, lo que sabiéndolo, no sé cómo, algunos animalillos del lugar, parece que se están confabulando para hacerme compañía en exceso. Es el caso de un mosquito que cada noche, siempre a la misma hora, viene a hacer vuelos de recreo alrededor de mi cabeza. No, mi amor animalero no llega a tanto. Ayer tuve la gentileza de recoger un enorme ciempiés que se paseaba inquieto a la hora de comer en nuestro porche y tomarlo delicadamente con mi sombrero y depositarlo entre la hiedra; simpatiquísimo, por cierto, ver caminar a estos animalejos, siempre moviéndose como locos de un lado para otro. Recuerdo que una vez me encontré uno de ellos entre las sábanas cuando me fui a meter en la cama. Un pequeño susto nada más. Sin embargo tener un mosquito planeando sobre mi coco, de eso nada, así que ponte primero la mascarilla y a continuación rocía la cabaña con el insecticida. Sólo que pese al incordio de las picaduras ahora ya incluso me da un poco cosa cuando agarro el insecticida. Mosquito bonito, lo siento… y zas, un chorrazo mortífero y se acabó el peligro de una picadura. Recuerdo que cuando supe de los jainistas, aquello me hizo cuestionar algunos aspectos de la realidad relacionados con los otros seres vivos. La no violencia absoluta hacia cualquier ser vivo de muchos practicantes de esta religión recuerdo que les lleva a usar una gasa o velo sobre la boca para evitar tragar accidentalmente algún insecto, e incluso barren el suelo antes de caminar para no pisar ningún ser vivo. Dudo, luego existo.

Felipa, nuestra avispa, que venía a comer de nuestros platos estos días, anteayer se hizo daño en un ala y no podía volar. No la hemos vuelto a ver. Cuando pienso en ella, me da pena; ¿qué puede hacer una pobre avispa si no vuela? Lo de llevar una avispa al veterinario todavía no ha llegado (… que con tanto animalista suelto seguro que llegará), así que si se rompe un ala es que te vas a morir ya mismo. Una avispa y un mosquito pertenecen a esa clase de animales que molestan, sin embargo… También nos molestamos unos a otros, y el sentido común hace que la sangre no llegue al río; bueno, en ocasiones, que sólo es necesario abrir las páginas de los periódicos para comprobar lo contrario.

Entre animales vivimos, y esta vez utilizando ese sustantivo en su acepción cercana a la bestialidad y la barbarie. Tantos animales que andan sueltos por el mundo. Así que conviene matizar y expresar claramente a qué nos referimos cuando hablamos de animales. Por ejemplo Ángel González, el poeta, para referirse a la mujer utiliza muchas veces en sus poemas la palabra animala, que, claro, se entiende, con una intención amorosa, doméstica. Expresa con ello cierto grado de ternura carnal y cercanía. “Te llamaré mi animala, / por no decirte mi amor, / que es palabra ya gastada”. Gerald Durrell, naturalista y amante de los animales, escribió un libro titulado Mi familia y otros animales, un título que evoca una cercanía en donde se emparenta a estos últimos en el ámbito humano cercano.  

Estas cosas me sugieren que acaso mi inconsciente está tratando de rescatar toda clase de fauna, pequeña o grande, para llevarlo a nivel de conciencia, querencias que acaso hasta ahora vivían en estado latente y que en estos días, sensibilizado con la cosa esta que me ha dado de mi sintonía con la tierra viene a llamar mi atención. La ética de la tierra. Creo que citaba días atrás por aquí el título de este libro de Aldo Leopold, esa idea de pensar en la Tierra como una comunidad en la que nosotros somos un elemento más. Por supuesto que mi inconsciente no necesita rescatar ese tipo de animales, a los que Ángel González se refiere como su animala, esos seres alados que duermen en los sueños de los sapiens ya desde la temprana adolescencia.

Victoria, que gusta de leer estos textos antes de que los publique, me dice que todas las noches pide perdón a una babosa que suele encontrarse antes de hacer con ella caput. Y es que, claro, uf… hay animales que… uf… es que hay animalas que…


jueves, 16 de octubre de 2025

El yo se hace comunión silenciosa con la tierra


 

17/10/2025

No llegué nunca a comprender esa concepción del ego como algo negativo que se respira en la cultura oriental. Y mi falta de comprensión probablemente tiene que ver con el entorno cultural en que he nacido y desarrollado. Prescindir del apego al yo, o su aprecio, que es el sujeto del pensamiento, de la acción o la libertad, me pareció siempre una incongruencia, de ahí mi confusión cuando me encuentro con determinados textos, esta noche sin más en Loa a la tierrra, de Byung-Chul Han en donde éste afirma que el jardín le aleja un poco más de su ego, como si el objetivo fuera alejarse de su yo. La idea de “disolver el ego” me suena a anulación de mi ser pensante, del que actúa. Para el budismo aferrarse al yo y a sus deseos es algo que hay que soterrar y hacer desaparecer. ¿Para qué? Para no sufrir. Bueno, pues maldita la gracia que para no sufrir tengamos que etcétera… Ser una persona sin deseos, además de soso, se me parece algo contra natura, y ello porque precisamente los deseos, digamos deseos sanos, son en gran medida el acicate de nuestra existencia.

Probablemente existe algún tipo de confusión a la hora de dar por sentado conceptos que en absoluto están claros para los interlocutores que puedan en una conversación hablar del ego, o del yo. Para ello tengo que considerar, a fin de evitar falsas interpretaciones, que en absoluto esa apreciación del yo tiene nada que ver con el narcisismo. Si lo que pretende decir Han es que no se trata de huir del ego sino de aligerarlo, quizás entendido así, en ese yo que a primera vista podríamos considerar como el centro de un planeta alrededor del cual gira toda la realidad en forma de pequeños satélites, vuelto entonces hacia la tierra, el jardín, en el texto de Han, lo que se podría estar produciendo es una cierta porosidad, una forma de abrirse a la presencia silenciosa del mundo, donde uno deja de decir “esto es mío” y empieza a sentir una suerte de pertenencia a esa tierra, al mundo. Hablaba hace días de esta sensación creciente que me asalta últimamente cuando trabajo en la parcela, arreglo, abono, podo, de sentirme parte integrante de una comunidad, uno más entre los animales y las plantas. Si eso es alejarme un poco de mi ego, estaría plenamente de acuerdo, aunque también lo podría enunciar no como alejamiento de mi yo sino como apertura, como integración con “lo otro”, con la tierra, con lo que no soy yo. Es acercarse a la idea de sentirte parte del Todo.

Mantener la integridad del yo y sus deseos en absoluto estaría reñido con esa pertenencia emocional al mundo, a la sociedad. No habría necesidad de “huir” del yo, pero sí proponerse una conveniente integración con el no yo. En la mística cristiana (San Juan de la Cruz), la “muerte del yo” juega un papel que a mi juicio anula la esencia del yo para entregarse a Dios, un hecho que se repite de parecida manera en otras religiones en donde la dejación del yo en pos de Alá (el Corán), en orden a no sufrir (el budismo), o en orden a conseguir el nirvana, la liberación de las constantes reencarnaciones (hinduismo). Quizás conseguir una síntesis entre el yo y “lo otro” esté implícita en la afirmación de Han cuando escribe que el jardín le aleja un poco más de su ego. No habla de la anulación del ego, sino de cierto alejamiento. “No tengo hijos, pero con el jardín voy aprendiendo lentamente qué significa brindar asistencia, preocuparse por otros. El jardín se ha convertido en un lugar del amor”, afirma más adelante Han. Esto me interesa. Me interesa lo que me enseña la montaña sobre mí y sobre el mundo y la realidad que vivo; en cuantoa la actividad en el jardín, algo parecido, un elemento más al servicio de una realidad que poco a poco puede añadir un plus de comprensión e integración de lo que el individuo va asumiendo que es la vida.

Cuidar el jardín, dice Han, es una forma de comunión silenciosa con la tierra. Efectivamente, el yo ha dejado de ser un referente alrededor del cual gira el mundo para ser comunión, comunión silenciosa con la tierra. Perfecto, me encanta.


viernes, 10 de octubre de 2025

László Krasznahorkai. La ética de la Tierra

 


10/10/2025

Un nuevo premio Nóbel siempre atrae la curiosidad del que hojea un periódico. El pasado año me llevó a leer a Han Kang en La vegetariana, que bien, pero no mucho más, ningún entusiasmo; sin embargo este año descubrir que László Krasznahorkai trabajó íntimamente con Béla Tarr, un especialísimo director de cine del que vi todo lo que estaba a mi alcance con gran interés, ha suscitado de inmediato mi interés por este autor. Indago, leo, y así a primera vista creo que Krasznahorkai me va a ocupar muchas horas de lectura en los próximos días. De momento he elegido Al norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río. Aunque tenía dudas entre éste y Seiobo ha bajado a la Tierra que leo por ahí que es la gran obra espiritual de Krasznahorkai. Me encuentro algo desganado con la lectura y creo que tiene que ver con la sensación de que estoy todavía desubicado. Ando algo despistado, como buscando mi lugar, mi espacio relacional. Escucho la tierra durante toda la mañana mientras por arriba la voy cubriendo de una capa de estiércol, y mientras tanto pienso en Krasznahorkai y en los temas que sugiere el libro en el que voy a comenzar a leerle: la contemplación entendida como un mirar sin juzgar, la belleza como forma de conocimiento, la fugacidad de la existencia, la espiritualidad zen o el silencio como forma de pensamiento.

Ayer, repasando uno de mis libros, una travesía del Pirineo del 2020, Pirineos en tiempo de pandemia, me encontré a la altura del puerto de Bujaruelo leyendo Una ética de la Tierra, de Aldo Leopold, con una cita que en estos días me concierne especialmente: “Abusamos de la Tierra porque la vemos como una mercancía que nos pertenece. Cuando pensemos en la Tierra como en una comunidad a la que pertenecemos, podremos empezar a usarla con amor y respeto”. Entender la tierra, ésta en la que vivo, no como una propiedad, sino como una comunidad de animales y plantas en la que nosotros somos un elemento más, es una idea sugerente que me está ayudando estos días a establecer una peculiar relación con este entorno. Días atrás contaba de nuestras vecinas, la avispa Felipa y su hermana, Pepa. Hoy fue un ratoncillo. Lo cuento más abajo. Hace unos días una rana. Y más, el estanque de los peces, limpio y con la cascada funcionando, ya está preparado para recibir la próxima semana a los nuevos inquilinos, esas carpas doradas que entretienen con su elegante ir y venir nuestro tiempo. Leía más debajo de la cita de Leopold, que lograr ser musgo con la montaña (Matthiessen, El leopardo de las nieves), ser parte de ella, requiere largos momentos de soledad y silencio: una idea que aprecio.

En esta relación con la tierra que vengo teniendo últimamente hoy le tocó a un pequeño roedor. Fue un ratoncillo al que no tuve más remedio que matar (si fuera una mascota tendría que haber dicho sacrificar… cosas del lenguaje y sus sutilezas). Estaba tranquilamente acurrucado, como quien se echa una agradable siesta, sobre un cojín dentro de un arcón donde guardamos cosas de poco uso. Al abrir la tapa no salió disparado, qué va, se levantó tranquilamente y huyó hacia el otro lado del arcón sin prisas. Quizás estuviera tocado por el veneno que dejamos por algunos rincones. El caso es que me resultó simpático, tanto o más que la avispa Felipa que éstos días a la hora de comer se invita, ella y Pepa, sin más a compartir nuestra comida. El caso es que saqué del arcón unos cables que necesitaba y cuando volví lo encontré de nuevo corriendo por el arcón; se paró un momento indeciso de no saber por donde trepar fuera del arcón y terminó dirigiéndose a un rincón. Allí, mientras miraba como trepar hacia arriba, logré atraparle por el rabo. Sí, creo que debía de estar malito. Me lo llevé colgando del rabo para enseñárselo a Victoria, pero no había dado más que unos pasos, cuando colgando como estaba se revolvió y pretendió morderme. De verdad que lo sentí, pero eso sí que no. Me daba pena, tan chiquilín, tan simpático, pero… si los dejamos a su aire dentro de unos meses tenemos por aquí una legión. Adiós nuestros libros. Ya sucedió hace muchos años que fuéramos a coger un Quijote y nos encontráramos que faltaba la cuarta parte del libro. Se lo habían zampado los ratones. Ese y algún tomo más, creo que fueron los poemas de Cernuda. Le hice la eutanasia y después lo mandé volando al otro lado de la valla de la parcela. No, no era cosa de convivir con ellos como lo hicimos un tiempo en un hotel de Nueva Delhi. Nuestra habitación tenía una amplia terraza y allí nos reuníamos con algunos amigos del lugar a la tarde cuando el sol desaparecía. El espectáculo se repetía cada noche. Salían tres o cuatro ratones de sus rincones y allí se quedaban contemplándonos; acaso interesado en nuestra conversación alguno trepaba por mis botas de montaña y arriba, como quien no quiere perderse palabra, se sentaba sobre sus cuartos traseros a escuchar. No pasaba noche ni tertulia en que los ratones no aparecieran.

Krasznahorkai, Byung-Chul-Han, ratones, peces, ranas y pájaros están pasando a formar parte de mi universo estos días.

 

 


miércoles, 8 de octubre de 2025

AQUÍ NO TENEMOS MÉDICOS PARA ANIMALES


8/10/2025

Mi diario cumple con frecuencia una suerte de referencia para el futuro, algo a lo que poder echar mano algún día para el caso de que la memoria flojee. Hoy la entrada no es mía, pero se trata de un asunto que quisiera no olvidar nunca, el hecho de hasta qué profundidad del ser humano puede llegar la abyección de los hombres, en este caso los israelitas. Se trata de la última entrada que recibo de un amigo del diario de Manuel, uno de los miembros de la flotilla secuestrada por Israel recientemente. 

“Diario final, nº37. 8 de octubre de 2025
AQUÍ NO TENEMOS MÉDICOS PARA ANIMALES
El pasado día 1 de octubre, sobre las 20:30h cerré bruscamente el diario. Había sonado la señal de alarma y todo el pasaje y tripulación acudimos a nuestro puesto, asignado previamente en la parte de proa de la cubierta. Como habíamos sospechado, y dado lo avanzado que estábamos en la dirección a Gaza, la marina de guerra sionista, enseguida que oscureció, inició el operativo de asalto a nuestros pequeños y frágiles barcos.
El Sirius fue el segundo barco que abordaron después del Alma. Sería algo más tarde de las 21:00h. Una cañonera, similar a la que nos había visitado de madrugada, ese mismo día 1, se acercó a nuestra nave y viendo que estábamos tod@s a la vista en cubierta y en una posición de rendición, nos comunicaron por megafonía que si hacíamos algún tipo de movimiento entenderían que estábamos oponiendo resistencia al asalto. Poco después empezaron a subir al barco. Previamente ya habían inhibido todas nuestras señales de comunicación. No obstante, lo primero que hicieron al subir el barco fue cortar el cable desde donde recibíamos la señal de wifi, vía satélite. Contaron a todas las personas que estábamos en posición de rendición con las manos en alto, registraron todo el barco, y a partir de ahí se hicieron cargo de la marcha de éste, modificando la dirección hacia el noreste, buscando el puerto de Asdod, a unos 40 km al norte de la frontera de Gaza. Era una dotación de unos 15 soldados, la mayoría muy jóvenes y varias mujeres entre ellos.
Desde esa hora, hasta las 12 de la mañana aproximadamente, o sea algo más de 14 horas, estuvimos en cubierta del barco, sin movernos, con el salvavidas puesto y dando cabezadas de sueño. Es cierto que después de amanecer nos ofrecieron botellas de agua, incluso galletas de la que almacenábamos en nuestra despensa. Nadie quiso aceptar comida, y solo algunas compañer@s aceptaron agua cuando empezó a apretar el sol. Cuando vieron que el agua se usaba para mojar la cabeza y combatir el sol nos propusieron bajar a la bodega, lugar que usábamos de dormitorio habitualmente, para evitar el calor. A la cubierta habíamos subido, cuando sonó la alarma, solo con nuestros móviles, pasaporte, ropa para combatir el frio de la noche y los salvavidas. Todos los equipajes, guardado en mochilas, los habíamos dejado en la bodega. Nos sorprendimos bastante, cuando al bajar, todas las mochilas habían desaparecido y nunca más las vimos. Al menos, en la bodega, nos permitieron tendernos, y pudimos dormir y descansar aproximadamente hasta las 16:00h. A esa hora nos ordenaron que subiéramos otra vez a cubierta y descubrimos que ya estábamos en el exterior del puerto de Asdod. A pesar de ello no quisieron entrar en puerto y atracar, por lo menos hasta una hora después.  
Una vez desembarcados nos llevaron a una zona del muelle, que estaba compartimentada por contenedores, situados en perpendicular a la estación portuaria, y la línea paralela a la estación la cubrían con unas vallas altas con una especie de malla de rafia negra, que impedía la visión de nuestra detención allí dentro. Era como una especie de celda enorme, a cielo abierto, y había varias de ellas. La que estaba cerca de la entrada a la estación era la primera “celda” y continuaban varias más.
Nada más desembarcar en el muelle, notamos la diferencia entre los soldados que nos habían custodiados y los policías que se hacían cargo de nosotr@s. Al poner el pie en el muelle, nos llevaban a empujones a la zona donde continuábamos la fila de personas detenidas y desembarcadas antes, y éramos obligadas a ponernos en cuclillas con la cabeza bajada hacia el suelo. Las personas que no bajaban suficientemente la cabeza eran agredidas, obligándolas a golpes a que la posición de sumisión fuera la correcta. Una vez me ví en el suelo, en esa posición sentí cierto pánico. Me imaginaba que nos fueran a tener así toda la noche, y mis condiciones físicas me lo impedían. Ni podía doblar bien las piernas, ni podía tener la espalda sin apoyo. Pensé que llegaría un momento que me vencería el cansancio y me obligarían a palos a guardar la posición correcta.
Tampoco era que todos los soldados que tomaron los barcos fueran más amables que los policías. Llevaban instrucciones precisas y como ejemplo significativo el que ocurrió con Miguelón, un compañero vasco, pacifista de toda la vida, promotor de tejido cooperativo y defensor de colectivos de inmigrantes en Euskadi; también con una trayectoria larga de apoyo a las distintas flotillas que han intentado romper el bloqueo a Gaza desde su imposición en 2007. El mando de los soldados que tomaron su barco entró preguntado por él, y cuando se identificó, le doblaron el brazo hacia atrás, lo tiraron al suelo, y le estuvieron golpeando contra él.
Tuve la suerte, y respiré aliviado, cuando entré con los primeros grupos en la estación portuaria. Esta la habían convertido en una gran comisaría, donde primero nos cacheaban y examinaban las cosas que llevábamos, porque en algunos barcos si permitieron que la gente se llevara su equipaje. Luego pasábamos a la zona de fichaje, donde nos tomaban las huellas dactilares y nos hacían las fotos de presos y por último pasábamos por una de las 25 mesas, donde un juez, nos informaba a través de un intérprete, que estábamos detenid@s por haber infringido la prohibición de entrar en aguas internacionales que el régimen de Israel, de manera unilateral, y sin ninguna autorización de NNUU, había decidido que no se podía entrar. La vulneración de esa prohibición, la consideraban entrada ilegal en Israel con la consecuencia de que las personas que lo habían hecho estarían 72 horas detenidas en una cárcel y luego serían expulsadas del país.
Mientras tanto, en el exterior, nuestra gente que seguía en cuclillas, recibieron la visita del ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, que, con guardaespaldas, aunque había más policías que presos, fue gritando entre las filas de gente arrodillada en el suelo, que eran terroristas y que iban a ser tratadas como terroristas. Se acercó donde había dos presos que eran judíos estadounidenses, participantes en la flotilla, y personas notorias en su país por condenar el sionismo y defender al pueblo palestino, y pretendió hacerse una foto con los “judíos malos” humillados en el suelo, y él, como el judío bueno, defensor del estado sionista de Israel. Sin embargo, los malos, desde el suelo, le escupieron en los pies y toda la gente humillada, en todo el puerto, empezó a gritar “Free Palestine”. El resultado es que, el ministro se fue con el rabo entre las piernas, pero la policía empeoró la situación de los presos. Maniataron con bridas a todo el mundo, con las manos en la espalda, empeorando su equilibrio en el suelo, y golpearon a las personas que caían rendidas al suelo, obligándolas a mantener la posición.
Por suerte, yo ya había pasado el paripé del control judicial, y junto a otras personas fuimos conducidas a la cárcel de Ktziot, ubicada a algo más de 120 km al sur del puerto, en pleno desierto del Neguev. Esta es la cárcel más grande del mundo, que abarca 400.000 metros cuadrados; por allí han pasado el 75% de los palestinos detenidos por el ejército durante la primera intifada, y siguió acogiendo a miles de presos palestinos detenidos en todas las grandes movilizaciones posteriores. En la cárcel, no me olvidé de l@s compañer@s, que llevarían horas y horas arrodillad@s en el puerto, mientras le llegaba el turno de pasar al control judicial.
La estancia en la cárcel fue una copia de lo vivido en el puerto. Celdas abarrotadas por encima de su capacidad, en mi celda por ejemplo 13 personas en una de 8, falta de colchonetas para dormir, falta de papel higiénico, y lo peor, falta de atención médica y suministro de medicinas a personas que las necesitaban obligatoriamente (y las llevaban consigo, pero no le permitieron que las tuvieran en las celdas) tales como insulina, pastillas para problemas cardiacos, u otro tipo de dolencia con medicación obligatoria. Hay dos ejemplos que representan otros muchos. A un compañero diabético, le niegan la insulina y antes las protestas de los compañeros de su celda, gritando y golpeando las puertas, cuando la policía acude a sofocar el alboroto, y le explican en inglés que el compañero necesita su medicación y atención médica, el policía con más mando contestó, también en inglés, “aquí no tenemos médicos para animales”. Otra compañera, con problemas de corazón, y que, por las protestas de la celda, también acudió la policía, frente al argumento de que la falta de medicación le producía un riesgo de parada cardiaca y muerte, le respondieron que, el riesgo de muerte lo tendría cuando tuviera la parada cardiaca, y hasta que no sufriera esa parada no había riesgo. Solo, después de tres días de protestas, fueron suministrados los medicamentos solicitados, pero esto no salió gratis. En más de una ocasión paras reprimir las protestas, la policía, equipada como antidisturbios, y llevando perros, entraban en las celdas, encañonaban a la gente, y las sacaban con las manos maniatadas con bridas a la espalda, grilletes en los pies y ojos vendados, y era llevada a jaulas, donde las tenían en esa posición durante 4 o 5 horas. Sin entrar en más detalles de los que hay abundancia, para denunciar el trato vejatorio, inhumano y contrario a los derechos de cualquier detenido, obviando que éramos no detenidos, sino personas secuestradas que estaban cumpliendo una misión humanitaria, podemos decir que la situación no fue mucho peor, gracias a la movilización popular y la condena mundial del régimen genocida de Israel, convertido en un estado paria cada vez más despreciado por la mayoría de la población mundial, incluidos millones de población judía no sionista, que vive mayoritariamente fuera de Israel.
Es necesario mencionar antes de acabar el diario, el caso de la compañera de la flotilla, Reyes Rigo, única española retenida aún en la cárcel, acusada de "haber mordido" a una sanitaria israelí. La compañera Ale, que compartía celda con ella y que ya llegó a Madrid, cuenta la verdad, como testigo directo del bulo sionista, en un vídeo de 3'5 minutos donde no deja ninguna duda de lo que realmente pasó. El vídeo, emitido en la “Base TV” y podéis verlo en https://x.com/LaBase_TV/status/1975607804565352494?t=YLJTJGNv36NrdQT6DD0e1A&s=09
Tod@s los miembros de la flotilla, liberados del secuestro del ejército sionista, seguimos nuestra lucha desde nuestra ciudad, desde nuestro pueblo, desde nuestro barrio, desde nuestro centro de trabajo, desde todos nuestros círculos de convivencia. Seguiremos impulsando flotillas y misiones que de una u otra forma llegarán a las entrañas de la bestia, para gritarles asesinos genocidas y Viva Palestina Libre. Ahora mismo la Freedom Flotilla Coalition y Thousand Madleens, se encuentran navegando en estos momentos cerca de la costa de Gaza. Son 9 embarcaciones: El barco CONSCIENCE de la Flotilla de la Libertad y 8 veleros de la Thousand Madleens. Ya están en riesgo de ser secuestrados y podemos seguir su situación, pulsando el enlace https://freedomflotilla.org/ffc-tmtg-conscience-tracker/ donde podremos ver la posición del buque Conscience. 
Nuestra infinita gratitud, a millones de personas que nos han acompañado con su aliento, y su movilización, para exigir el fin del genocidio. Todas íbamos en el mismo barco, y seguiremos navegando contra el colonialismo en todas sus formas y la libertad de los pueblos. Acabamos con un lema del pueblo cubano, uno de los más firmes defensores de Palestina, ¡¡Hasta la victoria siempre!!“

sábado, 4 de octubre de 2025

Sentirte entre iguales: Palestina

 



4/10/2025

Esta tarde hice un alto en mis labores de jardinero para acercarnos a Atocha a la manifestación por Palestina. En el Cercanías charlamos con una mujer que había confeccionado una bandera palestina para la ocasión. La otra, nos dice, que estaba tendida sobre el balcón, se la destrozaron algunos vándalos de la extrema derecha. Charlamos, lo de siempre, lo difícil que resulta aceptar que haya personas que no sólo defienden a los criminales y sus asesinatos, sino que además acechen y hostiguen a aquellos que muestran su solidaridad con el pueblo palestino. Lo difícil que resulta comprender que los nietos y los tataranietos de los antiguos masacrados en los campos de concentración nazis estén haciendo ahora lo mismo con los palestinos sustituyendo los hornos crematorios por asesinatos a sangre fría de niños, mujeres, hombres, ancianos. Lo del Holocausto es imposible comprenderlo; los asesinatos de Israel, tampoco. Llegamos a Atocha, nos despedimos.

En los andenes se oye ya el vocerío de los manifestantes. La multitud ocupa la plaza de Atocha y las calles adyacentes. Paramos en la esquina de Moyano con el Paseo del Prado. Un inmenso gentío corea los eslóganes habituales. A mi izquierda una señora mayor que probablemente ha dejado atrás los ochenta años hace tiempo y que viste la camiseta de perroflautas, se desgañita gritando una tras otra las consignas que corean los manifestantes: “Israel asesina y Europa patrocina”, “Palestina libre”, “Dónde están, no se ven, las sanciones a Israel”, “Esto no es una guerra, es un genocidio”… Un puñado de consignas que se repetirán durante toda la tarde a lo largo del trayecto. Charlo con ella. Me sorprende el calor con que vive este momento. Le comento que toda esta gente son la única esperanza que tenemos de cara a un mundo mejor. Sí, dice ella, y especialmente que haya tanta gente joven. A unos metros de nosotros, engullidos por la masa hay dos chiquilines metidos en una especie de cajón con ruedas que hacen su vida en mitad del gentío. El carrito enarbola una pancarta que dice: “Todos somos hijos de Gaza”.

Estoy emocionado, sin embargo una delgada tristeza me sube por dentro. Hoy soy incapaz de gritar nada, no encuentro mi voz, lo intento pero me sale un “Netanyahu, asesino…” que sólo oye el cuello de mi camisa. No sé, tristeza por el mundo en que vivimos, que con toda seguridad sería otra cosa si ese mundo estuviera compuesto por gente como la que me rodea. Pienso en personas que conozco, que conocía de las redes sociales, y con las que hoy me daría grima relacionarme sabiendo de su afección por Israel, de la justificación de sus crímenes. Me dan grima todos aquellos que de un modo u otro avalan los asesinatos del pueblo judío, que avalan que se les suministren armas. Me dan grima.

A mi derecha escucho a Victoria intentando unirse al coro de las consignas, pero apenas se la oye. Los dos somos unos tímidos. Miro enfrente, un buen puñado de gente joven, chicos y chicas se desgañitan frente a un altoparlante dirigiendo la fiesta y las consignas. Mi incapacidad para unirme a la gritería general facilita la  toma de conciencia de lo que está ocurriendo a mi alrededor. Las pancartas, la vehemencia de las voces, hombres, mujeres, jóvenes, e incluso niños, el calor de la multitud unida en un único empeño. Un buen número de pancartas muestran retratos pintados de gazatíes asesinados con una brevísima referencia de su oficio o hechos. Los asesinados tienen nombres y apellidos, no son seres anónimos, eran personas que tenían un trabajo, unos proyectos de vida, una larga existencia por delante y que vieron cortadas sus vidas por otros hombres, también con nombres y apellidos, y cuyo oficio en este conflicto es asesinar.

La sensación de sentirme entre iguales me llena por dentro. Se enfrenta a mi pesimismo que me dice que este mundo es una mierda, lo matiza. Quiero creer que toda esta gente joven que sale a la calle en solidaridad por el pueblo palestino es nuestra única posibilidad de salvación futura. Ayer utilizaba la palabra romantizar refiriéndome a la tierra. ¡Cuánto me gustaría hacer lo mismo con el futuro que nos espera, cuánto! Pero se me añuga la esperanza, lo siento como quien desea creerse algo en lo que no cree, la esperanza no termina de colar en mi ánimo. Si esta tarde en medio de la multitud que ocupaba desde Atocha hasta Callao las calles, me preguntaran, mi afirmación quizás fuera positiva, dejaría paso a la esperanza. Acaso desistiría del pesimismo que me llena por dentro, pero llegado a casa, visto después desde los medios internacionales, visto quienes gobiernan el mundo, el Payaso Donald y todos sus correligionarios, comprobando las fuerzas económicas que rigen este mundo y la estupidez que nutre a la mayoría de la clase dirigente y a gran parte de la no dirigente, me temo que a la esperanza le queda tan exigua posibilidad que…

El clavo ardiendo al que nos agarramos es esta gente a la que hoy sentía como mis iguales, todos unidos, no sólo en Madrid, también en toda España, en Europa; las multitudes llenaban hoy las calles de Roma, Londres, París, Lisboa y otras ciudades clamando por el fin de una guerra y una Palestina libre.




viernes, 3 de octubre de 2025

El olor de la tierra

 


25/10/2025

Cuando metes la pala bajo la superficie del montón de estiércol, una intensa vaharada de campo, de establo, de naturaleza rural llega al olfato; olor a la madre tierra. El estiércol está fermentado y en sus entrañas duerme todavía el último calor que viene de la transformación de la materia muerta en nutrientes que alimentarán la tierra de nuestra parcela. Su olor esta mañana me sugería la conexión que existe entre la muerte y la vida; lo que muere alimenta lo que vive. En el montón de compost, la alternativa al estiércol que usamos hoy, palpita la vida. Basta meter la mano en él; su calor, su intenso olor, delata la presencia de la vida que vibra en su interior.

Tánta vida vibra a nuestro alrededor que se nos pasa desapercibida. La microbiota intestinal de la vaca, las bacterias del suelo, un complejo mundo trabajando a marchas forzadas cuya finalidad no es otra que coadyuvar a la continuidad de la vida. Esta mañana mientras andaba paleando el estiércol sobre la carretilla, me surgió una pregunta relacionada con los olores, el porqué de ese olor tan característico de tierra mojada cuando empieza a llover, algo que no sucede cuando simplemente desparramamos agua con la manguera sobre la tierra. Investigué. Resultó que ese olor tan especial de la lluvia sobre la tierra seca recibe el nombre de petricor. Averigüé que en la tierra viven unas bacterias que producen una sustancia llamada geosmina, que es la que olemos cuando la lluvia cae repentinamente sobre el suelo. Cuando la lluvia golpea el suelo, forma microburbujas que estallan y lanzan al aire esas moléculas aromáticas que nosotros percibimos como olor a tierra mojada. Una curiosidad te lleva a otra y sin comerlo ni beberlo de repente te sientes inmerso en un mundo microscópico a través del cual pasa la explicación de fenómenos bacterianos complejos sin cuya intervención sería imposible la vida. Y en esto el tránsito de la descomposición de la materia orgánica a compost o estiércol listo para usar, un fenómeno que conocemos desde la escuela primaria, se revela pala en mano como el pilar esencial que sostiene la fertilidad del suelo, la riqueza biológica y por tanto la continuidad de la vida, una deducción que respirando la “fragancia” del estiércol me hacía cavilar sobre estos pequeños procesos de la vida que, en el marco de una relación personal con la tierra como la que vengo teniendo estos días, venían a inspirarme de nuevo la posibilidad de volver a crear una huerta en nuestra parcela. Tuvimos muchos años huerta en casa, pero sucedía que con nuestros hábitos de pasar los veranos viajando o caminando por las montañas, los productos de la huerta no los aprovechábamos. Terminamos por abandonarla definitivamente cuando emprendimos un viaje de un año alrededor del mundo. Ahora la idea volvía a rondarme por la cabeza. Un asunto bastante complicado porque en la parcela han crecido tantos árboles, que es difícil encontrar un lugar que reciba el suficiente sol que necesitaría una huerta. No obstante, por ahí queda la idea… ¡quién sabe!

Esto escribió una vez Novalis: “Romantizo lo vulgar dándole un sentido sublime, lo habitual dándole un misterioso prestigio, lo conocido dándole la dignidad de los ignoto, lo finito dándole apariencia de infinito”. No me importaría romantizar nuestra parcela. También romantizo con frecuencia la montaña y pienso que romantizar no es irte por peteneras, sino reencontrar significado profundo en lo cotidiano. Novalis habla de la Naturaleza como un ser vivo con voz, energía, misterio, esa clase de relación que yo en ocasiones hago explícita en mis posts cuando durmiendo en la montaña hablo con las cumbres (recuerdo aquí de nuevo aquellas cartas que Fernando Garrido escribía a la montaña sobre la que permaneció más de 60 días, el Aconcagua). En un mundo como el nuestro parece que sólo el romanticismo tendría viso de sacarnos del atolladero en que estamos metidos. Esta misma tarde mis hijos me mandaban un vídeo de la calle en donde viven, en Lavapiés, toda ella a rebosar de gente manifestándose a favor de Palestina. Puro romanticismo en un mundo en que el individualismo, el consumo y la insolidaridad mandan. Algo así con la Naturaleza, la Tierra sobre la que vivimos, tan maltratada y expoliada; volver a relacionarte con la Tierra como algo latente que respira, que vibra, que contiene la historia de lo que ha vivido: lluvia, sol, raíces, gusanos, hojas que caen, humus.

Esta tarde tras dedicar un buen rato a esto y a lo otro, salí a darme una vuelta por la parcela. Me fui directamente a ver el trabajo de la mañana, unos cien metros cuadrados airados, limpiados, estercolados, peinados con la escoba metálica. Era el placer el trabajo bien hecho, pero sobre todo el inicio de esa relación que poco a poco se está profundizando entre nosotros dos, la tierra y su jardinero. Ahora la tierra huele levemente a estiércol.

 


jueves, 2 de octubre de 2025

La avispa Felipa

 


02/10/2025

Últimamente tengo la sensación de que pensar en el tiempo que me queda por vivir puede convertirse en una buena manera de asumir el día a día con cierta suerte de lucidez, e incluso de satisfacción, esa que se produce cuando encuentras que estás en el sendero correcto hacia la comprensión de algo que te inquieta. 

Desde que he regresado de las montañas, leí en algún lugar que cuando regresamos de un largo viaje el que regresa en cierto modo es otro, hay algo que me corre por dentro que no sé definir y que apunta a ello. Eso y la muerte de Antonio Montes, y añadiría el contacto con la tierra que estoy teniendo últimamente, la tierra, el estiércol, las plantas en general, los animales de la parcela, incluida esa avispa que anuncia el título del post. No es corriente encontrarse con circunstancias diferentes que en un momento determinado, como cuando ríos y grandes afluentes se encuentran, coadyuven, como lo hacen en este momento estas circunstancias, para encontrar cierta clase de comprensión de la realidad. En este caso comprensión e integración de lo que uno hace y espera del tiempo futuro en ese aproximarse lentamente a la nada. 

Qué a mí me dé por hablar de megaidiotas cuando me refiero al Payaso Donald, o incluso a muchos representantes de la UE, o aquí en Madrid de esa esperpéntica señora del gobierno madrileño, tiene que ver obviamente con el concepto que uno tiene de la realidad global y del significado que da a la existencia.  

Es el caso que estos días estoy a las puertas de una nueva manera de relacionarme con el entorno físico en que vivo. Y por añadidura haciendo equilibrios con el otro entorno, el social, los otros, el mundo. Se han pausado en mí los ánimos para salir de momento al monte y esto ha sido sustituido por una relación con la tierra y las plantas que está empezando a llenar de pajaritos mi cabeza. Hoy durante la comida hablando de estas cosas con Victoria recordé que Byung-Chul Han había escrito un libro en un tiempo que se dedicó a la jardinería. Indagué y lo encontré, Loa a la tierra, es su título. Mañana lo tendré en casa. Creo que su lectura puede ser una buena manera de seguir en contacto con estas pulsiones que se me han despertado en torno al arrimo del hábitat donde vivimos.

Me preocupa el hecho de emplear el tiempo que me queda de vida en algo que me venga al ánimo con fuerza, y la sintonía con la tierra, con los animales o las plantas parecen estar despertando en mí una muy buena disposición. Una posibilidad al alcance de mi mano que sólo necesita atravesar el umbral de mis expectativas para convertirse en realidad. Hablaba de estas cosas con Victoria mientras a nuestro alrededor Felipa y una de sus compañeras sobrevolaban nuestros platos de la comida. Felipa lleva una semana viviendo en nuestro porche desde que descubrió dos cestillos llenos de uvas maduras. Las vimos el primer día y lo primero que hicimos fue cubrir los cestillos con dos paños, pero enseguida descubrieron que los cestillos tenían dos aberturas laterales por donde se podían colar. Nos cayeron tan simpáticas que le pusimos nombre y a partir de entonces dejamos el cestillo al descubierto. Ahora a la hora de la comida Felipa y Pepa, su compañera, aparecen de no se sabe dónde y sobrevuelan constantemente nuestros platos. Victoria ya ni siquiera las espanta. Las contemplamos cómo van y vienen y cómo vuelan con su tajada a un lado del plato para dar cuenta de ella. Son inquietísimas, no paran un momento, parece que tuvieran la pulga Benito dentro, ahora sobre las uvas, después sobre el queso, a continuación sobre las lentejas; pero lo que más les gusta son las uvas. No me extraña, tienen parecido gusto al mío. Me encantan esas uvas de final de temporada que dan las parras del amigo Pedro, maduras, dulcísimas, tanto que te dejan un pegajoso pringue sobre los dedos. No intentes buscar a Felipa y a Pepa en horas que no son de la comida, porque no están. Ellas tienen ajustado el reloj a los hábitos de la gente de El Chorrillo.

Me digo, quién pudiera compaginar la sana preocupación por los males del Mundo, esa herida abierta que es Palestina, sin más, con una sana distancia, Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Siempre el mismo dilema. ¿A qué te dedicas?, me preguntaba ayer un amigo. Y la verdad es que no sabía muy bien qué decirle. No leo, apenas oigo música, los únicos trabajos reales son los de la parcela y acaso ese rato de escritura cuando me da la vena. Pero sobre todo pienso en cómo reconducir este tiempo por delante. Carlos el otro día decía en una entrevista a los de Antena 3 que al fin se había dado cuenta de que tenía 86 años. La conciencia de los muchos años que uno va teniendo por fuerza tiene que transmitir algo a nuestro yo deseoso siempre de aclararse en medio de la complejidad del vivir. Y en ello estamos.

Veremos lo que escribe Byung-Chul Han a partir de mañana. Probablemente su lectura dé para más reflexiones. Ese loa a la tierra es la exacta expresión que llevo yo estos días en mi ánimo cuando paso la mañana cubriendo de estiércol nuestra parcela.

Termino y  pienso en Felipa. ¿Qué estará haciendo a estas horas de la noche? ¿Dormirá, soñará con algún especial manjar? También me acuerdo de la rana que rescaté el otro día limpiando el estanque de los peces y que por la noche se escapó del cubo en que la tenía encerrada hasta poner en orden el estanque. ¿Dónde se habrá ido? Una pena, porque le habíamos preparado buena compañía con las nuevas carpas que vamos a traer. Las otras que teníamos murieron con aquel estrepitoso granizo que cayó en primavera, y ahora queremos restituir nuevos ejemplares al estanque. Las carpas y su deslizarse por el agua son siempre un bonito espectáculo. Voy a tener que ir como cuando era niño a buscar una junto a las aguas del río Alberche para hacerles compañía.