13/11/2025
En mi lista de libros que esperan esa mano de
nieve, me encuentro con Los
Thibault. Lo descargo de la biblioteca digital, lo abro y, antes de seguir
adelante, me informo del número de páginas de la obra: ¡3000! Lo cierro y me
quedo pensando. ¿77 años es una edad para emprender semejante lectura?, una de
las grandes novelas realistas francesas, la historia de una familia burguesa
desde el principio del siglo XX hasta
Lo que me queda de vida ha pasado a ser en los
últimos tiempos una referencia a la hora de tomar ciertas decisiones. Días
atrás José Sacristán en una entrevista para El País decía que “hay una
edad en la que si no tienes claras las prioridades es que eres idiota”. Y
teniendo medianamente claras mis prioridades, creo, la verdad es que me parece
lógico esto que me sucede, no sólo con los libros…
No es nuevo, así que sigo pensando que la
necesidad que tengo de hacer nada, de mirar a las musarañas y dejar pasear a
mis pensamientos por donde les vengan en gana, me lo tomo muy en serio. Hacer
nada. Si me metiera con la lectura de Los
Thibault y tochos similares lo mismo me iba a encontrar demasiado ocupado.
El tiempo que me queda de vida estrecha sus brazos en torno al modo en cómo
empleo mi tiempo, así que ateniéndome a lo que decía José Sacristán, es lógico
que acote en lo posible mis lecturas o aquello a lo que pueda dedicarme: cinco
minutos para leer los titulares de la prensa, mucho tiempo para ensoñar, buenas
lecturas y como plato fuerte alguna de esas pasiones que, como la montaña, han
llenado tantas horas de placer, fuera esto pintar o, como ahora, dedicarme a
las labores de jardinería y huerto.
Todo lo anterior en una pausa previa a elegir el
libro que sustituirá a aquel de Roger Martin du Gard, Los infinitos, de John Baville. Es medianoche. En la oscuridad de
la cabaña las llamas de la chimenea reconstruyen un tiempo en que la vida era
simple; me retrotraen a la época de las cavernas. Busco algo que acompañe esta
idea. Elijo
Banville explora la idea de que el arte y la
ciencia son intentos humanos de rozar lo infinito. También esta idea sintoniza
con mi estado de ánimo, vida simple, dedicación exclusiva a lo esencial.
Escribe Banville que los dioses observan a los humanos con fascinación y, al
mismo tiempo, con una tristeza antigua: ellos no mueren, pero están cansados de
no morir. Son seres detenidos en un presente perpetuo, que ya no pueden
experimentar el asombro ni el sufrimiento del tiempo. El ser humano es
limitado, pero vivo en el sentido más pleno, porque su vida se agota. Y creo
que es verdad, una vida ilimitada privaría a ésta de la tensiones que
proporcionan el peligro, la aventura, la curiosidad, la pulsión entre el deseo
y su realización. Frente a ello la certeza de nuestra limitud puede conseguir
adensar especialmente en la última etapa de la existencia, el deseo de vida, el
placer de respirar y aspirar a la belleza, la conciencia de lo vivido y
experimentado. Jonathan Swift en Los
viajes de Gulliver crea unos personajes, los struldbrugs, que nacen
inmortales, envejecen constantemente pero no mueren. No es ninguna ganga para
ellos esa inmortalidad en el modo en que los dibuja, achacosos, taciturnos,
avariciosos, sin memoria o sin afectos. Swift lo que viene a decir es que una
vida muy dilatada sin proyectos, sin ilusiones, sin salud sería peor que la
muerte. Muy diferente consideración merecería esta situación cuando conscientes
de que nuestra vida se agota, aspiráramos a experimentar una buena dosis de
asombro y curiosidad.





