El
Chorrillo, 5 de abril de 2025
Aunque mejor sería decir el silencio ensordecedor de la muerte. Silencio.
Esa palabra está desde hace tiempo sobre el salvapantallas de mi ordenador. Un
libro de referencia sobre el silencio, es A book of silence, de Sara
Maitland, que tiene un segundo volumen que se relaciona con éste titulado “How
to Be Alone” (Cómo estar solo). Ambos libros son una buena
recomendación para explorar las profundidades de esos dos conceptos que tan
cerca van de la mano. Ambas cosas, el silencio y la soledad tienen todos los requisitos
para ser hijos del mismo padre y de la misma madre. La razón de que esa
palabra, “Silencio”, esté sobre la pantalla de mi PC es porque me sirve para
recordar constantemente la necesidad de no embarullarme demasiado con charlas
inútiles. Acaso también estaba allí para recordarme aquella cita de Thoreau en Walden: “Fui a los bosques porque quería vivir
deliberadamente, enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía
aprender lo que ella tenía que enseñarme, y no descubrir, cuando llegara a
morir, que no había vivido.” Probablemente sea muy engolado traer aquí a cuento
esta cita, pero sirve, ir a los bosques y a las montañas en busca del silencio
es incluso más productivo, diría yo, que ir a recoger níscalos.
Un amigo que me pide silencio en mi blog ante determinada circunstancia, entiende mal que el pensamiento, además de quedar exclusivamente dentro del perímetro del caletre, pueda salir de ahí y volar a la corrala del ciberespacio donde otros pueden observar o leer esos pensamientos que antes yo guardaba en la caja de zapatos y ahora los dejo por ahí al alcance de quien quiera conocerlos.
Escribir es el modo en que los pensamientos llegan desde el cerebro a las yemas de los dedos. La escritura es pensamiento, un pensamiento al que pueden tener acceso todos los que saben leer. Pensamientos son lo que aparece en este blog. Dejar de pensar es imposible. Y escribir sería el modo de que tus pensamientos significativos pasan a quedar estables sobre un papel o un disco duro. Los pensamientos vuelan, pero los pensamientos escritos permanecen.
Hago
hincapié en esta idea para intentar dejar claro que nadie en su sano juicio
puede impedirte pensar. Para dar el gusto a ese alguien que le molesta o no ve
pertinente lo que pienso, lo que cabría sería guardar mis pensamientos en una
caja de zapatos, eso, o invitarle a que se mantenga lejos del alcance de mis
pensamientos, es decir de lo que usualmente garabateo sobre la pantalla del
teléfono y que un sofisticado solfware se encarga de pinchar en la pizarra de
la corrala pública en donde tantos nos encontramos. ¿Por qué? Pues por la misma
razón que hablamos con alguien en cualquier momento, o dejamos de hablar porque
los que dice no nos gusta. Lo anormal sería que varias personas vayan juntas y
no crucen entre ellas ninguna palabra, ninguna idea. Yo estoy solo y como no
tengo a nadie conmigo pienso por escrito y lo dejo por ahí por si hay quien lo
quiere leer. A veces alguno me contesta o me dice que lo dicho le gusta o le
disgusta. Es un diálogo reducido, pero diálogo al fin y al cabo.
Muchas veces he pensado en dejar de pensar en alto y meter mis pensamientos en una caja de zapatos, que es donde de niño guardaba yo mis cromos y las canicas con las que jugaba al gua, muchas. De hecho lo hice durante mucho tiempo, así hasta que un buen día, hace quizás más de veinte años, descubrí que más práctico que una caja de zapatos, era utilizar ese invento que se había abierto paso en el mundo de Internet. Y las razones eran obvias. Allí mis pensamientos quedaban ordenados y siempre a mano, mientras que en los papeles de la caja de zapatos era muy difícil encontrar lo que buscaba. Papeles por aquí y por allá de asuntos distintos, relatos a medias, poesías, pensamientos que se me ocurrían. Así que vino Internet y me aligeró la vida. Desde entonces mis pensamientos se van amontonando uno sobre otro; les pongo etiquetas y de vez en cuando, a veces cada año, recojo esos pensamientos y hago un libro con ellos. Así que ahora, por obra y gracias de estos inventos que se nos han venido encima, todos ellos están recogidos en libros que en ocasiones durante las largas noches de invierno hojeo, leo por aquí y por allá, y como entre mis pensamientos se encuentran también muchos relatos, sensaciones, vivencias por las que he pasado, momentos que han tenido especial impacto en mi vida, pues que vuelvo a vivirlos frente al fuego de la chimenea. Cosa no del todo baladí, se comprenderá. Eso de vivir varias veces tu vida tiene mucha gracia, tu vida, tus pensamientos, tus aventuras, tus momentos de plenitud, tus observaciones sobre lo divino o lo humano.
¡Claro
que mis pensamientos pueden ser controvertidos o no gustar a X o a Z! Por
ejemplo, si yo tengo un pensamiento relacionado con el número 7291, seguro
estoy que a algunos no les va a gustar, incluso puede haber alguien que me borre
de entre sus amigos por tener esos pensamientos. Sólo un ejemplo gráfico con el
que creo se entiende bien lo que quiero decir. Sin embargo, gusten o no mis
pensamientos, lo que es seguro es que, salvo error, es que son mis
pensamientos. Que a alguien no le gustan o les parece inoportunos, pues bueno,
pues eso.
Sucede
además que hace unos días falleció alguien que motivó que mis pensamientos (no
es otra cosa lo que escribo constantemente en este diario), que mis
pensamientos, como siempre ante un deceso, siempre, digo, porque la muerte es
una de las constantes de mis reflexiones, motivó que volviera a situarme
mentalmente una vez más en esos instantes en que nuestra existencia toca a su
fin. Guardar silencio en esta circunstancia, diría mi amigo. ¿Guardar silencio
ante el impacto repentino de la muerte? NADIE, ABSOLUTAMENTE NADIE ES CAPAZ DE
GUARDAR SILENCIO EN SU PENSAMIENTO en semejantes situaciones, porque ante ella nuestros
pensamientos viven la inevitabilidad magnética del final del otro como un
interrogante de nuestro propio final. Mis pensamientos bullían por la noticia,
por la circunstancia, por lo inesperado, por la misma pasión por la montaña que
me unía al fallecido, aunque para mí fuera sólo un conocido. A quienes la
muerte no produce un revuelo de profundas sensaciones es que no es de este
mundo. Por ahí andaban mis pensamientos y mis sensaciones, cuando llega alguien
que se enfada contigo y te dice que es inoportuno pensar, escribir, hablarte a
ti mismo de ese drama de la muerte que es tuyo, que es de todos, y que está
enquistado en los seres humanos acaso como el mayor interrogante que cabe
plantearse en vida una persona.
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