domingo, 11 de febrero de 2024

Feminismo rancio

 


El Chorrillo, 11 de febrero de 2024

Como tantas veces, escribir para aclararme. El caso: la palabra cosificar, que tantas veces emplean algunas feministas y que a mí me chirría en los oídos cada vez que la oigo. Voy a intentar averiguar con unas líneas por qué, sólo intentarlo. La palabra surgió ayer tarde en un grupo de amigos, amigos y amigas, mientras en la barra de un bar conversábamos sobre asuntos varios. Es un tema recurrente con algunas amigas y sobre el que discrepo de parte a parte con algunas de ellas. Que a mí la recurrencia a ese concepto, cosificar, me resulte altamente significativo en las personas que usan esa palabra para rebelarse contra el noséqué de impreciso sentimiento personal de ser tomadas como objetos, en lugar de ser tomadas por noséqué que ellas no definen nunca, es un asunto que me deja un tanto desconcertado. Quien tanto defiende no ser objeto con tanta fuerza, quien enfatiza su oposición a ser mujer objeto ¿qué es lo que su interioridad está demandando en definitiva, qué pretende ser para el otro? ¿Querida, estimada “como persona”, deseada de otra manera, mirada dessexuada, neutra? La sospechosa manía de muchas féminas de querer endosar un exclusivo interés sexual a aquellos que puedan sentir una cierta atracción por ellas, entiendo que puede tener raíces de sospechosa relación con la propia sexualidad, con la naturalidad que correspondería a toda persona adulta de relacionarse con los demás y consigo misma sin el corsé de la religión, los prejuicios o tutti quanti hace considerar al sexo como el baluarte de la propia estima, del propio ser hombre o mujer. Pero incluso considerando que se pueda tener un interés puramente sexual, ¿a qué meter ello en el cajón de la cosificación? ¿Acaso hay hombres que deseen mantener relaciones sexuales con cosas, sí, con platos, cucharas, piedras, trozos de leño, con un trozo de estropajo…? ¿cosas?

Y siendo nuestra faceta sexual como sapiens, o simplemente como animales de cualquier clase, tan dominante en tantos aspectos, quién es capaz de con un cuchillo cortar y determinar donde empieza lo uno y donde lo otro y cómo se relaciona lo sexual con lo no sexual… y donde lo sexual empieza a ser cosificación para convertirse en sana relación entre hombres y mujeres. ¿Dónde las feministas, éstas que yo llamo de feminismo rancio, fijan sus límites para hablar de cosificación? Desmond Morris en Comportamiento íntimo plantea la siguiente paradoja: “Recientes estudios americanos han revelado que, en ciertos casos, hay mujeres que se entregan al desenfreno sexual sólo con el fin de que alguien las estreche entre sus brazos. Al ser profundamente interrogadas, confesaron que, en ocasiones, se entregaban sexualmente a un hombre porque esta era la única manera de colmar su ansia de un estrecho abrazo”. Paradoja porque siendo la relaciones entre personas de distinto sexo complejas, el modus operandi con el que pretendemos encerrar nuestras relaciones entre unos y otros es en ocasiones tan simple, en cuanto entra el sexo en escena, y yo me atrevería a decir tan soez, que me admira que ciertas féminas, asumidas de una verdad de su condición que parece aspirar a convertirlas en especiales seres a los que se debe un especialísimo trato, olvidan que el mundo de los hombres, por generalización, no es el que ellas meten en un determinado cajón, ese a donde van a parar todos los hombres, la mayoría, que no atienden al perfil que ellas han dibujado en sus mentes, separándolos con un cuchillo seccionador de su moral feminil  a uno y a otro lado en sus estrechos esquemas mentales. Machistas, machipirulos, piroperos, amantes de las mujeres que se dicen pero que… todos al infierno. De él sólo se salvan ellas mismas y unos pocos hombres de reconocida y justa mentalidad igualitaria. Amén.

Por supuesto que no voy a cometer la tontería de explicar por qué se equivocan estas féminas; por supuesto que no voy a defenderme de quien pueda decirme que soy machista o no. Que se lo curren ellas, o ellos. Ayer tarde yo insistí en mi intervención con los amigos, y amigas, en la idea de que ninguno de nosotros habíamos nacido ayer, y yo menos aún que casi casi doblaba en edad a alguna de las amigas con las que conversaba. No hemos nacido ayer y todos sabemos cómo nos funcionan los sentimientos, los deseos, la presión de la xerotonina y otras sustancias, los apremios o las necesidades de abrazar o ser abrazados. No hemos nacido ayer significa que en el ámbito de la sexualidad todos, todos tenemos un conocimiento bastante profundo producto de nuestra experiencia exclusivamente personal, que late dentro de nosotros como lo hace el corazón sin por ello salir al exterior. Es decir, que hablamos de estas cosas, las compartimos en parecidas proporciones a como el icerberg comparte con el aire una parte de su ser, una mínima parte. Lo que suceda bajo la superficie del agua sólo lo sabemos cada uno. Y no es esa intimidad, al margen de apretones esporádicos que puedan desbordar nuestra cordura, siendo como es, puede ser, el fundamento de nuestra sexualidad, precisamente lo que surge en las conversaciones. Lo que sale tengo la impresión de que se parece mucho a hablar del sexo de los ángeles. Es decir, de asuntos anecdóticos si lo comparamos con la verdad de lo que somos y la verdad de lo que son las relaciones amorosas y sexuales.

Yo me refiero a las mujeres con frecuencia como seres angelicales, y no lo hago irónicamente, sino con todo el conocimiento de mis sentimientos. Los hombres estamos marcados por la Naturaleza para sentir, amar y querer profundamente a las mujeres (también frecuentemente para ser unos perfectos capullos, unos cabrones sin remedio… que tampoco hay que olvidarlo), y digo mujeres, en plural. No hay moral que valga en este asunto, es así, la Naturaleza nos hizo así. Y estúpida habría sido la Naturaleza si nos hubiera hecho de otro modo. El Creced y multiplicaos del Génesis; el mito de Platón de un ser desgajado en un principio en dos y que busca a través de toda su existencia su otra mitad. La insalvable necesidad de encontrarse unos y otros…

Y que ahora vengan las feministas, muchas, a hablarnos de la monserga esa de la cosificación y de la mujer objeto… como si hubiéramos nacido ayer y no supiéramos de qué está hecha la vida. Y es que como tantas veces confundir el culo con las témporas nos obliga a muchos a vivir resignadamente ante un discurso que por la vía de la simplificación convierte, a falta de sinceridad, al mundo masculino en su quasi totalidad en un mundo de machistas, faunos, groseros abusadores de besos no consentidos, etcétera… La ridícula simplificación que hacen algunas feministas de la relación hombre-mujer, que bien podría atribuirse a un pequeño porcentaje de oscuros personajes del género masculino, pero en absoluto atribuible a la generalidad, lo único que hace es enturbiar de continuo las relaciones de unos y otros. El victimismo lacerante que sufren tantas mujeres, el complejo de seres en trance de ser asaltados por faunos a la vuelta de la esquina, con razón innegable en algunos casos, no puede, no debería, convertirse en un discurso generalizante en donde la mayoría de los sapiens de género masculino, según ellas, parecen estar bajo sospecha. 

¿Que hay machistas y gente depravada en el mundo? ¿Que hay imbéciles de solemnidad en el país? Quien lo puede negar, nada más hay que abrir el periódico y en sus portadas aparecen un puñado de ellos todos los días, pero ojo, no confundir el culo con las témporas. Ni todos los políticos son unos corruptos, ni todo el mundo es malo, ni etcétera. La predisposición de las feministas, de muchas feministas quiero decir, de meter en un saco a medio mundo masculino por esto o por lo otro… nada, tararí que te vi. Cuando ayer con estos amigos, y amigas, decía que en absoluto soy machista, sino todo lo contrario, algunos de ellos y ellas soltaron una carcajada. Sonreí a mi vez. A mis amigos y amigas creo que les falta meter la cabeza bajo el agua para ver qué se esconde más allá del hielo de la superficie. Y recuerdo para terminar a donde puede llevar tanta idiotez relacionada con este pseudodiscurso sobre las relaciones de género, el caso de aquel hombre, Ángel Hernández, que ayudó a su mujer a morir en situación de enfermedad terminal, y que fue derivado en algún momento para ser juzgado por asesinato por violencia de género. En este tipo de actuaciones se traducen las nuevas tendencias a que empuja la presión del feminismo. Eso o al circo que se ha montado con aquello del beso “no consentido” de determinado cargo del fútbol. Cosas veredes, amigo Sancho que el pujante espíritu feminista fomenta hasta el ridículo. Y que no se te ocurra decir un agradecido guapa por la calle… que a la cárcel vas de cabeza. Ja, una parte más del aséptico y normativo mundo que estamos creando…

Se acabó. Me cansé.

Y que me lluevan piedras...


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