Encendí el fuego de la chimenea.
Tenía tras de mí un intenso día de Reyes. El denso día de celebrarnos a
nosotros, la familia, nietos, hijos, todos. Los regalos, el agua a los
camellos, la comida, la tertulia, el estreno de los juguetes de Manuel, él, Malela
y Lucía correteando con un coche teledirigido, construyendo una moto con un
Lego. Nos despedimos, recogimos, pusimos
orden en la casa y fue el momento de nuevo del silencio frente al fuego. ¿Leer,
mirar el fuego? ¿Y si pongo algo de música? ¿Bach, Purcell, Dido y Eneas,
Haendel? No, algo todavía más doloroso y triste, Wagner, Preludio y muerte
de Isolda.
No sé bien por qué esta música al
final de un día excepcionalmente agradable. Me viene así. A veces mis
pensamientos derivan en estas ocasiones al final de un tiempo en que estas
cosas ya no existirán más. El día de Reyes, que nació allá en lo más lejano que
nuestra memoria puede recordar, ese día que esperabas ansioso con la llegada
del amanecer un caballo de cartón, un tren eléctrico, un balón, unas botas de
fútbol. Al otro lado del tiempo ese otro día en que ya no habrá más navidades
ni existirán los hijos, ni tu pareja, el día en que ni rastro quedará de los
que fueron tus amigos, tus experiencias, tus viajes, tus recorridos por la
montaña, tus proyectos, tu pensamiento porque habrás dejado de existir.
Distraído con la escritura cuando vuelvo a la conciencia de lo que me rodea, la
música ya es otra, ahora es Chaikovsky y El lago de los cisnes. Isolda
ha muerto. No, no va con mi estado de ánimo. Busco, Debussy, El mar, Claro
de luna. Sí, mejor.
Las emociones hierven suavemente en
mi interior al calor de este final de fiestas, Navidad, Año Nuevo, Reyes,
fiestas que no son la de antes pero que llegan en volandas del tiempo esta
noche hasta mi cabaña como hitos de la existencia. Los hitos de la vida no
están marcados por los años del calendario gregoriano, no. Son las emociones
que como los garbanzos de Pulgarcito van dejando tras nosotros el reguero de
nuestras horas más felices, de los instantes más intensos, los instantes que
viviste junto a los últimos momentos de la vida de una madre, la feliz
simbiosis con los elementos, los bosques, las montañas, el nacimiento de tus
hijos, tus amores de juventud o madurez, el sabor de la magdalena.
El sabor de la magdalena, como el
chocolate con churros de la niñez, surge allá donde uno ensueña o mira a las
musarañas. Siempre en nosotros la búsqueda de las fuentes de la emoción.
Un día de lluvia en la ciudad de
Bombay, por ejemplo. Esa mañana había decidido cancelar una apretada agenda.
Llovía. A veces la lluvia estimula la parte puntual de mi cerebro en donde
tiene lugar el nacimiento de las emociones. Sucedió entonces. Quizás mi
organismo estaba predispuesto a ello.
Aquella mañana abrí la espita y dejé
que poco a poco el ruido fuera saliendo de mí; notaba cómo se escurría por mi ánimo
abajo y en su lugar se instalaba un cierto silencio, un ruido de aguas lejanas.
Me fui tras ellas; no era la fontana junto a la que dormía Alvargonzález, se
trataba más bien del aliento de Ariel inspirando en Calibán un retorno al
hombre bueno de Rouseau; Miranda andaba por allí como deseosa de interpretar
aquella cantarina brisa que le venía tan de mañana junto al ruido del oleaje
tranquilo tras un día de tempestad. Recordé unos párrafos de Pennac en El
dictador y la hamaca, en que un personaje muere viendo una película de
Chaplin. Tras la finalización de la película, la acomodadora mira absorta los
ojos del espectador en cuyas pupilas ella todavía podía leer las fuentes de la
emoción.
Las fuentes de la emoción. La mañana
discurría en los brazos de una larga digresión-susurro mientras la luz iba
invadiendo nuestra habitación del último piso de la calle más concurrida de
Bombay. Hasta Descartes correteaba por allí, las bases esenciales del
conocimiento han de buscarse en la experiencia del propio vivir. Descartes
venía a decir que lo que hay que hacer para alcanzar la sabiduría es rastrillar
la vida, buscar con la lupa de cazar mariposas aquello que durante nuestra
existencia ha aventado nuestras emociones, nuestro infinito regocijo, el gusto
por la vida, todas aquellas situaciones que han hecho sentirnos amorosamente
bien.
Llovía. La fuente de las emociones
manaba en abundancia en aquella tierra de contrastes. Allá abajo, en lo hondo
de la calle a la que yo me asomaba en Bombay, había un enorme charco. Veía a
los transeúntes atravesarlo, no se molestaban en sortearlo, los saris rozaban
el agua, las sandalias chapoteaban en su hondo, alcanzaban la orilla. Después,
en algún momento, saldría el sol, las sandalias se secarían y el caminante del
charco continuaría pensando en lo que tenía en mente antes de que dejara de
llover: en su novia, en qué haría aquella tarde, en la última película que vio.
No pasaba nada, obviamente… En Europa vemos un charco y hacemos mil equilibrios
para sortearlo; en India ni lo ven, lo atraviesan sin más. También la vida y la
muerte son distintas en estos dos continentes.
Unos días más tarde viajaba con
Victoria en un autobús que hacía el trayecto Johannesburgo–Durban. Rodábamos
frente a la costa del océano Índico. Hay una palabra inglesa que me gusta
especialmente, el verbo to struggle. To
struggle, luchar, hacer con dificultad. Aparecía constantemente en los
paneles o en los vídeos que se proyectaban en el museo del Apartheid en
Johannesburgo. Otro día recordaba junto a Soweto otro lugar de Polonia, Auschwitz.
Aquel verano de viaje por Polonia, cuando después de recorrer con el alma en un
puño el entero escenario de los horrores nazis y ya parecía que el recorrido
por el campo de concentración había finalizado, fuimos a parar a dos reducidas
salas de donde colgaban un buen número de retratos. Se trataba de las imágenes
de los hombres y mujeres que habían organizado y dirigido desde dentro del
campo de concentración, la resistencia, los que con grandes esfuerzos y extremo
peligro de sus vidas fueron capaces de dar a conocer al mundo el genocidio que
los nazis estaban perpetrando. Y a mi ánimo, que hasta entonces se había
mostrado impresionado por el horror, pero tranquilo, empezó a manarle, mirando
aquellos rostros, leyendo la lucha que habían llevado a cabo, una humedad que
anegaba mis ojos. La emoción no venía del horror, sino del conocimiento de la
dura lucha que aquellos hombres y mujeres sostuvieron en medio de dificultades
inenarrables.
La fuente de la emoción. ¿Cuál era la
razón de mi emoción entonces mientras recorría las salas del museo del
Apartheid? ¿En qué instante empezaron a humedecérseme los ojos hasta el punto
de tener que buscar un rincón donde aquietar mi emoción? El museo era una
sobria instalación de piedra en cuyo recorrido se van encontrando todas las
claves de la historia del apartheid hasta el momento decisivo de la
excarcelación de Nelson Mandela y su posterior ascensión a la presidencia de la
nación. La emoción, en su punto final estaba compuesta por la acumulación de
una larga historia en donde miles de personas habían perdido la vida en la
lucha por la libertad. La fuente de mi emoción estaba clara, de la misma manera
que lo estaba en Auschwitz; el recuerdo de esos hombres y mujeres era la fuente
de la emoción de entonces.
Esta noche de Reyes la emoción tiene
sus fuentes en la historia de mi familia, ese milagro que consiste en poder
engendrar hijos y éstos a su vez darnos nietos y todos juntos reunirnos el día
de Reyes para encontrarnos y celebrar la vida.
Excelente descripción de las emociones de una vida intensa y viajera como la tuya, pues si cien vidas tuvieras no serían suficientes para saciar tu sed de cultura y libertad.
ResponderEliminarMe viene a la memoria aquello de que el fascismo se cura viajando, será porque viajando se ven y se experimenta las distintas formas y variedades de culturas, más allá de nuestra madre patria, concepto único que ésos elementos creen ser el centro dél universo y seguir sus misivas..
Curiosamente yo lo poco que he viajado he añorado con morriña nuestra cultura y gentes, pero él concepto de patria se diluye con los viajes, porque la verdadera patria es nuestra familia, nuestros amigos. Nuestra tierra, pero no la patria como única ideología
Salud y feliz año Alberto
"Patria", el título del libro me fue sugerido por un comentarista de alguno de mis post últimos. Con ello ando (esta noche y también dándole vueltas al concepto ese que ha monopilizado la derecha) en algún libro de psicología moral. Porque de hecho, como bien dices, viajar te hace tener un concepto de la patria bastante diferente al de aquellos que no se han quitado la boina todavía de encima. Cada vez que meto las narices en un nuevo libro comprendo más hasta dónde llega mi ignorancia. Comprender, intentarlo, es de todos modos alejo inherente al ser humano. Y esa comprensión lleva frecuentemente a aceptar la en ocasiones terrible condición humana.
EliminarVeo que te gustan también las altas horas de la madrugada. Una buena hora para hacer labor de bolillos con las ideas.
Buenas noches. Yo leo un capítulo más y me voy a la cama, que el fuego de la chimenea languidece...
Feliz año.