domingo, 3 de septiembre de 2023

Tras el regreso…





El Chorrillo, 3 de septiembre de  2023

Noche de ópera. Hoy, La Traviata y después un buen rato de dejar pasar imágenes en la pantalla, fotografías de antiguos viajes, de paisajes que transcurrían junto a largas caminatas por el país, de montañas . Y viéndolas el gozo de la propia vida. Y poco antes frente a las escenas de la ópera esa pizca de conturbación que siempre produce el entrevisto inicio de unos senos a través de un escote. Ni pizca de excitación; ternura, esa sensación que viene de los aledaños del deseo, que nace del verse y aspirar a una caricia.

Y el regusto que deja el final del día que me impide conciliar el sueño. Quizás sea la lluvia y su relación con otras muchas lluvias bajo las que permanecí largas horas durante todo el verano. Lluvias bajo la tienda de campaña que hoy es lluvia bajo el techo de mi cabaña. Dos hábitats para una misma música. La música que constantemente permea el ánimo; la lluvia ahora, y hace un rato una historia de amor salida de la milagrosa rueca de Verdi.

¿De qué parte de la experiencia proviene la profunda satisfacción de la vida?, me pregunto mientras que desde la cama oigo persistente la música de la lluvia. Dicen que cuando uno regresa de un largo viaje quien regresa en parte es otro. Yo siempre tengo esa sensación cuando vuelvo de mis largas caminatas veraniegas. Mis ojos parecen más limpios que cuando me marché, tengo la sensación de por el camino haber aprendido muchas cosas. No sé el qué, pero estoy seguro de ello.

Leí en alguna ocasión que los filósofos, y quizás todo el que escribe, no pueden hacer otra cosa que expresar la realidad a partir de su mundo interior. Todos probablemente vemos e interpretamos la realidad a partir de nuestra propia intimidad. El lenguaje, y con él la fotografía y el arte en general, pregunto, ¿no son con frecuencia un modo de abrirnos paso en la ambigüedad de una realidad que se nos escurre de las manos?

En las paredes del refugio donde pasé los últimos días de mi estancia en los Alpes, colgaba una acuarela cuya imagen me acompaña persistentemente estos días. Dos ancianos, los mismos de los que hace días hablaba en uno de mis post, se alejan uno junto a otro abrazados como enamorados que hubieran descubierto un amor en la temprana juventud que les va a acompañar hasta la tumba. Sucede que tras mi regreso, las cosas de la vida, los pequeños detalles, esa imagen de los ancianos, La Traviata que vi anoche, una fotografía que contemplo en el muro de un amigo, la música de la lluvia que veló mi sueño, despiertan sonoridades y sugerencias que hacen que pase las horas del día en un estado de ensoñación al que hoy pondré fin empujado por el deseo de reincorporarme a la vida cotidiana tras dos días de andar por las nubes. Dos días prácticamente sin hacer nada sumido en la contemplación de ver pasar las nubes, de mirar por la ventana y dejar vagar los pensamientos a la deriva de la brisa o las olas. Horas de extrema calma en todo caso en las que la existencia atravesaba con el frescor y la fuerza de su evocación mi cuerpo y mi silencio.

¿Qué pensarán las montañas sumida en parecidas circunstancias durante miles y miles de años, cerrando los ojos y viendo pasar las estaciones, los siglos, las tempestades; sintiendo a los hombres trepar por sus laderas, por sus abruptas paredes? ¿Qué sentirá nuestro gato Mico echado panza arriba en el suelo disfrutando del frescor de la hierba, la mosca desesperada atrapada durante medio día en el ábside de mi tienda, entre el cristal y el mosquitero de la ventana de mi cabaña? ¿Qué la lluvia y el viento arrobados por la violencia que los dioses engendran en el interior de su ser?

¿Qué pensará un pobre diablo de madrugada en el metro, todavía con el sueño en los ojos, camino del trabajo, ajeno a sí, acaso en la cabeza bailándole la alineación de su equipo de fútbol para el encuentro del siguiente fin de semana? ¿Qué música sonaría en el pensamiento  de aquella señora con la que viajé hace un par de días en el Cercanías y que leía y subrayaba concienzudamente un libro que hablaba del cuadro del matrimonio Arnolfini?

Y mientras tanto he terminado por levantarme y ahora, frente a la ventana, mientras releo mis notas, el agua cae como nunca frente a mi ventana a la vez que mi teléfono pega un brinco y se pone a chiflar diciendo que estamos en estado de alarma en la Zona Sur, que procure no salir de casa. Hace un momento por nuestra rampa de casa el agua bajaba como un río. La casa está oscura como el interior de una cueva. Le digo a Victoria que esto me recuerda una antigua riada en las afueras de Bombay en la época del monzón, un día que había que salir a la calle con el agua hasta por encima la rodilla. Sensaciones y recuerdos de viajes por el monzón asiático. También esta lluvia bestial me emociona.

 

 


2 comentarios:

  1. Interiorizar las sensaciones y hacer de ello reflexión, define a cada uno de nosotros. Saber de las tuyas, todo un placer.

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