Noche
de ópera. Hoy,
Y el
regusto que deja el final del día que me impide conciliar el sueño. Quizás sea
la lluvia y su relación con otras muchas lluvias bajo las que permanecí largas
horas durante todo el verano. Lluvias bajo la tienda de campaña que hoy es
lluvia bajo el techo de mi cabaña. Dos hábitats para una misma música. La
música que constantemente permea el ánimo; la lluvia ahora, y hace un rato una
historia de amor salida de la milagrosa rueca de Verdi.
¿De qué
parte de la experiencia proviene la profunda satisfacción de la vida?, me
pregunto mientras que desde la cama oigo persistente la música de la lluvia.
Dicen que cuando uno regresa de un largo viaje quien regresa en parte es otro. Yo
siempre tengo esa sensación cuando vuelvo de mis largas caminatas veraniegas.
Mis ojos parecen más limpios que cuando me marché, tengo la sensación de por el
camino haber aprendido muchas cosas. No sé el qué, pero estoy seguro de ello.
Leí en
alguna ocasión que los filósofos, y quizás todo el que escribe, no pueden hacer
otra cosa que expresar la realidad a partir de su mundo interior. Todos
probablemente vemos e interpretamos la realidad a partir de nuestra propia
intimidad. El lenguaje, y con él la fotografía y el arte en general, pregunto,
¿no son con frecuencia un modo de abrirnos paso en la ambigüedad de una
realidad que se nos escurre de las manos?
En las
paredes del refugio donde pasé los últimos días de mi estancia en los Alpes,
colgaba una acuarela cuya imagen me acompaña persistentemente estos días. Dos
ancianos, los mismos de los que hace días hablaba en uno de mis post, se alejan
uno junto a otro abrazados como enamorados que hubieran descubierto un amor en
la temprana juventud que les va a acompañar hasta la tumba. Sucede que tras mi
regreso, las cosas de la vida, los pequeños detalles, esa imagen de los
ancianos,
¿Qué
pensarán las montañas sumida en parecidas circunstancias durante miles y miles
de años, cerrando los ojos y viendo pasar las estaciones, los siglos,
las tempestades; sintiendo a los hombres trepar por sus laderas, por sus
abruptas paredes? ¿Qué sentirá nuestro gato Mico echado panza arriba en el
suelo disfrutando del frescor de la hierba, la mosca desesperada atrapada
durante medio día en el ábside de mi tienda, entre el cristal y el mosquitero
de la ventana de mi cabaña? ¿Qué la lluvia y el viento arrobados por la
violencia que los dioses engendran en el interior de su ser?
¿Qué
pensará un pobre diablo de madrugada en el metro, todavía con el sueño en los
ojos, camino del trabajo, ajeno a sí, acaso en la cabeza bailándole la
alineación de su equipo de fútbol para el encuentro del siguiente fin de
semana? ¿Qué música sonaría en el pensamiento
de aquella señora con la que viajé hace un par de días en el Cercanías y
que leía y subrayaba concienzudamente un libro que hablaba del cuadro del
matrimonio Arnolfini?
Y
mientras tanto he terminado por levantarme y ahora, frente a la ventana,
mientras releo mis notas, el agua cae como nunca frente a mi ventana a la vez
que mi teléfono pega un brinco y se pone a chiflar diciendo que estamos en
estado de alarma en
Interiorizar las sensaciones y hacer de ello reflexión, define a cada uno de nosotros. Saber de las tuyas, todo un placer.
ResponderEliminarSaludos, ya me asomé de tanto en tanto a tu ventanas digital.
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