lunes, 15 de mayo de 2023

La lectura como peregrinaje

 




El Chorrillo, 15 de mayo de 2023

Embarcarse en determinadas lecturas constituye un acto de peregrinaje; peregrinar por las ideas y la vida de un hombre constituye, si este hombre es cabalmente un buscador de sí mismo, un indagador de las cosas de la vida, un acto de entrega en donde lector y autor caminan por las páginas de un libro en un largo y peripatético diálogo. Se atribuye a Pitágoras la siguiente cita: «Estudia al hombre y no a los hombres». Quizás haya cierta razón tras esta afirmación, al menos en el caso referido a hombres como Montaigne o Senancour, éste autor del reciente volumen que comencé hace unos días. Así expresa él su pretensión a la hora de escribir su obra, Obermann: “No he pretendido enriquecer al público con una obra trabajada, sino dar a leer a unas cuantas personas las sensaciones, las opiniones, las meditaciones libres e incorrectas de un hombre a menudo aislado, que escribió en la intimidad y no para un librero”.

Cuando leí los Ensayos de Montaigne tuve constantemente esa impresión de caminar en la lectura junto a un hombre, hombre sabio, que continuamente me hablaba de las cosas de la vida, pero de una vida que era la mía también; asuntos y sucesos, interrogantes, sentimientos que eran en parte los míos y que página tras página iban mostrando en un complejo tapiz, analizando nuestro comportamiento y nuestro hacer, el alma de los hombres.

Con semejante disposición me adentro estos días en el libro de Senancour. Se dice en la introducción de Obermann que los Ensayos de Montaigne, consagrados según confesión propia a la búsqueda de sí mismo, parecen haber sido una de las principales fuentes de Obermann. Recuerdo que cuando comencé la lectura de los Ensayos, hace ya muchos años, apenas daba crédito a mis ojos ante el panorama que se me abría por delante, esa mirada sabia del que sabe observar la vida y sacar sustanciosas enseñanzas para el mejor vivir. Escribe Montagne, “En los libros sólo busco deleitarme mediante sano entretenimiento; o si estudio, sólo busco con ello el saber que trata del conocimiento de mí mismo, y que puede instruirme para bien morir y bien vivir”. ¿Qué mejor puede esperar uno de la lectura que a la vez que deleitar pueda ser un excelente acicate para entender y mejorar tu propia vida? Cuando descubrí Obermann, lo encontré por primera vez en un libro de Martínez de Pisón, enseguida tuve el presentimiento de que tenía en mis manos una segunda versión de los Ensayos, sólo que aplicados éstos a esa faceta montaraz que desde mi temprana juventud ha hecho de la montaña y de la Naturaleza un entorno bienamado y fuente de tantos gozos.  

El hecho de que el empleo fundamental del protagonista, alter ego de Senancour, no parezca ser otro que el descubrimiento, la exploración y la expresión de su propio yo, y que el autor haya renunciado a toda forma de utopía societaria para proyectar su primitivo ideal de plenitud en el ámbito exclusivo de la contemplación estética de la grandiosidad de la Naturaleza, inducen en el comienzo de la lectura de Obermann un complejo deseo de acercamiento que busca tanto recobrar el espíritu primero de mi vínculo con las montañas como renovar y ampliar esos sentimientos que fueron y son parte esencial de una filosofía de la vida que entiende que la montaña, y la Naturaleza, son una fuente inagotable de plenitud para el ser humano.

Escribe Martínez de Pisón que más de un literato viajó por los Alpes de escritor en escritor buscando los rastros del paisajes que éstos fueron instilando en sus libros, y no de lugar en lugar, y yo, que ando ya buscando itinerario para mi próxima estadía veraniega en los Alpes, me pregunto si acaso no podré hacer yo de montañero a la vieja usanza buscando en valles y montañas la esencia de las huellas de Obermann y otros literatos, las huellas acaso de tantos pintores, como Friedrich, Turner, Francis Towne, Samivel, Caspar Wolf, ese paisaje que no está hecho sólo de montañas y factores físicos sino que ha sido enriquecido por el arte o la música. Porque si hubo veranos en casa en que dedicamos las vacaciones veraniegas a seguir itinerarios pictóricos por Europa, e incluso fílmicos en las obras de Truffaut, Renoir o incluso Bergman, o literarios y musicales a través de El Danubio de Magris, ¿por qué no dedicar parte de un verano a recuperar el espíritu de aquellos primeros caminadores de los Alpes, espíritus románticos a la búsqueda más allá de la simple belleza, a la búsqueda de lo sublime, sublime porque ofrecen al viajero por encima de todo la posibilidad de tomar contacto consigo mismo, de descubrir su yo más auténtico? Martínez de Pisón no se anda con chiquitas cuando tomando el todo del alpinismo en sus múltiples facetas, afirma que por todo ello el alpinismo es romántico, lo quiera o no, y el romanticismo alpinista.

Si el itinerario de Obermann es en realidad un viaje de iniciación, un peregrinaje en busca de sí mismo, una idea que parece no tener ningún rubor en aparecer una y otra vez en lo que voy leyendo y escribiendo, y el peregrinar en esencia no es otra cosa que deambular de un lado a otro del mundo a la búsqueda de la belleza y del encuentro del hombre que va con nosotros, ¿no son la lectura de algunos libros uno de los modos de peregrinaje más acordes con ese espíritu de búsqueda? ¿No tienen ciertas lecturas mucho de peregrinaje interior, de intento de comprensión de lo que somos?

 

  

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