El Chorrillo, 28 de diciembre de 2021
Mi amigo Cive, José Antonio para los amigos, se interesaba
ayer por algunos cabos sueltos que no cuadraban cuando yo mostraba mi entera
despreocupación por que mis datos personales, lo que pienso o dejo de pensar,
lo que siento, esté colgado en Internet a disposición de los buitres de los
datos (así los llama él). El Gran Hermano no sólo nos vigila como el ojo
omnisciente de un Dios que está en todas partes siguiendo nuestros pasos,
sabiendo lo que consumimos, las webs comprometedoras que frecuenta un buen
padre de familia en momentos de soledad, conociendo lo que pensamos, quienes
son nuestros amigos, a qué ideología política somos adictos, qué religión
practicamos, un dios a tiempo real que no sólo sabe dónde hay una retención de
tráfico en cualquier parte del mundo o el número de personas que en determinado
momento visitan el supermercado frente a tu casa. Y lo más gracioso es que todo
eso sucede porque nosotros lo permitimos e incluso lo alentamos directa o indirectamente.
Tú me proporcionas la posibilidad de comunicarme con mis
amigos e intercambiar con ellos información, pensamientos, deseos, fobias,
etcétera y a cambio te guardas en el bolsillo toda esa información; tú me
facilitas la posibilidad de difundir lo que escribo, las imágenes que salen del
laboratorio del Photoshop, ideas que deseo compartir y a cambio todo ese
material lo transformas en rentable información que vender al mejor postor, o
que retienes con espurias intenciones. Estamos en el ámbito del camino que
llevará inevitablemente algún día a esa distopía que vemos en el horizonte… si
no se le pone remedio.
Todo eso es así, pero, le decía yo esta mañana al amigo
Cive, es que nadie da duros a peseta. De parecida manera a como quién hace la
ley hace la trampa, esta gente te ofrece medios de difusión y de comunicación a
espuertas, pero no gratuitamente, el costo está ahí a la vista. Quieres ir de
aquí a tu pueblo el fin de semana y compruebas el tráfico; Google te ofrece la
posibilidad de evitar caravanas porque sabe del tráfico, pero no lo conoce
porque se lo haya contado un angelito que vigila las carreteras, lo sabe porque
los usuarios, que tienen conectados el gps del teléfono, están mandando a
Google continuamente su ubicación; si sabes que el supermercado de la esquina
tiene mucha o poca gente es porque los teléfonos de los clientes están
suministrando en todo momento a Google sus movimientos. Bien hasta aquí, cosas
útiles que nos ayudan a evitar atascos, pero que a renglón seguido va a conceder
a estos señores la posibilidad de ofrecerte un hotel, un restaurante, o un
montón de productos más en la ruta que estás siguiendo, y ello sin contar con
que ese ojo que te vigila puede utilizar
tus datos de manera mucho menos inocente. ¿Alguien puede imaginar qué hubiera
sido el Big Data en manos del fascismo, de Franco tras
Es totalmente deplorable que a esta gente no se le paren
los pies, pero, como decía el otro día Nieves Concostrina, las alfombras de
las sedes de
Que sí, que mi amigo tiene razón con todo ese asunto de la
recopilación de datos. Sin más aquella de Amy Webb, cuya tesis principal
expuesta en su libro Los nueve gigantes, se
puede resumir en que “los gobiernos y cientos de empresas espían a los
ciudadanos a todas horas, todos los días; rastrean todo lo que pueden, la
ubicación, las comunicaciones, las búsquedas de internet, la información
biométrica, las relaciones sociales, los problemas médicos, las compras…”. Eppur –como en otras ocasiones– la terra si muove. Es decir, no se acaba
ahí la vida, porque si bien es desconcertante y criminal el uso que hacen de
nuestra presencia en Internet o en las redes, también es cierto que si te la
trae floja toda esta piratería (cojones tiene que hablen de piratería cuando
alguien se salta los derechos de autor para leer o escuchar algo, y esto que
hacen Google y Facebook, algo con creces mucho más grave, se lo considere una
piadosa aportación al acerbo colectivo), es cierto, decía, que si te la trae
floja desde el punto de vista personal, la cosa puede no ser tan grave.
Le decía a José Antonio que cualquiera que lea lo que
escribo por ahí creo que comprende que, en lo que se refiere a mi persona, me importa
un bledo el Big Data y todo lo que se le parezca. Desde luego cosas de la edad
y de esas reflexiones que tantas y tantas veces me surgen cuando desde el
agujero de mi saco de dormir contemplo el firmamento. Tan poquita cosa como es
uno... imagínate, le decía, las grandísimas preocupaciones que pudiera tener
una de esas miles de hormigas que se mueven bajo tus botas cuando caminas por
los bosques. Desde ese punto de vista esa buitrería que se ceba de datos, no
llega ni siquiera a eso de pelillos a la mar. Y para mí que todas estas cosas
se agudizan con la edad. A veces a uno le entran ganas de reírse de tanta
paparrucha con la que inundamos el cerebro los homo sapiens sapiens. Recordemos aquella famosa cita de Shakespeare
en Macbeth... de que la vida es un cuento contado por un idiota. Eso mismo.
Simplemente sucede que junto a nuestra proyección social –animales sociales
somos en definitiva– existe también una parte personal que es inmune a la
presencia de los buitres, un aspecto de la persona que perfectamente puede
prescindir de lo que hagan o no con los datos de uno, vamos, que me la trae al
pairo.
El que a mí me parezca un hecho que debería ser penado por
la ley, me refiero a esa usurpación de datos, creo que puede convivir
perfectamente con el hecho de que yo siga expresando lo que me dé la gana en mi
blog o en las redes, que es algo que se
corresponde desde nuestros más lejanos ancestros con esa necesidad de expresar,
narrar, decir lo que te pasa por el magín, y que no es otra cosa lo que harían
los hombres primitivos en su cueva junto al fuego de invierno después de una
larga jornada de caza. Reunirse y conversar, cotillear, expresarse. Quizás esa
escena nocturna alrededor del fuego de gente que conversa sea lo más parecido a
lo que son hoy las redes sociales o la escritura que vamos dejando en un blog.
No me afecta eso que José Antonio denomina una nueva forma
de dominación ejercida sobre todos aquellos que, con mayor o menor intensidad y
frecuencia, entramos en
No hay comentarios:
Publicar un comentario