martes, 17 de junio de 2025

De la Física Cuántica a la misoginia

 



El Chorrillo, 17 de junio de 2025

Las verdades, la objetividad de la ciencia, el estilete de la filosofía en su críptico deambular por las ideas frente a nuestro entender día a día de la realidad, el subjetivo reducirlas a los parámetros de nuestro entendimiento sin necesidad de echar mano de Heidegger, Hegel, Nietszche o Einstein. La complejidad en que no cabe duda la ciencia y la filosofía penetran, requiere conocimientos y el manejo de conceptos que quedando fuera del alcance de una mente corriente, obligan a ésta a utilizar atajos explicativos de la realidad, o incluso a ignorar en ocasiones, no al modo del decir de Machado de aquellos que desprecian cuanto ignoran, pero sí prescindiendo de conocimientos superiores que siendo objetivamente válidos acaso no aportan desde su complejidad herramientas prácticas para la vida. Sócrates entra en un mercado bien abastecido y exclama: oh dioses inmortales cuántas cosas no necesito. Así tantas conclusiones de la Física sobre conceptos tales como el Tiempo o tanto afilado análisis sobre la realidad. Sí, ya sé, la fábula del zorro y las uvas verdes. También es posible. Días atrás Chirbes hablando de Heidegger y de Hanna Arent venía a decir que parte de su trabajo se parecía al de aquellos que pretenden dividir un pelo en cuatro. 

¿Y a qué viene todo este exordio? Pues me lo sugieren unas líneas que recibía ayer del amigo Paco que, interesado en asuntos de Física, que a mí me cuesta entender, me ilustraba sobre el Espacio-Tiempo de esta manera: «Y…. siguiendo con la ciencia. Las últimas teorías de cómo es el universo. Voy a simplificarlo: para Newton el universo estaba compuesto de Espacio-Tiempo y partículas. Faraday y Maxwell introdujeron el concepto de campo y la ecuación quedó así, Espacio-Tiempo-Campo-Partícula.

» La gran genialidad de Einstein en 1905 con la teoría de la relatividad lo redujo a Espacio-tiempo-campos-partículas. Y al final Einstein otra vez con la joya de la Física, con la teoría de la relatividad ampliada en 1915, unificó los conceptos de Espacio-Tiempo y Campos. Dejando finalmente el universo reducido a Campos-Partículas.

»Es una simplicidad impresionante del mundo. El espacio ya no es algo distinto de la materia. Es uno de los componentes “materiales” del mundo, es el hermano del campo electromagnético. Es una entidad real que se ondula, se pliega, se curva se retuerce.

»Si os dais cuenta el Tiempo ha desaparecido de la ecuación. Realmente el tiempo es un constructo inventado por el ser humano y que no tiene sentido fuera de nuestro pequeño mundo». 

En este último párrafo de Paco es donde anida el desentendimiento que yo vivo en relación a los grandes descubrimientos de la Física moderna. Que el Tiempo sea un constructo inventado por el ser humano, como lo es el lenguaje, el arte y la creación entera de la civilización, y abundando todavía más, la religión y sus apoyaturas celestiales, lo que viene a decirnos es que habiendo un cierto desdoblamiento entre la realidad objetiva, la ciencia, y la realidad interpretada, adaptada, por el hombre a la altura de su conveniencia existencial cotidiana, el hombre se siente más cómodo chapoteando en las aguas de su pequeño mundo que asumiendo esa difícil conclusión en donde finalmente el universo queda reducido a Campos-Partículas, porque de ser así a Heminway, que decía que el Tiempo era el lugar donde él pescaba, se le habría acabado la diversión de por vida. Escribía ayer Chirbes en lo último que leí, que lo importante para el novelista es a qué interrogación intenta responder la historia que cuenta. En el caso de ese binomio ciencia/nuestro pequeño mundo, las respuestas que buscamos pertenecen más al campo de las vivencias personales que a la objetividad de la ciencia. La ciencia en este caso no sería un constructo, sino algo sólido y real pero algo “con lo que no se come”. Einstein y su comportamiento misógino con su mujer podrían ilustrar algo de esto que pretendo decir. Einstein, un considerado genio en el campo de la Ciencia y sin embargo un cretino en su vida conyugal. La teoría y la práctica, dos recursos entre los cuales acaso ni siquiera cabe una síntesis. 

El camino que va de la Física Cuántica a la misoginia, de la Física Cuántica a la inquietud por lo justo que vas de “tiempo” para coger un tren o un avión, ese tiempo que en la ciencia parece no existir y que sin embargo es más real que todas las cosas, sugiere presentar dos realidades frente a frente, de las cuales una es carne y hueso de nuestro vivir y la otra evanescente realidad en nuestro día a día, que por mucho que la ciencia le dé carta de verdad absoluta a su Tiempo, poco afecta a cómo concebimos y sentimos el tiempo por mucho que la ciencia nos diga que este es un constructo. De constructos esta hecha la vida. La perdición del mundo, la materia de los grandes problemas del planeta vienen por la obsesión del dinero, uno de los principales constructos sin cuya existencia sería difícil vivir y que se diga lo que se diga es sólo una convención; las convenciones, las leyes, la moral, no son otra cosa que constructos, herramientas con que gestionar la convivencia social. 

Esfuerzo inútil probablemente el de intentar relacionar la realidad científica, el Tiempo, y la que cada cual percibe desde su vivir, nuestro tiempo, pero que, bueno, ahí queda como un ejercicio más de gimnasia con el que desentumecer las sinapsis y sus neuronas. 

Y ahora a preparar mi macuto. Esta noche vivaquearé en un lugar muy particular, las salas del aeropuerto de Niza. Mañana ya estaré de camino hacia ninguna parte, puro vagabundear por los Alpes. 





lunes, 16 de junio de 2025

Sexo y ternura

 



El Chorrillo, 16 de junio de 2025

En estos días de calor que ya preludian la entrada con pie firme en lo tórrido del verano y que en mi caso se me hace imprescindible estar todo el día en porretas, se comprenderá que un tema como el que se anuncia en el título de este post, venga a estar presente tarde o temprano. La desnudez es tarde o temprano el preámbulo de alguna prometida felicidad. El tema me surgió a raíz de haber tropezado con una serie de fotografías de una novia que tuve en los umbrales de mi jubilación, fotografías todas ellas al modo de como Eva caminaba por el Paraíso Terrenal, es decir como Dios la trajo al mundo.

El asunto me  llena tan de ternura y excitación que no he dudado un segundo en colocar una de esas imágenes en la pantalla de mi teléfono. Así que ahora cada vez que enciendo el móvil para ver la hora, allí la tengo, alegre, feliz como quien celebra la vida, contenta de haberse encontrado conmigo y yo con ella, lo que me hace pensar, pese a que cuatro años después naufragara nuestra relación, ese contemplarla con tanto gusto, que las relaciones sentimentales que establecemos con mujeres, y ellas con nosotros, tienen una enorme variedad de numinosas sustancias navegando en su interior que es ocioso querer comprender al primer vistazo. Si toda relación humana es compleja, la que mantenemos hombres con mujeres digamos que puede llegar a ser inasumible para una mente simple. Mente simple sin más la de aquellos que  en estas relaciones sólo llegan a ver un asunto de toma y daca, que suele ser la óptica ramplona con la que una parte de la calle relaciona estos asuntos.

¿Qué es lo que sucede a mi organismo a partir del momento en que mi mirada empieza a ser acariciada por ese rostro alegre, pleno de vida, enamorado, de donde sale esa encantadora sonrisa? Desde luego lo primero que brota en él es un ramalazo de inesperada ternura. Mi mirada puesta en su risa, su entrega sin tapujos al instante, a la felicidad, al encuentro con el otro que surge de su rostro resbala enseguida por el plano inclinado de su desnudez, atraviesa la confluencia de las clavículas, se detiene en sus pechos y, antes de llegar a su pubis, una leve erección comienza a rondar la entrepierna. Ternura versus sexo. El cuerpo acaba de atravesar las puertas de un mundo encantado de la mano de la oxitocina. Sabida es esa revolución que la química produce en las puertas de tales circunstancias y que no es de extrañar el empeño que pone la Naturaleza en estas cosas. Quizás sea desde ahí el modo que elige este flanear mío por el asunto, un modo de aliviar el hecho de que tras ese recorrido entre el rostro y el pubis, algo se arrebole en mi interior que hace que la ternura y la erección bailen un agarrado chotis en medio de esta tarde de calor.

Y digo yo que ¿a qué interrogación interna responderá el hecho de que yo deje de leer, deje incluso de contemplar a mi exnovia, tan bonita ella así de contenta frente al fotógrafo de entonces, yo mismo, y me ponga a escribir algo que en principio no sé de qué iba a ir, intuiciones, gracias a la vida por aquellos años, ternura, ejercicio de onanismo? Y me contesto que probablemente sea ese contento que me deja en el cuerpo recordarla lo que me anima a escribir, un modo de alargar el placer que sugiere la contemplación y el recuerdo.

Cita Chirbes a Tennessee Williams. Lo siguiente: “Me inclino a pensar que lo que más motiva a la mayoría de los artistas es una vocación desesperada de encontrar y de saber distinguir la verdad dentro del conjunto de mentiras y evasiones en que vivimos”. A cuento viene la cita de que la romez romo, tosco, torpe con la que se suelen tratar los temas relacionados con el sexo, bien merece poner de relieve que la mentira bajo la cual hemos vivido desde nuestra lejana educación infantil, unido a la estolidez con la que se atiende a los asuntos sexuales en medios y demás, hacen difícil esclarecer lo que hay de mentira y de verdad en el ámbito de la sexualidad, un asunto tan maltratado y deformado incluso en el ámbito de la legislación de nuestro país últimamente.

La verdad de la ternura a veces lo tiene difícil en el vocabulario de los medios, incluso en la óptica de feministas mal avenidas con realidades complejas. En nuestra sociedad se habla en exceso de sexo y muy poco de ternura.

 

 

 

 

 

 


sábado, 14 de junio de 2025

Del silencioso madurar del vino





Mario y Lucía cumplen 46 añazos


El Chorrillo, 14 de junio de 2025

Me dice Enrique esta mañana que a juzgar por  la exigencia de mis escritos, le cuesta creer que realmente disponga de tiempo para perder. Lo tienes, dice, casi con certeza, ocupado de forma permanente. Le cuesta creer, pero más adelante en su mensaje ya recurre a la paradoja. Escribe: “Paradójicamente, ha sido en los momentos de ocio cuando holgazanea, reflexiona o simplemente se entrega a la contemplación que el hombre ha comenzado a pensar en cómo liberarse del trabajo que otros le han impuesto en beneficio propio. Es decir, que la tan temida “pérdida de tiempo” no solo resulta comprensible, sino que ha sido históricamente fértil: es en ese tiempo “muerto” donde germina el pensamiento, la invención y, con ello, la evolución misma”.

Y a todo esto, le digo yo, que por qué demonios no pruebas a dejar tantas reflexiones interesantes por ahí al alcance de quien le pueda interesar.

Ya sé que no es fácil encontrar interlocutores, pero me da que reflexionar, escribir y la posibilidad de que alguien te escuche y puedas a tu vez considerar lo del otro, me parece una necesidad inherente al hombre. Tengo algún amigo prolijo en desbrozar y analizar la realidad a los que las ganas de conversar y hablar de esto o lo otro, tantos estos y los otros posibles, infinitos, se les abre rápidamente el apetito cuando pescan un tema del ámbito de su interés. Y que sin embargo lo guardan para sí, o acumulan material para escribir un libro, como le sucede a mi amigo Tino. Ni Internet ni las redes son lo suyo. Son prolíficos lectores, les interesan múltiples temas pero lo guardan en el refajo de su intimidad.

Pienso en otros tiempos cuando amigos y conocidos nos encontrábamos en las calles del barrio, en un bar, en los locales de un grupo de montaña o cuando los desplazamientos a Gredos o Galayos servían también para hablar largo y tendido sobre cualquier cosa, libros, música, asuntos que nos inquietaban entonces. Eso casi se acabó y ahora lo hemos sustituido por las redes, los guasaps, los blogs, los grupos de mensajería. Como posibilidades tenemos más que antes, los caladeros donde se puede pescar conversación, discusiones, diálogo sobre múltiples asuntos son abundantes, lo único que sucede es que siendo muchas las posibilidades, la banalización que se hace de su uso impide considerar seriamente estos medios, al punto de despreciarlos como canales de comunicación.

Pienso en esa sabrosa rama literaria que es la correspondencia, tantas obras notables que recogen comunicados, reflexiones, filosofía, modos de vida, crítica, entre personas del ámbito literario o filosófico; pienso en esa otra faceta literaria, los diarios que tan interesantes materiales nos han dejado a lo largo del tiempo.

Lo que sugiere considerar esto es que existen actitudes, necesidades de índole personal que requieren interlocutores. En los diarios el interlocutor es uno mismo, hablo con el hombre que va conmigo, es el recurso del solitario o simplemente la expresión de quien ordena sus ideas escribiendo. Al diario así concebido es probable que le sobre la idea de compartir su contenido, sin embargo pienso que al que más o al que menos le ronda por dentro la necesidad subsiguiente de comunicar y compartir, especialmente contenidos significativos que hablan de nuestros “descubrimientos”, modos de pensar, postura respecto a asuntos diferentes.

Tanto nuestra faceta personal como la social, cada una con sus aspiraciones concretas, en algún momento nos piden su ración correspondiente en el reparto de nuestras inquietudes. En momentos nos recogemos sobre nosotros mismos, somos autosuficientes, mientras que en otros no nos basta con rumiar nuestras ideas sin más, son situaciones en que el cuerpo nos pide algún que otro interlocutor tanto para ser escuchado como para intentar abrir un debate sobre asuntos puntuales.

Concretando, y aquí entraría eso que podemos llamar perder el tiempo, hacer nada, que suele ser por similitud comparable a lo que sucede con ese largo periodo que necesitan los vinos para alcanzar su plenitud. En la oscuridad de las bodegas, en silencio, sin aparente movimiento, el vino se transforma. Nada parece ocurrir, y sin embargo todo sucede: se asientan los sabores, se redondean los matices, se alcanza una profundidad que solo el tiempo —ese tiempo improductivo y paciente— puede regalar. Así también en nosotros. Esos momentos en que no hacemos nada “útil”, mirar por la ventana, caminar, ensoñar y en que como sucede con los vinos, madura una idea nueva, una intuición, una forma distinta de ver las cosas. La creatividad no nace del trajín sino de eso que corrientemente llamamos perder el tiempo.

Vamos, que una vez el vino ha alcanzado su apogeo, su plenitud, lo mejor que podemos hacer es compartirlo y beberlo en compañía. Y digo yo que por qué demonios, eso mismo, no compartir junto al vino nuestras ideas, los revuelos de la razón allá donde estén al alcance de quien guste conversar.

* * *

La imagen de cabecera obviamente nada tiene que ver con el texto. Sucede que hoy, 14 de junio, hace 46 años que nacieron nuestros hijos Mario y Lucía y me he querido dar el capricho de ponerla allá arriba como recuerdo de uno de los días más importantes de la vida de Victoria y mía.

 

 

  

viernes, 13 de junio de 2025

Un chupitazo matinal

 

“Euphoria 2” – Cooper Zhao


El Chorrillo, 13 de junio de 2025

La irrupción en el correo de esta mañana, tal una corriente salvaje de unas líneas de Hermann Hesse que me envía José Manuel Vinches, dan pie esta mañana a que me ponga a la tarea de escribir antes de que el pronto de una incipiente motivación se vaya a hacer gárgaras. Dice parte de la cita: “Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia moral. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar!”. Semejante chupitazo matinal a lo Walt Whitman por poco que estés despierto ya te pone en órbita para enfrentar el día en saludable disposición.

Si escritores hay que desde la temprana juventud hasta la actualidad han sido compañeros de viaje de mis sucesivas lecturas, probablemente Hermann Hesse sea uno de los principales, pionero él en el paisaje de mis tempranas lecturas, su filosofía y su modo de encarar la vida me han acompañado siempre con la hondura de lo que sientes como un primer flechazo de esencia vital. Desde Shidarta hasta Elogio de la vejez, acaso su último libro, el recorrido por su obra siempre ha sido un aire fresco matinal con el que empezar a caminar cada mañana.

La lectura de Hermann Hesse siempre invita a echar un vistazo, a una mirada interior que te ponga sobre la pista de alguna verdad a la que siempre has querido aspirar. Existen en el hombre estados de ausencia del yo sobre el yo mismo, momentos, años, días en que el existir, el hacer, el resolver asuntos, ocupan tal cantidad de tiempo, que apenas nos dejan espacio para la contemplación de nuestro vivir. Existir, vivir, dos realidades completamente diferentes. Eso hasta que haciendo una pausa en el mero existir, consideramos la esencia de nuestro vivir.

Teniendo en cuenta que esto es un diario y que escribir es en cierto modo ordenarse uno a sí mismo y que ese ordenarse a sí mismo es un viaje también a nuestro interior, bueno sería recordar a Montaigne cuando nos enseña que dentro del hombre hay paisajes que merece la pena recorrer: grutas, playas, ríos, montañas, todos ellos parte de nuestro interior a explorar. Montaigne viajó a Italia y dejó unos cuadernos de apuntes de gran amenidad, pero por los que no hubiera pasado a la historia de la literatura. Su gran viaje fue al interior de sí mismo. De “los mimbres con los que haces tus propios cestos” (Chirbes), es decir, nuestra vida, va a depender gran parte la calidad de ese viaje que comienza con el nacimiento y termina entre el perejil. Aquello que escribiera Henry Thoreau, de fui a los bosques porque … “Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido.”

Como se verá esto se pone, acaso, en exceso rimbombante. Demasiadas citas, que diría mi amigo Santiago Fernández, y demasiada hipérbole existencial, pero es lo que hay. Así me amaneció la mañana y bienvenidos han de ser estos ánimos que, quien como calza coturnos, te elevan sobre la rutina de un día cualquiera de este mes de junio. Aunque acaso esta disposición mía tenga alguna relación con hechos sencillos como el que haya decidido desaparecer de las redes sociales temporalmente, y quién sabe si para siempre, y que hoy mismo me haya decidido a dejar los periódicos hasta quién sabe cuándo, acaso hasta que mis deberes de ciudadano me vuelvan a llamar al orden. Alejado de las redes sociales, comedido con el teléfono, ausente de lo que sucede en el mundo y, además, inaugurando dentro de unos días un trimestre de soledad y de caminar por las montañas, la nueva realidad del día a día se me aparece tan sabrosa, tan como una nueva y atractiva aventura, que gusto me da este empezar a dar mis primeros pasos por ella. Es hora de dedicarse uno a sí mismo por una larga temporada, así que con un verano por delate me alejo del mundo, a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar. Mi último gesto, mi despedida de los dolores del mundo la haré mañana asistiendo a la marcha por Palestina. Todo mi dolor por el sufrimiento de los palestinos seguirá intacto; lo llevaré dentro como se lleva la ineluctable condición del hombre abocado a las más dolorosas miserias que puedan aquejarnos.

Quedará, eso espero, intacta mi escritura a lo largo de mi periplo alpino. “La escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida, es cómo me gano mi alma”, decía Carson McCullers, la autora de La balada del café triste. Una idea que me vuelve a recordar otra que repetí en mi diario más de una vez, la voz de un escalador neozolandés que había impreso en su camiseta: “Escalo para mi alma”. Y para más abundancia, pensando en el verano que me espera (a mi amigo Santiago Fernández, si lee esto le va a dar algo con tanta cita), lo que escribiera Cioran: “Cuando estoy solo, estoy completo y cuando estoy con los otros, no estoy completo”. La posibilidad de escribir para encontrarte contigo mismo, sin que ni siquiera te turbe el ruido de las redes, quizás tenga como consecuencia alguna breve sensación de plenitud.

Camino para mi alma, escribo para mi alma, escalo para mi alma. Sugestivo, ¿no? 

 

 


jueves, 12 de junio de 2025

La ley de Pareto

 



El Chorrillo, 12 de junio de 2025

Sobre el post de ayer, que llevaba el título de Un millón de veces.

Enrique:

Defines perfectamente la palabra adicción y sus variables, al menos para mí, que he sido fumador durante cuarenta años y ahora llevo veinte años desintoxicándome; con lo cual tengo motivos sobrados para comprenderte. Aunque en mi caso era la nicotina y en el tuyo un “me gusta” o un mensaje nuevo, ambas situaciones liberan dopamina, y los humanos la usamos como analgésico contra el aburrimiento, la ansiedad u otros malestares.

En mi caso, establecí un plan de reducción del consumo, algo parecido a la ley de Pareto del 80/20: la mayor parte del tiempo no fumaba, y la menor sí, reduciendo progresivamente la cantidad.

Un creador de contenidos, como tú, debería considerar seriamente la ley de Pareto. Las redes sociales te roban productividad, y eso termina quitándote el combustible que necesita tu blog. Hay que sustituir el consumo por la creación. Las redes rompen el flujo creativo; cualquier notificación puede quitarte entre 20 y 30 minutos de pensamiento que podrían haberse invertido en el blog.

En definitiva, las redes son útiles como extensión, pero no como destino.

Ya me he vuelto a meter en un “charco”, espero me disculpes.

 

Alberto:

Ahora que la audiencia de mí blog va a disminuir drásticamente como consecuencia de mi alejamiento de las redes sociales, lo mismo este diario puede hacerse más espontáneo e informal y queda en ese 20 por ciento de la ley de Pareto que mencionas, lo suficiente para atender esa pequeña parte del yo que reclama la presencia, y en cierto modo la dependencia, de los otros. En mi economía del tiempo no entra demasiado un espíritu utilitarista que busque lo que llamamos, en economía de mercado, la eficiencia, más bien se trata de un asunto de estética lo que me sugiere este alejamiento de las redes sociales. Miras un cuadro, el de tu vida o uno que cuelga en las paredes del Prado, y te encuentras que hay cosas en ese cuadro que te gustan y otras que no. En mi caso esa dependencia de las redes afeaba a veces la percepción de ese cuadro que todos vamos pintando en el lienzo de nuestra vida. De hecho una de mis aficiones favoritas es “perder el tiempo”, perderlo mirando a las musarañas, ensoñando o haciendo absolutamente nada. En este mirar y encontrar lo que chirría en el engranaje de las horas, es donde te puedes cuestionar corregir el rumbo de lo que haces. Lo que a veces no es fácil y necesita un empujoncito; en el caso de la decisión de ayer el empujoncito, un regalo que tengo que agradecer a algún tonto el culo, vino porque habiendo compartido mi post en un grupo dedicado a la Pedriza, dos o tres de esos que Umberto Eco recluta en las legiones de la idiocia, pretendieron desde el púlpito de su necedad darme la vara, lo que me llevó a cortar por lo sano. De la estupidez nos libre el Señor de los Cielos. Me sucedió ya hace años, un tiempo en que compartía mis escritos de montaña en grupos concretos. También aquí cabría hablar probablemente de la ley de Pareto, aunque para mí ese veinte por ciento se queda corto en estimación. Preferiría mejor meterlos en la camisa más amplia de la Campana de Gauss.

Lo mismo no sé, pero sí noto un cierto gusanillo por dentro que me agrada, uno que se alegra de depender un poco menos de los demás, un asunto del que en mayor o menor grado no es fácil zafarse. Nuestra dependencia de los otros, la necesidad del reconocimiento de los demás, enquistadas en nuestra naturaleza probablemente desde los tiempos en que los humanos empezaron a vivir en comunidad, es sin lugar a dudas una de las principales necesidades del hombre, sólo que no por imponérsenos como necesidad quiere decir que ello sea sano en todo momento. Quedar al arbitrio de los demás, del qué dirán, lo que puede estar sucediendo sin que apenas nos demos cuenta, puede llegar a robarnos otro de nuestros bienes más preciados, la autonomía, nuestra libertad de hacer o pensar. Nuestra dependencia de los demás requiere poner una buena atención que evite la desagradable sensación de que estás dejando de ser tú para conformarte a la acaramelada imagen de un yo que no te pertenece.

Que las redes rompen el ciclo creativo de alguna manera: totalmente cierto, el ciclo creativo, el estudio, el climax que la lectura de una novela te ha procurado… las redes distraen. Aunque podríamos decir que, como es mi caso, también me proporcionan material de reflexión, que es lo que necesita mi diario para de pequeños estímulos sacar material que lubrique mis neuronas y mi curiosidad.

Y que sean bienvenidos “los charcos”, esos en los que de niños chapoteábamos con tanto gusto y que ahora, de adultos, son un juego más, para pasar un rato de atractiva charla.

La granizada de ayer, que ha hecho estragos en nuestra parcela, y la limpieza de la piscina me han dejado el cuerpo roto. Acaba de sonar el timbre de casa. Es el empleado del seguro que viene a tomar medidas de los cristales rotos por el granizo, así que con el cristalero me voy.

 

 

 

 

 


miércoles, 11 de junio de 2025

Un millón de veces

 

Pedruscos caían del cielo esta tarde sobre mi cabaña


El Chorrillo, 11 de junio de 2025

Un millón de veces me habré preguntado a estas alturas por la razón que me impulsa a abrir la aplicación de FB cada día, un lugar que antes podría ser de encuentro, más o menos, pero que ahora es lo que es y en la que inevitablemente terminas perdiendo el tiempo haciendo scroll al poco que te descuides. La conciencia de que estamos metidos hasta el cuello, en las manos de un puñado de personas que manejan el mundo y nuestros hábitos, es cada vez más fuerte. La conciencia de que nuestra libertad, somera libertad, cada vez está más tocada del ala por los hábitos que nos van imponiendo nuestra relación con el teléfono, merecería una reflexión a fondo que nos aclarara la diferencia que hay entre hacer lo que te da la gana en cada momento y lo que te ves impulsado a hacer presionado por ciertos hábitos de dudosa higiene mental.

¿Quién está seguro hoy de que hace realmente lo que desea en esos interludios en que el teléfono calla, es decir no suena un guasap, una notificación de FB o de Instagram, un correo, una oferta del banco para prestarte 5000 euros en unas condiciones inmejorables, esas cosas que nos distraen constantemente de lo que estaríamos haciendo si no tuviéramos un teléfono siempre a nuestro alcance? Porque nuestras vidas cada vez son menos nuestras, son del señor Zuckerberg, del tal Ellon Musk, son de las estupideces de la Ayuso, del juez Hurtado, del Pato Donald, son de los grupos de gusaps, son de una pseudoinformación, de esa tendencia permanente a echar mano al teléfono constantemente. ¿Cuántas veces al cabo del día nos saca el teléfono de lo que estamos haciendo, nos distrae, nos obliga a dejar lo que estamos leyendo o haciendo? Probablemente estar colgado constantemente del aparatito satisfaga las aspiraciones de muchos, pero no creo que sea esa una aspiración universal, un pasar por la vida pendiente de lo que dicen o dejan de decir fulano o menganito, dedicando un buen pedazo de tiempo a curiosear productos del catálogo de Amazon, desplazando el dedo pulgar sobre la pantalla del teléfono para tragarte las mil y una historia que el sistema pone a tu disposición.

La sensación de que nos puede ir una parte de la vida visitando las redes o manipulando el teléfono, es esta tarde fortísima. En estas reflexiones estaba cuando de repente un ruido como de piedras cayendo sobre la cabaña, me sacó de ellas. Bolas de hielo de tres centímetros caían como piedras lanzadas con fuerza contra los cristales. Pensé que de un momento a otro podrían romper las tejas. Di por descontado, como después pude comprobar, que los cristales del invernadero estarían saltando por los aires. Atónito miraba por la ventana un espectáculo nunca visto en los años de mi vida. Cuando pasó la granizada y salí fuera, era de admirar el espectáculo. La parcela entera se había cubierto de ramas y hojas desgarradas por la violencia del granizo, muchos de los cristales del invernadero efectivamente no habían resistido la violencia del temporal, caminaba sobre un suelo de grandes bolas de hielo.

Son una maravilla las posibilidades que las nuevas tecnologías han puesto a nuestra disposición, pero sería necesario hacer una profunda reflexión sobre los aspectos nocivos que ellas están trayendo a nuestras vidas si no controlamos la inercia que nos lleva a hacer del teléfono nuestro yo alternativo.

Y naturalmente, por vía del teléfono, la adicción a hábitos de dudosa calidad por donde se nos puede colar una cierta inanidad, una insustancialidad que propicia poco o nada la reflexión. Aquello que escribiera una vez Umberto Eco de que el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad. Y más: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad, pero que ahora tienen el mismo derecho de hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los necios.”  Vamos, no es sólo el peligro de nuestra adicción sino también, y a veces sobre todo, el que las redes, con esa invasión de los necios, ponen constantemente en peligro una comunicación racional. Y es que las posibilidades de que te encuentres a la vuelta de la esquina comentarios y entradas de gente de este jaez son tan grandes…

Creo que después de estas reflexiones bien me puedo aplicar el cuento e intentar ser más cauto y discreto en el uso de las redes y el teléfono en general. No me atrevería a decir de nuevo que se acabó y que ni redes ni nada, porque ya lo hice alguna vez y después terminé volviendo al redil. Esto se parece un tanto a esa determinación de los fumadores que quieren dejarlo. Veremos si cuaja.

De nuevo llueven piedras del cielo. El ambiente se ha vuelto osco y el suelo está volviendo a cubrirse de un granizo agresivo y ruidoso.

 

 

 


sábado, 7 de junio de 2025

De los peligros de institucionalizar la convivencia

 



El Chorrillo, 7 de junio de 2025

En relación con un post anterior en el que nombraba a Álvaro Pombo, y tras conocer que en algún momento de su vida había generado cierta controversia al criticar el matrimonio homosexual y la cultura gay militante, proponiendo en su lugar nuevas formas de nombrar el amor homosexual, voy a intentar desarrollar un tema que considero de interés. Su postura, alejada de intereses políticos y guiada por principios éticos, que buscaba entonces una integración respetuosa sin forzar la equiparación con el modelo heterosexual, me invita reflexionar sobre el tema.

De Álvaro Pombo la verdad es que no sé prácticamente nada, un autor al que tenía que haber leído antes pero que siempre quedó ahí “para más tarde”. El tema no me resulta nuevo porque entra de lleno en una concepción de las relaciones humanas que algo tiene que ver con lo que yo entiendo deberían de ser nuestros referentes convivenciales. La tendencia a la institucionalización de la vida en la comunidad, es una constante que tiende frecuentemente a encorsetar y fijar nuestros actos alrededor de comportamientos normalizados, que si bien facilitan el saber a qué atenerse, lo cual puede ser bueno, limitan en muchas ocasiones nuestra libertad y la naturalidad de nuestras relaciones con los otros. La integración respetuosa en el ámbito de la convivencia general de los matrimonios homosexuales a que se refiere Pombo, entiendo, un principio que debería guiar nuestro comportamiento con los demás, debería poder extrapolarse también al matrimonio hetero. Entiendo por integración respetuosa, que el hecho de considerar lo que hacen o dejan de hacer los demás, casarse, emparejarse, vivir una vida afectiva con otros, no debería ser en absoluto objeto de ningún tipo de control o crítica por parte de la sociedad, Estado o Iglesia. Mi sentido de la libertad, que entiende que no debe tener otro límite que aquel en el que mis actos puedan zaherir, molestar o perjudicar a otras personas, me impide aceptar que nadie pueda o deba imponerme una forma de relación con una u otras personas en las que el Estado, el Juzgado o la Iglesia tenga que meter las narices. Esto desde el punto de vista formal. Desde la práctica, la conveniencia o la armonía entre las personas, puedo comprender que éstas, cuando deciden una convivencia más íntima y duradera, quieran hacer uso de un compromiso, un notario, la concurrencia del juez para dar constancia legal a la unión; puedo comprenderlo, pero no tanto como para que el matrimonio homosexual o hetero pueda ser un elemento de referencia moral. Entiendo que las personas que deciden pasar por el juzgado para sellar su convivencia, parten de un principio de desconfianza mutua que se acerca en su finalidad a aquellos que acuden a una sucursal de seguros para que su relación, vaya bien o mal, quede atada y a buen recaudo de la volubilidad de los contrayentes; un atado cada vez más liviano que en nuestros días se rompe con facilidad vía divorcio, pero que como principio regidor de la comunidad, pone en cuestión nuestra libertad poniendo en manos de la ley algo que es privativo y personal de aquellos que deciden una vida en común.

¿Por qué pasar por el juzgado para casarte? ¿Por qué el reconocimiento de las parejas de hecho? ¿Por qué esa machacona defensa de lo que llaman fidelidad? ¿Por qué si dos personas se quieren y deciden vivir juntos, tienen que pasar por el juzgado? Existen por supuesto razones que pueden aconsejar estas medidas, un medio de protección a la prole, una manera de agenciarse un adecuado tono de seguridad y estabilidad mediante el compromiso mutuo. Lo que sucede es que así las cosas, después todo se complica, la institucionalización con frecuencia altera y enjaula la naturaleza de las relaciones. Perdemos libertad en función de una estabilidad personal y social. Algo que evidentemente es bueno para “la masa”, para el buen funcionamiento social general, pero en absoluto para el individuo que hace de su libertad un bien muy preciado.

Me vienen a la memoria en este punto las imposibles verdades del anarquismo, la ideal opción política, pero a la vez la más difícil de aplicar, porque ello debería llevar consigo un nivel de moralidad y conocimiento imposible de alcanzar por la generalidad de la población. Algo parecido sucede con los matrimonios heteros u homosexuales. El matrimonio se constituye como un entorno de seguridad y permanencia y necesita notarios y contratos porque los sapiens no somos de fiar. Dada nuestra conocida volubilidad, hablando en términos generales, más vale, dirá el petre o el legislador, que atemos cortas las relaciones para que el personal no se desmadre. Recuerdo que una vez haciendo cola en la frontera de El Salvador, un individuo nos decía que en su país el sesenta por ciento de los hijos tenían padres desconocidos o desaparecidos (ignoro la exactitud del dato). Se trata de un ejemplo pertinente que pone de nuevo, como tantas veces, en conflicto nuestro ser personal con el social. La moralidad (eso que hace que el mundo no sea una selva), teje alrededor de nosotros modos de relacionarnos que tienden a dar estabilidad y continuidad a nuestras relaciones.

Hasta aquí todo justificado. Pero… esta estabilidad tiene un precio; lo paga la libertad, lo  paga la racionalidad de quien siendo capaz de vivir unas relaciones amorosas no monógamas sin alteración de la armonía que debe reinar entre las parejas –parejas, grupos, un ejemplo–, se ve arrastrado al “redil” protector del matrimonio o la pareja de hecho. Quizás sea en este punto donde a Álvaro Pombo, no le cuadra ese afán institucionalizador que pretende encorsetar, como buscando comunes denominadores, la vida personal de las personas. Una herramienta social, que atiende a una coherencia social y práctica, pero que restringe nuestra libertad a favor de lo colectivo. Que alguien quiere ponerse grilletes para los años por venir… de acuerdo. Ahora, que esos mismos grilletes quieran imponerse a la colectividad entera… no tan de acuerdo. Ser libre es en exceso difícil para que a todo el mundo se le pueda dar la oportunidad de comportarse como le plazca, así que, dice la moral o el legislador, establezcamos límites. “No desearas a la mujer de tu prójimo”… por ejemplo; atemos a las parejas para que la estabilidad social no sufra.

Así que todo perfecto, pero se trata de la moral social, moral que entra en litigio frecuentemente con la moral personal; lo que uno personalmente entiende que está bien o mal sufre por influencia social, un desplazamiento tal en el fiel de la balanza que hace que la sociedad se escandalice si no has pasado por el altar, el juzgado, o reconocido como pareja de hecho tu situación. Álvaro Pombo se ve arrastrado a dar su opinión sobre esos matrimonios, pero en buena ley creo que mejor habría hecho haciendo de su vida y su cuerpo lo que le diera la gana sin tener en cuenta lo que puedan decir unos y otros. Pero… otro pero, como en definitiva hay que vivir en comunidad y los otros cuentan y mucho, Pombo irrumpe en lo público, y hace bien, para intentar que esa presión social termine dando a lo que es natural estatus de normalidad dentro de esas reglas que acaso no deberían existir, pero que existen porque igual que en una anarquía la libertad no siempre es hacer lo que a uno le da la gana.

Defender la naturalidad de nuestros deseos le ha costado la vida a mucha gente; pienso en tantos, Oscar Wilde fue procesado y sufrió cárcel por sus relaciones homosexuales; otros notables personajes de la historia sufrieron persecución, cárcel e incluso muerte, como Catharina Margaretha Linck, una mujer que vivió como hombre, se casó con otra mujer y fue condenada por sodomía y ejecutada. Desde este punto de vista el enfado de Pombo por el hecho de que la sociedad quiera institucionalizar hasta el aire que respiramos, me parece totalmente correcto. Y ello pese a ese afán de seguridad y estabilidad que se pretende dejando atados y bien atados todos nuestros actos.