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“Euphoria 2” – Cooper Zhao |
El Chorrillo, 13 de
junio de 2025
La irrupción en el
correo de esta mañana, tal una corriente
salvaje de unas líneas de Hermann Hesse que me envía José Manuel Vinches,
dan pie esta mañana a que me ponga a la tarea de escribir antes de que el
pronto de una incipiente motivación se vaya a hacer gárgaras. Dice parte de la
cita: “Todo está dentro de ti,
el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia moral.
¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un
burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un
pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar!”. Semejante chupitazo
matinal a lo Walt Whitman por poco que estés despierto ya te pone en órbita
para enfrentar el día en saludable disposición.
Si escritores hay que desde la
temprana juventud hasta la actualidad han sido compañeros de viaje de mis sucesivas
lecturas, probablemente Hermann Hesse sea uno de los principales, pionero él en
el paisaje de mis tempranas lecturas, su filosofía y su modo de encarar la vida
me han acompañado siempre con la hondura de lo que sientes como un primer
flechazo de esencia vital. Desde Shidarta hasta Elogio de la vejez, acaso su último libro, el recorrido por su obra
siempre ha sido un aire fresco matinal con el que empezar a caminar cada
mañana.
La lectura de Hermann Hesse siempre invita a
echar un vistazo, a una mirada interior que te ponga sobre la pista de alguna
verdad a la que siempre has querido aspirar. Existen en el hombre estados de
ausencia del yo sobre el yo mismo, momentos, años, días en que el existir, el
hacer, el resolver asuntos, ocupan tal cantidad de tiempo, que apenas nos dejan
espacio para la contemplación de nuestro vivir. Existir, vivir, dos realidades
completamente diferentes. Eso hasta que haciendo una pausa en el mero existir,
consideramos la esencia de nuestro vivir.
Teniendo en cuenta que esto es un diario y
que escribir es en cierto modo ordenarse uno a sí mismo y que ese ordenarse a
sí mismo es un viaje también a nuestro interior, bueno sería recordar a
Montaigne cuando nos enseña que dentro del hombre hay paisajes que merece la
pena recorrer: grutas, playas, ríos, montañas, todos ellos parte de nuestro
interior a explorar. Montaigne viajó a Italia y dejó unos cuadernos de
apuntes de gran amenidad, pero por los que no hubiera pasado a la historia de
la literatura. Su gran viaje fue al interior de sí mismo. De “los mimbres con los que haces tus propios
cestos” (Chirbes), es decir, nuestra vida, va a depender gran parte la calidad de ese viaje que comienza con el
nacimiento y termina entre el perejil. Aquello que escribiera Henry Thoreau, de
fui a los bosques porque … “Quise vivir profundamente y desechar todo aquello
que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había
vivido.”
Como se verá esto se pone, acaso, en exceso
rimbombante. Demasiadas citas, que diría mi amigo Santiago Fernández, y
demasiada hipérbole existencial, pero es lo que hay. Así me amaneció la mañana
y bienvenidos han de ser estos ánimos que, quien como calza coturnos, te elevan
sobre la rutina de un día cualquiera de este mes de junio. Aunque acaso esta
disposición mía tenga alguna relación con hechos sencillos como el que haya
decidido desaparecer de las redes sociales temporalmente, y quién sabe si para
siempre, y que hoy mismo me haya decidido a dejar los periódicos hasta quién
sabe cuándo, acaso hasta que mis deberes de ciudadano me vuelvan a llamar al
orden. Alejado de las redes sociales, comedido con el teléfono, ausente de lo
que sucede en el mundo y, además, inaugurando dentro de unos días un trimestre
de soledad y de caminar por las montañas, la nueva realidad del día a día se me
aparece tan sabrosa, tan como una nueva y atractiva aventura, que gusto me da
este empezar a dar mis primeros pasos por ella. Es hora de dedicarse uno a sí mismo por una larga
temporada, así que con un verano por delate me alejo del mundo, a Dios lo que
es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar. Mi último gesto, mi despedida de los
dolores del mundo la haré mañana asistiendo a la marcha por Palestina. Todo mi
dolor por el sufrimiento de los palestinos seguirá intacto; lo llevaré dentro
como se lleva la ineluctable condición del hombre abocado a las más dolorosas
miserias que puedan aquejarnos.
Quedará, eso espero, intacta mi escritura a lo
largo de mi periplo alpino. “La escritura no es sólo mi modo de ganarme
la vida, es cómo me gano mi alma”, decía Carson McCullers,
la autora de La balada del café triste. Una idea que me vuelve a recordar otra
que repetí en mi diario más de una vez, la voz de un escalador neozolandés que había
impreso en su camiseta: “Escalo para mi alma”. Y para más abundancia, pensando
en el verano que me espera (a mi amigo Santiago Fernández, si lee esto le va a
dar algo con tanta cita), lo que escribiera Cioran: “Cuando estoy solo, estoy
completo y cuando estoy con los otros, no estoy completo”. La posibilidad de escribir para encontrarte
contigo mismo, sin que ni siquiera te turbe el ruido de las redes, quizás tenga
como consecuencia alguna breve sensación de plenitud.
Camino para mi alma, escribo para mi alma,
escalo para mi alma. Sugestivo, ¿no?
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