El
Chorrillo, 12 de junio de 2025
Sobre
el post de ayer, que llevaba el título de Un millón de veces.
Enrique:
Defines
perfectamente la palabra adicción y sus variables, al menos para mí, que he
sido fumador durante cuarenta años y ahora llevo veinte años desintoxicándome;
con lo cual tengo motivos sobrados para comprenderte. Aunque en mi caso era la
nicotina y en el tuyo un “me gusta” o un mensaje nuevo, ambas situaciones
liberan dopamina, y los humanos la usamos como analgésico contra el
aburrimiento, la ansiedad u otros malestares.
En mi
caso, establecí un plan de reducción del consumo, algo parecido a la ley de
Pareto del 80/20: la mayor parte del tiempo no fumaba, y la menor sí,
reduciendo progresivamente la cantidad.
Un
creador de contenidos, como tú, debería considerar seriamente la ley de Pareto.
Las redes sociales te roban productividad, y eso termina quitándote el
combustible que necesita tu blog. Hay que sustituir el consumo por la creación.
Las redes rompen el flujo creativo; cualquier notificación puede quitarte entre
20 y 30 minutos de pensamiento que podrían haberse invertido en el blog.
En
definitiva, las redes son útiles como extensión, pero no como destino.
Ya me
he vuelto a meter en un “charco”, espero me disculpes.
Alberto:
Ahora que
la audiencia de mí blog va a disminuir drásticamente como consecuencia de mi
alejamiento de las redes sociales, lo mismo este diario puede hacerse más
espontáneo e informal y queda en ese 20 por ciento de la ley de Pareto que
mencionas, lo suficiente para atender esa pequeña parte del yo que reclama la
presencia, y en cierto modo la dependencia, de los otros. En mi economía del
tiempo no entra demasiado un espíritu utilitarista que busque lo que llamamos, en economía de mercado, la eficiencia, más bien se trata de un asunto de
estética lo que me sugiere este alejamiento de las redes sociales. Miras un
cuadro, el de tu vida o uno que cuelga en las paredes del Prado, y te
encuentras que hay cosas en ese cuadro que te gustan y otras que no. En mi caso
esa dependencia de las redes afeaba a veces la percepción de ese cuadro que
todos vamos pintando en el lienzo de nuestra vida. De hecho una de mis aficiones
favoritas es “perder el tiempo”, perderlo mirando a las musarañas, ensoñando o
haciendo absolutamente nada. En este mirar y encontrar lo que chirría en el
engranaje de las horas, es donde te puedes cuestionar corregir el rumbo de lo
que haces. Lo que a veces no es fácil y necesita un empujoncito; en el caso de
la decisión de ayer el empujoncito, un regalo que tengo que agradecer a algún
tonto el culo, vino porque habiendo compartido mi post en un grupo dedicado a
Lo
mismo no sé, pero sí noto un cierto gusanillo por dentro que me agrada, uno que
se alegra de depender un poco menos de los demás, un asunto del que en mayor o
menor grado no es fácil zafarse. Nuestra dependencia de los otros, la necesidad
del reconocimiento de los demás, enquistadas en nuestra naturaleza
probablemente desde los tiempos en que los humanos empezaron a vivir en
comunidad, es sin lugar a dudas una de las principales necesidades del hombre,
sólo que no por imponérsenos como necesidad quiere decir que ello sea sano en
todo momento. Quedar al arbitrio de los demás, del qué dirán, lo que puede
estar sucediendo sin que apenas nos demos cuenta, puede llegar a robarnos otro
de nuestros bienes más preciados, la autonomía, nuestra libertad de hacer o
pensar. Nuestra dependencia de los demás requiere poner una buena atención que
evite la desagradable sensación de que estás dejando de ser tú para conformarte
a la acaramelada imagen de un yo que no te pertenece.
Que las
redes rompen el ciclo creativo de alguna manera: totalmente cierto, el ciclo
creativo, el estudio, el climax que la lectura de una novela te ha procurado…
las redes distraen. Aunque podríamos decir que, como es mi caso, también me
proporcionan material de reflexión, que es lo que necesita mi diario para de
pequeños estímulos sacar material que lubrique mis neuronas y mi curiosidad.
Y que
sean bienvenidos “los charcos”, esos en los que de niños chapoteábamos con
tanto gusto y que ahora, de adultos, son un juego más, para pasar un rato de
atractiva charla.
La
granizada de ayer, que ha hecho estragos en nuestra parcela, y la limpieza de
la piscina me han dejado el cuerpo roto. Acaba de sonar el timbre de casa. Es
el empleado del seguro que viene a tomar medidas de los cristales rotos por el
granizo, así que con el cristalero me voy.
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