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Mario y Lucía cumplen 46 añazos |
El
Chorrillo, 14 de junio de 2025
Me dice
Enrique esta mañana que a juzgar por la
exigencia de mis escritos, le cuesta creer que realmente disponga de tiempo
para perder. Lo tienes, dice, casi con certeza, ocupado de forma permanente. Le
cuesta creer, pero más adelante en su mensaje ya recurre a la paradoja.
Escribe: “Paradójicamente, ha sido en los momentos de ocio cuando holgazanea,
reflexiona o simplemente se entrega a la contemplación que el hombre ha
comenzado a pensar en cómo liberarse del trabajo que otros le han impuesto en
beneficio propio. Es decir, que la tan temida “pérdida de tiempo” no solo
resulta comprensible, sino que ha sido históricamente fértil: es en ese tiempo
“muerto” donde germina el pensamiento, la invención y, con ello, la evolución
misma”.
Y a
todo esto, le digo yo, que por qué demonios no pruebas a dejar tantas
reflexiones interesantes por ahí al alcance de quien le pueda interesar.
Ya sé
que no es fácil encontrar interlocutores, pero me da que reflexionar, escribir
y la posibilidad de que alguien te escuche y puedas a tu vez considerar lo del
otro, me parece una necesidad inherente al hombre. Tengo algún amigo prolijo en
desbrozar y analizar la realidad a los que las ganas de conversar y hablar de
esto o lo otro, tantos estos y los otros posibles, infinitos, se les abre
rápidamente el apetito cuando pescan un tema del ámbito de su interés. Y que
sin embargo lo guardan para sí, o acumulan material para escribir un libro,
como le sucede a mi amigo Tino. Ni Internet ni las redes son lo suyo. Son prolíficos
lectores, les interesan múltiples temas pero lo guardan en el refajo de su
intimidad.
Pienso
en otros tiempos cuando amigos y conocidos nos encontrábamos en las calles del
barrio, en un bar, en los locales de un grupo de montaña o cuando los
desplazamientos a Gredos o Galayos servían también para hablar largo y tendido
sobre cualquier cosa, libros, música, asuntos que nos inquietaban entonces. Eso
casi se acabó y ahora lo hemos sustituido por las redes, los guasaps, los
blogs, los grupos de mensajería. Como posibilidades tenemos más que antes, los
caladeros donde se puede pescar conversación, discusiones, diálogo sobre
múltiples asuntos son abundantes, lo único que sucede es que siendo muchas las
posibilidades, la banalización que se hace de su uso impide considerar
seriamente estos medios, al punto de despreciarlos como canales de
comunicación.
Pienso
en esa sabrosa rama literaria que es la correspondencia, tantas obras notables
que recogen comunicados, reflexiones, filosofía, modos de vida, crítica, entre
personas del ámbito literario o filosófico; pienso en esa otra faceta
literaria, los diarios que tan interesantes materiales nos han dejado a lo
largo del tiempo.
Lo que
sugiere considerar esto es que existen actitudes, necesidades de índole
personal que requieren interlocutores. En los diarios el interlocutor es uno
mismo, hablo con el hombre que va conmigo, es el recurso del solitario o
simplemente la expresión de quien ordena sus ideas escribiendo. Al diario así
concebido es probable que le sobre la idea de compartir su contenido, sin
embargo pienso que al que más o al que menos le ronda por dentro la necesidad
subsiguiente de comunicar y compartir, especialmente contenidos significativos
que hablan de nuestros “descubrimientos”, modos de pensar, postura respecto a
asuntos diferentes.
Tanto
nuestra faceta personal como la social, cada una con sus aspiraciones
concretas, en algún momento nos piden su ración correspondiente en el reparto
de nuestras inquietudes. En momentos nos recogemos sobre nosotros mismos, somos
autosuficientes, mientras que en otros no nos basta con rumiar nuestras ideas
sin más, son situaciones en que el cuerpo nos pide algún que otro interlocutor
tanto para ser escuchado como para intentar abrir un debate sobre asuntos
puntuales.
Concretando,
y aquí entraría eso que podemos llamar perder el tiempo, hacer nada, que suele
ser por similitud comparable a lo que sucede con ese largo periodo que
necesitan los vinos para alcanzar su plenitud. En la oscuridad de las bodegas,
en silencio, sin aparente movimiento, el vino se transforma. Nada parece
ocurrir, y sin embargo todo sucede: se asientan los sabores, se redondean los
matices, se alcanza una profundidad que solo el tiempo —ese tiempo improductivo y paciente— puede regalar. Así también en nosotros. Esos momentos en que no hacemos
nada “útil”, mirar por la ventana, caminar, ensoñar y en que como sucede con
los vinos, madura una idea nueva, una intuición, una forma distinta de ver las
cosas. La creatividad no nace del trajín sino de eso que corrientemente
llamamos perder el tiempo.
Vamos,
que una vez el vino ha alcanzado su apogeo, su plenitud, lo mejor que podemos
hacer es compartirlo y beberlo en compañía. Y digo yo que por qué demonios, eso
mismo, no compartir junto al vino nuestras ideas, los revuelos de la razón allá
donde estén al alcance de quien guste conversar.
* * *
La
imagen de cabecera obviamente nada tiene que ver con el texto. Sucede que hoy,
14 de junio, hace 46 años que nacieron nuestros hijos Mario y Lucía y me he
querido dar el capricho de ponerla allá arriba como recuerdo de uno de los días
más importantes de la vida de Victoria y mía.
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