El Chorrillo, 5 de mayo de 2024
La
hora de la siesta. No es fácil comprender que no hay finalidad que valga para aquellos
terrícolas que habitamos este planeta, que el único fin práctico es vivir el
momento con la mayor paz posible y que acaso quepa en ese vivir el momento el
modo en que organizamos el futuro, lo que ese futuro encandila a nuestro ser
interior. Y sí es posible, pensar en un futuro en el cual la vida del día a día
sea un suculento manjar, algo que apasiona y que probablemente tendrá que ver
con la belleza, y con pasiones que nos dejen el alma en estado de buena
esperanza, de recreo interior y recreo de lo que nos rodea. Buscar para un
futuro inmediato un presente placentero lleno de tensiones, gozo de la
naturaleza, diálogo con las estrellas y los elementos. En eso puede consistir
ese futuro presente con el que el presente de la hora de la siesta piensa.
Y mientras aquél llega, hacer del presente otro tanto de lo mismo. Puro estar, puro contemplar el movimiento de las ramas
de los árboles, el rumor de esa avioneta que en este momento cruza el aire. O
gustar el cansancio de tus manos que durante un rato han forzado los muelles de cierto artilugio y que te va a permitir agarrarte con mayor garantía a las
presas que recorren la fachada de casa hasta el alero del tejado. El cansancio,
aunque sólo sea del esfuerzo de las manos, también es un estado de gusto y
satisfacción.
Y cerrar los ojos y retener ese movimiento de hojas de los árboles que todavía vibra en el fondo de la retina. Sentir el cuerpo, la delgada sensación de bienestar que deja el ejercicio físico y los trabajos de la mañana en la parcela. Ahora es hora de descanso, de recoger acaso las impresiones que quedaron como flotando mientras trabajaba en la parcela.
La noche. Hasta aquí lo que había escrito
después de comer y que nació sin más de mirar tras la ventana el movimiento de
las ramas de los árboles. Ahora es la una de la madrugada y acabamos de ver una
hermosa película que nos recuerda que acaso no todo está perdido y que hay
esperanza, poquita, poquita, es verdad, para un mundo mejor. La película
lleva el título de Radical y nos la
trajo una cigüeña en el pico. Mi agradecimiento a Santiago Pino por ese bebé tan
lleno de esperanza que nos habla de una educación en la escuela que todos los
años de un siglo serán incapaces de traernos. Hablamos de los males del mundo,
pero después de ver este film me reafirmo, como he pensado siempre, que el
mundo no tendrá solución mientras nuestros hijos y nietos no tengan una educación… una educación… ¿Cómo
calificarla? Una educación que nos haga pensar, que nos forme como personas,
que busque en la profundidad del individuo la razón de su ser y de la realidad
que le rodea.
Hoy se me hacía un nudo en la garganta contemplando secuencia
tras secuencia lo que durante treinta y cinco años de ejercer como maestro intenté
que fuera mi trabajo. Una escuela que enseñara a pensar y a desarrollar las
propias capacidades, una escuela viva en donde los niños se sintieran en su
propia casa, investigaran, escribieran historias, indagaran sobre los porqués
del mundo y la vida; una escuela más allá del aula, una escuela viajera, pero
sobre todo una escuela fuera, lejos de esa burocracia que ahoga la educación de
los pequeños matando su creatividad y convirtiéndolos en niños de mantequilla.
Niños en las manos del consumo, blanditos, caprichosos, niños que lo tienen
todo a quienes padres y educadores ahogan en paños calientes.
Junto a la emoción que me producía el desarrollo de la película,
por dentro me corría una indignación paralela que me recordaba la zafiedad, la ineptitud,
la total incompetencia de tantos inspectores que conocí, casi todos ellos burócratas
totalmente inoperantes y como cargados de una importancia que les hacía personajes ridículos de una película de ficción. ¿A quiénes les interesaba una
educación real, crítica, forjadora de personas autónomas? Eso no existía en la
escuela, en la escuela lo que contaba era un currículum y saber hacia donde
meaba Fernando VII, si a izquierdas o a derechas.
Me indigna, me indigna ver tanto papaíto y mamaíta pendiente
de su hijito, dándole todo lo que pide el churumbel, dejándole apenas espacio
para desarrollar su propio mundo interior, ese que todos llevamos dentro y que necesita
buenos maestros y educadores, pero que estando como está el mercado y
obedeciendo a la ley de la oferta y la demanda lo que proporciona más que
buenos educadores son émulos de ese mundo que estamos formando en donde los móviles,
el consumo y la sociedad organizada del ocio dejan un rastro de esterilidad en
las mentes de los futuros adultos.
Esto no es un texto, esto es parte del cabreo que me sale de dentro esta noche ante la impotencia, una impotencia que viene abonada por la sensación de que poca solución tiene el mundo, la sensación de que los borregos son tantos, la sensación de que la verdadera educación importa un pito, la sensación de que día a día vamos cavando más hondo nuestra desgracia. Y lo que vemos a nuestro alrededor, Israel, EEUU, lo que se cuece en Europa, los intereses económicos, la cada vez más estrecha libertad, no son más que el resultado de una educación infame. En un mundo en donde la gente tuviera una educación de calidad, crítica, sabedora de lo que hace con su vida y con la sociedad, sería totalmente imposible el panorama que tenemos encima. Parece que aprendemos, que sabemos, pero es falso, nos llevan de aquí para allá como borregos. Conclusión: ignorancia, falta de educación. A ciertos poderes no les interesa una educación de calidad, ciertos poderes lo que están pidiendo constantemente son borregos, borregos para llevarlos de cabeza a las urnas, para que consuman a trochi mochi, para que no piensen. ¿Para qué educar para la libertad, para qué educar la creatividad, la autonomía… todo eso que tan molesto es al poder?
¡Bah!, me voy a la cama. A uno sólo le queda el consuelo de
saber que en muchas partes del mundo sigue habiendo maestros como el de la peli
de hoy (una historia real), gente en la enseñanza, en la sanidad, en tantos
lugares que pese al rebaño sigue con todas sus fuerzas creyendo y luchando por
un mundo mejor.