sábado, 5 de abril de 2025

Tribalismo político

 



El Chorrillo, 5 de abril de 2025

Cuesta trabajo no utilizar un lenguaje de barra de bar contra esta gente de la izquierda, de izquierda con comillas, que se comportan como hooligans gritones de un equipo de futbol. Estos individuos que se apuntaron en un tiempo anterior, acaso ante la pulsión de defender una causa justa, y que tras ello el espíritu tribal engulló con la fuerza demoledora de su atractivo y su ser alguien dentro de esa tribu. Echenique es un buen representante de esa fuerza cegadora que te lleva a abandonar tus primeros y loables impulsos de trabajar por un mundo mejor, por un estatus en el que las fuerzas ahora se le van en un intento de ridiculizar al equipo contrario, Sumar, haciendo mofa infantil del contrario. Del contrario, no porque mantenga ideales muy diferentes, sino simplemente porque poniéndose como se han puesto las gafas de ver equivocadas, hacen de sus antiguos socios un enemigo a abatir en lugar de un aliado con el que sumar fuerzas.

¿Qué significa esta arremetida de Echenique contra Sumar intentando minimizar su importancia como grupo, ridiculizando su repercusión en el ámbito del país? Después de ver la entrada de este hombre ayer en Cara de Libro, sólo cabe preguntarse por quién da más. Todavía recuerdo aquel discurso de Echenique, científico físico del CSIC, enarbolando aquel concepto de "núcleo irradiador" para describir la estrategia comunicativa del partido. Un término que se basaba en la idea de que, en lugar de intentar atraer a las masas directamente, era más efectivo influir en grupos sociales clave que, a su vez, difundirían el mensaje a círculos más amplios. La metáfora sugería que el partido actúa como un núcleo que emite energía política, alcanzando y movilizando a sectores estratégicos de la sociedad. Una idea práctica, que como tantas ideas colapsan ante la realidad de lo que son los individuos movidos por sus pulsiones personales y sus débitos a la tribu a la que pertenecen.

¿Cuál es la mecánica que hace posible que alguien que teniendo una idea clara sobre cuál ha de ser su actuación política, su visión de la justicia social, termine siendo apresado como Gulliver por los liliputienses? En Los viajes de Gulliver, el protagonista, Gulliver, naufraga y llega a la isla de Liliput, habitada por personas diminutas de aproximadamente de altura. Exhausto, se duerme en la playa y, al despertar, descubre que está inmovilizado: los liliputienses lo han atado al suelo con cuerdas y estacas, cubriéndolo de la cabeza a los pies. Así me represento yo a Echenique y otros tantos personajes de izquierda. Entraron en política con “buenísimas intenciones”, se durmieron y en el transcurso de la noche pequeños liliputienses, es decir sus pulsiones personales, su crecido sentido tribal, el hecho de ser alguien en el partido, el sesgo de grupo, la disciplina de partido y la polarización afectiva, hicieron de ellos unos sujetos totalmente incapacitados para entender esa idea tan elemental de que la unión hace la fuerza. La carga tribal y afectiva desarrollada en el seno del partido genera por la vía emocional una incomprensible hostilidad hacia partidos con ideologías similares, especialmente si compiten por el mismo electorado o espacio político. Esa evidencia de que un individuo inteligente como Pablo Echenique no ve precisamente, porque en un descuido los liliputienses le dejaron tendido sobre la playa sin posibilidad alguna de comprender la razón primera de su pertenencia a Podemos

Desgraciadamente estas son las materias primas de que están hechos muchos de los comportamientos de ciertos líderes llamados de izquierdas. No es que no haya cemento que una las reivindicaciones de partidos que presumiblemente persiguen causas similares de justicia social, es que diciéndose de izquierdas lo que hacen es comportarse como canallitas a los que la fuerza se les va en jalear a sus adeptos a ver quién mete mayor número de goles en la portería contraria. Se  comportan más como enfervorizados chacales ansiosos por devorar a los de la misma especie por mandato de su exacerbado espíritu tribal.

A fin de cuentas la conducta infantil es una moneda no sólo de uso legal sino que se usa en un orden global con una prodigalidad que asusta; los dirigentes de , por ejemplo, que para justificar unos gastos militares desproporcionados jalean a su público con el miedo utilizando métodos que ni infantes de seis años tragarían; las idas y venidas con los aranceles del Presidente de los Estados Unidos, un niño grande que pese a sus muchos años se presenta como un nene destetado que sale corriendo a la calle a jugar con la play station del mundo a su disposición; el tal Macron que, con una aceptación que apenas llega al 20%, pretende erigirse en una especie de Napoleón de nuestros días; el tal Bukele sacando pecho y queriendo erigirse en el guardador de todos los maleantes del mundo; el susto metido en el cuerpo por Buch de la mentira sobre las armas masivas de Irak (1.500.000 muertos) y que los estadounidenses tragaron sin más.

Los sueños de grandeza, vengan de representantes de pequeños partidos políticos como Unidas Podemos, como de representantes del orden mundial no dejan de estar exentos de un infantilismo que a veces roza el ridículo. La ambición y el deseo de alcanzar posiciones de poder no son exclusivos de pequeños partidos ni de figuras internacionales como Donald Trump; estas aspiraciones son comunes en el ámbito político en general. Sin embargo, cuando estos deseos se manifiestan de manera desmedida o inmadura, pueden adquirir connotaciones que recuerdan a comportamientos infantiles. Manuela Carmena criticó en su momento la actitud de algunos líderes políticos durante las negociaciones para la investidura, calificándola de "exceso de testosterona y de algo muy infantil". Carmena comparaba este comportamiento con el de "niños grandes jugando a ver quién coge primero la pelota".

Cuando uno ve comportamientos como el de Echenique es inútil recordar que la obligación esencial de las formaciones de izquierda debería estar en priorizar objetivos comunes, establecer mecanismos efectivos de diálogo y cooperación, y construir una visión compartida que trascienda las diferencias internas. Algo que vería cualquier ciego pero que tantos dirigentes de izquierdas ni siquiera se plantean.

Una consideración adicional sería comprobar la cantidad de seguidores (¿seguidores o algo peor que seguidores?) que aplauden agradecidos a la entrada de Echenique: 1125 megustas y 251 veces compartido. Divide y vencerás: ¡buen trabajo para la derecha!


viernes, 4 de abril de 2025

Del silencio ante la muerte

 



El Chorrillo, 5 de abril de 2025

Aunque mejor sería decir el silencio ensordecedor de la muerte. Silencio. Esa palabra está desde hace tiempo sobre el salvapantallas de mi ordenador. Un libro de referencia sobre el silencio, es A book of silence, de Sara Maitland, que tiene un segundo volumen que se relaciona con éste titulado “How to Be Alone” (Cómo estar solo). Ambos libros son una buena recomendación para explorar las profundidades de esos dos conceptos que tan cerca van de la mano. Ambas cosas, el silencio y la soledad tienen todos los requisitos para ser hijos del mismo padre y de la misma madre. La razón de que esa palabra, “Silencio”, esté sobre la pantalla de mi PC es porque me sirve para recordar constantemente la necesidad de no embarullarme demasiado con charlas inútiles. Acaso también estaba allí para recordarme aquella cita de Thoreau en Walden:  “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñarme, y no descubrir, cuando llegara a morir, que no había vivido.” Probablemente sea muy engolado traer aquí a cuento esta cita, pero sirve, ir a los bosques y a las montañas en busca del silencio es incluso más productivo, diría yo, que ir a recoger níscalos.

Un amigo que me pide silencio en mi blog ante determinada circunstancia, entiende mal que el pensamiento, además de quedar exclusivamente dentro del perímetro del caletre, pueda salir de ahí y volar a la corrala del ciberespacio donde otros pueden observar o leer esos pensamientos que antes yo guardaba en la caja de zapatos y ahora los dejo por ahí al alcance de quien quiera conocerlos.

Escribir es el modo en que los pensamientos llegan desde el cerebro a las yemas de los dedos. La escritura es pensamiento, un pensamiento al que pueden tener acceso todos los que saben leer. Pensamientos son lo que aparece en este blog. Dejar de pensar es imposible. Y escribir sería el modo de que tus pensamientos significativos pasan a quedar estables sobre un papel o un disco duro. Los pensamientos vuelan, pero los pensamientos escritos permanecen.

Hago hincapié en esta idea para intentar dejar claro que nadie en su sano juicio puede impedirte pensar. Para dar el gusto a ese alguien que le molesta o no ve pertinente lo que pienso, lo que cabría sería guardar mis pensamientos en una caja de zapatos, eso, o invitarle a que se mantenga lejos del alcance de mis pensamientos, es decir de lo que usualmente garabateo sobre la pantalla del teléfono y que un sofisticado solfware se encarga de pinchar en la pizarra de la corrala pública en donde tantos nos encontramos. ¿Por qué? Pues por la misma razón que hablamos con alguien en cualquier momento, o dejamos de hablar porque los que dice no nos gusta. Lo anormal sería que varias personas vayan juntas y no crucen entre ellas ninguna palabra, ninguna idea. Yo estoy solo y como no tengo a nadie conmigo pienso por escrito y lo dejo por ahí por si hay quien lo quiere leer. A veces alguno me contesta o me dice que lo dicho le gusta o le disgusta. Es un diálogo reducido, pero diálogo al fin y al cabo.

Muchas veces he pensado en dejar de pensar en alto y meter mis pensamientos en una caja de zapatos, que es donde de niño guardaba yo mis cromos y las canicas con las que jugaba al gua, muchas. De hecho lo hice durante mucho tiempo, así hasta que un buen día, hace quizás más de veinte años, descubrí que más práctico que una caja de zapatos, era utilizar ese invento que se había abierto paso en el mundo de Internet. Y las razones eran obvias. Allí mis pensamientos quedaban ordenados y siempre a mano, mientras que en los papeles de la caja de zapatos era muy difícil encontrar lo que buscaba. Papeles por aquí y por allá de asuntos distintos, relatos a medias, poesías, pensamientos que se me ocurrían. Así que vino Internet y me aligeró la vida. Desde entonces mis pensamientos se van amontonando uno sobre otro; les pongo etiquetas y de vez en cuando, a veces cada año, recojo esos pensamientos y hago un libro con ellos. Así que ahora, por obra y gracias de estos inventos que se nos han venido encima, todos ellos están recogidos en libros que en ocasiones durante las largas noches de invierno hojeo, leo por aquí y por allá, y como entre mis pensamientos se encuentran también muchos relatos, sensaciones, vivencias por las que he pasado, momentos que han tenido especial impacto en mi vida, pues que vuelvo a vivirlos frente al fuego de la chimenea. Cosa no del todo baladí, se comprenderá. Eso de vivir varias veces tu vida tiene mucha gracia, tu vida, tus pensamientos, tus aventuras, tus momentos de plenitud, tus observaciones sobre lo divino o lo humano.

¡Claro que mis pensamientos pueden ser controvertidos o no gustar a X o a Z! Por ejemplo, si yo tengo un pensamiento relacionado con el número 7291, seguro estoy que a algunos no les va a gustar, incluso puede haber alguien que me borre de entre sus amigos por tener esos pensamientos. Sólo un ejemplo gráfico con el que creo se entiende bien lo que quiero decir. Sin embargo, gusten o no mis pensamientos, lo que es seguro es que, salvo error, es que son mis pensamientos. Que a alguien no le gustan o les parece inoportunos, pues bueno, pues eso.

Sucede además que hace unos días falleció alguien que motivó que mis pensamientos (no es otra cosa lo que escribo constantemente en este diario), que mis pensamientos, como siempre ante un deceso, siempre, digo, porque la muerte es una de las constantes de mis reflexiones, motivó que volviera a situarme mentalmente una vez más en esos instantes en que nuestra existencia toca a su fin. Guardar silencio en esta circunstancia, diría mi amigo. ¿Guardar silencio ante el impacto repentino de la muerte? NADIE, ABSOLUTAMENTE NADIE ES CAPAZ DE GUARDAR SILENCIO EN SU PENSAMIENTO en semejantes situaciones, porque ante ella nuestros pensamientos viven la inevitabilidad magnética del final del otro como un interrogante de nuestro propio final. Mis pensamientos bullían por la noticia, por la circunstancia, por lo inesperado, por la misma pasión por la montaña que me unía al fallecido, aunque para mí fuera sólo un conocido. A quienes la muerte no produce un revuelo de profundas sensaciones es que no es de este mundo. Por ahí andaban mis pensamientos y mis sensaciones, cuando llega alguien que se enfada contigo y te dice que es inoportuno pensar, escribir, hablarte a ti mismo de ese drama de la muerte que es tuyo, que es de todos, y que está enquistado en los seres humanos acaso como el mayor interrogante que cabe plantearse en vida una persona.

 

 

 

 

 

 


jueves, 3 de abril de 2025

El día de después

 

Obra de Pastinaka Pastinaka 


El Chorrillo, 3 de abril de 2025

La tarde es gris, desapacible, los álamos negros han empezado a echar esos frutos alados llamados sámaras que como una pelusilla han empezado a crecer incipiente en los extremos de las ramas. La desnudez de los árboles, el verde luminoso del prado que ha crecido con la tanta lluvia, las ramas del jazmín trepando por mi  ventana a punto de explotar sus flores, los rosales dispuestos también ya sus capullos a brotar entre sus ramas, todo ello se asoma ante mi tarde, delicado, deseoso de vida en esta tarde de lluvia ligera en que el impulso de la vida, todo el campo reverdeciendo, la cebada despuntando ya un palmo, anuncian el tiempo amable de la primavera.

Las copas de los olmos se mueven levemente. Tarde de melancolía. Los libros sobre el alfeizar y las mesas, esperan pacientes a que mi ánimo los tome en mis manos. Ahora recuerdo un tema de José Larralde que escuchaba ayer, Estatua de carne. Sus versos oídos por última vez hace muchos años, volvían a abrir surcos de emoción en mi ánimo, aquella mujer a la que cantaba Larralde, estatua de carne de una india que lo único que tiene es el silencio, y porque no da leche se lo dejan.
Allí nomás… La vi sentada
Con sus ojos tan quietos
Con el tiempo metido hasta en las uñas
Con el sosiego entero escrito en el espinazo
La estatua de carne que enarbola ciclos de olvido y de miseria
Me sentí tan pequeño ante tanta grandeza…




Ese sentirte pequeño que te arroja en un instante al cubo de la insignificancia. Y sin embargo la tarde está ahí como una esponja y tú dentro de ella como parte de la tierra que pisas. Hubiera querido hablar con ella… pero pa qué… Viejas coplas de antaño que guardaban en cintas de poliéster las voces de Víctor Jara, Inti-Illimani, Quilapayún o Atahualpa Yupanqui y tantos otros y que recorrían como un desgarro nuestros inquietos años de indignados contra el franquismo y la dictadura de Pinochet. Benditos tiempos en que nuestra rebeldía a flor de piel y nuestro sentido de la justicia brotaban a borbotones de nuestro interior.

Ahora de nuevo arde en el hueco de la chimenea uno de los últimos fuegos de la temporada. Vuelvo a la tentación de no hacer nada. La cabaña a oscuras, las llamas como en uno de los campamentos de Dersu Uzalá, acogiendo en su rededor los restos de un día más. Echo un vistazo a ese dibujo de aspecto algo cubista que ayer acompañaba a un comentario de Pastinaka en el último post, esos grandes ojos desproporcionados, junto con los rasgos exagerados transmitiendo cierta inquietud e introspección que acaso podían acompañar al objeto de las reflexiones que hacía ayer aquí mismo. ¿El dolor por un hijo muerto, ella? De él, más rígido, más inquietante, como si observara con cierta extrañeza y frialdad una escena que se presentara frente a ellos.

Debería comenzar con el último tomo de Chirbes, pero me resisto. Quizás debería mientras tanto probar con Balzac, leído por última vez hace más de treinta años, o retomar el libro de Silvia Vidal. No sé, creo que hoy me haría daño cualquier aventura relacionada con la montaña. Y hablando de libros recuerdo anecdóticamente cierta ocasión en que a través de Twitter Carlos Suárez comentó un post mío que hablaba de un libro que los dos habíamos leído con regodeo y gusto. Se trataba de La conjura de los necios, de John Kednnedy Toole. Las divertidas salidas de su protagonista Ignatius habían servido para que intercambiáramos algunas líneas. Precisamente esta mañana, cuando me llegó la hora de encender el ordenador para echar un vistazo a las noticias, lo primero que me encontré fue una entrada de Santiago Fernández que comentaba, en relación con lo que yo había escrito el día anterior hablando de ese minuto que precede a la muerte, de dos accidentes de moto propios, diciendo que en esos momentos tu mente no filosofa, no hay tiempo para ello; caso muy distinto es cuando un cáncer te va comiendo poco a poco, decía. Lleva toda la razón Santiago. Le comentaba yo más abajo que sus líneas allí, bajo su entrada, me habían llevado a recordar cierta ocasión en que vivaqueando en invierno en Cuerda Larga (habíamos hecho de noche la norte de Cabezas de Hierro y era tarde), no sé cómo salí resbalando dentro del saco de dormir ladera abajo. La desesperación por asomar las manos por la abertura del saco para frenar de algún modo la velocidad, la angustia de quien se ve morir ya mismo, ocupaban todo mi pensamiento. Efectivamente no había ni asomo de filosofía en aquel momento. La muerte estaba ahí sin más, sin dar lugar a ninguna otra consideración. Cuando el saco conmigo dentro empezaba a coger velocidad se produjo un salto, tropecé con una roca que sobresalía sobre el hielo, el saco sufrió un desgarrón y quedó enganchado en una roca.

Esa era la realidad, tu mente no filosofa en esos instantes. En cierto modo cuando nos referimos a otras personas en situaciones similares y especulamos, de quien estamos hablando no es de ellos sino de nosotros mismos. Pensando en ellos lo que estamos haciendo es bañarnos en nuestro propio estupor, en la perplejidad tanto por el otro como por nosotros mismos. La cercanía de la muerte no deja de ser siempre un aldabonazo en medio de nuestra rutina diaria y que inevitablemente te lleva a reflexionar sobre el significado de la existencia y su fragilidad.

Tengo que volver a leer el libro de Arseniev, los dos tomos que dedicó a la vida errante de Dersu Uzalá. Cuando era adolescente leía con frecuencia Los Evangelios, ahora me atraen más estas otras lecturas, el espíritu del bosque, la soledad, el fuego. Para los antiguos los elementos fundamentales que componían el mundo eran el agua, el fuego, la tierra y el aire. ¿Cuáles serán para nosotros esos elementos fundamentales?

 

 

 

 


miércoles, 2 de abril de 2025

Cuando sólo te quedan 54 segundos de vida

 



El Chorrillo, 2 de abril de 2025

Anoche me dormí pensando en ese último tiempo de vida en el que Carlos en posesión de sus facultades mentales esperó su hora de morir. Recurrí incluso a mis viejos conocimientos de bachillerato de Física y resultó un tiempo aproximado de 54 segundos suponiendo que hubiera caído desde unos tres mil metros de altura. Me dormí con esa idea en la cabeza. Asumidos algunos pocos segundos de desconcierto al ver Carlos que el paracaídas no se abría y la suerte estaba echada, ¿qué pudo pasar por su cabeza en tan corto espacio de tiempo? 

Desde el punto de vista de la lógica, la muerte siempre me pareció uno de esos enigmas imposibles de resolver. No hablo de la evidencia natural de la extinción de cualquier vida, incluida esa mosca que aplastamos de un manotazo. Dentro de los márgenes de la conciencia, un mundo que acaso podríamos considerar al margen de la realidad física, por más que nazca de ella nos cuesta comprender que algo que aparentemente no está constituido por materia alguna, el pensamiento sin más, pueda ser algo que desaparezca. Tu pensamiento llega a unas conclusiones, descubre que el cuadrado de la suma de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa y ese conocimiento cobra realidad y se incorpora al conocimiento científico de la época. Pero si la fuente de ese conocimiento se extingue, la idea no obstante permanece, de igual manera que permanece un lienzo que hemos pintado, un cuento que hemos escrito, un árbol que hemos plantado. Las creaciones de nuestra mente pueden permanecer, y de parecida manera lo que hemos creado con nuestras manos. Sólo se extingue la fuente que lo ha creado. 

En los animales, que no tienen conciencia, es más fácil aceptar la muerte. No tan fácil resulta cuando la conciencia entra en juego porque pareciera que la conciencia, por su calidad inmaterial, pudiera acaso tener vida propia. Quizás sea ese “pareciera” el que se nos añuga en el conocimiento impidiéndonos aceptar de mala gana no la muerte del cuerpo, sino la simultánea idea de la desaparición del yo. 

Con esos 54 segundos de vida restantes ¿quién podría aceptar que siendo, estando bien de salud, habiendo desayunado espléndidamente, dado un beso de despedida a tu hija y otro a tu mujer, que dentro de menos de un minuto vas a dejar de existir? El yo, la voluntad, el conocimiento, la memoria, los proyectos, todo ello inmaterial, imposible de tocar con las manos y sin embargo tan sujeto a la respiración, al ritmo del corazón, a la integridad de tu cerebro. Todo lo que es fruto de tu cerebro, a punto de desaparecer. No cabe duda de que todo es así y sin embargo, de dónde nace nuestra oposición y nuestra incredulidad. Al margen de toda especulación y curiosidad, ese estar el hombre consciente ante la muerte es un asunto radicalmente impactante para aquellos que estamos vivos, y muy  esencialmente cuando se trata de alguien cercano, de alguien con quien acaso hemos compartido unas horas antes un croissant y un café con leche. 

Estaba leyendo estas líneas cuando sonó un guasap de un amigo que en tiempos del antiguo accidente de Tino en Cancho Amarillo, estuvo presente en el rescate, un hecho clave en mis primeros años de escalada que también me ha perseguido durante mucho tiempo, el pensamiento de un compañero de entonces colgado de una cuerda, no ya pendiente de su propia muerte durante un minuto sino durante muchas horas, es algo persistente que ha ilustrado la vida de muchas personas en tiempos de guerra en los soldados que esperaban el alba para su ejecución. Stefan Zweig recreó en verso en su libro Momentos estelares de la humanidad los momentos previos a la ejecución de Dostoievski que había sido condenado por participar en una conspiración contra el zar. Así relata Zweig parte de ese último instante:

“Entonces le atan la noche en torno a los ojos. Pero dentro, llena de color, la sangre comienza a fluir. En una marea de reflejos, desde las venas, la vida se alza en imágenes. Y él siente que en ese segundo, señalado por la muerte, todo el pasado perdido baña de nuevo su alma. Toda su vida vuelve a despertar y se aparece en imágenes a través de su pecho. La infancia, pálida, perdida y gris, el padre y la madre, el hermano, la mujer. Tres migajas de amistad, dos vasos de placer, un sueño de gloria, un hatillo de oprobio. Y fogoso el embate de las imágenes de la juventud perdida recorre sus venas. Una vez más, muy honda, siente toda su existencia, hasta el instante en que le ataran al poste”.

Dostoievski se encuentra en estas reflexiones a punto de ser ejecutado, cuando se oye un ¡Alto! Alguien porta en alto el documento en donde el zar había conmutado su ejecución. 

La trágica muerte de Tino, mucho más allá de la polémica que suscitó su fallido rescate, llevada al reducto de la conciencia de su inevitable final envuelto en los dolores que le pudieron asediar en su agonía, es un elemento que desde mis primeros años de escalador me conmovió. He oído muchas veces el relato de personas que participaron en aquel suceso, siempre los problemas que surgieron en el rescate y el comportamiento de unos u otros, pero cuando lo he oído, mis pensamientos estaban más allá de esos hechos, me impactaba la soledad y el sufrimiento inevitable de Tino en sus últimos momentos de vida. 

Empecé hablando del hecho tan difícil de asimilar que alguien deje de ser, que de repente no sólo su cuerpo quede disperso por el campo, sino que desaparezca todo rastro de su conciencia, de su espíritu. Es un pensamiento que las religiones han tratado de eludir recurriendo a otras vidas posibles tras la muerte. Javier Cercas en la presentación de su último libro El loco de Dios en el fin del mundo, comentaba días atrás que hay que estar loco para creer en la vida eterna. Es decir, hay que estar loco para pensar que algo de nosotros perviva tras la muerte. Quedará el recuerdo, lo que hayamos podido crear con nuestras manos o nuestro intelecto; algo que no nos queda más remedio que aceptar, pero que sigue tropezando con la incredulidad real que nos persigue de que alguien haya definitivamente dejado de existir. Eso de momento, que después el tiempo, el tiempo escultor y destructor, terminará por imponer también en nuestras conciencias la realidad de la disolución en la nada de lo que vive y que en algún momento dejará de existir. 


martes, 1 de abril de 2025

Un día más... y un recuerdo muy especial para Carlos Suárez

 

Hoy en la catedral del Sputnik


Madrid, 1 de abril de 2025

Quedar con Pedro Mateo y Carlos siempre conlleva un madrugón. Las siete de la mañana, una hora que para un jubilado dormilón es la repera, una hora todavía propia del ámbito de los búhos. Sin embargo, la autovía de Las Rozas estaba tutti plen, esa manía que tienen los currantes de madrugar y lanzarse todos a la misma hora a la carretera como si no pudieran circular por la autovía a todo lo largo del día.

Carlos y Pedro ya estaban allí desde hacía un rato. Era tiempo que no me veía con esta pareja que lejanamente me recuerda al famoso hidalgo y a su buen amigo Sancho. Y el lugar, siempre el mismo, la catedral del Sputnik. Constatar que Carlos es el mismo de siempre, quizás un poquito más sordo, pero como cada mañana en el roco, dispuesto a tentar ese extraplomo que se alza en la parte central de la catedral como la proa de un gran barco. Se le resiste algún tramo, duda, le resbala un poco el pie, pero aun así logra superarlo. Cuando me toca a mí tengo que rendirme a la evidencia de que el maestro, pese a que me saca nueve años, se mueve con más soltura que yo, que debo renunciar mucho antes de la mitad del recorrido. Pedro aquello se lo hace con la gorra. Charlamos de esto y lo otro, de la perspectiva de un promotor para la salida de otoño al Manaslu, de Cristina, sus paseos y sus pilates, pero lo más llamativo cuando entramos en temas de alimentación son los exóticos y descomunales desayunos de Carlos. Pensé tomar nota, pero era tal el número de cosas, muchas de ellas desconocidas para mí, que desistí. El video de abajo da cuenta de su brutal desayuno: una bomba.

Desayuno bomba


Don Quijote y su amigo Sancho


Ir al Sputnik es como ir a las antiguas misas de mi infancia, sólo que allí era una iglesia y aquí una catedral. El rito: el canto de entrada, que requiere calentar primero de todo con los cuartos arriba y abajo; el Gloria a continuación, un himno de alabanza a las bondades de la catedral y al Señor aquel que nos metió en el coco esta rara afición de subirse por las paredes como las lagartijas; después viene el Gloria, con su himno de alabanzas de esto y aquello; la homilía, sustituida en este caso por el debido descanso que precede al sexto A, en el que un servidor hace trampas en un momento en que a punto estoy de caer; la parte del evangelio nos la saltamos y nos vamos directamente al Credo, donde tiene lugar nuestra profesión de fé a la que se une un compañero y donde nuestra manifiesta imposibilidad de hacer un 6B,y menos todavía un séptimo, requiere hacer elogio de determinadas mozas capaces con su elasticidad de un 7 o un 8. La comunión y la bendición última la hacemos ya en la cafetería sustituyendo las hostias por un café con leche y un croissant. Allí sólo Pedro y yo, porque Carlos siempre tiene prisa. Hoy le tocaba hacer la compra. Sigue el buen rato de charla que se ha convertido ya en un ritual. Me cuenta Pedro del accidente que tuvieron ayer en la Ruau de Peñalara, un bloque de hielo que se desprendió de la cornisa superior y del que salieron casi ilesos con males menores uno de ellos. También especulamos con la estrategia a seguir en una hipotética vida posterior para librarnos del curro y tener todo el tiempo del mundo para hacer lo que nos gusta.

Fue de vuelta a casa donde los guasaps dieron la alarma. Primero sin confirmar; demasiado poco creíble para ser real. Después confirmada la noticia. Ser, y unos segundos después, en plena vitalidad y fuerza, con un proyecto pendiente próximo con Jerónimo y Marina Fernández, un hombre en la cumbre de sus posibilidades; ser y unos segundos después no ser, ser nada. Ese indescifrable misterio que es la muerte. Ser y repentinamente dejas de ser. Alguna vez pensé en esa posibilidad recordando a Carlos Suárez; tal ha sido siempre la audacia de sus proyectos volando o escalando en solitario sin ninguna protección. Ya él mismo se retiró tras la muerte de un compañero durante un vuelo base. Sus reflexiones sobre la excesiva cercanía con que rondaba la muerte, le pararon en algún momento. Su libro Morir por la montaña, es una reflexión en torno a esa cercanía a la muerte junto a la que corría su vida.

Con Carlos y Silvia Vidal en la entrega de premios de la Sociedad Geográfica

A veces uno sufre de miedo por los otros, Silvia Vidal y Carlos Suarez entre otros. Hace un par de años me encontré con él en la entrega del premio a Silvia Vidal en la Sociedad Geográfica. Estar junto a él y a Silvia me producía la sensación de irrealidad, de encuentro de dos mundos diferentes. Por una parte está el mundo de la lectura, del conocimiento que tienes por otros medios de las personas; en el caso de Silvia y Carlos, actores de imposibles a los que te acercas mentalmente como si fueran héroes similares a los de la antigüedad ficticia o real, Odiseo, Aquiles, Patroclo. Están en los libros y en el imaginario de la gente asumidos de tanta fuerza, tanto valor, tanto arrojo, que pareciera que se tratara de personas hechas de una materia distinta a la tuya, gente proveniente de otra galaxia. Por otra parte no, luego hablas con Silvia o Carlos y su excepcionalidad se funde con la persona de carne y hueso que tienes enfrente y ya son seres terrenales semejantes a ti. Tienen estas cosas un tanto de incomprensible que es difícil encajar a simple vista en el cuerpo de la comprensión, de parecida manera a lo imposible que resulta aceptar el hecho de alguien con quien has charlado un rato antes, pocos minutos después pueda no existir.

Tras la comida me encuentro en el Cercanías camino de Madrid. Estoy leyendo. Paramos en Fuenlabrada. Sube una pasajera de raza negra, un enorme cuerpo de mujer hablando a gritos en el teléfono. Apasionada, convencida hasta el moño de lo que dice frente a lo que dice quien está al otro lado del teléfono. Los cristales del tren vibran ante el empuje de su voz. Me voy al otro lado del vagón, pero aún allí oigo su perorata. Sonrío pensando en lo diferentes que podemos ser unos de otros con sólo coger el avión y desplazarnos al otro lado del mundo. Y recuerdo un viaje en tren en Taiwán en el que descubrí a un joven encogido y enterrado materialmente su cabeza en un abrigo. ¿Estará enfermo?, me pregunté entonces. Un rato después descubrí la razón de su enterramiento. Estaba haciendo una llamada telefónica. En ese país hacer una llamada por teléfono en un lugar público debe de parecer como encontrarse con un marciano. Victoria me lo ha comentado más de una vez; la diferencia que hay entre la línea de Humanes y la que lleva a Villalba, por ejemplo. En la línea de Humanes es bastante corriente encontrarte con viajeros que oyen cualquier cosa en el teléfono sin usar auriculares; como la señora de raza negra de hoy que confunde el cuarto de estar de su casa con el vagón del tren.

He terminado de hacer unas gestiones y en Sainz de Baranda me he refugiado en una larga terraza con el ánimo de escribir un rato. Al fondo, como a kilómetro y medio, dos mujeres charlan, mejor diría vocean. Una de ellas lleva la voz cantante, habla interminablemente. Pienso en la facundia que aquejan especialmente a algunas mujeres, aunque no se quedan atrás algunos especímenes del género masculino. Esa terrible cháchara incontenible de que se ven aquejadas algunas personas. Asunto aparte ese empaque con que hablan como si no hubiera con mucho otra razón que la suya. Ella, siempre tiene razón en todo; lleva una hora poniendo a caldo a esta o a la otra, a éste o aquel. El lenguaje como castigo.

Max Ernst. La tentación de San Antonio

Vehemente, expresiva, moviendo la brazos, indignada, pasa junto a mí al trote con el cabello al aire como una amazona. La oigo decir al teléfono: Quiero dejar a ese tío, estoy hasta el coño de él. Y que no, que no... y camina tan deprisa que tendría que salir corriendo tras ella para seguir la conversación. Rubia, briosa, pequeña, pero de armas tomar. Iba a meterme en el metro camino de casa, pero de repente decido ir a ver la exposición de Max Ernst en el Bellas Artes. Siempre he sido escéptico con los surrealistas, siempre me pareció una pretensión inútil esa de representar aquello que está más allá en el subconsciente, porque si no es consciente ¿cómo leches lo puedes pintar? Esa pretensión de los surrealistas de pintar lo que no es consciente siempre me pareció una contradicción en términos. Estaba interesado en ver pinturas pero apenas había unas pocas. La más interesante para mi gusto era La tentación de San Antonio, un motivo clásico en la pintura que me recordaba El carro de heno del Bosco y a alguna secuencia de una película que vi días atrás, El desayuno desnudo, basada en la novela homónima de Burroughs en donde los posibles monstruos del subconsciente, incentivados por la ingesta de drogas, dan lugar a un fantástico mundo de seres repelentes e inquietantes. La intensidad del rojo central, que aparece como vestido de una mujer, un rojo que puede expresar pasión,  deseo y pecado, expresa un mundo convulso de deseo y repugnancia. Un cuadro muy propio para contemplarlo detenidamente antes de irte a la cama. Uno piensa en el pobre San Antonio y se compadece de él por el ángel sádico que le tocó en suerte. Los pocos cuadros de Max Ernst de la exposición no son nada amables. Desde el punto de vista de la pintura no me parece que sea ésta una exposición que le haga justicia.

Una jornada tan completa merecía un poco más de excentricidad, así que terminé metiéndome a cenar en un ramen shifu para hacerme a la idea de que estaba de viaje por Oriente. Un plato de Tantanmen, un bol picante inspirado en la cocina china serviría a este propósito.

Un día más. Un día más en que la muerte hizo presencia en las cercanías. ¿Adquirirá la muerte en Occidente alguna vez la cotidianidad que tiene, por ejemplo, en las calles de Varanasi junto al Ganges, niños jugando junto a las cremaciones, unas señoras recogiendo la bosta de las vacas, los mendigos en las escalinatas con sus platillos de limosna? La cotidianidad de la muerte de la India impresiona. Está ahí diariamente al alcance de la mano. Para nosotros es asunto diferente. Nos cuesta creer que un ser querido que murió, ya no existe. Esta mañana, ante la noticia del fallecimiento de Carlos Suárez se podían encontrar muchos comentarios que expresaban esa incredulidad. Leí comentarios en lugares diferentes, muchos de ellos con ese “Carlos, que la tierra te sea leve. Descansa en paz”. El ritual de la muerte, la incredulidad… y sin embargo la vida continúa.

 


 

 


lunes, 31 de marzo de 2025

A fuego lento

 



El Chorrillo, 31 de marzo de 2025

A fuego lento puede ser el título de una película, pero también la alusión a una filosofía de la vida. O en el peor de los casos que realmente te estás cociendo a fuego lento, valga decir que como no salgas inmediatamente del perolo los huesos se te van a quedar hechos gelatina. 

Lo de a fuego lento de esta noche viene a raíz de una película que llevaba tiempo esperándome desde que mi amigo el cocinero metido últimamente a escultor me la recomendó. Se trata de A fuego lento (Tran Anh Hung, 2023). Quedó por ahí como esperando a Godó, pero por fin hoy le hinqué el diente tras mi frustrado intento de subir a dormir al Morezón. Hoy consumí ocho horas entre ida y regreso a la Plataforma (tras la caravana para subir a la Plataforma y la de la autovía de Extremadura, me juro no ir a Gredos ninguno de los fines de semana que me queden de vida). A la altura de Talavera de la Reina me pasó por la cabeza recuperar mi macuto olvidado en casa e ir al Cerro de San Pedro a vivaquear, pero vista la caravana que me pilló después mejor pensé en ver una película. Y de las que están en la lista terminé por decidirme por A fuego lento.

A veces la sugerencia de una película puede desempeñar un papel importante en los gustos, o mejor te puede llevar a considerar la fragmentación en la que uno vive. Fragmentación de intereses, de gustos, de percepción, de lo insuficientemente que usamos nuestros sentidos. La primera sensación que tuve desde el principio de la película fue de sentirme un absoluto analfabeto en todo lo que concierne a mis papilas gustativas y su modo de relacionarse con los alimentos. Algo siempre he barruntado en este sentido, el de quien se pierde una parte sumamente interesante de eso que sucede con los manjares que atraviesan los receptores del gusto en donde en no pocas ocasiones interviene el olfato. Cosas que uno más o menos sabe. Recuerdo que cuando leí la novela de Patrick Süskind, El perfume, me sucedió algo parecido a lo de hoy, allí con el olfato, aquí con el sentido del gusto. Al que no sabe leer le llamamos analfabeto, pero ¿cómo llamaríamos a quienes no han desarrollado el oído, a aquellos que no distinguen una trompeta de un violín, el canto de un canario del de una avutarda, a aquellos para los que la música de Bach les induce al sueño; cómo llamaríamos a los que no distinguen un vino de brik de un Château Haut-Brion, que a decir de los entendidos es el mejor vino del mundo? Y respecto al tacto ¿cómo llamaríamos a alguien que no aprecia la suavidad de un bonito trasero de melocotón, la calidez de una caricia, la suavidad de un teclado, el calor de un abrazo entre amigos, el suave roce del ala de la paloma que roza en ocasiones el entendimiento? Y por último, la vista, ¿cómo llamaríamos a aquellos que pasan soberanamente de museos, que no sacan gusto por ver ciertos cuadros, por apreciar la hermosura de un paisaje, la sofisticada relación entre los colores y las formas? 

Y es que uno duda de la racionalidad del ser humano cuando te encuentras, por ejemplo, con tantos individuos que sólo tienen olfato para el dinero, o los que sólo escuchan los sonidos que salen de la flauta de Hamelin, los que se nutren de hamburguesas atiborradas de mostaza y kétchup, o usan el tacto para rascarse los ojos mientras consultan sus cuentas bancarias. 

Aquí quería llegar yo, porque por querer querer yo me apuntaría a todo, pero viendo la peli de hoy donde se mostraba de una manera tan poética y pedagógica la sofisticada cultura culinaria que se enconde tras eso que llaman la alta cocina, alta cultura, alto gusto, años de aprendizaje para distinguir tantos sabores y el armónico orden que han de guardar entre ellos, imaginaba que muchas vidas habría de tener por delante para avanzar mínimamente en ese arte. Y puesto que tenemos cinco sentidos y cada uno requeriría su necesaria atención, pues imaginemos: saber apreciar las músicas todas, distinguir los numerosos instrumentos que suenan en una orquesta (en la película comparaban esta noche el orden, la composición y el sabor de los alimentos con un concierto en el que múltiples instrumentos intervienen), distinguir el canto de los pájaros, las voces, apreciar los sonidos del mar junto a los del viento o las tormentas.

Hablamos a veces de la infinitud del espacio, pero ¿no son infinitas también las posibilidades que albergan nuestros sentidos, de los que sólo acaso usamos una ínfima cantidad de ellas? A fuego lento ha sido descrita como "una oda al amor y la cocina" y "un festín para los sentidos". El film destaca por su meticulosa representación de la gastronomía francesa de la época, con escenas detalladas de la preparación de alimentos que reflejan la pasión y el arte culinario. Arte para el que no estando preparado me sorprendía esta noche dejándome esa sensación que te queda por dentro de tener poco o nada desarrollado el sentido del gusto. En determinado momento el protagonista le da a probar un plato a una niña especialmente dotada para detectar los componentes que acompañan a determinado guiso, yo qué sé, diez, quince o veinte sabores distintos litigando en el paladar para ser identificados. Cierra los ojos ella y va enumerando alimentos, especias, aditivos, exactamente como alguien que en todo momento pudiera distinguir individualmente quince o veinte instrumentos que estuvieran sonando a la vez. La complejidad de los platos que preparan, el paso a paso de su confección, las combinaciones idóneas, la función de los vinos, el cómo los gustos de los alimentos siguen en la boca un recorrido similar al de un movimiento de una sonata que en su momento álgido sintetiza sus sabores como en un solo único con el que culmina el acto de saborear como un sofisticado final donde los sabores apoyados unos en otros evocan un gran placer que en la película a punto están de humedecer los ojos de los comensales.

Excelente película que evoca nuevas posibilidades, nuevos instrumentos, sonidos, sabores, que seguir incorporando a la partitura del bon vivre tan propia del bon vivant.



domingo, 30 de marzo de 2025

El Morezón: entre el deseo y la frustración

 



Plataforma de Gredos, 30 de marzo de 2025

Las previsiones del tiempo esta mañana eran tan buenas que cuando vi allá lejos desde mi cabaña tal tentadora blancura, no lo pensé dos veces. He dormido muchas veces en la cumbre del Morezón, incluido en invierno, pero es que un lugar tan estratégicamente situado, allá enfrente mismo todo el Circo al alcance de la mano, el Almazor y el Cuchillar de Ballesteros, por donde se esconde el sol en esta época ofrece tan buen espectáculo…

Me levanté, segué la parte de la parcela que me quedaba e inmediatamente me fui a hacer el macuto.

Hoy me encuentro en una situación que nunca antes había experimentado. Pasar una hora en casa preparando el macuto, los guantes de invierno no me los llevo, la tienda sí porque hoy hay probabilidades en la cumbre del Morezón de vientos se sesenta kilómetros hora, las piquetas de nieve, siete u ocho porque para el resto usaré los trozos de los bastones; también los crampones, y la pala para hacer un buen nicho para el vivac; agua poca porque cuento con el infiernillo y con la nieve para ello. ¿Qué más? Claro, las raquetas de nieve porque probablemente habrá huella, pero que si no la hay…

En fin, reviso todo y como no puedo llevarlo en un viaje, tomo las raquetas, las botas, la cámara, la tienda y las piquetas y las llevo a la furgoneta. Vuelvo a casa, me entretengo con Victoria contándole cuales son mis planes para hoy y mañana y me vuelvo a la furgoneta dispuesto para marcharme. Después de esto tardaría todavía más de tres horas para enfrentarme a un ejercicio de frustración. He defendido muchas veces que bienvenidos los contratiempos que, tomados por donde hay que tomarlos, pueden resultar un buen ejercicio para educar la paciencia y el carácter. Pero bueno, sigamos. De momento he tomado la autovía de Extremadura, en el kilómetro 123 he cogido la carretera del puerto del Pico, más adelante he girado a la izquierda en Venta Rasquilla y tras atravesar el río Tormes ahora me encuentro estacionado a doscientos o trescientos metros de la barrera del peaje de la Plataforma; tengo delante de mí una larguísima caravana para atravesarla antes de llegar a destino. Paciencia. Son las tres y media de la tarde y llegar al Morezón con esta caravana antes de la noche, empieza a parecerme difícil. No obstante, dejo la fila de la caravana, aparco a un lado y me preparo tranquilamente la comida esperando que esto despeje, qué sé yo, media, una hora, porque si no el Morezón va a tener que esperar a otro día. Echo una ojeada a la sierra cubierta de nieve como nunca, un espléndido manto blanco que contrasta con el intenso azul oscuro del cielo, una nevada que yo no recordaba desde  mucho tiempo atrás.

La comida, sencillita y rápida, una lata de fabes, unos tomates, un plátano, un flan con nata y café. Mientras me tomo el café contemplo la cara aburrida de los conductores que hacen cola. La fila apenas se mueve. Alguien dice que arriba no hay sitio para aparcar, que acaso dos o tres kilómetros más abajo. Nada, paciencia. Echo una mirada distraída a lo que tengo junto a mis pies, el lugar donde suelo poner todas las cosas que voy a llevar conmigo y de repente se produce un pequeño colapso en mi mente. Allí están las botas, la cámara, las raquetas, los bastones, las piquetas, la tienda… ¡¡¡Joder!!! El corazón me da un vuelco. Me levanto precipitadamente mirando a todos los lados, detrás de los asientos atrás y alante: nada, no está. En décimas de segundo especulo con la imposibilidad de que se encuentre en el compartimento trasero, pero no, es inútil.

Es en ese momento cuando he de empezar a hacer ese ejercicio de resistencia a la frustración que mencionaba más arriba. Nada de darme con la cabeza contra la carrocería del coche, nada de lamentos, ahora no queda otra que darme la vuelta camino de casa.

Creo que eso de la frustración fue uno de los asuntos primeros que estudié en el temario de Magisterio. El primero de todos fue la percepción. Antes de enseñar nada a los niños había que saber cómo perciben la realidad éstos, porque sería inútil enseñarles nada o hacerles razonar si no conoces un poco los esquemas mentales por los que se mueve una mente infantil. Más o menos algo parecido a cuando intentamos convencer a alguien del PP de Madrid de que su presidenta es... bueno, todo eso que todos tenemos en la cabeza. Para intentar hablar civilizadamente con alguien sobre un asunto de política, creo que es imprescindible saber cómo este alguien percibe esa parcela de la realidad, qué es lo que le hace ver en la señora Ayuso a una mujer camino de la beatificación en lugar de.... puntos suspensivos. Seamos corteses. Bueno, que me salgo del carril.

Vamos con la frustración. En teoría cuando a uno le jode esto o lo otro y no hay modo de quitarse el muerto de encima, lo mejor es plegar velas, rodear el obstáculo y si tampoco se puede, respirar hondo y despacio, mantener el aire en los pulmones y después dejarlo salir despacico despacico. Y por supuesto nada de darse golpes en el pecho. Así que buena cosa esa de la frustración y los contratiempos. ¿No entrenamos nuestro cuerpo caminando, alzando mancuernas o haciendo sentadillas para estar mejor? Pues lo mismo con las frustraciones, que bienvenidas sean si es para salir de ellas más enteros y dispuestos. Te dices pelillos a la mar y todos tan contentos.

Bueno, que se despejó la caravana de la Plataforma y que en vista de que mi frustración ha amainado un poco con la escritura, que mejor me voy para casa. Ya subiré otro día al Morezón. Quizás llame a Paco, que estará hoy en Hoyos, y me quede un raro a charlar con él y Teresa.

Ah, si hasta aquí no has dado con el problema que tengo y por el cual me vuelvo a casa, es que has leído muy deprisa, eso, o que tu cabeza está como la mía, si no peor.