miércoles, 2 de abril de 2025

Cuando sólo te quedan 54 segundos de vida

 



El Chorrillo, 2 de abril de 2025

Anoche me dormí pensando en ese último tiempo de vida en el que Carlos en posesión de sus facultades mentales esperó su hora de morir. Recurrí incluso a mis viejos conocimientos de bachillerato de Física y resultó un tiempo aproximado de 54 segundos suponiendo que hubiera caído desde unos tres mil metros de altura. Me dormí con esa idea en la cabeza. Asumidos algunos pocos segundos de desconcierto al ver Carlos que el paracaídas no se abría y la suerte estaba echada, ¿qué pudo pasar por su cabeza en tan corto espacio de tiempo? 

Desde el punto de vista de la lógica, la muerte siempre me pareció uno de esos enigmas imposibles de resolver. No hablo de la evidencia natural de la extinción de cualquier vida, incluida esa mosca que aplastamos de un manotazo. Dentro de los márgenes de la conciencia, un mundo que acaso podríamos considerar al margen de la realidad física, por más que nazca de ella, ubicamos mal, nos cuesta comprender, que algo que aparentemente no está constituido por materia alguna, el pensamiento sin más, pueda ser algo que desaparezca. Tu pensamiento llega a unas conclusiones, descubre que el cuadrado de la suma de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa y ese conocimiento cobra realidad y se incorpora al conocimiento científico de la época. Pero si la fuente de ese conocimiento se extingue, la idea no obstante permanece, de igual manera que permanece un lienzo que hemos pintado, un cuento que hemos escrito, un árbol que hemos plantado. Las creaciones de nuestra mente pueden permanecer, y de parecida manera lo que hemos creado con nuestras manos. Sólo se extingue la fuente que lo ha creado. 

En los animales, que no tienen conciencia, es más fácil aceptar la muerte. No tan fácil resulta cuando la conciencia entra en juego porque pareciera que la conciencia, por su calidad inmaterial, pudiera acaso tener vida propia. Quizás sea ese “pareciera” el que se nos añuga en el conocimiento impidiéndonos aceptar de mala gana no la muerte del cuerpo, sino la simultánea idea de la desaparición del yo. 

Con esos 54 segundos de vida restantes ¿quién podría aceptar que siendo, estando bien de salud, habiendo desayunado espléndidamente, dado un beso de despedida a tu hija y otro a tu mujer, que dentro de menos de un minuto vas a dejar de existir? El yo, la voluntad, el conocimiento, la memoria, los proyectos, todo ello inmaterial, imposible de tocar con las manos y sin embargo tan sujeto a la respiración, al ritmo del corazón, a la integridad de tu cerebro. Todo lo que es fruto de tu cerebro, a punto de desaparecer. No cabe duda de que todo es así y sin embargo, de dónde nace nuestra oposición y nuestra incredulidad. Al margen de toda especulación y curiosidad, ese estar el hombre consciente ante la muerte es un asunto radicalmente impactante para aquellos que estamos vivos, y muy  esencialmente cuando se trata de alguien cercano, de alguien con quien acaso hemos compartido unas horas antes un croissant y un café con leche. 

Estaba leyendo estas líneas cuando sonó un guasap de un amigo que en tiempos del antiguo accidente de Tino en Cancho Amarillo, estuvo presente en el rescate, un hecho clave en mis primeros años de escalada que también me ha perseguido durante mucho tiempo, el pensamiento de un compañero de entonces colgado de una cuerda, no ya pendiente de su propia muerte durante un minuto sino durante muchas horas, es algo persistente que ha ilustrado la vida de muchas personas en tiempos de guerra en los soldados que esperaban el alba para su ejecución. Stefan Zweig recreó en verso en su libro Momentos estelares de la humanidad los momentos previos a la ejecución de Dostoievski que había sido condenado por participar en una conspiración contra el zar. Así relata Zweig parte de ese último instante:

“Entonces le atan la noche en torno a los ojos. Pero dentro, llena de color, la sangre comienza a fluir. En una marea de reflejos, desde las venas, la vida se alza en imágenes. Y él siente que en ese segundo, señalado por la muerte, todo el pasado perdido baña de nuevo su alma. Toda su vida vuelve a despertar y se aparece en imágenes a través de su pecho. La infancia, pálida, perdida y gris, el padre y la madre, el hermano, la mujer. Tres migajas de amistad, dos vasos de placer, un sueño de gloria, un hatillo de oprobio. Y fogoso el embate de las imágenes de la juventud perdida recorre sus venas. Una vez más, muy honda, siente toda su existencia, hasta el instante en que le ataran al poste”.

Dostoievski se encuentra en estas reflexiones a punto de ser ejecutado, cuando se oye un ¡Alto! Alguien porta en alto el documento en donde el zar había conmutado su ejecución. 

La trágica muerte de Tino, mucho más allá de la polémica que suscitó su fallido rescate, llevada al reducto de la conciencia de su inevitable final envuelto en los dolores que le pudieron asediar en su agonía, es un elemento que desde mis primeros años de escalador me conmovió. He oído muchas veces el relato de personas que participaron en aquel suceso, siempre los problemas que surgieron en el rescate y el comportamiento de unos u otros, pero cuando lo he oído, mis pensamientos estaban más allá de esos hechos, me impactaba la soledad y el sufrimiento inevitable de Tino en sus últimos momentos de vida. 

Empecé hablando del hecho tan difícil de asimilar que alguien deje de ser, que de repente no sólo su cuerpo quede disperso por el campo, sino que desaparezca todo rastro de su conciencia, de su espíritu. Es un pensamiento que las religiones han tratado de eludir recurriendo a otras vidas posibles tras la muerte. Javier Cercas en la presentación de su último libro El loco de Dios en el fin del mundo, comentaba días atrás que hay que estar loco para creer en la vida eterna. Es decir, hay que estar loco para pensar que algo de nosotros perviva tras la muerte. Quedará el recuerdo, lo que hayamos podido crear con nuestras manos o nuestro intelecto; algo que no nos queda más remedio que aceptar, pero que sigue tropezando con la incredulidad real que nos persigue de que alguien haya definitivamente dejado de existir. Eso de momento, que después el tiempo, el tiempo escultor y destructor, terminará por imponer también en nuestras conciencias la realidad de la disolución en la nada de lo que vive y que en algún momento dejará de existir. 


martes, 1 de abril de 2025

Un día más... y un recuerdo muy especial para Carlos Suárez

 

Hoy en la catedral del Sputnik


Madrid, 1 de abril de 2025

Quedar con Pedro Mateo y Carlos siempre conlleva un madrugón. Las siete de la mañana, una hora que para un jubilado dormilón es la repera, una hora todavía propia del ámbito de los búhos. Sin embargo, la autovía de Las Rozas estaba tutti plen, esa manía que tienen los currantes de madrugar y lanzarse todos a la misma hora a la carretera como si no pudieran circular por la autovía a todo lo largo del día.

Carlos y Pedro ya estaban allí desde hacía un rato. Era tiempo que no me veía con esta pareja que lejanamente me recuerda al famoso hidalgo y a su buen amigo Sancho. Y el lugar, siempre el mismo, la catedral del Sputnik. Constatar que Carlos es el mismo de siempre, quizás un poquito más sordo, pero como cada mañana en el roco, dispuesto a tentar ese extraplomo que se alza en la parte central de la catedral como la proa de un gran barco. Se le resiste algún tramo, duda, le resbala un poco el pie, pero aun así logra superarlo. Cuando me toca a mí tengo que rendirme a la evidencia de que el maestro, pese a que me saca nueve años, se mueve con más soltura que yo, que debo renunciar mucho antes de la mitad del recorrido. Pedro aquello se lo hace con la gorra. Charlamos de esto y lo otro, de la perspectiva de un promotor para la salida de otoño al Manaslu, de Cristina, sus paseos y sus pilates, pero lo más llamativo cuando entramos en temas de alimentación son los exóticos y descomunales desayunos de Carlos. Pensé tomar nota, pero era tal el número de cosas, muchas de ellas desconocidas para mí, que desistí. El video de abajo da cuenta de su brutal desayuno: una bomba.

Desayuno bomba


Don Quijote y su amigo Sancho


Ir al Sputnik es como ir a las antiguas misas de mi infancia, sólo que allí era una iglesia y aquí una catedral. El rito: el canto de entrada, que requiere calentar primero de todo con los cuartos arriba y abajo; el Gloria a continuación, un himno de alabanza a las bondades de la catedral y al Señor aquel que nos metió en el coco esta rara afición de subirse por las paredes como las lagartijas; después viene el Gloria, con su himno de alabanzas de esto y aquello; la homilía, sustituida en este caso por el debido descanso que precede al sexto A, en el que un servidor hace trampas en un momento en que a punto estoy de caer; la parte del evangelio nos la saltamos y nos vamos directamente al Credo, donde tiene lugar nuestra profesión de fé a la que se une un compañero y donde nuestra manifiesta imposibilidad de hacer un 6B,y menos todavía un séptimo, requiere hacer elogio de determinadas mozas capaces con su elasticidad de un 7 o un 8. La comunión y la bendición última la hacemos ya en la cafetería sustituyendo las hostias por un café con leche y un croissant. Allí sólo Pedro y yo, porque Carlos siempre tiene prisa. Hoy le tocaba hacer la compra. Sigue el buen rato de charla que se ha convertido ya en un ritual. Me cuenta Pedro del accidente que tuvieron ayer en la Ruau de Peñalara, un bloque de hielo que se desprendió de la cornisa superior y del que salieron casi ilesos con males menores uno de ellos. También especulamos con la estrategia a seguir en una hipotética vida posterior para librarnos del curro y tener todo el tiempo del mundo para hacer lo que nos gusta.

Fue de vuelta a casa donde los guasaps dieron la alarma. Primero sin confirmar; demasiado poco creíble para ser real. Después confirmada la noticia. Ser, y unos segundos después, en plena vitalidad y fuerza, con un proyecto pendiente próximo con Jerónimo y Marina Fernández, un hombre en la cumbre de sus posibilidades; ser y unos segundos después no ser, ser nada. Ese indescifrable misterio que es la muerte. Ser y repentinamente dejas de ser. Alguna vez pensé en esa posibilidad recordando a Carlos Suárez; tal ha sido siempre la audacia de sus proyectos volando o escalando en solitario sin ninguna protección. Ya él mismo se retiró tras la muerte de un compañero durante un vuelo base. Sus reflexiones sobre la excesiva cercanía con que rondaba la muerte, le pararon en algún momento. Su libro Morir por la montaña, es una reflexión en torno a esa cercanía a la muerte junto a la que corría su vida.

Con Carlos y Silvia Vidal en la entrega de premios de la Sociedad Geográfica

A veces uno sufre de miedo por los otros, Silvia Vidal y Carlos Suarez entre otros. Hace un par de años me encontré con él en la entrega del premio a Silvia Vidal en la Sociedad Geográfica. Estar junto a él y a Silvia me producía la sensación de irrealidad, de encuentro de dos mundos diferentes. Por una parte está el mundo de la lectura, del conocimiento que tienes por otros medios de las personas; en el caso de Silvia y Carlos, actores de imposibles a los que te acercas mentalmente como si fueran héroes similares a los de la antigüedad ficticia o real, Odiseo, Aquiles, Patroclo. Están en los libros y en el imaginario de la gente asumidos de tanta fuerza, tanto valor, tanto arrojo, que pareciera que se tratara de personas hechas de una materia distinta a la tuya, gente proveniente de otra galaxia. Por otra parte no, luego hablas con Silvia o Carlos y su excepcionalidad se funde con la persona de carne y hueso que tienes enfrente y ya son seres terrenales semejantes a ti. Tienen estas cosas un tanto de incomprensible que es difícil encajar a simple vista en el cuerpo de la comprensión, de parecida manera a lo imposible que resulta aceptar el hecho de alguien con quien has charlado un rato antes, pocos minutos después pueda no existir.

Tras la comida me encuentro en el Cercanías camino de Madrid. Estoy leyendo. Paramos en Fuenlabrada. Sube una pasajera de raza negra, un enorme cuerpo de mujer hablando a gritos en el teléfono. Apasionada, convencida hasta el moño de lo que dice frente a lo que dice quien está al otro lado del teléfono. Los cristales del tren vibran ante el empuje de su voz. Me voy al otro lado del vagón, pero aún allí oigo su perorata. Sonrío pensando en lo diferentes que podemos ser unos de otros con sólo coger el avión y desplazarnos al otro lado del mundo. Y recuerdo un viaje en tren en Taiwán en el que descubrí a un joven encogido y enterrado materialmente su cabeza en un abrigo. ¿Estará enfermo?, me pregunté entonces. Un rato después descubrí la razón de su enterramiento. Estaba haciendo una llamada telefónica. En ese país hacer una llamada por teléfono en un lugar público debe de parecer como encontrarse con un marciano. Victoria me lo ha comentado más de una vez; la diferencia que hay entre la línea de Humanes y la que lleva a Villalba, por ejemplo. En la línea de Humanes es bastante corriente encontrarte con viajeros que oyen cualquier cosa en el teléfono sin usar auriculares; como la señora de raza negra de hoy que confunde el cuarto de estar de su casa con el vagón del tren.

He terminado de hacer unas gestiones y en Sainz de Baranda me he refugiado en una larga terraza con el ánimo de escribir un rato. Al fondo, como a kilómetro y medio, dos mujeres charlan, mejor diría vocean. Una de ellas lleva la voz cantante, habla interminablemente. Pienso en la facundia que aquejan especialmente a algunas mujeres, aunque no se quedan atrás algunos especímenes del género masculino. Esa terrible cháchara incontenible de que se ven aquejadas algunas personas. Asunto aparte ese empaque con que hablan como si no hubiera con mucho otra razón que la suya. Ella, siempre tiene razón en todo; lleva una hora poniendo a caldo a esta o a la otra, a éste o aquel. El lenguaje como castigo.

Max Ernst. La tentación de San Antonio

Vehemente, expresiva, moviendo la brazos, indignada, pasa junto a mí al trote con el cabello al aire como una amazona. La oigo decir al teléfono: Quiero dejar a ese tío, estoy hasta el coño de él. Y que no, que no... y camina tan deprisa que tendría que salir corriendo tras ella para seguir la conversación. Rubia, briosa, pequeña, pero de armas tomar. Iba a meterme en el metro camino de casa, pero de repente decido ir a ver la exposición de Max Ernst en el Bellas Artes. Siempre he sido escéptico con los surrealistas, siempre me pareció una pretensión inútil esa de representar aquello que está más allá en el subconsciente, porque si no es consciente ¿cómo leches lo puedes pintar? Esa pretensión de los surrealistas de pintar lo que no es consciente siempre me pareció una contradicción en términos. Estaba interesado en ver pinturas pero apenas había unas pocas. La más interesante para mi gusto era La tentación de San Antonio, un motivo clásico en la pintura que me recordaba El carro de heno del Bosco y a alguna secuencia de una película que vi días atrás, El desayuno desnudo, basada en la novela homónima de Burroughs en donde los posibles monstruos del subconsciente, incentivados por la ingesta de drogas, dan lugar a un fantástico mundo de seres repelentes e inquietantes. La intensidad del rojo central, que aparece como vestido de una mujer, un rojo que puede expresar pasión,  deseo y pecado, expresa un mundo convulso de deseo y repugnancia. Un cuadro muy propio para contemplarlo detenidamente antes de irte a la cama. Uno piensa en el pobre San Antonio y se compadece de él por el ángel sádico que le tocó en suerte. Los pocos cuadros de Max Ernst de la exposición no son nada amables. Desde el punto de vista de la pintura no me parece que sea ésta una exposición que le haga justicia.

Una jornada tan completa merecía un poco más de excentricidad, así que terminé metiéndome a cenar en un ramen shifu para hacerme a la idea de que estaba de viaje por Oriente. Un plato de Tantanmen, un bol picante inspirado en la cocina china serviría a este propósito.

Un día más. Un día más en que la muerte hizo presencia en las cercanías. ¿Adquirirá la muerte en Occidente alguna vez la cotidianidad que tiene, por ejemplo, en las calles de Varanasi junto al Ganges, niños jugando junto a las cremaciones, unas señoras recogiendo la bosta de las vacas, los mendigos en las escalinatas con sus platillos de limosna? La cotidianidad de la muerte de la India impresiona. Está ahí diariamente al alcance de la mano. Para nosotros es asunto diferente. Nos cuesta creer que un ser querido que murió, ya no existe. Esta mañana, ante la noticia del fallecimiento de Carlos Suárez se podían encontrar muchos comentarios que expresaban esa incredulidad. Leí comentarios en lugares diferentes, muchos de ellos con ese “Carlos, que la tierra te sea leve. Descansa en paz”. El ritual de la muerte, la incredulidad… y sin embargo la vida continúa.

 


 

 


lunes, 31 de marzo de 2025

A fuego lento

 



El Chorrillo, 31 de marzo de 2025

A fuego lento puede ser el título de una película, pero también la alusión a una filosofía de la vida. O en el peor de los casos que realmente te estás cociendo a fuego lento, valga decir que como no salgas inmediatamente del perolo los huesos se te van a quedar hechos gelatina. 

Lo de a fuego lento de esta noche viene a raíz de una película que llevaba tiempo esperándome desde que mi amigo el cocinero metido últimamente a escultor me la recomendó. Se trata de A fuego lento (Tran Anh Hung, 2023). Quedó por ahí como esperando a Godó, pero por fin hoy le hinqué el diente tras mi frustrado intento de subir a dormir al Morezón. Hoy consumí ocho horas entre ida y regreso a la Plataforma (tras la caravana para subir a la Plataforma y la de la autovía de Extremadura, me juro no ir a Gredos ninguno de los fines de semana que me queden de vida). A la altura de Talavera de la Reina me pasó por la cabeza recuperar mi macuto olvidado en casa e ir al Cerro de San Pedro a vivaquear, pero vista la caravana que me pilló después mejor pensé en ver una película. Y de las que están en la lista terminé por decidirme por A fuego lento.

A veces la sugerencia de una película puede desempeñar un papel importante en los gustos, o mejor te puede llevar a considerar la fragmentación en la que uno vive. Fragmentación de intereses, de gustos, de percepción, de lo insuficientemente que usamos nuestros sentidos. La primera sensación que tuve desde el principio de la película fue de sentirme un absoluto analfabeto en todo lo que concierne a mis papilas gustativas y su modo de relacionarse con los alimentos. Algo siempre he barruntado en este sentido, el de quien se pierde una parte sumamente interesante de eso que sucede con los manjares que atraviesan los receptores del gusto en donde en no pocas ocasiones interviene el olfato. Cosas que uno más o menos sabe. Recuerdo que cuando leí la novela de Patrick Süskind, El perfume, me sucedió algo parecido a lo de hoy, allí con el olfato, aquí con el sentido del gusto. Al que no sabe leer le llamamos analfabeto, pero ¿cómo llamaríamos a quienes no han desarrollado el oído, a aquellos que no distinguen una trompeta de un violín, el canto de un canario del de una avutarda, a aquellos para los que la música de Bach les induce al sueño; cómo llamaríamos a los que no distinguen un vino de brik de un Château Haut-Brion, que a decir de los entendidos es el mejor vino del mundo? Y respecto al tacto ¿cómo llamaríamos a alguien que no aprecia la suavidad de un bonito trasero de melocotón, la calidez de una caricia, la suavidad de un teclado, el calor de un abrazo entre amigos, el suave roce del ala de la paloma que roza en ocasiones el entendimiento? Y por último, la vista, ¿cómo llamaríamos a aquellos que pasan soberanamente de museos, que no sacan gusto por ver ciertos cuadros, por apreciar la hermosura de un paisaje, la sofisticada relación entre los colores y las formas? 

Y es que uno duda de la racionalidad del ser humano cuando te encuentras, por ejemplo, con tantos individuos que sólo tienen olfato para el dinero, o los que sólo escuchan los sonidos que salen de la flauta de Hamelin, los que se nutren de hamburguesas atiborradas de mostaza y kétchup, o usan el tacto para rascarse los ojos mientras consultan sus cuentas bancarias. 

Aquí quería llegar yo, porque por querer querer yo me apuntaría a todo, pero viendo la peli de hoy donde se mostraba de una manera tan poética y pedagógica la sofisticada cultura culinaria que se enconde tras eso que llaman la alta cocina, alta cultura, alto gusto, años de aprendizaje para distinguir tantos sabores y el armónico orden que han de guardar entre ellos, imaginaba que muchas vidas habría de tener por delante para avanzar mínimamente en ese arte. Y puesto que tenemos cinco sentidos y cada uno requeriría su necesaria atención, pues imaginemos: saber apreciar las músicas todas, distinguir los numerosos instrumentos que suenan en una orquesta (en la película comparaban esta noche el orden, la composición y el sabor de los alimentos con un concierto en el que múltiples instrumentos intervienen), distinguir el canto de los pájaros, las voces, apreciar los sonidos del mar junto a los del viento o las tormentas.

Hablamos a veces de la infinitud del espacio, pero ¿no son infinitas también las posibilidades que albergan nuestros sentidos, de los que sólo acaso usamos una ínfima cantidad de ellas? A fuego lento ha sido descrita como "una oda al amor y la cocina" y "un festín para los sentidos". El film destaca por su meticulosa representación de la gastronomía francesa de la época, con escenas detalladas de la preparación de alimentos que reflejan la pasión y el arte culinario. Arte para el que no estando preparado me sorprendía esta noche dejándome esa sensación que te queda por dentro de tener poco o nada desarrollado el sentido del gusto. En determinado momento el protagonista le da a probar un plato a una niña especialmente dotada para detectar los componentes que acompañan a determinado guiso, yo qué sé, diez, quince o veinte sabores distintos litigando en el paladar para ser identificados. Cierra los ojos ella y va enumerando alimentos, especias, aditivos, exactamente como alguien que en todo momento pudiera distinguir individualmente quince o veinte instrumentos que estuvieran sonando a la vez. La complejidad de los platos que preparan, el paso a paso de su confección, las combinaciones idóneas, la función de los vinos, el cómo los gustos de los alimentos siguen en la boca un recorrido similar al de un movimiento de una sonata que en su momento álgido sintetiza sus sabores como en un solo único con el que culmina el acto de saborear como un sofisticado final donde los sabores apoyados unos en otros evocan un gran placer que en la película a punto están de humedecer los ojos de los comensales.

Excelente película que evoca nuevas posibilidades, nuevos instrumentos, sonidos, sabores, que seguir incorporando a la partitura del bon vivre tan propia del bon vivant.



domingo, 30 de marzo de 2025

El Morezón: entre el deseo y la frustración

 



Plataforma de Gredos, 30 de marzo de 2025

Las previsiones del tiempo esta mañana eran tan buenas que cuando vi allá lejos desde mi cabaña tal tentadora blancura, no lo pensé dos veces. He dormido muchas veces en la cumbre del Morezón, incluido en invierno, pero es que un lugar tan estratégicamente situado, allá enfrente mismo todo el Circo al alcance de la mano, el Almazor y el Cuchillar de Ballesteros, por donde se esconde el sol en esta época ofrece tan buen espectáculo…

Me levanté, segué la parte de la parcela que me quedaba e inmediatamente me fui a hacer el macuto.

Hoy me encuentro en una situación que nunca antes había experimentado. Pasar una hora en casa preparando el macuto, los guantes de invierno no me los llevo, la tienda sí porque hoy hay probabilidades en la cumbre del Morezón de vientos se sesenta kilómetros hora, las piquetas de nieve, siete u ocho porque para el resto usaré los trozos de los bastones; también los crampones, y la pala para hacer un buen nicho para el vivac; agua poca porque cuento con el infiernillo y con la nieve para ello. ¿Qué más? Claro, las raquetas de nieve porque probablemente habrá huella, pero que si no la hay…

En fin, reviso todo y como no puedo llevarlo en un viaje, tomo las raquetas, las botas, la cámara, la tienda y las piquetas y las llevo a la furgoneta. Vuelvo a casa, me entretengo con Victoria contándole cuales son mis planes para hoy y mañana y me vuelvo a la furgoneta dispuesto para marcharme. Después de esto tardaría todavía más de tres horas para enfrentarme a un ejercicio de frustración. He defendido muchas veces que bienvenidos los contratiempos que, tomados por donde hay que tomarlos, pueden resultar un buen ejercicio para educar la paciencia y el carácter. Pero bueno, sigamos. De momento he tomado la autovía de Extremadura, en el kilómetro 123 he cogido la carretera del puerto del Pico, más adelante he girado a la izquierda en Venta Rasquilla y tras atravesar el río Tormes ahora me encuentro estacionado a doscientos o trescientos metros de la barrera del peaje de la Plataforma; tengo delante de mí una larguísima caravana para atravesarla antes de llegar a destino. Paciencia. Son las tres y media de la tarde y llegar al Morezón con esta caravana antes de la noche, empieza a parecerme difícil. No obstante, dejo la fila de la caravana, aparco a un lado y me preparo tranquilamente la comida esperando que esto despeje, qué sé yo, media, una hora, porque si no el Morezón va a tener que esperar a otro día. Echo una ojeada a la sierra cubierta de nieve como nunca, un espléndido manto blanco que contrasta con el intenso azul oscuro del cielo, una nevada que yo no recordaba desde  mucho tiempo atrás.

La comida, sencillita y rápida, una lata de fabes, unos tomates, un plátano, un flan con nata y café. Mientras me tomo el café contemplo la cara aburrida de los conductores que hacen cola. La fila apenas se mueve. Alguien dice que arriba no hay sitio para aparcar, que acaso dos o tres kilómetros más abajo. Nada, paciencia. Echo una mirada distraída a lo que tengo junto a mis pies, el lugar donde suelo poner todas las cosas que voy a llevar conmigo y de repente se produce un pequeño colapso en mi mente. Allí están las botas, la cámara, las raquetas, los bastones, las piquetas, la tienda… ¡¡¡Joder!!! El corazón me da un vuelco. Me levanto precipitadamente mirando a todos los lados, detrás de los asientos atrás y alante: nada, no está. En décimas de segundo especulo con la imposibilidad de que se encuentre en el compartimento trasero, pero no, es inútil.

Es en ese momento cuando he de empezar a hacer ese ejercicio de resistencia a la frustración que mencionaba más arriba. Nada de darme con la cabeza contra la carrocería del coche, nada de lamentos, ahora no queda otra que darme la vuelta camino de casa.

Creo que eso de la frustración fue uno de los asuntos primeros que estudié en el temario de Magisterio. El primero de todos fue la percepción. Antes de enseñar nada a los niños había que saber cómo perciben la realidad éstos, porque sería inútil enseñarles nada o hacerles razonar si no conoces un poco los esquemas mentales por los que se mueve una mente infantil. Más o menos algo parecido a cuando intentamos convencer a alguien del PP de Madrid de que su presidenta es... bueno, todo eso que todos tenemos en la cabeza. Para intentar hablar civilizadamente con alguien sobre un asunto de política, creo que es imprescindible saber cómo este alguien percibe esa parcela de la realidad, qué es lo que le hace ver en la señora Ayuso a una mujer camino de la beatificación en lugar de.... puntos suspensivos. Seamos corteses. Bueno, que me salgo del carril.

Vamos con la frustración. En teoría cuando a uno le jode esto o lo otro y no hay modo de quitarse el muerto de encima, lo mejor es plegar velas, rodear el obstáculo y si tampoco se puede, respirar hondo y despacio, mantener el aire en los pulmones y después dejarlo salir despacico despacico. Y por supuesto nada de darse golpes en el pecho. Así que buena cosa esa de la frustración y los contratiempos. ¿No entrenamos nuestro cuerpo caminando, alzando mancuernas o haciendo sentadillas para estar mejor? Pues lo mismo con las frustraciones, que bienvenidas sean si es para salir de ellas más enteros y dispuestos. Te dices pelillos a la mar y todos tan contentos.

Bueno, que se despejó la caravana de la Plataforma y que en vista de que mi frustración ha amainado un poco con la escritura, que mejor me voy para casa. Ya subiré otro día al Morezón. Quizás llame a Paco, que estará hoy en Hoyos, y me quede un raro a charlar con él y Teresa.

Ah, si hasta aquí no has dado con el problema que tengo y por el cual me vuelvo a casa, es que has leído muy deprisa, eso, o que tu cabeza está como la mía, si no peor.

 

 

 

 


viernes, 28 de marzo de 2025

Cuatro gatos

 



El Chorrillo, 29 de marzo de 2025

Alguien que conozco menciona estas dos palabras: "Cuatro gatos". Había ido a cierta manifestación y dijo: éramos cuatro gatos. Que yo sepa eso de éramos cuatro gatos es una constante histórica que se repite cuando una amplia comunidad quiere cambiar un estado de cosas y a la hora de la verdad quienes dan la cara o asisten a una manifestación son eso, cuatro gatos. En el colegio en donde trabajé durante treinta años a diario se oía protestar al profesorado sobre cuestiones salariales o educativas muchas veces. Muchas veces en esos treinta años se convocaron numerosas huelgas. A ellas nunca asistieron más de tres profesores, es decir que ni siquiera llegábamos nunca a los cuatro gatos. Subidas salariales las quiere todo el mundo, mejorías en las condiciones de trabajo las desean todos, pero ¿quiénes son los que van a la huelga, los que mueven el culo de sus asientos?: cuatro gatos.

Sí, hubo un tiempo en que la gente se movió algo más y salíamos a la calle y llenábamos éstas desde Neptuno hasta la Puerta del Sol. Nos movilizábamos contra la guerra de Irak, asumíamos con ilusión la posibilidad de un cambio y llenábamos las calles; incluso rodeábamos el Congreso de los Diputados o marchábamos solidarizándonos con los enfermos de la hepatitis B. Todos aquellos han pasado ahora a ser cuatro gatos.

Ahora no, ahora nos rascamos la tripa y dejamos que sean cuatro gatos los que recojan la antorcha de las reivindicaciones más elementales. Nos comportamos como lechones cebados, un sistema de producción intensiva que ha encontrado el modo de encauzar el descontento hacia los mercados del ocio y el escepticismo.

¿Por qué conductos se esfumó aquella fuerza prodigiosa del 15M? ¿Perdimos la esperanza? ¿Nos hemos encerrado en un individualismo totalmente inmune a la injusticia? ¿Han reemplazado las redes sociales a la acción de la calle? Ahora nos reenvían una propuesta para cambiar el estado de algo, y con un par de clic firmamos online una petición y ya tenemos la conciencia tranquila de haber contribuido a algo positivo.

¿La ley Mordaza, la ley de la Comodidad? ¿Eso que tanto circula por ahí de que el hablar de política es malo para la salud?

Pensar que se podría cambiar el mundo de arriba abajo con sólo que despertáramos y nos dejáramos llevar por la indignación de cuantas injusticias pueblan el cuerpo social... ¿Qué gobierno podría resistir manifestaciones multitudinarias un día sí y otro también? Y ello sin contar cómo llegan al gobierno o al parlamento los que llegan.

Cuatro gatos. Cualesquiera que sean las razones de que sólo cuatro gatos se manifiesten, de que cuatro gatos sean conscientes y obren en consecuencia, dice todo de la sociedad en que vivimos. Que nos solucionen los otros los problemas. Naturalmente obviedades, cosas que conoce todo el mundo. Agua que no mueve molino.

¿Merece la pena dejar de hacer lo que estaba haciendo para escribir de estas cosas por más que esas dos palabras se me hayan quedado ahí como un interrogante? ¿Será escribir o hablar un ejercicio de masoquismo?

 La persona que ha suscitado mis líneas de esta noche se considera apartidista, que no significa ser apolítico, dice él. De hecho era uno de esos cuatro gatos que asistieron a cierta manifestación. Días atrás otro amigo negaba su posicionamiento político de izquierda o de derechas, él prefería llamarse humanista. Ambas personas están preocupadas en buena medida por los problemas de la polis, en absoluto son ajenas al rumbo de lo que se cuece en el país. Yo por mi parte reniego de los políticos, de muchos de ellos, pero a continuación hago frente a aquellos que piensan que los políticos son una mierda. Lo queramos o no de ellos y de sus políticas depende en gran medida nuestro bienestar común. Por otra parte, pretender ser humanista o apartidista pienso que es un modo de manifestar el descontento por todo lo que los partidos encierran. Más allá de los discursos oficiales los partidos tienen más que ver con intereses de poder, tribalismo y estructuras de control que con ideales puros. Ser de un partido muchas veces no es racional, sino que posee muchas características emocionales y tribales. Sus socios se pueden identificar con unas siglas como si el partido fuera un equipo de fútbol, denostando lo del contrario y aplaudiendo lo propio. Un sistema de favores que premia a los fieles y castiga a los discrepantes. Algo que es de conocimiento común y que opera de cara a la galería como estructuras de poder con unos objetivos visibles pero que tras los cuales se esconden intereses personales relacionados con el poder, los ingresos y en menor medida con una sucinta ideología destinada a beneficiar a la clase social en donde se posicione el partido.

Visto de este modo ser apartidista sería la cosa más lógica del mundo. Se trataría de un intento de vivir al margen de  ese sistema tribal y sus prácticas  endógenas y de condicionamientos de poder, apuntando, imagino en mi amigo, a la justicia social. Ser humanista, que encierra, creo, de entrada una disposición en defensa del género humano en general por encima de ambiciones monetarias y de poder, cuadraría en sus objetivos con el apartidista que quiere desvincularse de la contaminación que puebla las filas de los partidos, y enfatizaría la condición del ser humano, la dignidad, la libertad. La creencia en valores universales como la libertad, la igualdad y la solidaridad podrían ser algunos de sus referentes.

La contaminación que introduce la mecánica de los partidos políticos en el ámbito de sus objetivos, sean estos de derecha o izquierdas, es lo suficientemente fuerte como para poner en guardia a cualquier ciudadano consciente de la necesidad de disponer de una estructura política que organice la vida colectiva de un país. La naturaleza de los partidos, sus tendencias internas, su condición tribal, impiden una neta relación directa con la atención al bien común.

El instrumento que debería ser el partido, organizar la convivencia y el bien común, tiene tantas goteras como escépticos, escépticos que terminan votando por ese principio universal que dice que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. De hecho no imagino a apartidistas o humanistas no acudiendo a votar cada vez que se presenten unas elecciones.

Volviendo a los cuatro gatos, habría que decir que la materia prima de la que dispone cualquier sistema democrático es realmente, en términos globales, de baja calidad, por lo que no cabe esperar construir un edificio social sano y saludable con los materiales de que partimos. Una demoledora conclusión que acaso con el correr de los años, con la educación y el desarrollo de sentimientos como la empatía, la solidaridad o la justicia social pueda mejorar... quién sabe. Quién sabe porque los indicadores de conciencia social, de atención a los asuntos públicos es tan bajo, queda tan en manos de cuatro gatos que…

 

 

 

 


miércoles, 26 de marzo de 2025

Papel higiénico para limpiarse el culo

 

La viñeta de Riki Blanco en El País de hoy


Madrid, 26 de marzo de 2025

Papel higiénico para limpiarse el culo. Dada la panda de inútiles que gestionan la UE, claro lo tenemos. ¿Objetivo? Volver a la edad anterior a las cavernas cuando todavía no se había inventado el habla y la gente se entendía a garrotazo limpio, eso que hacen estos descerebrados estos días asustando a la población para ir preparando al personal y colarles ese absurdo gasto militar. Me cuenta un amigo al que días atrás han tenido que sustituir la rótula, que al día siguiente de la operación ya querían largarle a casa. Ello después de un año en la lista de espera. Ni papel higiénico tenían en el váter del hospital, y estos desmemoriados ahí los tenemos jugando a preparar la guerra en el momento preciso en que por todos los medios se está intentando parar el conflicto ucraniano. Guerra contra la paz. Eso, ¿por qué no ponen los medios para la paz ahí en lugar de desenterrar el hacha de guerra?

Europa, ni un intento ha hecho para conversar con Moscú, que para eso debería servir el lenguaje, para entenderse. Se lamentan, pobrecitos ellos, de que no les hayan incluido en las conversaciones EEUU/Rusia. Eso, necesitan seguir lamiendo el culo al imperialismo norteamericano. ¿No tiene la UE ganas, capacidad, disposición para ponerse a la mesa y hablar con sus inmediatos vecinos? Tienes problemas con tu vecino de piso y te quieres ir a Washington para que ellos te admitan en las conversaciones para solucionar tus problemas con tu vecino. ¿No es absurdo?

¡Amos anda! Si tú tienes un vecino que te molesta o va a producirte goteras en el techo del baño, no hablas con él, ni te marchas a Australia o la Luna para solucionar las goteras, sino que intentas quitarte las telarañas mentales de encima pidiendo un crédito de casi un billón de euros al banco, para con ellos, si llega el caso, aporrear a tu vecino y saltare la tapa de los sesos si es necesario.

La actitud bélica de los dirigentes de la UE es ridícula se mire desde donde se mire.

Estableciste pactos de convivencia en Minsk  con Rusia y después te los pasaste por la entrepierna; tu vecino, Rusia, en 2004 y en 2010 buscó fortalecer sus lazos con la Unión Europea mediante un acuerdo de cooperación en energía y seguridad. Hubo negociaciones para establecer un espacio económico común y mejorar el comercio, pero la obstinación de la OTAN y de la UE de llevar hasta las fronteras rusas sus bases militares fue la respuesta. En 2010 el entonces presidente ruso, Dmitri Medvédev, propuso un nuevo Tratado de Seguridad Europea para reducir la influencia de la OTAN y establecer una arquitectura de seguridad que incluyera a Rusia en igualdad de condiciones.  En 2001 y 2002, Putin planteó la posibilidad de una alianza estratégica entre Rusia y la Unión Europea, llegando a insinuar que Rusia podría integrarse más estrechamente en el bloque europeo.

Putin propone una integración en Europa en una reunión de Estambul en 2022, un buen entendimiento de vecinos; el vecino quiere llegar a un acuerdo contigo, pero como a ti, memo de mierda, se te sale la prepotencia por las orejas, ni caso. ¿La última? Añadir al cerco ruso la incorporación de Ucrania a la OTAN. ¿Pero es que ustedes están locos? ¿Aguantaría el vecino de tu casa del tercero que lo tuvieras cercado por todos los lados y que además le quisieras imponer salir de su casa por el tejado?

Y en esta situación la última memez de la UE, la única solución que se le ocurre a esta gentuza es aumentar el presupuesto militar europeo en un 230%. Cuando lleno de soberbia y sentido de la impunidad y sin ningún ápice de sentido común rodeas, acosas la casa de tu vecino con todo tipo de armamentos, eso es la expansión de la OTAN, y esperas que tu vecino se quede ahí mirando a las musarañas mientras tú sigues cerrándole el cerco, lo que estás haciendo es una soberana estupidez. Quien no sabe llegar a un entendimiento con sus vecinos y saca la cachiporra como única señal de ese entendimiento es un soberano gilipollas.

Después viene el grandullón de la clase, ese que hace perrerías al resto del instituto y te dice que necesitas armarte contra ese vecino, y que lo hagas ya mismo, pero sabiendo que las armas te las va a vender él mismo. Y tú, tipo mediocre, al que parece que la han cortado la lengua y el entendimiento, le sigues el juego, porque entre que no sabes hablar ni entenderte con tu vecino y que necesitas al grandullón de allende los mares que te siga dando por culo, pues adelante.

Días atrás Javier Cercas defendía en el El País el hecho de vitalizar el sentimiento de sentirse europeo y la necesidad de alentar nuestra convivencia. Ser europeo, gran cosa ello, todos vecinos de una misma corrala compartiendo tantas cosas comunes, pero ¿qué sucede cuando el presidente de la comunidad de vecinos y sus representantes son unos imbéciles de solemnidad? Sin papel higiénico en algunos hospitales, el amigo del que hablaba más arriba llevaba esperando un año para la operación; con un sistema educativo que tiene goteras por todos los lados; con problemas graves de infraestructura que nos protejan de los caprichos de las lluvias (Valencia repetirá en la próxima riada); España con una población bajo el índice de pobreza del 20 % y esta gente proponiendo un aumento del 230% en el presupuesto europeo para… ¿para qué? Para alimentar entre otras cosas a la industria armamentística norteamericana. El gasto militar ruso en 2024 fue de 462.000 millones de dólares, el de la UE de 326.000 millones. Ahora, para estar muy por encima de ellos, no vaya a ser que con su tirachinas nos alcance, nos vamos a los 800.000 millones.

¿Añadimos a todo esto el golpe de estado del año 2014 promovido por Estados Unidos para deponer a un Yanukovich cercano a los rusos, para sustituirlo por otro afín a su gusto y complacencia? Algo que se repite a lo largo del siglo en todo el planeta y que los norteamericanos copiaron de los británicos en Oriente Medio.

No fiarse del vecino entra dentro de cierta lógica. Hitler estableció alianzas con Stalin y posteriormente aprovechando esa confianza invadió Rusia. Ahora, si fijamos ese criterio como universal, bien podríamos pensar que Francia o Alemania, o Marruecos o Portugal, pueden invadirnos. En cuyo caso habríamos de destinar el noventa por ciento del presupuesto nacional a defensa y dedicarnos a vivir en cuevas alumbrándonos con una vela en función de este planteamiento.

Y miro ahora, mientras como en un restaurante de Madrid, en la pantalla muda de un televisor a todos esos caretos da la política nacional, la cara de cinismo del tal Feijoó y la tipa de su derecha, las cejas arqueadas de Sánchez con expresión de decir vosotros hablad lo que queráis que yo me voy a pasar por allí mismo vuestros discursos; el rostro de Patxi López con el aspecto de quien está vendiendo una enciclopedia a la puerta de tu casa; la jeta de Rufián con su pinta de estar de vuelta de todas las ruinas que se cuecen en ese mismo parlamento… plena sesión de circo de cara a la galería con la que entretener al auditorio.

¿Dónde está el punto medio, ese de la virtud que decía alguien? Aquí esas cosas no cuentan. Ahora lo que toca es ir asustando a la población haciendo acopio de papel higiénico no vaya a ser que los rusos vengan y no tengamos papel higiénico para limpiarnos el culo.

 

 

 

 


lunes, 24 de marzo de 2025

Hacia una vida ordenada

 

Cercanías de Goreme (Turquía). 2015


El Chorrillo, 24 de marzo de 2025

Después de muchas semanas, hoy, al igual que me sucedía ayer con Silvia Vidal, vuelvo a ese en apariencia controvertido libro del que ya hablé hace unas semanas, Una aportación sobre la inteligencia. Según he ido avanzando en el libro, esta noche lo terminaré, voy entendiendo mejor a su autor. Al margen de la definición que pueda dar la RAE de inteligencia, y hay que recordar que la RAE ni siempre acierta ni siempre es imparcial u objetiva, existen términos que acaso tendríamos que recolocar, redefinir en la mentalidad colectiva, y uno de ellos es probablemente el término inteligencia. Cuando alguien acierta a resolver un asunto complejo o ha llevado una política agraria o educativa que ha resultado efectiva para un país o una colectividad, decimos que aquellas decisiones fueron inteligentes, que esa política llevada a cabo fue inteligente. Es en ese contexto donde la inteligencia muestra su capacidad de resolución ante problemas esenciales que pueden aparecer en el seno de una comunidad.

Escribe Tino, el autor, que no sería inteligente una solución que primase la eficiencia si infringir la protección de la salud de las personas o del medio ambiente. Es decir, sería poco inteligente todo aquello que se considerara por encima de unos términos de referencia esenciales. Términos de referencia que el autor centra en una mayor utilidad, mayor eficiencia, mayor eficacia, menor coste, mayor sencillez, menor consumo energético, menor nivel de desechos, menor nivel de contaminación, mayor durabilidad, mayor facilidad de reutilización o reciclado y menor peligrosidad. Cita a este respecto una anécdota que me había encontrado recientemente en otro lugar, el hecho de que en la NASA se hubieran gastado ingentes cantidades de dinero para conseguir un bolígrafo con el que se pudiera escribir en una atmósfera ingrávida. Los chinos para conseguir el mismo efecto no se gastaron un duro, sustituyeron el bolígrafo por un lapicero. Un muy oportuno ejemplo de ese principio de sencillez que nombraba más arriba.

Es obvio que de seguir los criterios inteligentes que sugiere Tino, tendríamos una de las mejores herramientas para dar la vuelta a casi todos los problemas del mundo. Por supuesto que con ello el sistema capitalista se iría al carajo, un sistema que obviamente no atiende al bien de la mayoría sino al bolsillo de una minoría. Ello si fuéramos inteligentes y atendiéramos a la propuesta del libro trabajando por el bien de la humanidad y no para ese uno, dos o diez por ciento que constituyen las mayores fortunas del planeta. Al final, la racionalidad y la inteligencia habrían hecho posible un mundo más lógico, más dentro del sentido común y sobre todo más justo.

Desarrolla más adelante el autor estos términos de referencia y para ello toma el ejemplo del laboratorio de la Naturaleza que en sus miles de millones de años ha experimentado con las mejores probabilidades de vida al punto de conseguir tras ellos el óptimo desarrollo de todas sus criaturas, adaptando a cada una de ellas a su ambiente y circunstancias. El laboratorio de la Naturaleza siempre actuó de manera inteligente, no, como nosotros los humanos, que más bien somos una especie bastante estúpida a la hora de buscar el bienestar de la especie. Ese modo en cómo la Naturaleza actuó y se desarrolló constituye un claro ejemplo a tener en cuenta por los humanos a la hora de tomar decisiones que pueden tener graves consecuencias para la humanidad y en donde, hablamos de sostenibilidad en este caso, si no nos sometemos a este principio estaremos comprometiendo el futuro de las generaciones por venir.

A la altura de la lectura del libro en que me encuentro, el autor toma impulso y nos sumerge en unas interesantes consideraciones que, si no las tenemos en cuenta, huelga decir que la humanidad difícilmente va a tener continuidad en un tiempo por venir. La poca “inteligencia” con la que tratamos, por ejemplo, los asuntos del medio ambiente, la deforestación y la contaminación de los mares, ambos los bosques y los océanos (con la perdida de fitoplancton), los principales emisores de oxígeno del planeta, pone de relevancia la irresponsabilidad con la que nos comportamos en relación a nosotros y a las generaciones futuras.

Hasta aquí yo había tomado este libro como un volumen sobre la inteligencia, pero a estas alturas lo que descubro es que no es la inteligencia sino la Inteligencia con mayúsculas el asunto de este libro. La inteligencia que gestiona nuestros recursos, nuestra salud, nuestra capacidad de convivencia, eso que consideramos inteligente porque contribuye al bien general de nosotros y del hábitat en que vivimos. Leo largamente en el libro sobre asuntos que conocía de pasada, la contaminación, la “Isla de Plástico”, la Gran Mancha de Basura del Pacífico sur, mayor que España, Francia y Alemania juntas, una acumulación masiva de plásticos flotantes en el océano que ocurre porque las corrientes oceánicas concentran los desechos plásticos en ciertas zonas. En estos lugares los plásticos se degradan lentamente por la acción del sol, el agua y el movimiento de las olas, formando microplásticos menores de 5 milímetros que son ingeridos por animales como tortugas, aves y peces que confunden el plástico con alimento, lo que puede causarles la muerte. Dentro del contexto de estas líneas se trata de un ejemplo entre otros muchos de la inconsciencia con que los habitantes de este planeta tratamos nuestros medios de vida.

Se extiende después Tino escribiendo sobre el impulso que engendra en sí la vida desde las primeras bacterias. Cómo la vida se fue abriendo paso alo largo de 3.800 millones de años en un clima de una complejidad cada vez mayor hasta la aparición del hombre, cómo la vida de éste se abre paso entre esos 200 o 400 millones de espermatozoides camino de fecundar el óvulo en la mujer. Ese impuso básico, comenta Tino, que nos mueve a la dispensación de cuidados al bebé, a la convivencia, a los miembros de nuestro grupo y que viven en el trasfondo de la medicina. “Uno de los factores, comenta el autor, de que hayamos alcanzado la cima de la pirámide evolutiva son los lazos e instrumentos de colaboración tan desarrollados que hemos generado y las posibilidades de supervivencia que esto nos ha proporcionado”.

En el polo opuesto están todos los horrores y el dolor que el hombre ha sido capaz de descargar sobre sus semejantes en todo el mundo. La expresión más patente de la estupidez humana. ¿Armonizamos con la vida del planeta o flirteamos con la muerte?, se pregunta. Un tema tan actual en estos días en que, en lugar de intentar cuidar la vida, preservarla, Europa se empeña en aporrear los tambores de la guerra. Cuidar la vida, acercar posiciones, alentar mesas de negociación… en lugar de eso queremos detraer grandes cantidades del presupuesto nacional para armarnos hasta los dientes. Ante la falta de racionalidad e inteligencia el impulso de la vida queda en frágil equilibrio, mostramos nuestra estupidez de una manera desgarradora.

Me queda antes de terminar el libro una cuestión que el autor relaciona también con aquellos términos de referencia, se trata de la relación que tiene el amor con la física y la química. Comenta sobre la corriente científica que estima que el amor se reduce a física y a química, y escribe que no comparte esta opinión, aunque sí acepta que tanto la física como la química algo tienen que ver con el amor. En el margen de la página donde se dice esto he escrito lo siguiente: ¿Cómo acompaña el amor a la física y a la química? Un tema colateral que viendo la hora que es no tiene cabida aquí. No obstante, en lugar del término amor yo hubiera preferido utilizar en este contexto aquel otro de empatía. Quizás sea una disyuntiva con la que entretenerme un día de estos.