El
Chorrillo, 11 de enero de 2021
Ayer
tarde había quedado con Paco a las seis para jugar al ajedrez, él desde los
campos nevados de Hoyos del Espino, yo desde los campos nevados de El
Chorrillo, pero cuando llegó la hora resultó que el panorama frente a mi
ventana estaba tan bonito, esa inmensidad del llano cubierto de nieve, que a mí
me recordaba las escenas de la película El
doctor Zhivago sobre las tierras de Siberia, que le pedí una demora de un rato hasta que el sol terminara de
ponerse. Así que me calcé las raquetas de nieve y salí pitando con la cámara en
la mano. Pero qué bonita estaba la tarde, leñe. Allá el puro contraste de las
chumberas sobre el fondo nevado, las siluetas de los árboles y sus ramas
desnudas como penitentes sobre el llano, los olivos como soldaditos de la
segunda guerra mundial petrificados en su espantada tras dejar Moscú a sus
espaldas, la extensa llanura de las cebadas y los trigales ahora transformada
en ondulantes superficies heladas. Y todo ello, todo, presidido por el astro
rey allá al fondo, a la izquierda de Gredos, enorme, pintando poco a poco la
llanura con los colores cálidos de su adiós.
Después
de la partida de ajedrez, que nos mantuvo a ambos en un apasionante duelo en donde uno de
los reyes peligraba constantemente ante la amenaza de ocupación del escaque
próximo por la reina, a la que cubría las espaldas un alfil que regía la entera
diagonal blanca y que podría concluir con un jaque mate, conversamos como
siempre un rato. Hablamos de educación. Le contaba del buen sabor que te puede
dejar el que una antigua alumna de casi medio siglo atrás te recuerde en las
redes con algunas palabras, que un día pudiste ser un buen maestro. En ellas me
agradecía que… mejor copio y pego su comentario: “Gracias a ti, por sacarnos de
las cuatro paredes (de las que a menudo me echaban por inquieta) y enseñarnos
los caminos alrededor del colegio y los de las montañas a las que siempre
vuelvo para encontrar mi paz interior. Gracias por ayudarme a descubrir la
vocación como profesora de Educación Física y poder pasar mis jornadas
laborales en el patio jugando, en la nieve esquiando con los alumnos o subiendo
Peñalara, como un día tú hiciste con nosotros. Como dicen los anglosajones, “what goes around, comes around” (de lo
que se siembra se recoge, más o menos), mi agradecimiento a tus enseñanzas
completa el círculo y todos, de alguna manera, quedamos dentro”.
En la
misma entrada José Mijares comentaba que la palabra maestro es una de las más
bonitas del diccionario. A veces puedo pensar que para un jubilado el haber
sido maestro o no es indiferente, que cualquier profesión sirve, pero, a juzgar
por la fuerza con que brotan a veces las ideas en relación a la educación, me
temo que uno, lo quiera o no, lleva la profesión muy dentro, razón por la cual me
lleguen los ecos de una desazón que tropieza de continuo con la realidad que
vivimos hoy en el trato con los niños o en el comportamiento de los adultos
ante la realidad.
Paco
está más acostumbrado que yo a ver la nieve alrededor de su casa y no parece
que le levante el entusiasmo tanto como me sucedía a mí, cuando le contaba, los
temas de educación quedaron atrás, de nuestra nevada en El Chorrillo. Terminé
adelantándole la idea de que a la mañana siguiente saldría de casa antes del
alba para ver amanecer junto a un olivar cercano.
Cuando
colgamos el teléfono mis pensamientos volvieron al tema de la educación. Somos
una sociedad de mantequilla. Lo escribía ayer una compañera del FB comentando
mi último post. Éstas eran sus líneas: “Ayer en una página de Facebook de
Móstoles se quejaban de que no abrió el Aldi, que una mujer había dado a luz y
se tenía que ir a su casa ¡estando en un hospital!, y que no había quitanieves
como si éstos crecieran de los árboles; otro que había esperado dos horas para
comprar el pan, algunos que si no limpiaba el ayuntamiento la entrada de su
portal… Y me daba tanta pena… el no sabernos defender, el no saber vivir con lo
necesario, agua, comida y una casa. Todo
son quejas, frío porque hace frío, calor cuando hace calor. Vivamos el día a
día y disfrutemos de frío que algo bueno le sacaremos. Somos una sociedad de
mantequilla derretida”.
Hace
unos días me encontré en FB con una entrada que venía a explicar cómo funciona
en la historia este proceso involutivo que convierte a los hombres fuertes en
hombres débiles, ñoños e incapaces de valerse por sí mismos, hombres o mujeres
asustadizos a los que el frío o el calor les inmoviliza o que se quejan por
todo, como afirmaba la compañera Toñi más arriba. Éste es el “cuento”: “Le
consultaron al fundador de Dubai, Sheikh Rashid, sobre el futuro de su país, y
éste respondió: «Mi abuelo andaba en
camello, mi padre andaba en camello, yo ando en Mercedes, mi hijo anda de Land
Rover, y mi nieto va a andar de Land Rover, pero mi bisnieto va a andar en
camello…». ¿Por qué?, le preguntaron. «Los tiempos difíciles crean hombres
fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles. Los tiempos fáciles crean
hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles.”
La
última afirmación puede ser una clave para el futuro que nos espera. Los
hombres débiles crean tiempos difíciles... Es bastante probable que los tiempos
difíciles que estamos creando provengan, al menos en parte, de esa sociedad
débil que estamos golpe a golpe levantando sobre los restos de una ciudadanía
que en otro tiempo no le hacía ascos a las dificultades y que educaba a sus
niños en una autonomía mucho más rica que la actual. Con lo cual estaríamos
cerrando un ciclo que nos llevará a un estado de extrema debilidad y de cuyo
fondo no habrá otra manera de salir que volviéndonos fuertes como éramos en
otra época.
Esa
parte de la sociedad que trata a los niños como imbéciles tendiendo sobre ellos
el manto de su fofo proteccionismo, que disfruta de bienes de consumo
abundantes, pero que se ahoga en un vaso de agua y que da por sentado su
derecho a disfrutar sin más del usufructo que siglos de esfuerzos de otros
hombres han hecho posible, es la que ahora encarna, parece, en parte, insisto,
la opinión dominante en el panorama educativo de un país abocado, por demás, a
las miserias de un tipo de vida en donde priman valores de dudosa salubridad
mental. Es claro que no es mi intención generalizar, faltaría más. Hablo grosso modo de lo que veo. Hablo de una
sociedad que desatiende a los niños creyendo tenerles muy bien atendidos, pero
a los que les roba las dosis de autonomía de las que un crío sano debe
disfrutar, una sociedad que les roba la calle, insisto.
Ayer me
llegaba un vídeo de mi nieto Manuel, cuatro años, caminando por las calles
nevadas de Valdemanco, cargado con una pala que abultaba más que él, tratando
de despejar la calle de nieve. En el vídeo se le oye decir: “Vamos a quitar la
nieve, para eso venimos, para un trabajo difícil. Vamos a limpiar la carretera”.
Mi hijo Mario y su chica, Andrea, no estudiaron pedagogía, pero sus hijos, Manuela
es la nena, además de ir a la escuela, entre juego y juego de vez en cuando
ayudan en la huerta o no se les caen los anillos si tienen que darse una
caminata en la nieve para llegar a casa. Sin embargo esta mañana, cuando nos
calzamos las raquetas de nieve para ir a ver amanecer a un bosquecillo de
olivos cercano, ya alguien de la familia nos aconsejaba que tuviéramos cuidado.
Todo se queda en familia, pero es obvio que hay dos maneras muy diferentes de
ver la vida y afrontar la educación de los hijos. También hace un par de días,
cuando comentaba que podría dormir esa noche en la tienda sobre la nieve,
también me previno una amiga: Puedes coger una pulmonía, decía. Dos pedagogías,
dos maneras de ver la realidad.
En este
punto quedaron mis reflexiones de anoche. Pero ya que tengo un rato todavía
hasta la hora de comer, mejor os cuento de esta madrugada. Era de noche cuando
sonó el despertador. Victoria estaba desayunando cuando me levanté.
Desayunando, y, sí, me acordé de aquel letrerito, uno de esos que encuentras en
el Feisbuk, que rezaba algo así como: “Lo mejor del sexo oral es como lo del
desayuno: despertarte y encontrarte que ya te lo están haciendo”. Me acordé
simplemente, no más. Al negro de la noche le habían echado ya unas gotas de
claridad cuando atravesamos la cancela de casa. Sí, la nieve todavía estaba
ahí, no se la habían llevado y los arbolillos se destacaban sobre la primera
luz en cuyo alto colgaba un trocito de uña de luna. Aprovechamos las huellas
del día anterior. A los olivos se les había caído la nieve, pero igualmente
estaban bonitos allí en la madrugada helada de hoy, quizás estaríamos en los
siete u ocho bajo cero. La belleza plástica de los olivos, la lejana sierra de
Guadarrama al fondo, el llano ocupado por la nieve, daban a la hora, junto a
las pinceladas de exotismo, un particular tinte de soledad y aislamiento. No
tuvimos que esperar mucho; a los cinco minutos de llegar apareció el sol por
levante. No había nubes, que siempre adornan más el alba, pero bueno… estaba
linda la cosa.
Hola.No nos conocemos pero recientemente le pedí amistad en Facebook y usted tuvo a bien aceptarme. He leído su reflexión sobre la sociedad de mantequilla y no puedo estar más de acuerdo pero como padre de tres hijos creo que aunque pocos y dispersos seremos suficientes los padres que estamos educando a nuestros hijos a ser personas capaces y autónomas aún a tener que nadar contracorriente para que las siguientes generaciones no tengan que ir en camello.
ResponderEliminarPero no es fácil ir para arriba cuando todos van para abajo.
Un saludo.
Ojalá fuéramos muchos más pensando de esta manera. Yo tengo tres hijos también y trabajo nos costó ya entonces abrirnos paso para dar a nuestros hijos la educación que creíamos más coherente. Parece mentira que esta sociedad que tanto aparenta querer a sus hijos les prive de una de las cosas más valiosas que tiene el ser humano, la posibilidad de ser autónomo. Gracias por su comentario
ResponderEliminarUn cordial saludo.
ResponderEliminarCon tu permiso he compartido el cuento del fundador de Dubai
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